P R Ó L O G O
—¡Por favor, piedad de mi, majestad!
La filosa espada del rey aterrizó en la yugular de aquel hombre. Su esposa y sus hijos lloraban con desespero mientras que los guardias bañaban en un líquido especial y con una antorcha prendieron fuego al cuerpo del hombre.
—¡¿Por qué nos hace ésto, majestad?! – la mujer lloraba, pues aquella marca que le mantuvo viva durante años había desaparecido por completo – ¡Somos gente humilde que le sirve a su pueblo!
El hombre se acercó a ella y tomó con fuerza su mentón, manchando un poco su rostro con la sangre de su difunto marido.
—No hay pago de mis impuestos, no tienes derecho a robar oxígeno de mi reino.
Ese era Choi JiHwan, el rey de Phoenix, el último descendiente del Clan Choi. Aquel despiadado hombre que desprendía un aroma a rosas marchitas era el que estaba terminando con el que algún día fue el más grande reino que hubiese existido antes.
Convirtió a Phoenix en un reino escondido, nadie sabía de su existencia desde que el reino de Northon, un reino del sur, invadió sus tierras y le despojó de todas sus riquezas. Su pueblo se vió sumido en una pobreza extrema, así que todos recurrieron a él para que les ayudara.
Grande fue la sorpresa de todos cuando hizo la matanza más grande en la historia del reino, advirtiéndoles que si alguien más se acercaba al castillo sin nada que ofrecer, le degollaría sin pensarlo. Las personas sufrían, las omegas se refugiaban en el pecho de sus alfas buscando protección, sin embargo, ellos también se sentían desprotegidos.
Cada noche le pedían a la diosa luna que les diera una señal, una sola señal de que todo ésto terminaría pronto, se sentían desesperados y atemorizados, nadie estaba seguro de despertar vivo a la mañana siguiente.
Esa misma sensación carcomía a Bae BonHwa, ser la única heredera del trono del reino más grande de ésa época, le hacía temer por su vida. Muchos se acercaban a ellos por conveniencia, algunos pocos por respeto, y la gran mayoría porque deseaban asesinarla y quedarse con la corona.
Ella lloraba cada noche en su amplia alcoba, extrañaba a sus padres, aquellos que le brindaban toda esa calidez que hoy era reemplazada por frialdad, estaban muertos. No había más tardes de arquería, no había pequeños picnics dominicales dónde reían a carcajadas jugando ajedrez, no había más abrazos y palabras de aliento cuando la tormenta azotaba el lugar y ella sentía miedo.
Hoy no tenía a nadie.
Por suerte, tenía varios servidores fieles a ella y a sus difuntos padres, quienes le apoyaban en cualquier decisión para el reino. Su pueblo era feliz ante la maravillosa reina que BonHwa era. Cada domingo, se colocaba un traje de dos piezas y unas botas negras cómodas, dejando atrás la estorbosa corona y los gigantescos vestidos que usaba diariamente para reunirse con su pueblo en la plaza central de Hilgrand para convivir y pasar un buen rato. Los cocineros reales se encargaban de otorgar comida a cada uno de sus ciudadanos, sin importar su posición social, además de que toda la comida que sobrara se repartiera equitativamente entre todos.
Amaba a su pueblo y amaba el reino que sus padres habían construido con tanta dedicación, pero temía que en cualquier momento, alguien quisiera atentar contra su vida. Su amabilidad le ponía en peligro.
Al igual que a Park Jimin. Timoría era el reino más superficial de la época, las apariencias era lo único que contaba para la sociedad y quien no cumplía con las expectativas de todos, era cruelmente castigado.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que eso está prohibido? – Jimin apretaba sus manos convirtiéndolas en pequeños puños, trataba de contener las lágrimas ante el dolor que recorría su cuerpo, un azote más en su espalda le hizo saltar y sentir un líquido caliente brotar de su piel abierta – ¡La realeza no ayuda a los inútiles, parásitos y estúpidos!
—Mamá, es nuestro pueblo – miró a la gran Alfa con temor - es nuestro deber satisfacer sus necesidades.
Un nuevo golpe le hizo gritar de dolor y apretar las cuerdas que aprisionaban sus manos para evitar que pudiera defenderse.
—¡Los alfas somos así, Jimin! – Park SoRa, aquella alfa, reina de Timoría, miraba con desprecio a su hijo – actúas como un omega, Jimin. Comienzo a dudar si en verdad mereces el trono.
Jimin dejó salir las lágrimas en cuanto su madre le dió la espalda, poco le importó que ella aún siguiera ahí, era una situación que ya no podía soportar más.
—Lo merezco porque sé que estoy haciendo lo correcto – sus sollozos hicieron parar en seco a la mujer, regresando su vista a su hijo – no merezco ser castigado por ser un buen príncipe.
Caminó hacia él y tomó su mentón con un poco de fuerza.
—Cariño, yo no merecía estar destinada a un patético omega – estiró su mano y un guardia le otorgó unos palillos de madera envueltos en una tela blanca y sedosa, los cuales introdujo horizontalmente en la boca del joven príncipe y ató el resto de la tela en su nuca – y mírame, así que ahora, mi buen muchacho, aprende la lección.
Con una señal de la reina, los guardias tomaron a Jimin de ambos brazos para arrastrarlo hacia su lugar de castigo. El joven negaba con desesperación y con su lengua empujaba aquellos palillos que le impedían quejarse y ahogaban cualquier sollozo que pudiese emitir. Al llegar al lugar, le despojaron de toda su ropa, dejándolo completamente desnudo, tomaron algunos látigos viejos que se encontraban ahí y comenzaron a azotarlo.
La mordaza en su boca callaban todos aquellos gritos desgarradores que podía soltar, las lágrimas fluían sin cesar de sus ojos, sintiendo como un látigo de púas arrancaba con brutalidad la piel de su blanca y amplia espalda, el aroma a jengibre tan característico de él, perfumaba toda la habitación. La voz de su padre tocando con rapidez la puerta del calabozo le ayudaba a no concentrarse tanto en el dolor; después de un tiempo, terminaron con su cometido, dejando bañado en sangre al pobre príncipe. No podía ni moverse, la seda blanca en su boca se manchó de tonalidades carmín, una ligera capa de sudor envolvía todo su cuerpo y sus ojos pesaban.
Aterrorizado, su padre, acompañado de alguien que Jimin no pudo distinguir bien corrieron a su dirección, los sollozos del adulto le hacían derramar algunas cuantas lágrimas a Jimin, su padre no merecía tener una Alfa que le brindara este tipo de escenas. Park Yeon se quedó a un lado del cuerpo de su hijo totalmente petrificado, así que el alfa que le acompañaba se encargó de acercarse a Jimin y tratar de mantenerlo consciente.
Las lágrimas también fluían del joven con olor a Sándalo. Era duro ver a alguien tan importante en su vida en este estado tan deplorable.
—Maldición Jimin, ¿Qué te ha hecho la reina?
Jimin supo de quién se trataba cuando aquella voz ronca entró en sus oídos. El alfa retiró los palillos de la boca de Jimin, percatándose de que las comisuras de sus labios estaban totalmente rojas, agrietadas y con restos de sangre.
—¿T-Taehyung? – el príncipe abrió lentamente sus ojos – s-si mi m-madre te ve...
—Se ha ido de cacería, no tienes de que preocuparte.
Taehyung era el mejor amigo de la infancia de Jimin, y era realmente doloroso ver cómo es que aquel niño de ojos brillantes y sonrisa perfecta, se encontraba totalmente destrozado a causa de su propia madre.
Jimin estaba harto de su madre, su lobo le pedía a gritos que escapara de ahí y buscara un refugio en algún otro reino, pero tenía miedo de lo que ella fuera a hacerle a su padre.
BonHwa deseaba explorar nuevos terrenos y buscar alianzas, no era común que una omega fuera demasiado independiente e hiciera las funciones de un Alfa, sin embargo, era respetada por todo su pueblo.
Pronto todo sería diferentes para ambos chicos, una nueva historia sería escrita en los libros.
Inicio fuerte :00
Ya hacía falta una historia de Mimi. ❤️
Espero disfruten muchísimo ésta historia, tanto como yo lo hago escribiéndola.
Los amo mucho.❤️
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