CAPÍTULO 03
Natasha no salió de su tienda durante el resto del día ni tampoco el siguiente, ni para comer ni para participar en las clásicas peleas con apuestas que se acostumbraban a hacer al llegar a un asentamiento. Y esas peleas solían ser una gran fuente de ingresos para ella.
Pero no podía encontrar ánimos suficientes para salir, para permitir que la luz golpeara su piel y mirar hacia el Nóceano, envuelto por la Sombra que se cobraría su alma. Cuando salió finalmente, fue el día en que se anunciarían los participantes de la excursión, y se encaminó a la tienda donde se servía el almuerzo.
Hizo la fila y para cuando llegó su turno, la porción que le dieron fue tan pequeña que la muchacha a su lado la miró con simpatía, pero Natasha apenas se inmutó, sino que tomó sus cosas y las dejó caer con demasiada fuerza sobre una mesa vacía.
La comida era desagradable, al menos, pero eso no era una sorpresa demasiado grande. Al menos era comida, y después de dos días sin comer, casi le sabía bien.
Recién cuando estaba terminando, una mano se colocó sobre su hombro, y ella la sujetó y retorció, doblando sus dedos hasta escuchar un quejido. Entonces pudo ver a Mal.
No veía a Mal desde hacía varios meses, cuando ambos habían coincidido cerca de los bosques del norte, hacia la frontera con Fjerda. Había sido una misión complicada, una que había costado la vida de varios soldados, y, al terminar, la última noche antes de que se separaran sus regimientos, ambos habían estado un poco embriagados con la victoria. Natasha no estaba completamente segura de lo que había sucedido, ya que podría haber sido simplemente que era la mujer más parecida a Alina a kilómetros a la redonda; sólo sabía que la mañana siguiente ambos habían despertado en la misma tienda, muy desnudos, y habían prometido no hablar al respecto con Alina.
Desde entonces, él se había cortado el cabello, regresando a un corte militar más tradicional, y había un par de cicatrices en su mano que no estaban allí antes. E incluso si sus huesos estaban a punto de romperse por la presión a la que Natasha los sometía, no dejó de sonreírle a la hermana pequeña de su mejor amiga.
Natasha lo soltó y él inmediatamente se frotó la muñeca, sentándose a su lado.
—Ash —sonrió Mal. Si él estaba inclinado demasiado cerca de ella, o si ella lo miraba con demasiada intensidad, ninguno de los dos lo mencionó.
—Mal, ¿cuándo llegaste?
—Anoche, ayer. Encontré a Alina de inmediato pero a ti no te vi en ningún sitio.
—Justo a tiempo para la selección —suspiró Natasha, apartándose.
-No te preocupes, nunca hemos sido elegidos, no creo que lo seamos ahora.
Natasha deseó darle un golpe en la cabeza, o volver a sujetar su mano y esta vez sí romperle los huesos de los dedos. Lamentablemente, no podía enfadarse por su ignorancia.
—Seguramente —dijo ella, en voz baja. El apetito se le esfumó y lo poco de comida que le quedaba en el plato no lo tocó.
Alina, tan oportuna como de costumbre, se apareció en ese momento. Y Mal tomó distancia de Natasha como si ella tuviera alguna enfermedad infecciosa severa y ridículamente contagiosa. Un metro no era suficiente distancia entre ambos si Alina estaba cerca, no desde lo que había sucedido entre ambos, al menos.
—Ten, dejé un poco para ti —dijo Natasha, entregando la bandeja a Alina.
Alina no se resistió mucho, se sentó en el espacio vacío al lado de Mal (el que él había hecho en medio de ellos dos cuando Alina había llegado), y comenzó a comer las sobras de Natasha. Natasha no las había guardado precisamente para ella, claro, pero era información que su hermana no necesitaba.
Ninguno de los tres intentó explicar, o al menos cuestionar, la tensión que existía repentinamente entre ellos. No duró demasiado, de todos modos, porque el general se puso entonces de pie.
Fue como si el mundo se cubriera por una capa de algo extraño, como estar atrapada dentro de un vaso de cristal que tenía la capacidad de silenciar al mundo exterior. Las palabras del general se escucharon como un balbuceo ininteligible, o al menos la mayoría de ellas, porque solo algunas pocas lograron atravesar el estado de estupor en el que Natasha estaba.
—Natasha Starkov... Mal Oretsev... —dijo el general, y un molesto zumbido llenó los oídos de Natasha.
No escuchó ni un ruido cuando Alina se giró, dándole la espalda, para mirar a Mal. No escuchó ni un ruido cuando él se esforzó por ocultar el pánico que lo llenaba y que Alina identificaría con facilidad. Pero cuando ambos se tomaron de la mano, con fuerza, por debajo de la mesa, ella sí escuchó un ruido, el de un corazón romperse, y eso puso en marcha todo lo demás.
El general observó a Natasha con simpatía, pero ella no le devolvió la mirada. Natasha guardó las manos en los bolsillos de la chaqueta verde del Primer Ejército y salió de la tienda.
Atravesó casi volando el campamento, debido a su paso veloz, hasta la tienda de entrenamiento. El sitio estaba vacío por completo, con todo el mundo ocupado en el almuerzo. La mesa al lado derecho de la entrada estaba repleta de armas punzocortantes, que incluían espadas y cuchillos; al lado izquierdo, la mesa tenía solo armas de fuego, desde pistolas hasta largos rifles.
En la actualidad, la mayor parte del entrenamiento militar consistía en armas de fuego, y, en particular, armas de larga distancia. Natasha era casi prodigiosa con ello, se le daba excelente precisar la ubicación de un enemigo incluso a muchos metros de distancia, como si de algún modo pudiera sentirlos. Aún así, había algo especialmente reconfortante en una espada, y en eso pensó ella cuando sujetó una desde el mango y admiró la hoja.
Hizo un único pero fluido movimiento en el que se aferró al mango con fuerza y ya no con desinterés, y sacudió el brazo como un látigo, con tanta fuerza que de no haber estado bien entrenada se habría lastimado, y arrancó la cabeza del muñeco de entrenamiento.
Natasha miró con sorpresa la cabeza rodando hasta sus pies, y miró nuevamente la espada. Rodeó la hoja con sus dedos y apretó, solo para confirmar que de hecho no estaba afilada, y la estocada al muñeco no debería haber hecho ese corte limpio y letal.
Alguien debía estar bromeando con ella, y habían dejado un muñeco roto allí para que alguien se asustara.
Dejó la espada sobre la mesa y salió de allí, al hacerlo, miró de frente a la Sombra. La oscuridad se agitó, moviéndose como un animal enjaulado; era una bestia sedienta de sangre, y Natasha sabía que lo que quería de ella no era arrebatar su vida, sino tomar sus manos para que fuera ella quien cobrara sus deudas.
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