CAPÍTULO 01
HACE SIETE AÑOS . . .
Crecer en un orfanato en Keramzin no era sencillo, pero al menos Natasha siempre tuvo más que los demás, ella tenía una hermana mayor, familia, el único problema es que a pesar de su lazo de sangre, Alina Starkov había decidido formar su propia familia.
Mal era el alma gemela de Alina, lo fue desde que ambos se conocieron, y él se volvió más su familia que la misma Natasha. Después de varios años, Natasha era poco más que la mascota de la pareja, una niña a la que dejaban seguirlos cuando corrían por los campos y podía sentarse con ellos en los almuerzos.
Entonces llegó el día de la inspección, varios Grisha cruzaron las puertas del pequeño orfanato donde ellos vivían, y pidieron ver a los niños para hacerles la prueba que determinaría si eran Grisha. A Natasha se le encogió el estómago, ser uno de ellos implicaba muchas cosas, probablemente incluso más de lo que ella podía pensar en esos momentos, pero no significaba que no lo anhelara.
Pero claro, su hermana anhelaba mantener a su pequeña familia unida sin importar el precio.
—No pueden hacer la prueba a alguien si está lesionado —dijo Alina, mientras se encogía para pasar desapercibida.
—Mal, no podrán ver si es Grisha —ella respondió, porque, claro, Mal Oretsev era lo único que había en la mente de Alina.
A veces, Natasha sentía que odiaba a Mal, que el lugar que él ocupaba en la vida de Alina debería pertenecerle a ella como su hermana, pero era muy difícil odiar a Mal, porque él era lindo, amable y protector con ella, que siempre había sido muchísimo más apacible que Alina, así que sí, quizá estaba un poco enamorada del chico, lo que complicaba la situación, pero no importaba, porque él no registraba su presencia, no como más que la hermana pequeña de Alina.
Había solo un año de diferencia entre Alina y Natasha, y eso se notaba en sus similares estaturas y la madurez de sus rasgos, pero de igual forma la gente tendía a actuar como si Alina fuera una adulta y ella solo una niña pequeña, como si un año se hubiera convertido en una década.
—Si una de nosotras es Grisha, la otra también lo será, eso significaría que deberemos irnos al Pequeño Palacio, y no podemos abandonar a Mal —dijo Alina, con convicción.
—Pero si somos Grisha, ¿no pertenecemos al Pequeño Palacio? ¿No quieres un hogar, Alina? Porque yo lo quiero.
—No lo entiendes, Nat. Los Grisha son fenómenos que tratan mal a todo el mundo, y su líder es el peor de todos... Dicen que fue su tatarabuelo quien creó la Sombra.
Natasha se estremeció al pensar en la Sombra, la oscuridad que dividía Ravka. Ella jamás se había acercado a la frontera, por supuesto, pero no significaba que no hubiera escuchado las historias, como el resto del mundo, y que éstas no le hubieran causado pesadillas, lo que sí que habían hecho.
—Pero Alina, no estaríamos solas, nos tendríamos la una a la otra... —insistió Natasha.
Alina le chistó demasiado fuerte, y cuando la matrona del orfanato se giró para mirar en su dirección, ambas niñas se agazaparon en el suelo. Alina tenía el ceño profundamente fruncido y miraba a Natasha con furia, como si todo fuera su culpa, desde los Grisha viniendo a hacer la Prueba hasta ellas a punto de ser atrapadas espiando. Al final, la mujer mayor se encogió de hombros y se giró, caminando detrás de los Grisha invitados hacia el salón.
Alina no dijo palabra, pero sujetó la manga del suéter demasiado grande de Natasha y tiró de ella hacia afuera de la casa, hacia el prado, donde Mal las esperaba sentado sobre la hierba y con un brazo enyesado. No habían llegado hasta él cuando Alina se detuvo y tomo del suelo dos piedras pequeñas, ambas cabían perfectamente en la pequeña mano de Alina y tenían los bordes afilados. Alina colocó una de las piedras en la mano de Natasha.
—Cuando nos hagan la prueba, vas a apretar esa piedra con fuerza hasta lastimarte, así funciona, así no sabrán si es que somos como ellos —indicó Alina, en voz baja, para que Mal, que se había puesto de pie y caminaba lento hacia ellas, no escuchara.
—Pero...
—Si no lo haces, no importa si estamos aquí o en el Pequeño Palacio, Natasha, puedes olvidarte de que tienes hermana. No voy a dejar a Mal —aseguró Alina con la vehencia de aquel creyente que se aferra a su fe con uñas y dientes, de aquel que ama no a la sangre sino al alma, de aquel que ha elegido a su familia y no ha nacido con ella.
Los ojos de Natasha se llenaron de lágrimas y se tragó un nudo en la garganta, asintiendo suavemente con la cabeza.
— ¿Estás bien, Ash? —preguntó dulcemente Mal, y el corazón de Natasha se saltó un latido, se encogió en su sitio y asintió con la cabeza en dirección al chico, que se había colocado inmediatamente al lado de Alina.
—Estoy nerviosa por los examinadores Grisha —respondió Natasha, cruzando miradas fugazmente con Alina.
Mal asintió con la cabeza en un ademán comprensivo.
—Sí, esos tipos siempre nos ponen la piel de gallina, son extraños. ¿De qué color vienen los de hoy?
—Azul y rojo —respondió Alina.
— ¿Invocadores y mortificadores? —preguntó Mal, sorprendido, normalmente a la inspección acudían solo invocadores, que eran probablemente el tipo más común de Grisha.
—No necesariamente mortificadores, solo vimos la kefta roja, podrían ser sanadores —dijo Natasha en voz baja, la ponía nerviosa la idea de que hubieran enviado mortificadores de entre todos los tipos de Grisha.
Entonces, el sonido de una campana resonó por el campo y después el grito de Ana Kuya, la cuidadora, se escuchó fuerte, claro y ridiculamente estridente incluso a varios metros lejos de la casa que era donde estaban los tres niños.
— ¡Alina y Natasha Starkov! ¡Vengan aquí inmediatamente!
Mientras caminaban al interior del orfanato, con la mano que tenía libre, Alina sujetó la mano de su hermana menor y juntas atravesaron los pasillos hacia el salón donde esperaban los Grisha.
¿Qué importaban los sueños de Natasha? ¿Qué más daba si ella también quería la oportunidad de encontrar a su mejor amigo y a su familia elegida? ¿Qué importaba si ella quería ser especial? Alina ya tenía lo que deseaba y solo quería conservarlo, así que a Natasha no le quedaba más que aceptarlo y obedecer a su hermana, porque ya tenía muy pocas cosas como para renunciar a ella también.
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