Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

𝘴𝘩𝘢𝘥𝘰𝘸

Los límites de Corea del Sur eran resguardados por los mejores soldados del país; el difunto Rey ChanSung se había encargado de potenciar el cuerpo militar de su país y creía firmemente que si ponía a sus más experimentados hombres como responsables de esos estratégicos lugares entonces su nación se vería más protegida de ataques extranjeros. 

Sin embargo, nadie contaba con un ataque interno y silencioso. 

Entre la oscuridad de la noche, una sombra se movía sigilosamente hasta llegar al primer puesto de control. Era una pequeña cabaña con apenas dos camas, dos sillas y una mesa de madera al centro. Ahí se encontraban los encargados de reportar cualquier novedad, ellos había decidido retirarse el incómodo peto de la armadura, sin embargo, todavía mantenían su espada cerca. 

— El Rey murió y todavía no tienen al culpable. Para este punto creí que el Comandante Im ya tendría al menos a un sospechoso. — Comentó uno mientras repartía las cartas. 

— No puedes darle identidad a un demonio. — Le respondió su compañero. 

— ¿Un demonio? 

— Me contaron que el culpable salió de la nada. Como una sombra despegándose de la pared y atacó al Rey. ¿Quién más podría hacer eso además de un demonio? 

— O una bruja... 

— Es lo mismo. — Dejó escapar un gran bostezo mientras se frotaba uno de sus ojos. — El Príncipe HyunJin no quiere que se forme caos en la gente, están tratando la muerte de su padre como un paro cardíaco. 

— Todavía no sé qué clase de futuro tendremos con alguien como HyunJin al mando. Le hace falta la firmeza de su padre, al mínimo peligro correrá a esconderse tras las faldas de la Reina. 

— Tal vez yo debería de ser el siguiente Rey.

Ambos rieron y, tras unos segundos, uno de ellos frunció el entrecejo. 

— Eric. Te toca a ti. — Dijo sin quitar la mirada de sus siete cartas. Y es que, si sus cálculos no le fallaban, ya había pasado una hora desde la última exploración al terreno. 

El otro sonrió y dejó sus cartas boca abajo sobre la mesa.— Ni se te ocurra mirar, sabré si lo haces. 

— No soy ningún tramposo. — Respondió fingiendo gran ofensa. — Apresúrate para continuar. 

— Nunca pasa nada interesante. A veces me pregunto si existirá algún país que se atreva a atacarnos. 

Andy, su compañero, se encogió de hombros. — Tampoco quisiera descubrirlo. Pero... ¿Con HyunJin? Yo sí lo consideraría. 

— No digas tonterías. Ya regreso. — El hombre salió de su pequeña cabaña cargando con él su espada y una antorcha.

La "exploración", como ellos la llamaban, era algo rutinario y consistía -básicamente- en asegurarse de que nadie merodeara por ahí. Corea se encontraba rodeada de amplios bosques y eso era, por mucho, una de sus mejores armas ya que para una posible invasión, los grandes ejércitos de otros países se verían enredados entre miles de árboles, dificultándoles así su paso.

Su trabajo era sencillo, enviar al siguiente puesto de control un cuervo (cada hora) con un informe de la situación pero, como siempre, este iba con un "todo correcto por el momento." Al menos, hasta esa noche. 

Eric, con sus ojos un tanto cansados, miró a su alrededor mientras movía la antorcha de un lado a otro. Nada... de nuevo. Pensó para sí mismo. Sabía que no era necesario, pero siendo tan fiel a su labor, se vio obligado a dar una vuelta por todo el perímetro. Esperaba que para su regreso Andy se hubiese dignado a preparar algo de té.

No había nadie cerca así que con cierta fatiga regresó a su puesto. 

— Nada. ¿Puedes creer...? — Al momento de abrir la puerta le llegó el suave silbido de una persona. Su rostro perdió todo el cansancio de su trabajo y adoptó una expresión de horror cuando descubrió a una mujer parada frente a Andy que yacía de rodillas con una espada atravesando su garganta. 

La joven frunció el entrecejo y detuvo el silbido. 

Eric no supo que ocurrió hasta que sintió el cálido líquido carmesí cubriendo su pecho. 

— Buenas noches, señores. — Dijo ella ante su agonizante víctima. 

Tzuyu se aseguró de que ninguno tuviese signos vitales y, guardando su cuchilla, una sonrisa apareció en su rostro. Había sido más fácil de lo que creyó. ¿Qué no eran los mejores? Se preguntó a sí misma. 

— No me tomó ni diez minutos acabar con ustedes. — Su curiosidad le ganó y se inclinó para ver mejor a sus víctimas. Ambos con tenían expresiones tanto confusas como temerosas. — Mmh. ¿Es que acaso saben cómo manejar una espada? — Le preguntó a uno, obviamente sin recibir una respuesta. Sus manos temblaron ante la emoción, no había mejor satisfacción que ver cómo el brillo de los ojos de sus víctimas iba desapareciendo.  

El cosquilleo en su estómago, el corazón acelerado. Estaba enamorada de su propio oficio y agradecía haber encontrado a alguien como Mina que la guiara.

Para el día siguiente empezarían las preguntas, y unas horas después el Príncipe HyunJin tendría que resolver dos homicidios. Un crimen más y sin culpables. 

La muchacha sabía que había cumplido con bien el deber que Mina le había encomendado, ahora sólo debía de volver para darle la buena noticia. Lo que no se esperaba era verse a ella misma envuelta en un asesinato más, uno que ocurrió gracias a su pésimo control de emociones. 

— Yo iré a casa, tomaré un baño y me dormiré. Tú, por otro lado... te vas a deshacer de él.

— Bien. Supongo que lo merezco. — Dijo antes de dejar caer la cabeza del hombre sobre la tierra. — ¿No le preocupa que la señorita Im empiece a hacer preguntas sobre su empleado desaparecido justo cuando la seguía a usted?

— Incluso si empezara a ser preguntas jamás me vería a mí como la responsable.

— Imagino el porqué... ¿El amor no es tierno?

Mina sonrió. — Más que tierno, también es ciego.

La menor vio a la violinista alejarse de allí con completa tranquilidad sabiendo que nadie podía llegar a hacerle daño, no mientras Tzuyu existiera. Esa noche recién descubrió que había algo que le disgustaba después de quitarle la vida a una persona y eso era, precisamente, deshacerse del cuerpo. 

Se quedó mirando al sirviente de los Im por largos minutos pensando en qué podría hacer. ¿Podría fingir un asalto? Sus ojos brillaron ante la idea y sin escrúpulo alguno revisó las pertenencias del hombre. — Olvidé que eres un simple sirviente. — Comentó de forma despectiva. Se tuvo que conformar con un collar gastado de plata que traía en su cuello y un reloj de bolsillo notablemente viejo y usado. — ¿Lo ves? Cualquier ladrón te hubiese asesinado por no traer nada de valor...— Tuvo que apresurarse en rasgar las ropas de su víctima y quitarle las botas cafés. 

Si lo pensaba muy bien, estaban muy cerca de la finca de Mina, ella -probablemente- sería una de las primeras personas en ser interrogadas. Así que decidió llevarse el cuerpo por el mismo camino que habían recorrido. Con suerte pensarían que habría sido atacado una vez acabada su misión de escoltar a Mina. 

— Bueno. — Dijo una vez dejó al hombre a orillas del oscuro camino. Miró el reloj de bolsillo y notó sus iniciales. — Es una lástima que nos conociéramos así señor... K.M.S. — Un bostezo muy cansado escapó de sus labios, había sido una noche muy agitada. — Buenas noches. — Y, como si de magia se tratara, logró fusionarse con su propia sombra y desapareció de allí antes de que alguien se diera cuenta de su presencia. 

Para el día siguiente Mina se encontraba en su estudio, portaba un delantal cuya impecabilidad había sido reemplazada por varios colores que su pintura salpicaba. El lienzo frente a ella mostraba un enorme Palacio, tal vez el más hermoso que sus ojos podrían haber visto gracias a sus acabados; la luna se elevaba sobre el, sin embargo, las luces tenían un tono rojizo.

— ¿Señorita? — Felix habló a través de la puerta. 

La joven se detuvo antes de agregar unos detalles más, esperando a que su empleado prosiguiera. 

— Señorita, tiene visit-

— Señorita Hirai. Le habla el comandante Im. 

Mina tomó uno de los trapos para poder limpiar sus manos. En su mente sólo podía estar la imagen del hombre a quien Tzuyu había asesinado, pero no era algo que le preocupara, no realmente. Bastaba con fingir sorpresa, hacer creer al comandante que en ningún momento se había dado cuenta que la seguían. Con suerte no le pediría muchas explicaciones y el hombre se marcharía sin sospechar de ella.

Al abrir la puerta sus ojos se encontraron con un rostro avergonzado, era NaYeon acompañada de su padre. 

— Comandante. Señorita NaYeon.— Saludó con cortesía, fue un tono perfectamente actuado. — ¿A qué se debe su visita? 

— Señorita Hirai. Necesito platicar con usted sobre un desafortunado suceso. 

— Por supuesto. — Mina extendió su brazo para señalar el salón principal. — Síganme, por favor.

Los tres tomaron asiento, el hombre en un sillón personal y tanto Mina como NaYeon en el sofá más largo, una al lado de la otra. 

— ¿Entonces... qué es lo que me tiene que platicar? 

Im JiChul señaló con su mentón a su hija. 

— Mina... verás... — La coreana no sabía cómo iniciar su explicación y es que le resultaba vergonzoso admitir que había ordenado que siguieran a la violinista. — Anoche no me quedé tranquila sabiendo que te irías sola y yo ehm... yo le pedí a MinSeok que te siguiera. 

El comandante Im estuvo atento a la reacción de Mina y ella se dio cuenta de inmediato. 

La japonesa frunció el entrecejo mientras se giraba en dirección de la mayor. — ¿Disculpe?

NaYeon se hundió en su lugar. — Lamento haberla incomodado. — Respondió con culpa. — Pero era de noche y usted... por su cuenta... consideré que era un tanto peligroso... 

Mina relajó su expresión y soltó un largo suspiro.— Tal vez. — Respondió por fin. — Aunque fue un gesto muy amable de su parte, señorita NaYeon, no considero que haya sido necesario. — Ahora, girándose hacia JiChul lo miró con cierta confusión. — ¿Es una clase de disculpa, comandante? 

El hombre negó. — Hoy por la madrugada el cuerpo de Kim MinSeok fue encontrado.

Las cejas de Mina se arquearon y entreabrió los labios. — Ahora veo el problema. — Comentó mientras se acomodaba sobre su acolchonado asiento. — Me encantaría ser de ayuda pero hasta esta mañana creí que había regresado sola a casa. 

— Es muy probable que haya sido asaltado de regreso. — Explicó con cautela y Mina tuvo que reprimir una sonrisa, al parecer Tzuyu había sido muy ingeniosa al momento de deshacerse del hombre.— Pensé que tal vez usted habría visto algo o alguien sospechoso. 

La japonesa guardó silencio mientras fingía escudriñar entre sus recuerdos.— Fue una noche muy tranquila si me lo pregunta. A decir verdad, el camino que los trae hasta aquí nunca ha dado problemas, es por eso la confianza al momento de regresar. 

— Comprendo. — El hombre no parecía sospechar de ella por lo que se levantó de su asiento dispuesto a abandonar el hogar de Mina. — Mientras las averiguaciones continúan mis hombres patrullarán las zonas aledañas, ¿no es ninguna molestia? 

— Por el contrario. Creo que ayudaría a mi tranquilidad que haya más gente cerca. 

JiChul asintió. — Perfecto. Lamento haberla molestado tan temprano por la mañana. 

— Descuide. Como puede ver... — Dijo haciendo énfasis en su ropa. — Hoy madrugué para pintar un poco.

— Entonces nosotros nos retiramos para que puedas proseguir... ¿NaYeon? — Llamó el hombre al ver que su hija no se movía de su lugar. 

— ¿Puedes darnos unos minutos, padre? 

Aunque él no se veía tan convencido, accedió, salió del salón dejándolas solas. 

— ¿Estás molesta? — Preguntó en voz baja.

— No lo estoy, NaYeon. Pero agradecería que respetaras mis decisiones cuando te las hago saber. La privacidad es un derecho, ¿no lo crees? 

La coreana alzó la mirada. Los ojos de Mina no expresaban enojo alguno, a decir verdad, no lograba encontrar algún sentimiento a través del mirar de la japonesa, nada más que puro sosiego. 

— Lo lamento, de verdad. 

Mina alzó una ceja al notar los ojos cristalizados e hinchados de la mayor. — ¿Se encuentra bien? — Inmediatamente se arrepintió de hacer esa pregunta pero los silencios tan prolongados cuando estaba con otra persona le resultaba incómodo. 

NaYeon negó. — Desde que recibí la noticia no puedo sacarme de la cabeza que fue mi culpa.

— No entiendo por qué sería su culpa. 

— Fui yo quien lo envió... le ordene que se asegurara de que tú estuvieras bien y eso ocasionó que regresara tarde a casa. 

— Incluso si usted dio esa orden, nadie debería de ser capaz de arrancarle la vida a un inocente — Mina se ganó una expresión desconcertada. — Sus intenciones fueron buenas y se lo agradezco, pero espero que lo recuerde muy bien, el único culpable aquí es quien se atrevió a asesinar a Kim MinSeok, no usted, no yo o su padre a quien le atribuyen la seguridad de las personas en este país. Nadie es dueño de las acciones ajenas. 

Los ojos de NaYeon brillaron ante las palabras de consuelo que Mina había intentado darle. — Gracias... — Habló casi en un susurro, se sintió un tanto avergonzada al tener toda la atención de la japonesa sobre ella por tanto tiempo. Con una risita nerviosa alzó el brazo y su pulgar intentó limpiar una mancha roja de la mejilla contraria. — Tienes un poco de... pintura. 

— NaYeon. — La voz de JiChul hizo que la coreana se diera unos pasos hacia atrás. — Es hora de irnos. 

— ¿Nos vemos después? — Preguntó en voz baja. 

Mina asintió sin ni siquiera saber porqué y se ganó una de las mejores sonrisas de la mayor. 

Padre e hija abandonaron el hogar de Hirai Mina y esta se quedó parada en su lugar por varios segundos. 

— Qué escenario tan romántico. — La voz de Tzuyu tras ella no la sorprendió ni un poco, por el contrario, ya se había tardado. 

— No lo había notado. — Mencionó la japonesa. — Sus dientes frontales son muy... llamativos. 

— ¿Lo son? — Tzuyu enarcó una ceja mientras se dejaba caer sobre el sillón que minutos antes JiChul había ocupado. — ¿Es que te estás suavizando, Mina? 

La mencionada negó.— El llanto ajeno me pone nerviosa. Por eso trato de evitarlo a toda costa.

— ¿El llanto ajeno o el de NaYeon en específico? 

— Por favor. — Dijo mientras su palma limpiaba en el mismo lugar que NaYeon había intentado. — No confundas mi amabilidad con inútil sentimentalismo. 

La menor dejó escapar una risa incrédula. — Nunca dije nada sobre tus sentimientos. 




Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro