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chapter six


Ana acababa de sacar los muffins del horno, la batidora sobre la mesada terminando de mezclar la crema que utilizaría para decorarlos, mientras de fondo podían escucharse las conversaciones que los chicos de las becas estaban teniendo para el proyecto.

En la cabeza de Ana se repetía lo que había ocurrido varios minutos atrás, la escena con Rey en la cocina, con Luca, Margarita y Merlín como espectadores. No podía dejar de cuestionarse por qué Rey la buscaba tanto desde que la había visto esa primera vez el día de las audiciones, cuando se lo había chocado sin querer.

Su mirada estaba fija sobre los muffins, observando como el vapor que se desprendía de ellos por su elevada temperatura ascendía hasta finalmente desaparecer en el aire. — Debe ser una apuesta con Única o algo así. —susurró de forma casi ininteligible, perdida en el remolino de ideas que daban vueltas por su cabeza.

— No bueno, tengo a una que parece que está en trance y a otra que no deja de chusmear lo que pasa al otro lado. —la voz de Ada resonó en la cocina, pero ninguna de las dos chicas le prestó atención, demasiado sumidas en sus ideas. La mujer frunció el ceño mirando a su sobrino que era el único de los tres jóvenes que le estaba prestando atención mientras preparaba la vajilla para la comida— ¿Qué les pasa, Lu? ¿Me perdí de algo?

Luca ahogó una risa— Algo así. Margarita sigue bastante enganchada con el tema de las presentaciones que tienen que hacer, sigue diciendo que los cardos tienen que organizarse mejor y escucharse. —los dos miraron a la chica que miraba fijo por la ventana de la cocina a la sala donde los chicos hablaban en distintos grupitos.

— ¿Y tu hermana?

— Es un poco más complicado. —dijo provocando que su tía lo mirara preocupada— No, no, no es nada malo. Parece ser que uno de los becados está interesado en Ana, y está poniendo a pruebo su paciencia. —los dos se giraron para mirar a Ana que seguía hablando en susurros que solo ella podía entender, mientras hacía caras y movía sus manos. Cualquiera que la veía y no la conocía pensaría que la chica estaba loca— O al menos eso es lo que veo yo, pero creo que Ana no se dio cuenta todavía. —dijo soltando una risita.

— ¿Se puede saber quién es el susodicho? —Ada miró por la ventana tratando de adivinar de quien se trataba. Suficiente tenía con tener que lidiar con Daisy y Merlín, ¿y ahora tenía que sumar a Ana y otro becado?

— No creo que tardes mucho en darte cuenta, tía. Vos presta un poco de atención nomás. —Luca hizo una pausa, mirando a su hermana para luego mirar a su tía— El tema es que parece que el susodicho en cuestión no arrancó con el pie derecho, porque ya está poniendo a prueba la paciencia de Ana.

— Que peligro. —dijo su tía provocando que ambos rieran. — Pero voy a estar atenta, tengo que vigilar a las dos niñas. ¡Bueno! A ver si las dos señoritas dejan de distraerse por favor. —dio unos aplausos haciendo que Margarita se sobresaltara, pidiendo perdón por estar distraída, y que Ana dejara de mirar a los muffins como si le hubiesen hecho algo completamente atroz.

— ¿Ada puedo preguntarte algo? —al escuchar las palabras de Margarita, Ada asintió, poniéndose a cocinar junto a ella y Luca mientras Ana comenzaba a pasar la crema a una manga para poder decorar los muffins. — Usted que es como la mayordoma, y sabe todo lo que pasa acá. ¿Sabe quién es La Cardo?

Al escuchar ese apodo, Ana alzó su mirada de forma casi instintiva, sintiendo un cosquilleo extraño en su interior. Ese mismo cosquilleo que había sentido la primera vez que había visto a Margarita, y que había sentido en numerosas ocasiones antes de ese encuentro. Sus ojos chocolate se posaron en el rostro de su tía, notando el desconcierto por la pregunta de Margarita. Luca, por otro lado, continuó cocinando como si nada, no prestando demasiada atención a lo que hablaban las dos.

— ¿De dónde sacó eso?

— ¿Vio que vino esta mujer? ¿Malala? —Ana arrugó su nariz ligeramente, esa mujer le daba mucha mala espina, cada vez que estaba cerca de ella una energía negativa parecía tratar de envolverla— Dijo cada palabra que ni puedo repetir de una tal Cardo. —otra vez ese no sé qué en su interior.

— ¿Qué dijo Ma... Malala? —ah, entonces su tía sabía muy bien de qué era lo que hablaba Margarita, pero Ana no recordaba haberla escuchado utilizar ese apodo.

— ¡Yo sabía que usted iba a saber! —exclamó Margarita— Nada, resulta que escuché una conversación de pura casualidad en la que dijo cada cosa de esa pobre Cardo.

— Esa mujer... Es muy mala. —farfulló Ada con enojo— No entiendo como puede hablar así de la mamá de Daisy. —¿Malala hablaba de Florencia? Ana por obvias razones no había conocido a la mujer, pero sí había escuchado a Ada contar historias sobre ella, sobre todo cuando Ana estaba junto a Daisy. Y con el simple hecho de pensar en esa mujer una sensación cálida se posaba sobre su pecho, como si la simple mención de la mujer le brindara una sensación de tranquilidad y calma.

— ¿Cardo es la mamá de Daisy? —cuestionó Margarita sin entender. — ¿Cómo va a hablar así de la reina?

La mirada de Ada recayó sobre Ana, notando como la chica tenía la mirada perdida, una mano apoyada sobre la mesa, sosteniendo el peso de su cuerpo, y la otra posada con suavidad sobre su pecho. — Ana, ¿te pasa algo, corazón? —la mujer se acercó a ella rápidamente, un poco alarmada por como estaba la chica. Margarita las observó sin comprender que pasaba. Fue entonces que Luca alzó su mirada de lo que estaba haciendo, su mirada cargada de preocupación por el estado de Ana.

— Sí, yo... estoy bien, creo que me mareé un poco pero ya estoy bien. —trató de sonreír, la mentira brotando de sus labios con facilidad— Mar quizás lo mejor sea que no digas nada de eso delante de Daisy.

Ada asintió, aun observando a la joven de los ojos chocolate con preocupación— Creo que lo mejor sería que directamente no mencione nada del tema en general, no queremos que alguien no deseado escuche sobre esto y lo utilice para lastimarlas.

— ¿Lastimarlas? —cuestionó Margarita confundida.

— ¿Cómo?

— Ada usted dijo lastimarlas, ¿a Daisy y a quién más?

Ada abrió sus ojos con sorpresa, había tenido un desliz y ni siquiera lo había notado— Ah no, no, me confundí yo. —soltó una risa nerviosa— Quería decir lastimarla, a la princesa Daisy. Es un tema complicado, además Flor era un ser tan bueno, tan simple, tan... adorable. —la voz de Ada se fue apagando, su mirada posándose en Ana, pensando en lo parecida que era a veces a su madre, y en otras ocasiones a su padre.

— Perdón que siga preguntando, pero aprovechando que la princesa, Daisy no está acá, me da un poquito de curiosidad. —Margarita bajó el tono de su voz, por miedo a que alguien fuera de la cocina pudiera oír— ¿Eran amigas ustedes? —tanto Margarita como Ana estaban bastante atentas a lo que la mujer contaba, no era común escucharla hablar de los reyes.

— Nos conocimos en Krikoragán, pasamos poco tiempo juntas. Pero con ella era todo tan fácil, se hacía querer en un periquete. —las dos chicas sonriendo al escuchar eso, Ada abrazando a Ana con dulzura mientras miraba a Margarita— Sí, le gustaba usar ese tipo de palabras. Se metía mucho en la cocina. —no pudo evitar volver a ver a Ana al decir eso— Va, en todos lados se metía ella.

— La mamá de Daisy tiene que haber sido muy especial. —murmuró Ana con una pequeña sonrisa en sus labios. — O al menos eso parece por todo lo que nos contabas cuando Daisy era chiquita.

— No tenes idea, corazón. —Ada observó a la chica con sus ojos cargados de afecto— Era muy, pero muy especial. ¿Cómo puede ser que hasta a una reina, con un corazón gigante como el de Flor, la traten de payaso? Eso está mal, muy mal. —Ada soltó un suspiro, pensando en lo distinto que sería todo si los reyes continuaran al poder en Krikoragán, con sus cuatro hijos y la hermosa vida que merecían— Pero bueno, ¡basta de nostalgia! Que de nostalgia no se alimenta el estómago.

Las dos chicas soltaron una risita ante las palabras de Ada y su cambio de actitud, pero aún estaban experimentando una sensación extraña al escuchar todo lo que Ada contaba de Florencia.

— Bueno, las verduras ya están todas picadas. —habló Luca llamando la atención— Y los cubiertos y platos ya están todos apartados para cuando sea la hora de la comida.

— Muy bien señor, el único que me hace caso y cumple con todo. —Ada se acercó a él, dejando un beso en su cabeza, lo que provocó que tanto Ana como Margarita la observaran con indignación, lo que hizo reír a Luca.


...


Cuando la noche había caído, y Ana ya no tenía más responsabilidades que cumplir, la joven se acercó a una de las guitarras que habían colgadas en uno de espacios del Hangar. Ya era tarde, los chicos ya habían cenado e incluso se habían retirado a sus habitaciones. Delfina y Yamila ya se habían marchado del lugar, después de examinar el progreso de los proyectos para la portada de ambos grupos, y todo lo que había que acomodar en la cocina ya había sido acomodado.

Su tía se había retirado para ayudar a Daisy con los últimos preparativos del día, mientras su hermano había decido acostarse temprano, solo queriendo dormir el mayor tiempo posible. Y Margarita... no sabía donde se encontraba la chica, la había cruzado al ir a buscar la guitarra, y parecía ir en dirección a la cocina, pero prefirió no preguntar al verla tan ensimismada en su teléfono.

La chica de la melena rizada tomó asiento en el piso, donde había una alfombra felpuda, acomodando frente a ella su cuaderno abierto en una sección específica y apoyando el cuerpo de la guitarra en una de sus piernas para evitar que se cayera.

Ana intentó tocar un acorde, soltando un quejido cuando notó lo desafinada que habían dejado la guitarra. Por lo que con tranquilidad y paciencia la chica se puso a afinar cuerda por cuerda, hasta que por fin la guitarra sonaba de manera decente.

Con suavidad, la chica comenzó a rasguear las cuerdas, siguiendo un ritmo específico, que iba acorde con la letra que estaba en el cuaderno.

Hay un lugar al que me voy

Cuando estoy triste

Es un lugar dentro de mí

Que nunca viste

La voz de Ana podía oírse con claridad en la pequeña sala. Una voz completamente dulce acompañada por el sonido de la guitarra, cargada de sentimiento y emoción, porque Ana siempre volcaba todo lo que sentía en sus canciones, dejaba en ellas su corazón y su alma.

Me lo inventé

Para sentir que me quisiste

Es un lugar al que me voy

Cuando estoy triste

La joven de la melena de rizos castaños no era consciente de que tenía un espectador, gracias a que estaba de espaldas a la puerta y toda su atención estaba puesta en la canción que estaba interpretando. El chico no podía apartar la mirada de ella, porque incluso con Ana estando de espaldas a él podía notar en la postura de la chica lo metida que estaba en su interpretación. Podía notarlo en la forma en que su voz parecía estar a punto de quebrarse en ciertas palabras, como si fueran esas las que más dolor portaban, pero no por eso dejaba de cantar de manera dulce y armoniosa. Todo lo contrario, esos pequeños detalles en su interpretación como el descenso en el volumen de su voz, las palabras casi al borde de quebrarse la voz y los silencios que Ana colocaba de manera sutil hacían que su la canción quedara completamente preciosa.

Y si te vas

También me voy

Y si no estás

Tampoco estoy

Jamás habría imaginado que la chica tuviera una voz tan dulce y delicada, como aterciopelada, una voz que parecía invitarte a que te perdieras en ella y no querer escapar jamás. Le recordaba a las cuentos donde se hablaba del canto de las sirenas y el efecto que este tenía en los marineros. Quizás para alguien que no estuviera en su cuerpo, en su piel, exageraba al pensar en ello, pero se sentía de esa forma. Se sentía como si fuera un marinero naufragando solo en el medio del mar, con la luna y las estrellas como su única compañía, escuchando esa dulce voz a lo lejos, dispuesto a saltar a las profundas y peligrosas aguas en el medio de la noche, solo para poder llegar a ella y dejarse llevar. Incluso si eso terminaba siendo su perdición.

Y nada importa

Nada sirve

Nada vale

Nada queda

Sin tu amor

Los últimos acordes resonaron en el pequeño salón, Ana quedándose con la mirada clavada sobre las páginas de su cuaderno. El chico la observó con atención, notando como lucía muchísimo más relajada, igual de relajada que cuando la había visto bailando en la presentación de Daisy. Ana parecía encontrar liberación en el arte, en la música y en el baile, igual que él.

No tenía la intención de hacer notar su presencia, su idea era irse de la forma más silenciosa posible, para evitar que Ana supiera que la había oído. Pero todo se fue al carajo cuando sin querer se llevó puesta la mesa que había junto a la puerta, que a su vez golpeó la batería que había al otro lado, generando un gran estruendo cuando los platillos y los tambores terminaron en el piso.

Lo único que Ana atinó a hacer fue gritar, gritar y dar un salto hacia el lado contrario de la puerta, protegiendo con su cuerpo la guitarra para evitar que pudiera golpearse contra el piso o contra alguno de los muebles que tenía a su alrededor.

— ¡Shhh! —trató de evitar que continuara gritando— No grites Ana, soy yo. —alzó sus manos frente a él para que la chica viera que no tenía nada que pudiera herirla, para que viera que no se trataba de un delincuente.

— ¿¡Qué haces!? —gritó en un voz baja la chica— ¿¡Cómo te vas a aparecer así!?

— Perdón, te juro que no te quería asustar. —pidió disculpas con sus ojos cargados de culpa, porque lo que menos había querido era asustar a Ana de esa forma.

— ¿Qué haces acá, Rey?

— Había ido a la cocina a buscar un poco de agua y cuando estaba saliendo escuché música. —comenzó a explicar con su mirada en Ana, para dejarle en claro que lo que decía era verdad— Me pareció raro porque todos los demás ya estaban en las habitaciones, y quise ver que pasaba, pensé que se habían olvidado un parlante prendido o algo así. —sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa— Y cuando llegué te vi a vos con la guitarra, no quería interrumpir y tampoco te quería asustar, la idea era irme sin hacer todo ese quilombo.

Ana suspiró pasando una mano por su rostro, todavía podía sentir los latidos de su corazón con fuerza por el susto que Rey le había dado— ¿Cuánto escuchaste? —el miedo que había sentido en un primer momento por el ruido y la presencia del chico, fue reemplazado por timidez y vergüenza, podía sentir como una vez más su rostro se teñía de rojo.

— Lo suficiente como para querer saber por qué no te presentaste a las audiciones Ana, ¿por qué no intentaste conseguir una de las becas?

— Porque sabía que no lo iba a conseguir, sabía que iba a haber mucha gente más talentosa que yo y preferí ahorrarme el mal momento de no ser elegida y que encima todo el mundo lo vea. —explicó en voz baja, como si no quisiera que nadie la escuchara, pero él lo hacía. Rey la escuchaba, Rey la veía, Rey la notaba— No hacerlo era más fácil.

Rey se quedó en silencio por algunos segundo, simplemente mirándola, pensando en lo que acababa de contarle— ¿Quién te dijo que no tenías el talento para superar a los demás, Ana?

— Yo misma, no necesito que nadie me lo diga, yo sola puedo darme cuenta de las cosas Rey.

No entendía, el joven no entendía por qué Ana se tiraba debajo de esa forma. El día de la presentación de Daisy, Ana le demostró que podía bailar, y muy bien, y ahora acababa de demostrarle que también cantaba, Ana tenía una voz hermosa y bajo su criterio era mil veces mejor que varios de los otros becados que habían quedado seleccionados. Si fuera por él, sacaba a uno de los otros becados que para él no pinchaban ni cortaban y le daba ese lugar a Ana, que tenía talento de sobra para estar al mismo nivel que los demás e incluso por encima de varios.

¿Desde cuándo te preocupas por estas cosas? Se preguntó a si mismo, ¿Por qué querrías a alguien tan bueno como tu competencia? Con lo fácil que está con los demás elegidos.

Porque así tendría una excusa para pasar más tiempo con Ana, para tratar de conocerla más. Porque te interesa.

— ¿Rey? ¿Te pasa algo? —la voz de Ana lo trajo de vuelta a la realidad, notando que la chica se había acercado un paso hacia él, con una expresión que parecía de preocupación. — ¿Estás bien?

— Si... —sacudió su cabeza— Sí, estoy bien, ¿por qué?

— No sé, te quedaste ahí parado sin decir nada, lo único que hacías era mirarme.

Rey negó con su cabeza, colocando una sonrisa en sus labios— Sí, estoy bien, me quedé pensando en algo. Nada de qué preocuparte, princesa. —el chico se deleitó con el cambio en las facciones de Ana, que ahora lucía totalmente fastidiada, lo que provocó que él soltara una risita. — Bueno, me voy yendo que mañana está todo lo de presentación para la portada.

— Sí, yo también me tengo que ir, dejo la guitarra y apago todo. Nos vemos mañana supongo.

— Nos vemos, princesa. —una vez más sonrió al ver el gesto de Ana al escuchar el princesa, pero lo que pudo notar fue que ya no lucía tan molesta. Era un avance.

La chica le dedicó una última mirada antes de dar media vuelta y ponerse a juntar sus cosas que estaban desparramadas por el piso. Por lo que Rey aprovechó a salir del cuarto y volver por donde había venido hasta llegar a la parte del Hangar que les correspondía a ellos.

Mientras volvía hacia las habitaciones Rey solo podía pensar en una cosa, solo podía pensar en las ganas inmensas que tenía de cantar con Ana, de compartir una canción con ella. Pensaba en lo bien que ambos sonarían en un dueto, conectados por la música.

Al entrar a la habitación, lo primero que el chico vio fue a Romeo recostado en su cama, moviéndose con incomodidad hasta que se sentó. Los demás estaban dormidos, o el menos eso aparentaban, ya que las luces apagadas no permitían ver los rostros de todos.

La parte racional de su cerebro le decía que no hiciera nada, que se quedara en el molde y se fuera directo a su cama para tratar de descansar, pero la otra parte de su cerebro, la estúpida e impulsiva le decía todo lo contrario.

Y Rey no sabía de autocontrol y equilibrio, o al menos no quería ceder ante la parte más humana que había en él.

— ¿Qué pasa? ¿No podés dormir?

— Otto se sacó la ropa y no la dobló. —comenzó a explicar Romeo mientras Rey cerraba la puerta de la habitación— La tiró, y no puedo dormir con desorden. Además, tengo hambre, y no puedo dormir con hambre.

— ¿Y por qué no comiste? Si Ana ya te había sacado todo lo que te incomodaba.

— Quise, pero después de que Ana te frenara para que no tocaras mi comida, vino Única y me empezó a molestar. Después de que te fuiste, Única volvió con Alaska y se sentaron al lado mío, no me dejaron tranquilo ni un segundo y no pude comer nada.

— ¿Qué hizo Única? —la voz de Otto llamó la atención de los dos, debido a su conversación acababa de despertarse.

— ¿Qué sos el novio que saltas por él?

— Salto como saltaría cualquier persona decente, ¿sos idiota?

— ¿Yo? —cuestionó Rey señalándose a sí mismo, para luego caminar hasta su mesa de luz— Ah claro, él es el que hace estos berrinches y escenitas, pero yo soy el idiota. Habría que hacerle un favor y que se haga hombre. —el chico abrió el cajón tomando uno de los caramelos naranja que tenía ahí— No puede andar por la vida haciendo todo ese showcito. Que no le toquen la comida, que no come ni toma nada naranja, que se deje de joder. —Rey se acercó con el caramelo en la mano a la cama de Romeo, tomando asiento a su lado, y estaba a nada de abalanzarse sobre él con la intención de hacerle comer el caramelo naranja, cuando la puerta se abrió de golpe.

No solo se encontraba Merlín en la entrada de la habitación, sino también Ana. Los ojos chocolate de la chica se veían un poco más grandes de lo normal gracias a la sorpresa del momento, rápidamente las comisuras de sus labios decayeron y sus ojos se vieron nublados por lo que parecía ser decepción y enojo.

— ¿Qué mierda estas haciendo, Rey? —cuestionó la chica desde su lugar, a la izquierda de Merlín que también veía la escena sin entender nada.

— ¿Qué haces acá, Ana?

— La pregunta te la hice primero yo, ¿Qué mierda estás haciendo? ¿Por qué Romeo está temblando así? —fue entonces que Ana notó el caramelo naranja en la mano de Rey y como Romeo parecía querer escudarse del chico, mientras Otto estaba a unos pasos con una expresión desorbitada.

— Este estúpido quiere obligar a Romeo a comer esos caramelos de mierda, sabiendo que Romeo no come cosas naranjas y tampoco manoseadas por cualquiera. —explicó Otto.

Ana soltó una risa amarga— Y pensar que por un segundo me habías caído un poco mejor, pensé que eras decente. —por lo general a Rey no le afectaba lo que los demás pensaran o dijeran de él, pero por algún motivo las palabras de Ana sí habían surtido efecto en él, se sentía como agujeros en su pecho que dolían bastante.

— Ana yo, no es ...

— Ay por favor, ahorrate las mentiras ¿Querés? —la chica negó con su cabeza, estaba claro que estaba decepcionada— Sos patético. —el chico apretó sus labios en una delgada línea, y se sorprendió cuando Ana tiró algo hacia él, que por poco casi no llegaba— Te olvidaste tu teléfono en la cocina y había venido a traértelo, que bueno que lo hice porque de no haber sido por el teléfono no habría visto nada de esto. —Ana hizo una pausa, pensando sus siguientes palabras— Al final parece que la fachada del pibe malo no es tan fachada como pensaba, parece que posta sos así de forro con los demás, es bueno saberlo. —murmuró, dedicándole una mirada a los demás, sobre todo a Romeo que parecía haberse calmado un poco, para finalmente salir de la habitación que había quedado en un silencio sepulcral.

Sin decir nada más, Rey se levantó y se dirigió hacia su cama bajo la atenta mirada de los otros tres, sorprendidos de que no le respondiera nada a Ana, que no soltara algún comentario creído o que dejara a la vista lo forro que podía llegar a ser si se lo proponía.

El chico se recostó, tapándose hasta la cabeza con las mantas que tenía la cama, cerrando sus ojos con fuerza como si eso lo ayudara a esconderse. ¿Qué le pasaba? Era Rey. Rey no se escondía, no se ponía mal, nada de lo que cualquier persona le dijera. Ahí fue que entendió un poco de su propia reacción. No era cualquiera quien había soltado esas palabras, era Ana.

Cuando sentía que había avanzado un casillero con Ana, por algo que hacía después terminaba retrocediendo tres. 

Todo por ser un estúpido y tratar de ocultar su parte más humana. Todo por no querer verse débil.

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