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·Página Tres - Capítulo Diez - Toya Tenma Kagamine·



Los caballos blancos, engalanados con centenares de lazos dorados, plateados, y azules claros y oscuros, recorrían las bulliciosas calles, llenas de gente con sus mejores ropajes, con los infantes corriendo por las callejuelas, jugando, los adultos preparando las calles para la comitiva real, los banderines y globos por todas partes, anunciando a la totalidad de la población de Kurushimi acerca de las nupcias de Toya Tenma Kagamine que ese día eran.

El confeti caía de las ventanas de las casas, cubriendo el suelo, y haciendo parecer que esa ciudad, siempre sumida en la depresión y oscuridad, también podía brillar de gozo y felicidad.

Las fuentes emanaban agua cristalina, los árboles y arbustos de las plazas se encontraban recubiertos de ornamentos, como los pilares, las columnas, los bares y las casas, los bancos y farolas, como la capital entera.

Todo Kurushimi estaba de celebración, disfrutando y celebrando una nueva inconveniencia.

La felicidad se respiraba en el ambiente, alegrando a todo el mundo, excepto al propio protagonista de semejante festividad, Toya.

Solo una cosa le preocupaba.

Akito.

Akito.

Y Akito.

Solo el pelinaranja le preocupaba en aquel momento. Quería poder acostarse sobre su regazo, y que Akito le acariciara el pelo. Que le besara. Quería poder complacerle.

Y sabía que eso ya no podía suceder más.

O así creía él que serían las cosas a partir de ese momento.

Tal vez a Mafuyu sí le interesaba algo con Toya. Tal vez, sí que quería que Toya le prestase atención. Puede que le molestara si, en vez de mantener relaciones con ella, lo hacía con Akito, en visitas extraoficiales a Muryokuna.
Se equivocaba.

Pero él no podía saberlo.

Cruzaba el carro por una plaza, cuando Toya vio una figura, vestida con telas vaporosas, en el fondo, junto una callejuela, con pelo marrón oscuro, cortado corto, que parecía observarle fijamente.

Inconfundiblemente, debía tratarse de Ena Shinonome Hitachiin, la hermana mayor de Akito.

Probablemente diciéndole a él lo que está ocurriendo.

Le vio mirándola, y Ena le saludó, sin demasiado entusiasmo. Toya sonrió débilmente, saludándola a ella también, y la gente alrededor del carro estalló en vítores, viendo que el terco y serio futuro heredero de Akuninaru les había dirigido una sonrisa.

Toya miró hacia el suelo de madera del carruaje, avergonzado por ilusionarles sin querer.

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