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·Página Cuatro - Capítulo Uno - Tsukasa Tenma Kagamine·


Ahora, fue una chica, vestida de burguesa de alta alcurnia, la que apareció en forma holográfica. Su semblante parecía serio, y el ver a Tsukasa no pareció mejorar su estado de ánimo demasiado, aunque Tsukasa no pareció darse cuenta.

"Tsukasa-senpai. Qué te sucede ahora...?" dijo, con un tono de voz autoritario y sobrado, altivo.

Tsukasa sonrió, acostumbrado ya a la actitud de esta.

"Solo comprobaba si los Drunoiss estáis bien. Me equivoco al pensar que los 'plebeyos'-" puso un énfasis irónico en la palabra. "tomaron una de las columnas de vuestro palacio, Emu-chan?"

La pelirrosa frunció el ceño, molesta.

"Te agradecería, señor hijo-presidencial o lo que seas," sacudió la mano, restándole importancia al título. "que no me volvieras a llamar nunca más una Drunoiss... comprendes?"
Tsukasa suspiró.

"Sí, lo que quieras. Entonces, estáis todos bien, no? La multitud no os hizo nada, señora Comandante-Suprema del Ejército?"

"Estamos perfectamente bien, en cierto modo gracias a mí." abrió la boca para añadir algo, pero debió decidir que era mejor no decir nada. "No les habrás cogido demasiada simpatía a sus cuerpos, no...? Los retirarán mañana, para prevenir enfermedades." explicó, en un tono despreocupado.
Tsukasa bufó, molesto por su falta de tacto.
"Emu, eran personas que simplemente buscaban la paz entre ambos países, nada más." discutió.

Emu sacudió la cabeza, enfadándose rápidamente.

"Gente que buscaba la paz masacrando a la familia presidencial? Un poco confuso, no crees?" rebatió. Tsukasa no supo qué contestar a eso.

"En todo caso, quien mandara masacrarlos es un desalmado. Podrían haberles apartado, o al menos, una ejecución pública de una y ya. Pero habían niños, Emu..."
Emu pareció perder un poco la altanería, y colgó.

Tsukasa pareció extrañado.

"Porqué cuelga...?" se preguntó a si mismo. Decidió que seguramente tenía alguna responsabilidad que atender, especialmente tras un intento de revuelta contra el presidente.
Decidió que igual le relajaría tocar el piano.

Este había sido un regalo de Rui, quien le había enseñado a tocarlo en una de sus vacaciones en el país de Meereswal, en la ciudad costera de Salzberg.

Empezó a tocar una de las melodías que le había enseñado el pelimorado, años atrás pero vio que la música no le llegaba a tranquilizar. Solo le provocaba nostalgia. Dejó el piano de lado, y se tumbó sobre la cama. Cerrando los ojos, empezó a recordar la cara de su novio.

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