·Página Cinco - Capítulo Diez - Toya Tenma Kagamine·
El murmullo de las olas llegó hasta sus oídos.
Ese sonido que siempre conseguía relajarle, ahora no hizo más cosa que darle náuseas, y el vómito le subió hasta la boca.
Nadie parecía prestarle atención ahora que llegaban al destino.
La gente se hacía a los lados, dejando avanzar al carruaje.
Gritaban su nombre, el de Mafuyu, el de ambos países, y muchas cosas más, pero Toya no podía entender nada.
Solo se concentraba en prepararse para lo que se avecinaba. Su 'gran momento', según las palabras de su madre, quién le explicó con fingida preocupación por él, lo que debía hacer durante la ceremonia, y lo que debía hacer tras eso.
"Seño- Tenma-sama, estamos a punto de llegar... usted debe bajar del carro, lentamente, recuerde." uno de los guardias le habló, y Toya sintió febrilmente, sin llegar a entender muy bien lo que decía el guardia en cuestión. Se levantó, débilmente.
"Muchas gracias, señor..." dejó la frase en el aire, esperando que la completara, pero el guardia hizo una reverencia, abrió la puerta del carruaje, y le invitó a salir.
Toya bajó por las escalerillas de madera. Sabía que debía saludar a la gente que había, pero avanzó, decididamente, hacia el escenario de madera inmenso que se había establecido en el puerto, donde todos esperaban su llegada.
Vió a sus padres, a sus hermanos, sentados en una de las dos gradas al lado de donde se oficiaría la ceremonia. Buscó unos segundos más, ocupando mientrastanto se lugar, donde se casaría con la Asahina, pero no alcanzó a ver a Akito. Solo a Ena, y supuso que Akito debía estar tras ella, escondido, como haría él de poder hacerlo.
Pocos instantes después, un vehículo negro, reluciente, larguísimo, aparcó frente a la tarima. Y apareció el presidente de Kanasi Yù, junto a la joven pelimorada.
Vestía un vestido de volantes, con ornamentos dorados por todo el traje, rosas azules bordadas entre el corpiño y la falda, y una cola que llevaban tres pares de pajecitos.
A Toya le recordó a una gaviota.
Bajó grácilmente por el gran pasillo, cargado de decoraciones, y llegó al altar.
Por guapa que estuviese, fue incapaz de sentir algo hacia ella, más que incomodidad, y miedo. Parecía que Mafuyu sentía lo mismo, ya que evitó la mirada de Toya mientras se posicionaba frente a él.
Un sacristán se puso frente a ellos, y empezó a hablar.
Ambos prometidos miraban al suelo, evitando todo contacto visual, entre ellos, y con cualquier otra persona.
Finalmente, el sacristán pronunció el nombre de Mafuyu, quién le miró, temblando levemente.
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