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Capítulo 7

Si ardo no hay demonio que me queme.
D.S

Depredador

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El camino en la moto es en silencio. No hago el más mínimo intento de hablarle, porque sé muy bien de qué forma le sacaré las palabras cuando me lo proponga. La dejo creer que tiene el control, que haré todo más ameno para ella.

Pero la realidad es muy distinta, en esta realidad, estoy demasiado interesado en dejarle ver que conmigo no se juega, al menos no de la forma en que ella y sus amiguitos lo han estado haciendo todo este tiempo.

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Abro la puerta y me hago a un lado indicándole que pase. La casa está vacía y en completo silencio. Jungsoon ha decidido pasarse unos meses en Seúl, porque prefiere digerir su ruptura con Jin. No me quejo, porque mi hermana me estropearía los planes que tengo con la hermosa pelinegra que está frente a mi. Entra, entro, y luego cierro la puerta a mis espaldas. Le pasó el seguro al instante y noto como se tensa. No me importa, porque hoy, ella no tendrá ninguna forma de escapar de mi.

Le indico que se siente mientras camino por casa deshaciéndome de la chaqueta. Noto su mirada fija en mi y eso es algo me saca una sonrisa ladeada. Aunque lo niegue, no se puede ocultar lo obvio, no se puede tapar el Sol con los dedos.

Me doy vuelta sentándome en un asiento frente a ella y la miro fijamente. Ya no hay nada que me impida hacer con ella lo que quiera, y es inevitable que saber ese hecho, no me produzca una sensación satisfactoria llena de la necesidad por tenerla sobre mi, o debajo mío, no soy exigente.

—¿Fué divertido verme la cara de imbécil? —cuestiono rompiendo el hielo.

Trata de no mostrar sus nervios, no le resulta, desde mi posición logro ver la forma en que los dedos de sus pies se curvan y la forma en que sus manos tiemblan. Guarda silencio, levanta la mirada, su oscura mirada conecta con la mía y me lamo los labios por instinto.

—No te quería en mi vida, de hecho no pedí que llegaras a ella. Así que, cualquier manera que hiciera que ya no estuvieras presente en ella, me parecía razonable. Por lo tanto, si, fue divertido verte la cara de imbécil mientras te pudrías en la cárcel como lo que eres, un criminal. —habla rápido y con el ceño fruncido, aunque esta nerviosa, también está rabiosa.

Dios, como voy a disfrutar esto.

Me saca una carcajada que la hace mirarme como si estuviera loco.

Si reina, estoy loco pero por ti.

—Alguien se ha vuelto muy comunicativa con el tiempo. —expongo cantarino, su rabia, sus palabras, lejos de molestarme, me ponen duro, por eso sí que debería preocuparse— Aunque también lo eras cuando me pedías que fuera rudo. —sonrío como pequeño inocente.

Sus mejillas se tiñen de rojo dándome un pequeño logro, pero aún no estoy conforme, no cuando veo la forma en que sus manos se vuelven puños y se colocan blancos de lo fuerte que los aprieta.

—¿Qué ocurre? ¿Has estado engañando a todos alegando que te violé? ¿Que abusé de ti? —pregunto, y su silencio es suficiente respuesta— ¿Es alguna forma de afrontar que te querías follar al torturador de tu mejor amiga? ¿O es que aún no superas ese hecho y por eso estás haciendo todo este teatro?

Continúa callada, yo continúo observándola. De repente el silencio termina cuando ella suelta una baja risita. La miro divertido, a la par de confuso.

Vamos... muéstrame a la reina perra que tanto me gusta, así tal vez me piense lo de castigarte.

Se levanta del asiento lentamente. Camina hasta mi, y se detiene justo al frente con ambas manos en sus caderas. Es sensual, una provocadora, y desde que caí en su hechizo, no ha habido forma de que logre dejar de pensarla. Mis ojos recorren toda su anatomía frente a mi y las manos me pican, deseosas de palpar todas las maravillosas curvas que tengo frente a mis ojos.

—No estoy engañando a nadie cuando digo que me violaste, porque fue justo lo que hiciste. —comenta con soltura y se agacha, acercando su rostro al mío mientras con su dedo índice acaricia mi barbilla— ¿Piensas en serio que quería acostarme contigo? —hace un puchero luego de preguntarlo y su nariz roza la mía— Vamos, Romeo, ambos sabemos que de los dos, tú eres el torturador en este juego, y yo soy la víctima.

Sus cambios de humor solo son la defensa que necesita para poder estar cerca de mi sin temblar. Pero esos labios, esa sonrisa, incluso esa bonita boca que tanto me gusta, no mienten cuando tiemblan de forma leve.

De forma rápida llevo mi mano a su nuca y armo una coleta improvisada con su cabello mientras aprieto mi agarre en el mismo con un fuerte puño. Soy quien tiene el control, quien decide que hará con ella.

—¿Qué pasa preciosa? —cuestiono al ver que titubea un poco— ¿Ya no eres tan valiente? ¿O es que acabas de notar que puedo hacerte lo que me de la gana en estos momentos porque eres mi maldito premio?

Su silencio otorga y yo me regocijo cuando rozo nuestras bocas. El mero roce me sabe a gloria, pero dejaré lo mejor para el final.

—Eres mi maldito pago, hago contigo lo que quiera, incluso si luego dices que te violé nuevamente. —escupo las palabras de forma tajante y entonces la beso.

No soy suave, joder que no, devoro su boca con pericia y hambre, hambre guardada por tres malditos años. No me responde desde un principio, y aunque me gusta, en estos momentos todo lo que quiero es poseerla. Tiro de su cabello haciéndola jadear de dolor, y aprovechó su despiste cuando deja la boca algo abierta, para así introducir mi boca y comenzar a degustar su interior.

Deliciosa, como siempre.

La boca de mi reina siempre será deliciosa, y siempre me sabrá a gloria. Mi mano libre no pierde tiempo a la hora de manosearla. ¿Juegos previos? ¿Con todo el deseo que tengo de tenerla? No, nada de juegos previos, voy inmediatamente a tocar el punto en el que quiero estar. Hago a un lado la tela de las bragas cuando cuelo mi mano debajo del vestido, y entonces toco lo que me confirma algo que siempre he tenido claro. Bae Joohyun puede negarlo todo lo que quiera, puede decir odiarme, puede quejarse y alegar que la violé, pero su entrepierna, esa siempre está húmeda cada que la toco.

Me concentro en torturarle la boca cuando veo que se remueve frente a mi, intentando escapar. Es incómodo para ella, no me importa, a mi lo que me importa es que la haré llorar de placer mientras no dejo de comerme su boquita. Soy un depredador, uno que muere de hambre y que por fin tiene a su presa favorita al frente, este depredador no piensa dejar ir al ciervo. Acaricio su clítoris y la escucho gemir de forma ahogada mientras alejo nuestras bocas para poder respirar.

—Suel-ta-me. —dice cómo puede mientras respira mal.

Niego con la cabeza mientras me muerdo el labio inferior. Está equivocada.

—Aquí mando yo, Irene, te guste o no, tú y tú coño son míos esta noche, y nada de lo que hagas o digas podrá evitar que termine cogiendo lo que es mío, después de todo, eres solo un pago.

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