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Acto Uno: El renacer del dragón.

❝Llámame por mi nombre

y sálvame de la oscuridad- Bring me to life❞

━━ ˓ ֹ 𖥻AÑO 130 DESPUES DE LA CONQUISTA,

📍DESEMBARCO DEL REY.

LA MUERTE DEL REY CONSORTE, DAEMON TARGARYEN, fue la cúspide para desatar el devastador caos. La reina Rhaenyra Targaryen primera con el nombre, parecía perder los pocos estribos que la mantenían cuerda en el mundo. La paranoia la consumía lentamente al punto que cuestionaba su propia sombra,  y según la mujer nadie era de fiar ni los leales que juraron ante ella, nadie, solamente sus únicos hijos vivos eran dignos.

¿Como pudo perderlo todo? unas cuantas lunas atrás gozaba de gran tranquilidad en Roca dragón. La guerra no tocaba en el lecho,  aun se, se regocijaba por la dulce espera de su única hija, se deleitaba por el cariño de Jacaerys y Lucerys, ¡oh! cada noche se convirtió en lagrimas añorando el regresó del dúo de hermanos. 

Cuando la conflagración estalló inevitablemente las primeras perdidas fueron las más dolorosas; su hija neonata Visenya Targaryen seguida de Lucerys Targaryen, las caídas que marcaron un antes y después. Nunca deseó manchar su trono de sangre pero,  lo hizo. Nunca quiso asesinar pero, fue cómplice de muchos. Nunca aprendió a decir adió pero, tuvo que afrontarlo con Jacaerys. Nunca estuvo preparada para soltar a Daemon pero, se forzó hacerlo.

En una noche como cualquier otra, la reina se encontraba incapaz de conciliar el sueño en el Torreón de Maegor. Un presentimiento ominoso la invadió, sumiéndola en la inquietud. Con consternación palpable se paseaba por su aposento, buscando en vano calmar sus pensamientos intrusivos, sin embargo, en la angustia ordenó llamar a sus vástagos. 

De pronto el temor se cumplió, en la cima de la Colina Alta de Aegon, al otro lado de la urbe, Champiñón contemplaba el despliegue del ataque desde lo alto del Torreón de Maegor con la reina, sus hijos y un par de cortesanos

El cielo pintaba de un inusual tono negro y gélido;  atípicas antorchas condecoraron el panorama, tan numerosas que  «era como si las estrellas se hubieran desplomado del cielo para concentrarse en Pozo Dragón.»

En el desesperó a lo incierto no le quedo de otra alternativa de salvaguardar lo que pudiese. Rhaenyra en medio de la preocupación  envió a  ser Balón, de la Puerta Vieja, y ser Garth, de la Puerta del Dragón, para ordenarles que dispersaran a los corderos, prendiesen al Pastor y defendiesen los dragones regios; pero con tal caos en la ciudad, distaba mucho de ser seguro que los jinetes hubieran logrado llegar, y aunque así hubiera sido, los capas doradas leales que quedaban eran demasiado escasos para tener garantías de éxito, Cuando el príncipe Joffrey suplicó a su madre que le permitiera salir con sus caballeros y los de Puerto Blanco, la monarca se rehusó:

—Si toman esa colina, esta será la siguiente —dijo firmemente—. Necesitaremos hasta la última espada para defender el castillo.

—¡Pero van a matar a los dragones! —dijo el príncipe Joffrey, angustiado.

 —O los dragones los matarán a ellos —respondió su madre sin conmoverse —. Que ardan. El reino no los echará de menos.

—Madre, ¿y si matan hasta a Tyraxes? —respondió Joffrey al borde de la impotencia ; pero la reina no lo creía.

—Son sabandijas. Borrachos, necios y ratas de cloaca. En cuanto prueben el fuegodragón, huirán. A todo esto, el bufón Champiñón tomó la palabra.

—Serán borrachos, pero un borracho no conoce el miedo. Necios, sí, pero un necio puede matar a un rey. Ratas, también, pero un millar de ratas puede acabar con un oso. Lo vi una vez, allá en el Lecho de Pulgas. —Esta vez, la reina Rhaenyra no rio.

La regente  enfurecida por la intromisión mando callar al fiel bufón. No obstante,  solo Champiñón vio al príncipe Joffrey, que farfullaba enfurruñado.  Y la reina se encontraba tan dispersa sosteniendo la mano del menor, Aegon III que cuando reparo la ausencia de su otro hijo, ya era demasiado tarde. 

Se aferraba a ellos como uña y carne pero, por sus delirantes preocupaciones uno de ellos fue tan listo para irse. Temía, la embulló el desesperó « corazón de madre, dirán los sabios« 

—No —se oyó decir a la soberana—. Lo prohíbo, lo prohíbo expresamente. 

 Pero mientras lo decía, su dragona despegaba del patio de armas, se posaba un breve instante en las almenas del castillo y se lanzaba hacia la noche con su hijo, espada en ristre, al lomo

—. ¡Tras él! —gritó Rhaenyra—. Todos, hasta el último hombre y mozo, a caballo, a caballo ya, vayan tras él. Tráiganlo, tráiganmelo, no sabe lo que se hace. Mi hijo, mi querido hijo... 

Siete hombres descendieron a caballo de la Fortaleza Roja aquella noche y se adentraron en la delirante ciudad.  Aegon el menor apretó fuertemente los bordes del vestido de su madre y ella en un intento de salvar la poca inocencia del niño, le cubrió los ojos, la guerra solo terminaba en sacar los aspectos más siniestros de los seres humanos y su dulce niño debía sobrevivir a esta misma.

Syrax necia luchaba por deshacerse del intruso Joffrey,  y una vez más la reina tuvo que sentir el agridulce amargor en la boca; su querido hijo cayó a una altura que ni un jinete podría vivir para contarlo, su corazón dio un brinco acompañándola con un inexplicable vació ¡oh! si tan solo hubiese estado pendiente de su querido niño... soltó un pequeño grito que fue apagado en medio del bulliceó. Aegon el menor, dedujo lo ocurrido  pero, no existía tiempo para lamentos a lo que cogió la mano fuerte de su madre.

— Se ha ido, mamá — pronunció firmemente tratando de contener las lagrimas—  es hora de irnos, por favor, mamá..

Aegon la jalaba pretendiendo  moverla del lugar aunque Rhaenyra aun era necia. Quizás, el estado de shock de la reina ahora era irreversible por lo que unas cuantas palabras por parte de bufón fueron suficientes para dirigir a la pequeña familia real a las cámaras. Allí se debatió un largo consejo con el reducido señores leales a la actual reina. La fortaleza roja no era segura.

A penas saliera el alba la soberana aferrada a su único hijo y pequeño grupo lograron salir de hurtadillas por la puerta de Dragón con la intención de arribar al Valle Oscuro.  El viaje duro un par de días, la soberana en ningún momento se aparto de Aegon pues, la mujer lucia como un dragón colérico e inseguro, temía que sus señores la traicionaran. Desde luego, en medio de la travesia se encontraron con viejos enemigos que trataron de desestabilizar pero, nada derribó a la reina.

Rhaenyra creyó de Lord Stokeworth los resguardaría, no obstante, solo se compadeció y la dejo quedarse una jornada pues, según no tenia suficiente para defenderlos en caso que arribaran allí. Nerviosa y ya con excesos movimientos acudió a la casa Darklyn, tal vez, tendría una oportunidad para recuperarse, sin embargo, otra desilusión se llevo pese que la viuda  de Lord Gunthor  le otorgo un par de días de lecho, no tuvo de otra que huir de allí; los grandes defensores ya no apelaban al partido de la reina.

El trono de hierro, esa absurda guerra, destruyó absolutamente todo lo que la mujer amaba. Sus hijo, esposo, dragones y señores que la defendían. Se mancho las manos, los pecados la volvían loca, la incertidumbre del bueno y el malo, se atrevía alzar la vista hacia  algún cortesano de supuesta buena fe pero, en vez se observar un rostro amigable era  esclava de percibir lo grotesco, intenciones negativas, la burla en los ojos, y en un par de segundo creyó que perdia la cabeza.

Estaba agotada. Quería paz en la poca vida que aun le quedaba. Extrañaba a Daemon ¿como pudo dejarla sola en momentos cruciales? no le basto con revolcarse con Ortigas si no se atrevió a morir a manos de Aemond desamparándola por completo. Lo amaba pero, al mismo tiempo lo odiaba. Las noticias vienen y van aunque arribo una que logro disipar la incertidumbre inicial, Lord Cregan Stark aun luchaba por su causa a lo que terminen la cosecha enviaría guerreros, tropas idóneas para recuperar el trono de hierro. Una vaga ilusión la mantuvo acorde.

La  monarca

 no comía ni dormía bajo el terror  de que algo nocivo atacara de repente. No poseíaa oro, ni dragones que la ayudaran y Lady Meredith les dejo en claro que debían marcharse pues ya habían abusado de su hospitalidad. El maestre Gerardys no respondía la correspondencia así que,  atrapada tuvo que vender la apreciada corona que portaba con cariño para poder pagar un pasaje en un mercante braavosi, el violande.

Los caballeros insistían que debían ir aun lugar mucho mejor, sin embargo, la terca mujer alego que Roca Dragón era su antigua sede además el hogar que jamás debía abandonar, Partieron directo allá.

En los mares, Rhaenyra acobijo contra su pecho al pequeño Aegon, hacia lo imposible para que el niño descansara, relataba historias de la conquista como su padre, el fallecido rey Viserys Targaryen, lo hacia, le cantaba en la lengua Valyria.

— Mi dulce niño— le acarició la mejilla— la vida es complicada aun así asumimos el peso de nuestras acciones con mucha determinación. No permitas que esa linda sonrisa se pierda en medio de la oscuridad, debemos ser tan fuerte como el linaje espeso que corre por nuestras venas. Estoy orgullosa de ti, mi querido Dragón.

— Tengo miedo— balbuceó. Asirse de las prendas de su madre— demasiado.

— Lo sé— suspiró— incluso los más osados caballeros temen aun así la valentía suele prevalecer.

— Me pregunto si mis hermanos tuvieron miedo— dijo en un tono crudo— soy cobarde.

— No lo eres—  respondió con simpleza.

Jacaerys, Lucerys, Joffrey y Viserys. Jacaerys, Lucerys, Joffrey, y Viserys. Jacaerys, Lucerys, Joffrey, y Viserys. No los tenia que olvidar, no debía, era lo que la sostenía firme en un mundo caótico, el recuerdo.

Cuando arribaron a Roca Dragón, la soberana se reboso en una fresca felicidad. Estaba a salvo. Pese el diluvio impetuoso que caía y el cielo opaco, no fueron suficiente  para  desmotivarla incluso al atisbó que Roca Dragón lucía más penumbroso de lo habitual, sin embargo, mantuvo el positivismo tras observar la tranquilidad en el rostro de su joven hijo.

Sir Alfred Broome residió todo el tiempo en su ausencia en Roca Dragón. Nunca le resultó de fiar pero, al recibirla sintió un golpe de familiaridad que por un momento bajo la guardia aunque visualizaba el paisaje desconcertada.

— ¿por qué sir Robert no ha acudido a recibirnos? — inquirió. El pavor poco a poco la consumía pues, el hombre ahora reflejaba un ahora siniestra.

— No se preocupe su alteza, pronto se reunirá con nuestro orondo amigo—  contesto asomando una sonrisa perturbadora.

Rhaenyra agarró más fuerte la mano de su hijo a lo que llegaba a la gran fortaleza del castillo pero, la poca confianza se obstruyo inmediato tras dar pasos atrás totalmente horrorizada. Sir Rober Quince estaba colgado de las  almenas de la atalaya. No lo reconocido debido que el cuerpo estaba demasiado carbonizado, pero dedujo que era el aun así no logro asimilar la perdida tras enfocarse en otros cuerpos, el mayordomo,  el capitán de la guardia, el maestro armero.

Más adelante estaba la cabeza del maestre Gerardys, ese hombre que le había servido murió en su causa. Presa del pánico quiso huir pero, era demasiado tarde. La guardia que los protegia cayeron en batalla y Sir Lorenth Lansadale los defendió con el ultimo soplo de vida; " viv, mi reina" escupió antes de caer muerto.

— ¡Madre, huye! — Grito Aegon con el desespero.

Aegon quizo defender a su madre aun aspi era muy pequeño e inexperto. Rhaenyra acepto en silencio el destino así que como acto de amor se volvió aferrar a su hijo y dejo quelos guiaran adentro junto a sus damas de compañía. Cuando llegaron al patio de armas, se encontraron cara a cara con ese verdugo que tanto repudio, Aegon II Targaryen el usuroador.

Un vuelco de aparente osadía invadió a la mujer dado que dio un paso de frente colocando su cuerpo con la intención de cubrir a su niño, él no la soltaba, no podía.

— ¿Quien ha sido? — cuestionó con la particular burla— quisiera darle mis agradecimientos.

— Hermana— escupió Aegon, segundo con el nombre, con desdén.  El usurpador camino con dificultad, la lucha en el reposo del Grajo lo dejo cojo agregando las múltiples cicatrices que poseía en el cuerpo, la belleza paso aun segundo plano.

— Querido hermano, esperaba que ya estuvieras muerto.

— Tú primero— respondió lentamente disfrutando el ambiente— eres la mayor.

— Me complace que lo recuerdes — sonrió socarronamente ante la ironía— parece que somos tus prisioneros, pero no creas que tendrás mucho tiempo. Mis señores leales darán conmigo.

— Si te buscan en los siete infiernos, tal vez— dijo el usurpador a lo sin previo aviso la arrancaron al lado de su único hijo. Los gritos de Aegon fueron prominentes en el lugar "madre, no por favor. Tómame a mi a pesar de ello a ella déjala vivir, madre, madre, dios te lo ruego,"

Rhaenyra no podía conjeturar bien lo que ocurría, le oprimió el pecho por el hecho de Aegon el menor vociferando plegarias, arrodillado, viéndola fijamente... oh, ella tendría que irse primero por lo visto. Fuego solar parecía tan desinteresado en ella dado que el pobre dragón estaba mal herido, además de agotado y quizá podría sobrevivir a no ser por sir Broome que le dio una zanjada en el  pecho, desangrándose.

Deseo ser salvada. Imaginó a sus hijos muertos y a Daemon rescatándola. Pedía clemencia en sufrimiento.

En el momento que la llamara de fuego cayo la monarca miro al cielo  y pronunció a gritos una ultima maldición a su hermano.

Si los dioses me conceden el fervor de regresar te aseguro que tu cabeza he de jugar, sangre sucia.

Finalmente, Rhaenyra Targaryen partió con el sentimiento de que su pobre e inocente Aegon III seria el siguiente, una madre sufría hasta el ultimo aliento de vida. Sin embargo,  la oscuridad la acobijo en un manto pesado, abrió los ojos deprisa creyendo que lo vivido era una pesadilla pero, no podía moverse simplemente escuchar. Era como estar viva pero a la vez muerta.

— ¿Aegon..Aegon? — fue lo primero que salió de su garganta carrasposa.

— Bienvenida reina Rhaenyra — respondió la lúgubres— un dios de buen corazón te escuchó. ¿Qué estarías dispuesta a negociar para regresar?

La reina quedo muda un rato aunque pasado los segundos logro recuperar la compostura.

— Mi felicidad.

— Un preció justo para un ser sufrido como tú. Trató— la luz se convirtió en un destello más fuerte— Vuelve a nacer, resurge en las cenizas de dragón pero no cometas el error, no te guíes por el corazón por que necio es. Solo tendrás una oportunidad para salvarte, reina.

Cuando estuvo apunto de responder el aire escaso, una fuerza inimaginable la impulso hacia delante,  los dolores en el cuerpo la engulleron como si estuviera masticada por Fuegosolar. Recorrió largo camino más doloroso que el anterior antes de despertar, y al hacerlo tragó una bocanada de aire reincorporándose provocando que la piel se helara por una inexplicable ráfaga de viento.

Observó al costado y vislumbro a quien seria su futuro esposo Daemon Targaryen de pie fijo en el cielo. Rhaenyra aun con dolores en el cuerpo acomodo el vestido y sacudió la arena...Reconocía aquel sitió, lo había vivido pero ¿como? una punzada en el corazón la obligo a salir corriendo pasando de largo de Daemon que la empezaba a llamar, esa voz llena de pasión la extrañó tanto, y las lagrimas pronto se acumularon en los orbes.

Recordaba todo, los sucesos, lo posterior a esto, las perdidas, la guerra, el nombre de los malditos traidores. Los dioses le dieron una segunda oportunidad ¡santo cielo! aturdida, no atendió a los llamados de Daemon y corrió directo al castillo de Lord Corlys.

Ahora más que nunca jugaría bien ese juego por el trono de hierro.

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