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Entre los ancianos de la aldea circula la leyenda de un reino que ningún mortal alcanzará jamás. Invisible para los que no pagan el precio, establecido sobre las ruinas de una choza en un claro del bosque. Oculto entre lo tangible de nuestra época y lo infinito del universo.
En el Medio Oriente llaman "el ojo del Averno" a los portales que te dan la bienvenida a esta dimensión secreta. Arcos monumentales formados de roca y arcilla, que supuestamente, mantienen cautivo a Belcebú. Un ente que puede ser utilizado por los hombres corruptos para acechar a las señoritas más devotas. Con solo pedir su favor y estar dispuesto a sacrificar la vida eterna de tu alma puedes gozar de lubricidad inimaginable.
Kim Namjoon ofreció más que su alma a este demonio para contar con el poder sobrenatural de transformarse en King Cobra.
—Vale la pena.
Murmuró en hebreo Namjoon mientras barría con la vista el pueblo que azotaba desde hace meses. Después del recuento de cómo había obtenido aquella forma demoníaca, solo sentía orgullo. Era reciente aquel cambio, hace dos décadas era un joven picaflor como cualquier otro. Ahora jugaba con la misma jovialidad en el velo de la noche, pero mejor.
De un saltó se ubicó en la cúpula de la iglesia, justo en la cruz, como si la casa del Dios de los católicos significara algo para él. Las nubes dispersas no opacaban a la luna, permitiéndole nutrirse con el reflejo del sol en ella mientras la brisa silbaba justo en su rostro.
Dos paganos fornicaban no muy lejos, algunos perros peleaban por sobras en el cesto de basura de un callejón, un recién nacido lloraba sin consuelo. El ruido de cuando se finge reposar en un sitio tranquilo. No es muy distinto al trajín de la mañana.
El sueño intranquilo de una virgen lo llamaba. Afinó el oído, diseñando en su mente la ruta hasta aquella pequeña recámara. Las sábanas rozaban la piel tersa emanando calor. Suspiraba y hacía mohínes, arrugaba toda la carita pálida mientras pateaba las cobijas fuera del catre dónde intentaba descansar.
Allí se manifestó King Cobra.
Una casa empobrecida de madera donde el aura era fría y grisácea. En la recámara de al lado había un matrimonio de ancianos. Namjoon los conocía, siempre afirmaban que veían un hombre cayendo en los techos para robarse jovencitas. Pero no se percatarían de su presencia hasta que fuera tarde.
La despertó suspirando sobre su rostro. La chica se alarmó al pestañear varias veces y encontrarse con él tan cerca.
—Te llevaré a mi palacio, mundana. Escúchame bien.
El siguiente canto era afrodisíaco y hacía florecer la sensualidad interior de cada jovencita.
—Cuando te entregues, oh, ven a mí. El cielo es mío, y mi paraíso es tu cuerpo. Di las palabras.
La melodía salió de sus labios como hilos rojos que sentenciaron el futuro de la chica. Sellando su destino al influenciarla para decir:
—Tómame si así quieres. Puesto que soy tuya, tuyo es el reino del placer. El velo que cubre mi ser, la piel que profana; llamo al pecado por su nombre.
King Cobra.
King Cobra.
King Cobra.
El conjuro que abría las puertas al reino más fascinante y pecaminoso. Flotó hasta la mazmorra brillante, el ala del palacio donde las vírgenes rendían su ofrenda. Se encontró sola allí mientras flautas infernales interpretaban melodías envolventes en la pared reflectante que tenía al frente.
La chica se inspeccionó a ella misma notando que ya no llevaba su ropa de cama. En su lugar, un vestido de satín rojo moldeaba sus caderas y dejaba apreciar sus pequeños pezones. Era una columna perfecta hasta sus tobillos. Entonces la melodía cambió a algo más rápido, más exigente.
El afrodisíaco fluyendo a través de sus venas le hizo desear compañía. Gritó y cayó sobre sus rodillas. Al sentir que la temperatura aumentaba en su piel y el sonido de la flauta nublaba sus sentidos, el vestido desapareció.
Quedó desnuda y King Cobra se alzó ante sus ojos. Algo en su interior le obligó a apoyar la cabeza en el suelo en una reverencia profunda.
—Mi rey.
Gritó de nuevo con la fuerza del orgasmo azotando su cuerpo. Respondía con fiereza a la tensión sexual del ambiente. A su alrededor cientos de especies copulaban. En ese plano se representaban todos los orgasmos del mundo terrenal.
Y King Cobra iba a robarle uno de esos para su colección.
La posó sobre la cama de mil besos que era más suave que la seda y caliente como el infierno.
La penetró sin demora viéndola a los ojos sin que ella sintiera dolor alguno. En ese reino el dolor existía solo si el vejado así lo disponía.
—Mi hombre.
Murmuró ella extasiada por fin viéndolo a los ojos. Eran celestes. Enredó los dedos en su cabello rubio, o con miles de colores, quizá el éxtasis no la dejaba apreciar correctamente.
—O debes ser un ángel.
Él le mordió el cuello con suavidad e incrementó la velocidad. Sus caderas angulosas golpeando el lugar correcto en el húmedo interior de la chica. Estimuló zonas erógenas que los humanos ni siquiera conocían y la hizo retorcerse entre los besos de mil herejes. La rodeó con sus brazos cuando el clímax la superó por quinta vez consecutiva, y solo entonces, dejó fluir su semilla demoníaca en ella.
Esto solo avivó más la pasión, puesto que el fluido blancuzco que expulsaba era el afrodisíaco más potente para una novata mortal.
Pasaron días en una copulación sin interrupción, o bien, por un par de horas en el plano terrenal.
King Cobra le dedicó un beso y otro canto místico para transportarla de nuevo a su habitación. Le dejó conservar el vestido rojo de satín para que recordara con claridad lo vivido. Pero tomó algo a cambio. Siempre lo hacía.
Saltó hasta la puerta principal de la vivienda y colgó una particular prenda de la señorita manchada de sangre y lo que parecía simple semen.
Desapareció en un abrir y cerrar de ojos, con su cabello alborotado y anchos hombros desnudos, ansioso de escuchar el escándalo en la mañana y hacerse el desentendido.
Todos sabían lo que aquel símbolo indiscreto significaba, pero desde luego, nadie sospecharía que el sastre del pueblo se convertía cada noche en un saqueador de camas.
𝐍𝐨𝐭𝐚: ¿𝑸𝒖𝒆́ 𝒄𝒓𝒆𝒆𝒏 𝒒𝒖𝒆 𝒄𝒐𝒍𝒈𝒐́ 𝒆𝒏 𝒍𝒂 𝒑𝒖𝒆𝒓𝒕𝒂?
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