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PRELUDIO

El alfa aspiró profundo. El olor a sangre lo hizo hacer una mueca y podía sentir la misma en la boca, haciendo estragos.

El frío de invierno le helaba la piel y sentía los dedos de las manos entumecidas. La nieve a su alrededor estaba pintada de escarlata. Unos cuantos cadáveres alrededor siendo señal de lo que había pasado momentos antes.

Sus instintos se pusieron alerta cuando olió aquél aroma tan conocido para él. Su nariz se arrugó en un intento por aspirar más profundo, tratando de ignorar la sangre que se colaba en sus fosas nasales.

Sus ojos se oscurecieron al ver a un alfa traer a su omega. La mujer llevaba un bonito vestido rosa palo que dejaba al descubierto sus hombros, su cuello y la marca de su alfa se veía brillante. Sin embargo, su vista cayó en la expresión de la omega.

Su rostro estaba hinchado de tanto llorar, las mejillas húmedas y frías por lo mismo, con el bonito maquillaje que la caracterizaba arruinado. El cabello largo y negro que alguna vez estuvo atado en un bonito moño estaba desaliñado, pues el alfa la sostenía del mismo con fuerza.

Sus pies estaban descalzos y la vio temblar de frío en medio del bosque, con sus pies desnudos sobre la fría nieve. El alfa en el hombre gruñó y mostró sus dientes al contrario, quien negó con una sonrisa y mostró el artefacto en su mano.

Una pequeña daga en la misma que se acomodó en el cuello de la omega, justo sobre la marca.

Espera un poco más, aguanta intentó decirle a través del lazo, mirando los ojos ámbar de la mujer, que sollozó un poco más al oír la voz de su alfa en su mente.

No puedo, ya no más respondió y algo en el alfa dolió, turbado por la manera en que su omega parecía darse por vencida.

No. No podía ser eso posible. La omega era la más fuerte que alguna vez conoció, tenaz y valiente, sin miedo a ningún alfa, sin dejarse intimidar y, sobre todo, la admiraba por jamás, jamás someterse ante la voz de mando.

–Majestad –gruñó ante el llamado del alfa, mostrando los dientes y la mandíbula se le sintió pesada por la presión. Mas se relajó porque vio al contrario acercar con más ímpetu la daga en el cuello de su omega–. Sabe que ya no hay salida. Si la reina muere, usted no tendrá más que un par de días.

–Imbécil –ella susurró, con la voz en un hilo, con secuelas del llanto y aguantó las ganas de chillar cuando la punta de la daga se clavó en el centro de su cuello. Sin embargo, no se dejó intimidar.

Su omega en ella siendo tan salvaje que no permitía que bajara la cabeza ante una amenaza, y menos si sabía que tenía a su alfa frente a ella y a sus cachorros escondidos cerca de ahí.

–Oh, majestad –el alfa burló, sin miedo–. Créame que me han insultado de peores maneras –el mismo alzó la vista cuando el gruñido del Rey se escuchó por el bosque, con un eco que le helaría la sangre a cualquiera.

Su lobo se encogió, pero no lo dejó a la vista.

–Déjala, obedece antes que los guardias lleguen-

–Oh, querido Rey –el alfa le dijo, con un deje de burla en la voz y una risa ronca–. Los guardias no vendrán, tienen órdenes de su majestad para no estar aquí, ni en su ausencia y la de la reina –la omega jadeó, entendiendo por fin lo que sucedía.

Su cuñado.

Él estaba detrás de todo, no como si no lo sospechara pero que se lo confirmaran -indirectamente- le helaba la sangre. Ansiaba estar equivocada pero no, el hombre estaba detrás de todo.

–Eres un traidor –la omega forcejeó, saliendo de su agarre y su bonito vestido rosa se rompió de la pierna derecha, dejando a la vista su lechosa piel blanca, nívea.

Al alfa se le hacía agua la boca al verla tan... frágil.

–¿Y sabes qué les hacemos a los traidores? –interrumpió el hilo de pensamientos que se instalaban en su mente y el alfa alzó la vista, no perdiéndose las expresiones serias de la pareja–. Los castigamos, uno a uno. Aprenden lo que es sufrir de verdad hasta que ruegan por su muerte, eso les hacemos a quienes nos traicionan-

–No será necesario, majestad. Porque para cuando ustedes quieran hacer algo, será tarde.

–No-

–Silencio, amado Rey –le apuntó con la daga y el contrario gruñó, el lobo en él furioso por obedecer a otro alfa–. Déjeme explicarle lo que ha pasado y lo que pasará cuando acabe con ustedes.

–¿Tú? ¿Un alfa de bajo rango contra mí? ¿Contra nosotros? Te das demasiado mérito, no eres más que un alfa común –el rey contuvo el aliento cuando la daga apretó su cuello, justo sobre su manzana de Adán.

–Por esto mismo es que su majestad es mucho mejor. Él-

–Él te está usando –la omega interrumpió llamando su atención y el alfa casi salivó al verla temblar de frío–. No le interesas. Te usa y te pone en nuestra contra, si te arrepientes y dejas esto como está, podremos tener un poco de compasión.

–No quiero su compasión –susurró enojado–. Ustedes han hecho de este reino una abominación. Su abuelo- el antiguo rey no permitiría que nada de lo que ustedes hacen sea legal. Alfas y omegas no pueden mezclarse. Los alfas mandan, los omegas obedecen. Es lo que es y ustedes no pueden cambiarlo.

–¿Eso crees? Mírate –el alfa retó, con un atisbo a voz de mando que hizo a la omega parpadear incrédula–. Un alfa como tú, que tanto presumes de ser superior. Te doblegas ante lo que dice mi hermano, el alfa en él se sobrepone en ti, ¿No? ¿Qué se siente? Dime –lo vió apretar los dientes, la daga clavándose un poco más en su carne y a pesar de eso, el alfa tenía un poco de sentido común y, ¿Debería hacerlo?

¿Debería matar al rey?

–¿Qué se siente saber que ni siquiera siendo un alfa varón puedes lograr liderar esta matanza que él ha ordenado? No eres más que un muñeco de trapo que él manipula a su antojo. Y apuesto que tu lobo es tan débil que ni siquiera te atreves a hacerlo. Vamos –instó con la mirada brillante, sintiendo la angustia de su omega a través del lazo–. Mátame –dijo.

La omega jadeó, oyendo las palabras de su alfa y el aire abandonó sus pulmones cuando una fina línea de sangre comenzó a descender.

Alfa, no por favor le llamó a través del lazo y vio a su marido dejar caer el anillo que hacía juego con su collar. Mismos que habían pasado de generación en generación para los reyes y reinas del reino.

Vete escuchó en la mente y miró atónita a su marido, siendo apresado por el alfa quien no miraba nada que no fuera al gobernante.

No puedo hacerlo

Hazlo. Vete, encuéntralos y asegúrate que estén a salvo

Si mueres, yo muero

Al menos moriremos sabiendo que están bien, vete

Con lágrimas silenciosas cayendo de sus lindos ojos, la vista nublada y con la poca fuerza que tenía, corrió.

Corrió sin mirar atrás, sin prestar atención a los olores fétidos que la rodeaban, su lobo aullando en tristeza por la lejanía con su alfa, pero su instinto siendo más fuerte.

Podía sentir los pies arder de frío, el aire haciéndole temblar y las lágrimas parecían hacerse hielo al momento que caían por sus ojos.

Debía encontrarlos, antes que ellos lo hicieran. Debía asegurarse que estarían a salvo y que nada ni nadie los lastimaría, que crecerían para tomar sus lugares y que se unirían a la causa. Su causa.

Debía hacerlo, por el reino, por la memoria de sus padres, de sus suegros, por ella, por sus cachorros, por su alfa.

Oh, su alfa.

Sintió frío el corazón. Un frío peor que el que la rodeaba, como agujas de hielo que se clavaban en su piel y la hacían querer llorar y gritar de dolor. Tocó su marca, sintiendo húmedo y cuando miró sus dedos, las lágrimas le nublaron de nuevo la vista.

Sangre.

Tenía que darse prisa.

Ni siquiera tuvo el tiempo para llorar y lamentar la muerte de su alfa cuando sus instintos se pusieron alerta, la omega en ella buscando a toda costa la esencia de sus cachorros. Estaba cerca.

Caminó rápido, sintiendo las piernas flojas, la rotura del lazo haciendo efecto en los primeros minutos y es que, el lazo era tan bueno, tan puro, tan lleno de su amor que en el instante en que se rompió y la omega lo sintió, sabía que no tenía más que unas horas para vivir.

Miró la gran roca que se extendía cerca y suspiró, aliviada de oler a los cachorros y corrió a ellos, suspirando al verlos sanos, como los dejaron.

El bebé recién nacido hacía unas dos semanas, dormía plácidamente en la canastilla, rodeado de gruesas cobijas, bien abrigado con un mameluco azul grueso, guantes y un gorro de lana blanco que había sido de su madre cuando era una bebé también. Oh, su pequeño.

El mayor, contrario a lo que pensó, estaba despierto, cantando una canción de cuna, acariciando la mano de su hermanito, sin darse cuenta de la presencia de su madre, balbuceando algo que hizo a la mujer aguar los ojos, su pequeño de cuatro años siendo la viva imagen de su padre, enesencia, cuerpo, rostro, personalidad... Excepto por el lobo.

Querido cachorrito, mamá ya vendrá
Querido cachorrito, papá ya vendrá
Iremos a un prado, y jugaremos
Hermanos tú y yo, juntos tú y yo

La luna nos mira y nos da felicidad
Mamá y papá nos cuidarán
En un lugar lejos de aquí, viviremos feliz
Querido cachorrito, mis papás volverán

La omega sentía que su corazón volvía a romperse en millares de pedacitos, oyendo la improvisada canción que su hijo le cantaba a su hermano, no siendo consciente si el cachorro lo oía, pero ella aseguraba que sí, porque el bebé estaba tranquilo, con sus ojos cerrados y no parecía molesto para nada.

–Hey –susurró bajito haciendo que el menor la mirara, con ojos grandes y sorpresa en los mismos.

–Mami –susurró y estuvo por levantarse y correr a ella, pero la mano de su hermano, apretando su dedo se lo impidió.

–Tenemos que irnos, amor.

–¿Con papá? –negó, sintiendo un nudo en la garganta y entre más tiempo pasaba, más le dolía el pecho, menos fuerzas tenía.

–Iremos- los llevaré a un lugar, y luego me iré.

–Mami –el niño llamó–, estás sangrando. En donde papá muerde, ¿Te mordió fuerte? –sollozó.

–Claro que no, amor. Tu papá es el mejor alfa del mundo, jamás me haría daño.

–¿Entonces?

-Eres muy joven para entender. Tenemos que irnos-insistió y tomó la canastilla donde el bebé dormía plácidamente.

El mayor de sus cachorros limpió la nieve de sus pantalones y acomodó su gorro, asegurándose que su hermanito no tuviera demasiado contacto con el aire invernal. El pequeño alfa era apenas un recién nacido y debían de cuidarlo, Seokjin sabía muy bien aquello.

-Mami -llamó al verla llorar tan triste que el pequeño en la canastilla se removió por la tristeza de su madre-. Mami -insistió y el pequeño cachorro se sintió triste al verla.

Sus ojos estaban rojos de las lágrimas, su aspecto desaliñado y descuidado, la ropa que vestía estaba sucia y rota, y si el pequeño se concentrara en oler, sabría distinguir el olor de su madre y su padre, combinado con un alfa desconocido y a sangre. Angustia. Muerte.

La mujer apenas se sostenía de pie, con la canastilla en manos y sus mejillas húmedas y frías por las lágrimas que aún caían de sus ojos.

La reina jamás se había visto así.

-Tenemos que irnos, bebé -le dijo, tratando de calmar su lobo. Susurrando a su cachorro mientras le acomodaba el gorro en la cabeza.

Seokjin tembló al sentir la mano fría de su mamá sostener sus dedos tibios. Su mano temblaba y cada cuántos pasos le apretaba la manita, tratando de mantenerse en pie.

Sus sentidos se pusieron alerta cuando miró lafrontera con el reino vecino. Oh.

Miró a su madre en busca de una explicación, pero la omega simplemente lloraba, arrullando al cachorro en la canastilla, no prestando atención a nada que no fuera llegar a la frontera.

Ahí. Tenía que llegar ahí y todo estaría bien. Suscachorros estarían bien. Tenía que aguantar.

-Mami -Seokjin se detuvo. Su madre lo miró entre la cortina de lágrimas que había en sus ojos y sintió el alma abandonar su cuerpo cuando el pequeño negó, mirando la valla que los separaba del reino contrario-. Papá dice que es peligroso ir ahí. No sabemos cómo van a reaccionar.

-Te prometo mi vida -se agachó a él, acariciando sus mejillas y peinando sus castaños cabellos-, que no pasará nada. Los ayudarán, a ti y tu hermanito.

-Pero mami -la mujer soltó un llanto más fuerte,negando y se inclinó hacia enfrente, sosteniendo su pecho en un intento de mitigar el dolor.

Su lobo apenas reaccionando a olores, a su instinto y apenas y podía mantenerse cuerda para proteger a sus cachorros, no siendo consciente de que con cada minuto que pasaba, más cerca estaban los guardias y con ello, las probabilidades de mantener a sus pequeños con vida, iban reduciendo.

-Seokjin, amor. Mami no puede ir con ustedes -la vio quitarse un anillo de su mano y abrió los ojitos en grande al ver que ese, era el anillo de su papá-. Esto es tuyo, mi amor. Papi me lo dió para ti.

Le sostuvo de los hombros, mirándolo con una sonrisa forzada, mantenido las lágrimas dentro y no quería que la última vez que su pequeño la viera fuera así. Siendo una mujer débil. Jamás.

-Papi quería que supieras que tu hermano y tú son elmejor regalo que la diosa Luna nos dió. Son fruto del amor que nos tenemos -atrajo la canastilla, sacando al cachorro de la misma, cargándolo entre sus brazos y escondiendo entre sus ropas el collar que ella había llevado en su cuello, a juego con el anillo.

-Mi hermanito está cansado -susurró Seokjin y su madre asintió, besando su frente y restregando su mejilla en ambos, tratando de hacerles recordar su olor.

-Seokjin, tu papá y yo siempre te amamos. A ti y tuhermano, no importa que él apenas haya nacido. Tú y él siempre fueron nuestra motivación. Este anillo -tomó la manita de su hijo, apretando un poco-, es prueba de lo que eres. De quién eres y lo que te pertenece. La silla de papá, la grande con oro, esa silla es tuya. Ese reino, es tu reino. Tuyo y de tu hermano. Eres apenas un cachorro, pero entenderás algún día que naciste para ser rey. Tu lobo no va a definir si se te da el puesto o no. Te pertenece, a ti, al primogénito del mejor rey de este reino. Y este anillo, que fue de tu papá es prueba de ello.

-¿Y el collar? -señaló y su madre miró al cachorrito en brazos.

-Este collar es para tu hermano. En un futuro ambos sabrán entender, y hasta que ese momento llegue, los acompañare. Papi y yo, por medio de estas joyas, quiero que sepas que estaremos aquí. No hagas que tu hermano lo olvide. No lo permitas.

-No mami -prometió.

A la mujer se le erizó la piel, estaban tan cerca de la frontera, tan justos de tiempo y tan carentes de energía que dudaba de poder completar la misión, sería un milagro si al menos pudiera llevar a sus cachorros más allá del frondoso bosque.

Una ráfaga de aire helado los sacudió y el pequeño recién nacido no hizo más que soltarse a llorar, ajeno a su alrededor, pero sintiendo desde su nacimiento, la angustia de la omega que lo cargó en el vientre por meses. La mujer lo arrulló, en un intento desesperado de acallar su llanto y no llamar a los guardias reales a su ubicación.

-Ven aquí, mi amor -Seokjin se acercó a ella y un escalofrío recorrió su espalda al sentir sus labios fríos y resecos sobre su frente. Cerró los ojos, disfrutando el contacto y miró a la omega una vez más -Corre -su voz, más profunda de lo normal le erizó la piel. Los ojos de su madre antes de un perfecto color chocolate, se habían transformado a unos ojos dorados, brillantes y con ligeras motas de café en ellos.

Una omega peculiar.

Una vez oyó a su padre llamarla así, y Seokjin apenas lo veía, su madre era extraordinaria, con una voz de mando de la que sólo su padre era conocedor y ahora, él lo hacía.

-Sin mirar atrás, corre y no te detengas hasta que estés completamente segura, vas a entenderlo un día, ¡corre! -no necesitó repetirlo, el omega en Seokjin se sometió rápidamente a la voz, demasiado indefenso para siquiera refutar, demasiado débil y sin entrenamiento para al menos entender a dónde e debía ir.

Corrió sin mirar atrás, rápido como veía que los guardias entrenaban en el palacio, saltando los troncos caídos que se atravesaban en su camino por el bosque, con la nieve brillando en todos lados a su alrededor, ¿a dónde ir? Sus piernas delgaduchas y cortas no eran demasiado rápidas para ir hasta la frontera y pedir ayuda como su madre tenía planeado, pero no sabía dónde estaba. Se detuvo por un minuto, sólo mirando a todos lados y no sabía dónde estaba, todo era igual, árboles sin hojas por el invierno, con los troncos secos.

Temió por su vida.

Un Seokjin de apenas cuatro años sintió el temor calar en lo más profundo de su ser, sintiendo la angustia de un lazo familiar quebrado, no sentía a su madre cerca, mucho menos a su padre y el poco tiempo que pasó con su hermanito era casi nulo como para crear un vínculo.

Pero el miedo y el instinto de supervivencia lo dominaron y volvió a correr, ahora colina arriba, si se ocultaba quizá-

Sus pies se enredaron en unas ramas y su cuerpecito, delgado y pequeño cayó sobre la nieve fría, abrió los ojos tras el golpe y su rostro se arrugó en temor al ver unas gotitas de sangre sobre la nieve, tocó su mejilla y se encontró con una cortada superficial apenas. Y un grito se atascó en su garganta al ver un par de piernas a un par de metros suyo.

Un guardia real. Lo conocía, solía cuidar a sus padres en el reino y cuando tenían que viajar a las fiestas, era un alfa agradable la mayor parte del tiempo, y a él y su primo les gustaba gastarle bromas por todo el palacio. Pero lucía distinto, con la mirada demacrada y unas gotas rojas salpicaban su rostro y su traje de cuerina blanca.

-Oh, alteza -susurró con la voz en un hilo y Seokjin se encogió. Se dejó hacer cuando el alfa se acercó a ayudarlo y limpiar la sangre que salía de su cortada-, ¿Qué ha pasado, alteza? Sus padres-

-Mamá me dijo que tenía que correr, me perdí- ella quería que fuéramos a la frontera, donde papá no le gusta -habló rápido, desesperado para un infante y al alfa se le aguaron los ojos.

-¿Fue muy lejos, alteza? -Seokjin asintió-, es mejor que te escondas, Seokjin, sabrás entender -el menor azotó su pie contra la nieve, el alfa lo miró, con súplica en los ojos.

-Mamá dijo lo mismo, que iba a entender, papá decía lo mismo, todos lo dicen, pero no voy a entender si nadie me explica, por favor -el alfa suspiró rendido y se dejó caer de rodillas frente al niño.

Suspiró, tomando valor para decirle al pequeño príncipe qué estaba sucediendo, para explicarle que muy probablemente sus padres ya habrían muerto y que a él le cortarían la cabeza en cuanto los guardias lo vieran por haber sido considerado un traidor al nuevo régimen.

-Esto es una guerra, alteza. Sus padres- ellos ya no están -algo en el pequeño se quebró, era inteligente, le gustaba presumir que era mejor que su primo Namjoon y entendía las cosas, entendió lo que el guardia le quiso decir.

-Pero-

-Te van a buscar a ti, quieren a tu hermano, él es necesario para que tus tíos consigan lo que quieren, sé que eres inteligente, que entiendes. Por eso tienes que esconderte, te llevaré a un lugar seguro y nadie te va a encontrar, pero tienes que confiar, ¿sí? Juré por mi sangre que iba a cuidar a la familia real mientras la Luna me diera la vida, y lo haré.

Seokjin se dejó hacer, el guardia lo cargó sobre su espalda, porque un príncipe como él no debía de recibir menos atención y lo llevó caminando hasta los límites del bosque prohibido, hasta donde la valla de la frontera terminaba y los árboles se volvían menos densos. Al centro del pequeño lugar había una cabaña.

Una mujer, con el vestido de tela simple y café salió corriendo del lugar, Seokjin la reconoció como una beta, y era demasiado parecida al guardia.

-Hermano... -ella susurró aliviada y miró atónita al niño-, es-

-Es el primogénito, su alteza Kim -la mujer se inclinó, casi de rodillas, en una reverencia frente a él, y sólo se puso de pie cuando Seokjin asintió como su madre le enseñó que debía hacerlo.

-Alteza, es más lindo de lo que mi hermano me había dicho -susurró y su sonrisa, aunque amable, se veía forzada-, ¿Trajiste al menor? -susurró y a Seokjin no le costó entender que se refería a su hermano menor, Taehyung.

-No, sólo encontré al primogénito. Estaba solo.

-Alteza, puede entrar a la casa, es seguro -ella le dijo al verlo temblar de frío.

Seokjin miró al alfa, el guardia asintió en su dirección y confió, adentrándose en el lugar, pero no demasiado, lo suficiente para que el frío invernal no se colara en sus ropas de cuero y para poder escuchar la conversación entre el par de hermanos.

-¿Sabes si siguen con vida?

-Lo dudo -el alfa se dejó caer sobre un tronco seco y su hermana le tomó del hombro.

-Haewon -ella le llamó y Seokjin sabía que ese era su nombre-, no regreses más, quédate aquí.

-No puedo hacer eso, Miyeon -él susurró demasiado desesperado-, juré que cuidaría a los reyes con mi vida-

-¡Van a matarte! -ella gritó.

-Sabíamos que esto pasaría cuando decidimos apoyar a los reyes, sabíamos que correría sangre y que, si perdíamos la guerra, no habría compasión de esos traidores.

-Al menos dime, ¿qué haré yo?

El alfa se puso de pie y se acercó a ella.

-Conseguí un lugar para ti, un trabajo que va a darte una vida digna. Es cruzando por el puente, cerca de la franja de Daegu, junto al pozo. Se hacen llamar Jeon, búscalos y diles que eres mi hermana, ellos ya están al tanto. Sabes defenderte, peleas como yo y tienes el entrenamiento de un guardia real, me aseguré de eso.

Seokjin la vio sollozar y se preguntó si esa sería la reacción de su hermanito al separase de él, si el pequeño cachorrito estaría llorando por tenerlo lejos.

-¿Qué haré con su alteza? -su mención llamó la atención del pequeño.

-Cuídalo, por favor. Es joven y sabe lo que pasa. Sus padres murieron para protegerlo, para que tome las riendas de este lugar cuando sea tiempo, vela por él, por favor -Miyeon asintió, con lágrimas en los ojos y abrazó a su hermano una vez más, lo suficientemente fuerte para no olvidar su tacto ni su esencia, porque ella sabía, sabía que cuando se fuera, no volvería jamás.

Era lo que iba a pasar en cuanto saliera a las faldas de esa rocosa montaña en las orillas del bosque, de su escondite que había sido testigo de todos los planes que se llevaron a cabo, donde hasta los reyes habían asistido, todo con la esperanza de salvaguardar el reino.

-Debo irme, tengo que saber cómo ha quedado el reino. Y entregarme si ya no queda otra opción -su hermana tragó duro.

-Mantente a salvo, el mayor tiempo posible.

-Lo haré -Haewon besó la frente de su hermana, antes de girar sobre sí y marcharse colina abajo, sin mirar atrás, perdiéndose entre la nieve del lugar.

Seokjin corrió dentro de la casa cuando miró a Miyeon acercarse, la beta entró también, cerrando la puerta e intentó sonreírle, aunque Seokjin sabía que era una sonrisa falsa y triste.

-Alteza, espero que mi comida sacie su hambre, ¿gusta comer? -y apenas ahí, Seokjin fue consciente del aroma a arroz que invadía la casa.

Asintió demasiado tímido y la beta lo condujo a la cocina pequeña, no era más que una mesa de madera y unos bancos del mismo estilo. Se sentó primero, observando la comida de la beta y era abrumadora la atención que recibía, con la beta esperando a que él diera el primer bocado y el permiso para sentarse con él, con un príncipe.

-Puedes comer, ven -replicó lo que veía hacer a su padre y ella sonrió, demasiado agradecida con la Luna de que el futuro Rey del lugar fuese un alma tan pura y caritativa.

-Alteza -llamó en medio de su comida y el niño de cuatro años la miró-, va a vivir conmigo ahora, ¿lo sabe?

A Seokjin no le hubiera gustado confirmarlo, asintió, rendido de pedir volver con sus padres o su hermano porque no sucedería nunca.

Lejos de ahí, casi cerca del Río Cristal, la omega apenas respiraba, sus ropas manchadas de sangre dejaban un camino visible y qué más daba, la habían encontrado. Huir no era una opción.

Los pasos de guardias corriendo tras ella la hicieron encogerse, ya demasiado débil para defenderse, ni siquiera su omega era tan fuerte para soportar tanto por un día.

-Deténgase, majestad -la furia burbujea en la boca de su estómago. Es el alfa que ha matado a su marido y se gira sobre sus pies para enfrentarlo, con la canastilla del bebé en manos-. Se terminó, es mejor que deje de luchar -ve a su alrededor, está rodeada por más guardias, ni siquiera los reconoce, pero apuesta que han sido reclutados para la traición.

-Eres un traídos-

-Ya lo ha dicho, ahora, deme al bebé y dígame donde está ese omega.

-El primogénito -ella corrigió-, cruzó la frontera -la sonrisa del alfa perdió valor y se acercó a ella, arrebatándole la canastilla de las manos y el jalonea provocó que el bebé volviera a llorar.

Uno de los guardias sostuvo la canasta, a ninguno importándole siquiera el llanto ni ver a su reina en tal estado.

-Eres una zorra -el alfa le susurró y a Eunha se le fueron los sentidos cuando un golpe cayó en su mejilla, con fuerza suficiente para tirarla a la nieve-. Omegas como tú deben ser eliminados, omegas con voz de mando no deben existir y el reino vecino va a matar a tu hijo cuando sepan que es igual a ti, van a enterarse y-

Un chorro de sangre le salpicó el rostro. El cuerpo de la omega había dejado de moverse y alzó la vista al guardia tras ella, con la espada ensangrentada.

-Platicabas mucho -se excusó-. Ya lo has dicho, van a encontrar al niño, lo matarán, no tienes de qué preocuparte.

-Haewon -él susurró, limpiándose la sangre del rostro-, es un milagro verte por aquí. Recibí noticias -se puso de pie y pasó por encima de la omega muerta, me dijeron que eres un traidor, que apoyabas... lo que sea que el antiguo rey y esta omega tenían planeado.

-Lo hago -fue firme con sus palabras.

-Eres muy valiente al aceptarlo, sabes que tengo que matarte, ¿no?

-Moriré por la causa, me temo.

-Vas a rogar por tu muerte, me temo -imitó el tono de su voz y Haewon ni siquiera se inmutó.

-Al menos, habré evitado que Junseo haya matado a la reina. Oí que la quería viva y él mismo matarla, no lo hará ahora. Prometí que les daría una muerte digna antes de que Junseo pudiera tocarlos al menos.

-Voy a matarte-

-Tampoco será necesario -con la velocidad de un rayo y una agilidad digna de un guardia real, sacó una daga de plata que tenía en el cinto y a vista de todos ahí, la clavó en su cuello.

Su sangre se combinó con la de la omega, y su cuerpo inerte se desparramó sobre la nieve.

El alfa chasqueó la lengua y sólo ordenó porque los guardias restantes envolvieran los cuerpos en sábanas y los cargaran hasta el río cristal, sobre el puente.

Justo ahí ya estaba esperando una carrosa real, color celeste y con las cortinillas rojas, de ahí salió.

Kim Junseo se imponía entre el resto de alfas, y sus ojos que se coloreaban de dorado hizo que los demás en el lugar bajaran la vista.

La sonrisa de Junseo sin embargó, desapareció al momento que miró los cuerpos.

-Él la mató, y luego se suicidó -confesó el alfa guardia y Junseo lo miró serio.

-¿Y el niño?

-Sólo pudimos traer al menor, el alfa.

-¿Y el omega? Sus dientes rechinaron al decirlo.

-La omega lo llevó a la frontera y dijo que estaba ahí -Junseo torció los labios.

-Lo matarán cuando sepan que es un omega de los nuestros. No le doy ni un día en ese lugar. Denme al bebé.

Uno de los guardias le pasó la canastilla. En medio del tumulto de cobijas, un poco salpicadas de sangre, estaba el pequeño. Su piel era un poco tostada, y sus ojos eran iguales a los de su madre. Pero era un alfa, un alfa que era la pieza clave de su plan y tenerlo en su poder le hacía crecer el pecho.

Sólo tenían que fingir que los reyes murieron en un accidente y que el alfa fue el único sobreviviente. Tendría lo que siempre quiso, el reino.

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