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OO9

Jinsol seguía agarrada al brazo de Jungeun. No sabía por qué. Se dijo a sí misma que debía soltarla más de una vez, pero le preocupaba que, si lo hacía, la otra mujer se alejara flotando, se desplomara en el suelo o se quedara allí parada, tan perdida como en el vestíbulo.

O tal vez fuera que le gustaba el tacto sedoso de su piel bajo la suya. El pensamiento fue como un calambre que la obligó a apartar los dedos y derramó un poco de champán sobre el suelo de rejilla del porche.

Jungeun no pareció darse cuenta. Cuando miró alrededor y dio un sorbo de su copa, no flotó ni se encogió, aunque seguía con los ojos muy abiertos. Era fascinante ver a aquella mujer audaz y descarada como un cervatillo perdido en el bosque. Jinsol no estaba segura de a qué se debía, pero se moría de ganas por saberlo, y precisamente por eso se tragó las preguntas con un sorbo demasiado largo de alcohol.

—¡Hola! —la llamó Heejin desde el otro lado del patio, mientras arrastraba a Minhwan por el brazo en su dirección—. ¿Por qué has tardado tanto?

—No han sido más de diez minutos, Heekki.

—Diez minutos de más para dejarme sola con esta gente. —Heejin agitó la copa de champán hacia el grupo de pijos—. ¿Habías visto alguna vez tantos Louboutin en un mismo sitio? ¿Es que somos las únicas personas normales en la vida de Chaewon?

Jinsol se rio.

—Sabes que sí.

Kim-Park Gayoon tenía dinero, y mucho. Su primer marido tenía una fortuna familiar, que Gayoon heredó tras su muerte, y su segundo marido, el padre de Jungeun, había sido un arquitecto de bastante éxito en Seattle antes de trasladarse a Bright Falls. Había abierto un pequeño estudio allí, que Gayoon no había tardado en vender (y probablemente maldecir) tras su muerte. Le encantaban las obras de caridad y la filantropía, pero Jinsol siempre tuvo la impresión de que lo hacía más por la influencia que suponían que por el bien común.

A la madre de Chaewon le gustaba el control, la belleza y el poder, y se aseguraba de que su hija lo supiera.

Cuando Jinsol la conoció, Chaewon no se separaba de su madre, desesperada por recibir afecto y atención. No le costó entenderlo. Su padrastro acababa de morir y Gayoon estaba sumida en su propio dolor, y era evidente que a Chaewon la aterraba que su madre también la abandonara. Sin embargo, a medida que pasaron los años e Gayoon empezó no solo a colmarla de atenciones, sino que casi la asfixiaba, Jinsol recordaba bien las incontables noches de instituto en las que Chaewon había llorado en el regazo de Heejin mientras ella le frotaba la espalda, tartamudeando entre sollozos palabras como «la odio» y «¿Por qué no me deja en paz?».

Desde que había vuelto de la universidad y encontrado una casa propia, la relación entre las dos se había suavizado, pero no era lo que Jinsol llamaría «cercana». Era civilizada. Educada. Aun así, a veces percibía esa mirada en los ojos de Chaewon, la necesidad de impresionar, de agradar.

—Piénsalo —dijo Heejin y levantó el vaso hacia la multitud—. Mañana a estas horas, estaremos las tres solas rodeadas de copiosas cantidades de vino en un balneario de cinco estrellas.

Al lado de Jinsol, Jungeun se aclaró la garganta.

—Debería sacar algunas fotos antes de cenar —dijo antes de irse a un rincón oscuro, dejar la copa en una mesa cercana y arrodillarse para sacar la cámara.

—Heejin —dijo Jinsol y le dio un golpe en el brazo.

—¡Ay! ¿Qué?

—Has dicho «las tres solas». Jungeun también irá.

Heejin abrió la boca, pero luego se encogió de hombros.

—Dudo que le apetezca. Lo hace porque Chaewon le paga. Es trabajo.

—Heejin, venga —dijo Minhwan.

—Por favor —dijo ella—. Preferiría masticar cristales rotos que estar aquí. Es evidente.

Jinsol negó con la cabeza, con el estómago encogido mientras miraba a Jungeun de nuevo. Solo le veía la espalda, los hombros desnudos y los tatuajes, pero su postura parecía tensa.

—Lo sabía —dijo Heejin.

Jinsol se volvió y se encontró con que tanto Heejin como Minhwan la miraban.

—¿Qué?

—Te gusta —dijo su amiga.

—No, no digas esas cosas.

Heejin agitó la mano para señalarla.

—El vestido, estar con ella. Te gusta.

Jinsol tiró de uno de los tirantes del vestido mientras Heejin sonreía triunfante. Hacía meses que había encargado la prenda en una de sus páginas favoritas de ropa vintage, atraída por la forma en que sabía que resaltaría su figura de reloj de arena. La diseñadora lo llamaba un «vestido contoneante», porque literalmente había que contonearse para meterse dentro, y lo había bautizado como «Fiera». Jinsol no estaba segura de si alguna vez tendría la ocasión, o el valor, de ponérselo, pero aquella noche le había parecido una buena oportunidad. Era elegante y sensual a la vez.

Aunque no pretendía ser sensual.

—Me gusta este vestido, Heeki—dijo—. Me lo he puesto para mí.

A Heejin se le borró la sonrisa.

—Por supuesto, cielo. Solo digo que...

—Solo porque soy amable con alguien y no me porto como una zorra no significa que me guste.

Esa vez, su amiga se quedó con la boca abierta.

—Yo no...

—Un poco sí —dijo Minhwan.

—¡Oye! —dijo Heejin y le pegó en el pecho.

Él soltó un bufido, le atrapó la mano y deslizó sus dedos entre los de ella. Heejin se lo permitió y su expresión se volvió pensativa mientras miraba a Jinsol—. Okay, está bien, no soy su mayor fan. Tú tampoco lo eras la última vez que lo comprobé. Apenas le dirigió la palabra a Chaewon de niñas, ¿o lo has olvidado?

—No lo he olvidado —dijo, pero se dio la vuelta y observó cómo Jungeun se movía entre la multitud sacando fotos, atrayendo las miradas de todos a su paso.

La cena transcurrió casi sin incidentes. Jinsol se sentó junto a Heejin al final de la larga mesa que el servicio de cáterin había colocado en el patio, con antorchas tiki para iluminar la zona, y se comió el risotto de setas y la ensalada de judías verdes ecológicas mientras todos los distinguidos conocidos de Gayoon les preguntaban a Chaewon y Changmin por la luna de miel, dónde iban a vivir y cuántos hijos iban a tener.

Chaewon respondió a todo con una sonrisa, con el brazo de Changmin rodeándole los hombros todo el tiempo. Incluso comió así y cortó el pollo al limón con el tenedor con una sola mano. Sin embargo, cuando Chaewon desvió la pregunta de los niños (No lo sé, no tenemos ninguna prisa), Changmin soltó una larga carcajada, como si fuera un humorista en mitad de un espectáculo, y dijo: Tres chicos, en cuanto nos instalemos en Seattle.

Todo el mundo se derritió con la respuesta, como si la idea de que Chaewon diera a luz a tres niños blancos en un mundo hecho para niños blancos fuese lo más adorable del universo. Sin embargo, la mente de Jinsol se centró en la palabra «Seattle» mucho más que en los tres niños.

Se volvió hacia Heejin, con la boca abierta, pero ella parecía igual de confusa y no apartaba la vista de Chaewon.

—¿Qué mierda? —susurró, aunque Chaewon sin duda la conocía lo suficiente como para saber que se dirigía a ella. El rostro de su mejor amiga enrojeció y una expresión de absoluta desdicha le deformó las facciones. Articuló un «Lo siento» en silencio, lo que significaba que era cierto.

—¿Se la lleva a Seattle? —preguntó Jinsol.

—No lo sé —dijo Heejin.

—¿Por qué no nos ha dicho nada?

—Supongo que porque sabía que pondríamos el grito en el cielo.

—Detesta Seattle —dijo Jinsol—. Las multitudes, la arena mezclada con la lluvia incesante. Es su peor pesadilla. Apenas sobrevivió a Berkeley durante los años de universidad.

El vino blanco bien frío había sustituido al champán al comienzo de la cena y Jinsol se bebió de un trago el resto de su segunda copa. Iba a necesitar un hígado más fuerte para sobrevivir a la boda. Seattle. No estaba tan lejos, a unas cuatro horas en coche, pero aun así.

No era Bright Falls y Bright Falls era donde estaba toda la vida de Chaewon. Su negocio, sus amigas, su familia.

—Es odioso —susurró Heejin a su lado y a Jinsol no le hizo falta preguntar a qué, o más bien a quién, se refería.

—¿Alguna vez nos ha caído bien? —preguntó—. ¿Cuando nos lo presentó por primera vez, quizás?

—Claro que no —dijo Heejin—. A ver, sí, parece un dios griego entre el pelo y los bíceps, así que tal vez nos cegase un poco al principio. Eso de que la gente guapa siempre sale impune y todo eso, ya sabes.

—¡Dios! Espero que no sea un asesino.

Heejin se rio.

—Me da que de lo único que es culpable es de pasarse el día rascándose el ombligo con un whisky y un puro mientras Chaewon pasa la aspiradora por el salón. En Seattle.

Jinsol esbozó una sonrisa, pero aún le hervía la sangre. Había desconfiado de Changmin desde el compromiso, pero de repente todo parecía haber entrado en ebullición. Oír a Jungeun, a quien ni siquiera le caía bien Chaewon, confirmar que era un completo imbécil lo había vuelto todo más real. ¿Y Seattle? ¿Llevársela a una ciudad que odiaba? A saber cuánto tiempo les había ocultado ese dato a sus amigas.

—No podemos dejar que se case con él —dijo.

Heejin se quedó paralizada con la boca en el borde de la copa de vino.

—Que no... ¿Perdona?

Jinsol bajó aún más la voz.

—Sabes que tengo razón.

Heejin negó con la cabeza.

—Frena un segundo. Creía que queríamos hablar con Chaewon sobre Changmin. Contarle nuestras preocupaciones. ¿De dónde sale eso de reventar la boda? Sabes que Chaewon se pondrá en plan Chaewon.

—Lo sé, pero esa mujer de ahí —hizo un gesto con la mano hacia donde estaba su mejor amiga, que servía con la cuchara un poco de su risotto en el plato de Changmin— no es Chaewon.

Heejin entrecerró los ojos al observar la escena y luego volvió a mirar a Jinsol. Un millón de versiones de la misma pregunta flotaron entre ellas en silencio mientras la fiesta se dispersaba a su alrededor. ¿Cómo?

Heejin se levantó y arrastró a Jinsol con ella, con un suspiro muy dramático, mientras se apretaban las sienes. Se quedaron así unos segundos, contemplando cómo todos los amigos de Gayoon se alejaban hacia el otro extremo del patio mientras los camareros empezaban a limpiar. Jinsol encontró la mirada de Jungeun, cuya cámara las apuntaba directamente a Heejin y a ella, antes de que la bajara y comprobara la pantalla. Pulsó algunos botones antes de volver a mirar a Jinsol, con una sonrisita en los labios.

Jinsol sintió una punzada en el vientre, pero no supo identificar si era vergüenza por la foto o algo más.

—Heekki, Jinsol —llamó Chaewon cerca de las escaleras que bajaban al césped—. Vamos al muelle. —Changmin y sus amigos ya avanzaban en esa dirección en un mar de caquis y náuticos—. Tú también, Jung.

—¡Qué bien! —oyó decir a Jungeun y no pudo evitar sonreír.

—En efecto —respondió Heejin.

—No tengo que juntarme con ellos, ¿verdad? —preguntó Minhwan al lado de Heejin, con la mirada clavada en Changmin y sus colegas, que ya estaban en el muelle a lo lejos, mientras el sol ámbar se escondía bajo el río Bright y los convertía a todos en sombras a contraluz.

—No, cariño, puedes quedarte conmigo —dijo Heejin y le dio una palmadita en el brazo.

—¡Gracias a Dios! —dijo él.

Jinsol se rio mientras Heejin les llenaba las copas y se dirigieron hacia el agua. Fue consciente de que Jungeun las seguía, pero no se volvió hasta que llegaron al muelle. La cámara le colgaba del cuello y tenía una copa de vino llena en la mano. Sin embargo, no miró a Jinsol. Se apoyó en uno de los altos pinos que bordeaban la orilla (por qué siempre tenía que apoyarse en cosas) y observó cómo Changmin se reía con sus amigos.

Chaewon estaba a su lado, dando sorbitos a su copa y sonriendo, pero por primera vez, Jinsol notó algo gélido en su expresión. Ensayada. O tal vez solo fueran ilusiones suyas. Quizá estuviera demasiado oscuro para ver nada con claridad. El sol se había escondido por completo, el agua corriente parecía un río de tinta y las pocas antorchas eléctricas que bordeaban la orilla eran la única luz.

—¿Podemos irnos ya al viñedo? —preguntó Heejin a su lado.

—Ojalá —respondió, pero así solo consiguió que una nueva ristra de preocupaciones aflorasen en su mente. No era más que un viaje de dos días, pero Yerim volvería a pasar la noche con Jaebeom y ella estaría a cuatro horas de distancia si pasaba cualquier cosa.

No pasará nada, se dijo a sí misma. Ya había convencido a Heejin para que le pidiera a Minhwan que se pasara a ver cómo estaba Jaebeom a eso de las ocho la noche siguiente, se acercaría por casualidad a tomar una cerveza, cuando en realidad tenía instrucciones estrictas de asegurarse de que el horno estuviera apagado y no hubiera velas encendidas.

—¡Mierda! Malditos tábanos —dijo Changmin, lo que despertó a Jinsol de sus pensamientos. Se dio un manotazo en la mejilla y luego otro en la oreja.

—Tábano bueno —murmuró Heejin.

—Tráeme un bote de insecticida, ¿quieres, nena? —dijo Changmin.

Luego le dio una palmadita en el culo a Chaewon. No fue un azote propiamente dicho, pero fue suficiente para sacudirla. Uno de sus amigos se rio, pero lo disimuló pronto con un trago de vino.

—Claro —dijo Chaewon—. Aquí fuera hay bastantes bichos.

Cuando se alejó del muelle en dirección a la casa, Jinsol aprovechó el momento, la atrapó de la mano al pasar y tiró de ella para acercarla.

—¿De qué va todo esto? —preguntó Jinsol en voz baja.

—¿A qué te refieres? —dijo Chaewon.

—¿Seattle? —dijo Heejin—. ¿Qué mierda?

Chaewon suspiró.

—No nos marcharemos de inmediato. Es solo algo que hemos hablado.

—Adoras Bright Falls —dijo Jinsol. No pudo evitar el nudo de dolor en la garganta.

—Pero Changmin, no —dijo Chaewon—. Se hizo cargo de la consulta, pero quiere expandirse y este pueblo no sirve para eso.

—¿Así que vas a seguirlo sin más? —preguntó Heejin, alzando la voz—. ¿Y tu trabajo?

¿Y nosotras?, pensó Jinsol, pero fue incapaz de pronunciarlo.

—Tendré mucha más demanda en Seattle —dijo Chaewon—. Es un mercado más grande y...

—Odias lo grande —espetó Heejin.

Chaewon se frotó la frente.

—Oigan, no es definitivo, ¿vale? Solo lo estamos hablando. De todas formas, no nos iríamos hasta dentro de un año o así.

—Ya, pero...

—¡Nena! ¡¿Qué pasa con ese insecticida?! —gritó Changmin.

Chaewon lo saludó con la mano y luego les dio un beso en las mejillas a Jinsol e Heejin antes de salir corriendo hacia la casa.

—¿Conoces a un buen abogado? —preguntó Heejin.

—¿Qué? —respondió Jinsol mientras veía cómo Chaewon desaparecía por los escalones del porche.

—Un abogado. Preferiblemente de derecho penal —dijo Heejin.

—¡Ay, por Dios! —dijo Minhwan, que se había quedado a un lado mientras hablaban con Chaewon, pero que había vuelto para rodear a Heejin con el brazo.

Jinsol se volvió hacia su amiga.

—¿De qué me estás hablando?

Heejin apretó los dientes.

—De que me va a hacer falta un buen abogado de un momento a otro, porque pienso asesinar a ese peina botas. —Agitó la copa en dirección a Changmin, que charlaba con sus amigos; los dientes le brillaban en la oscuridad.

—¿Peina botas? —Jinsol esbozó una sonrisa.

—Un original de Heejin —dijo Minhwan.

Los tres se rieron, pero Jinsol seguía incómoda, se sentía indefensa. Era cierto que Chaewon no había llevado mucho a Changmin con ellas desde que estaban juntos. Alguna cena aquí y allá. Sin embargo, la mayoría de las veces estaba solo con sus amigas o solo con él. En ese instante, empezó a comprender el motivo por el que Chaewon lo separaba todo en cajitas, sobre todo con lo de Seattle de por medio. Sabía que sus amigas le montarían más de un escándalo por dejar que un hombre la arrastrara como un cavernícola a una ciudad que detestaba.

—Ten.

Jinsol se sobresaltó cuando Jungeun se materializó de repente delante de ella, con el móvil y la cámara en las manos.

—¿Qué?

—Sujétalo, ¿quieres?

Antes de responder, Jungeun le cerró los dedos en torno al teléfono y le colgó la cámara del cuello. Después se alejó por el muelle, con la copa de vino en una mano y contoneando las caderas. Más de uno de los amigos de Changmin le miró el culo al pasar, lo que, por alguna razón, hizo que Jinsol apretara los dientes.

—¡Pero si es la malvada hermanastra! —dijo Changmin cuando se acercó. Estaba en el borde del muelle y el agua oscura chapoteaba debajo.

—Solo yo puedo llamarme así —dijo Jungeun, pero Jinsol se dio cuenta de que sonreía—. Háblame de ti, Minnie—continuó, con voz azucarada, mientras le apretaba el brazo.

Pero entonces se tambaleó. Se le enganchó el talón en uno de los tablones de madera y tropezó contra Changmin.

—¡Mierda! —dijo y se agarró a sus hombros mientras él la sujetaba por los brazos para estabilizarla.

—Cuidado —dijo, pero el cuerpo de Jungeun seguía avanzando como una pelota colina abajo. Se retorció y la copa de vino cayó al suelo mientras intentaba mantener el equilibrio.

—¡Ay, mierda! —dijo Heejin—. ¿Van a...?

Pero se calló, porque sí, sin ninguna duda.

Changmin y Jungeun se precipitaron al río en un revoltijo de miembros y palabrotas.

—Colega, ¿estás bien? —dijo uno de los amigos de Changmin y todos se agolparon al final del muelle. Jinsol también corrió hacia allí, seguida de cerca por Heejin y Minhwan. Se abrió paso a codazos entre el amasijo de testosterona hasta ver a Jungeun y Changmin chapoteando en el agua turbia, ambos completamente empapados y con pinta de ratas ahogadas.

—¡¿Qué mierda?! —exclamó Changmin mientras se apartaba el pelo mojado hacia atrás y se ponía de pie. El agua no era muy profunda, pero incluso de pie le llegaba al pecho.

—Lo siento muchísimo —dijo Jungeun, con voz controlada y tranquila—. No sé qué ha pasado.

Vadeó el agua mientras todos los amigos de Changmin se inclinaban para ayudarlo a salir del río. Su camisa de seda estaba destrozada, tenía los zapatos de cuero encharcados y su expresión auguraba tormenta.

—¡Cielo santo, Changmin! ¿Qué ha pasado? —dijo Chaewon mientras se acercaba desde atrás con un bote verde de insecticida.

—Nada —gruñó él, se libró de sus amigos y pasó junto a ella—. Tengo que cambiarme.

Se marchó hecho una furia por el muelle y cruzó el césped en dirección a la casa.

Todo el mundo se quedó en silencio durante unos segundos, pero luego estallaron varias risas contenidas.

—¡Mierda! —dijo uno de los amigos de Changmin, Byul o Byun o algo así—. Le encantaba esa camiseta.

—Y esos zapatos —dijo otro.

—¿Necesitas ayuda? —le preguntó Byul o Byun a Jungeun, que seguía en el agua.

—Estoy bien, muchas gracias —dijo ella, con voz todavía dulce como la miel.

Él se encogió de hombros y el grupo masculino se marchó hacia el césped, dejando a Jinsol, Heejin, Chaewon y Minhwan solos en el muelle.

Y a Jungeun en el agua.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Chaewon, mirando a su hermanastra.

—He tropezado —dijo Jungeun y abrió los ojos de una forma casi cómica—. Ha sido un accidente.

Si Jinsol no la conociera mejor... Pero el hecho era que no la conocía en absoluto. Y con el móvil y la cámara de Jungeun estratégicamente colocadas en su poder mientras la mujer nadaba despacio hacia la escalera al final del muelle, estaba bastante segura de que todo había sido orquestado.

—¿Estás bien? —le preguntó mientras subía la escalera.

—Nunca he estado mejor. —Se escurrió el pelo—. El agua está buenísima. Aunque me da que necesito un cambio de ropa. —Miró a Chaewon y sonrió—. ¿Tienes un chándal para tu hermanita?

Heejin soltó una carcajada antes de acercarse a Jinsol y preguntarle:

—¿Va en serio?

—Creo que sí.

Chaewon se quedó boquiabierta, le quitó la copa de vino de Jinsol, que estaba relativamente llena, y se la bebió de un trago. Se estremeció, le devolvió la copa vacía y se marchó hecha una furia hacia la casa.

—No sé por qué creí que sería una buena idea —dijo mientras se iba y Jungeun la siguió con un corderito después de recuperar sus cosas de manos de Jinsol. No estableció contacto visual, pero una vez fuera del muelle, volvió la cabeza para mirar hacia atrás solo un segundo. Estaba oscuro y Jinsol no estaba segura, pero le pareció que guiñaba un ojo.

No solo eso, sino que se lo guiñaba a ella.

Jinsol sintió que una carcajada le subía por el pecho, pero logró contenerla.

—¡Mierda! —dijo Heejin mientras se dirigían a la casa—. No es que me guste hacer rabiar a nuestra preciosa mejor amiga, pero eso ha sido...

—¿Brillante? —terminó Jinsol.

—Sí, joder, sí.

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