OO1
Jungeun abrió los ojos por el zumbido de la mesita. Parpadeó en la habitación desconocida hasta que enfocó la vista. Una vez. Dos. Tenían que ser al menos las dos de la mañana, quizá más tarde. Buscó el móvil a tientas y las sábanas de seda blanca se le enredaron en los muslos desnudos al darse la vuelta para detener la vibración, que sonaba lo bastante alto como para despertar a…
¡Mierda!
Le había vuelto a pasar. El nombre de la mujer que yacía en la cama a su lado se había escurrido entre los recuerdos de la noche anterior y le era imposible descifrar las letras en la nebulosa que conformaba la exposición en la pequeña galería Fitz en el Village, en la que unas cuantas de sus fotos colgaban de las paredes mientras un puñado de clientes asentían y alababan su trabajo, aunque nunca lo suficiente como para comprar algo, y el champán no dejaba de correr. Después, un bar de lo más florido en MacDougal Street y una cantidad infernal de bourbon.
Jungeun echó un vistazo por encima del hombro a la mujer blanca que dormía a su lado. El pelo corto y rubio oscuro, la piel suave. Una boca bonita, muslos anchos y manos mágicas.
¿Sooyoung?
Sohyun.
No. Soori. Se llamaba Soori, seguro.
Quizás.
Jungeun se mordió el labio y estiró la mano hacia el móvil, que seguía girando en la mesita. Entrecerró los ojos para leer el nombre que brillaba en la pantalla en medio de la oscuridad.
«Fastidiastra».
Apenas esbozó una sonrisita por cómo había guardado el nombre de su hermanastra en la lista de contactos antes de rechazar la llamada. Un acto reflejo. Por experiencia, una llamada a las dos de la madrugada nunca auguraba nada bueno, y menos aún cuando era Park Chaewon quien se encontraba al otro lado de la línea. Además, ¿quién seguía llamando por teléfono? ¿Por qué no le mandaba un mensaje como una persona normal?
A ver, sí, era posible que Jungeun tuviera varios mensajes sin contestar en la bandeja de entrada, pero, en su defensa, últimamente no había sido más que un saco de piel inútil que se arrastraba entre pagar el alquiler y prepararse para la exposición en Fitz, donde su obra solo había aparecido porque conocía a la propietaria, Rhea Fitz, una antigua compañera camarera cuya abuela muerta le había dejado dinero suficiente para abrir su propia galería. Las últimas semanas habían sido una nebulosa de trabajar de camarera a media jornada en el River Café de Brooklyn y como fotógrafa de bodas y retratos. Estaba a una catástrofe de tener que mudarse a Nueva Jersey y, si alguna vez quería meter la cabeza en el despiadado mundo del arte de Nueva York, Nueva Jersey no bastaría. Había vendido una o dos fotos, sí, pero su fotografía se consideraba «de nicho», como le había dicho un agente al negarse a representarla, y las cosas «de nicho» no eran fáciles de vender.
En conclusión, había estado demasiado ocupada dejándose los cuernos y no había tenido tiempo para hablar con su hermanastra. Además, a Chaewon ni siquiera le caía demasiado bien. Llevaban cinco años sin verse.
¿De verdad había pasado tanto tiempo?
¡Joder, qué tarde era! Jungeun soltó el teléfono, que le cayó sobre el pecho, mientras Jiyeon se colaba en sus pensamientos por primera vez en mucho tiempo. Meses. Cerró los ojos con fuerza, luego los abrió y se quedó mirando al techo, que estaba cubierto de las típicas pegatinas de estrellas que brillaban en la oscuridad. Se incorporó de golpe mientras una oleada de pánico le enfriaba las venas. ¿Estaba en una residencia universitaria? Por favor, no. Tenía casi treinta años y las universitarias eran… En fin, ya había superado esa etapa. Prefería a las mujeres de su edad, siempre había sido así, y se alegraba de haber dejado atrás las torpezas y los pestañeos coquetos que recordaba de los veintipocos.
Se relajó cuando por fin enfocó la habitación y palpó la suavidad de las sábanas caras. El dormitorio estaba lleno de muebles modernos, todo líneas rectas y madera de color crema. Sofisticadas obras de arte adornaban las paredes, colgadas con gusto. Una puerta abierta conducía al salón y entonces recordó con claridad cómo Solji la había empujado a un sofá blanco muy elegante y le había bajado las bragas, que luego lanzó al aire por encima de un hombro desnudo. ¿O era Soojin?
Sin duda, no era mobiliario de calidad universitaria. Era demasiado hasta para Kim Jungeun, y ella ya era adulta. Además, lo que Somin le había hecho con la boca sí que superaba con creces la calidad universitaria.
Jungeun volvió a tumbarse en la cama como un flan al recordarlo. Los ojos empezaban a pesarle lo suficiente como para cerrarlos de nuevo cuando el móvil vibró otra vez. Se despertó de golpe, vio el mismo nombre y rechazó la llamada por segunda vez.
Sohwang se removió a su lado, se dio la vuelta y la miró con los ojos entrecerrados y el rímel corrido.
—Hola. ¿Va todo bien?
—Sí, claro…
El móvil volvió a vibrar.
«Fastidiastra».
—¿Tienes que contestar? —preguntó Somi mientras el pelo despeinado le tapaba un ojo azul de forma adorable. Era imposible que aquella diosa del sexo se llamara Somi.
—Quizás.
—Pues hazlo. Cuando termines, quiero enseñarte algo.
Sowon (¿por qué no?) sonrió y se bajó las sábanas a las caderas por una fracción de segundo antes de volver a taparse hasta la barbilla. Jungeun se rio mientras apartaba las mantas para salir de la cama completamente desnuda. Estuvo a punto de contestar la llamada así, pero decidió ponerse una bata de seda, que sin duda no pertenecía a una universitaria y que estaba colgada en una silla tapizada en gris en un rincón. Se negaba a hablar con su hermanastra en pelotas.
Se envolvió en la bata mientras salía al pequeño salón con cocina abierta, luego se sentó en uno de los taburetes altos y apoyó los codos en la fría encimera de mármol. Respiró hondo. Inspirar. Espirar. Sacudió las manos y estiró el cuello. Tenía que prepararse para hablar con Chaewon, como un boxeador antes de un combate. Guantes en su sitio y bucal colocado. En la encimera, el teléfono dejó de vibrar y el nombre de su hermanastra desapareció, pero volvió a aparecer a los pocos de segundos, como una postal desde el infierno. Mejor terminar cuanto antes. Deslizó el dedo por la pantalla.
—¿Sí?
—¿Jungeun?
La voz aterciopelada de su hermanastra se filtró a través del teléfono. Como una Cate Blanchett estadounidense, solo que más estirada y menos reina bisexual. Justo la voz que Jungeun esperaba que tuviera la Chaewon adulta.
—Sí —dijo y se aclaró la garganta. Su propia voz sonaba a medio camino entre haberse tomado seis cócteles y llevar años sin dormir.
—No te has dado prisa en responder.
Jungeun suspiró.
—Es tarde.
—Solo son las once en Oregón. Además, deduje que a estas horas tendría más posibilidades de que contestaras. ¿No te conviertes en murciélago después de medianoche?
Jungeun resopló.
—Así es. Ahora, si me disculpas, tengo que volver a mi cueva.
Chaewon no dijo nada durante varios segundos. Unos segundos larguísimos que hicieron que Jungeun se preguntara si habría colgado, pero no pensaba ser la que cediera. Solo habían hablado por teléfono una decena de veces desde que se había marchado del pueblo nada más graduarse; se había subido a un autobús en dirección a Seattle con una mochila del instituto de Bright Falls colgada del hombro, mientras Chaewon se iba de viaje de graduación a Francia con sus horribles mejores amigas. Gayoon, la madre de Chaewon y la malvada madrastra de Jungeun, les había dado a las dos dinero suficiente para mantenerlas lejos de su vista durante dos semanas. La única diferencia fue que Chaewon había vuelto, lista para empezar en la universidad en Berkeley como la perfecta hija obediente, mientras que Jungeun había volado a Nueva York y alquilado un cuchitril de una sola habitación en el Lower East Side. Había cumplido los dieciocho y no pensaba quedarse en aquella casa ni un segundo más de lo necesario.
A Gayoon tampoco le importó demasiado que se fuera.
Tampoco a Chaewon, hasta donde ella sabía, aunque de vez en cuando se encontraba en aquella situación. Mensajes sin leer que se convertían en incómodas llamadas en las que su hermanastra intentaba fingir que no había convertido su ya de por sí solitaria infancia en un auténtico infierno. Jungeun había vuelto a Bright Falls unas cinco o seis veces en los últimos doce años, para un par de Navidades y Días de Acción de Gracias y para el funeral de su profesora de arte favorita. Habían pasado cinco años desde la última vez, cuando había huido de Nueva York con el corazón recién destrozado y la creencia equivocada de que la familiaridad de Bright Falls le serviría de consuelo. No había funcionado, pero le había dado una idea para una serie fotográfica que había cambiado su objetivo profesional de «fotógrafa por cuenta propia en apuros que apenas ganaba para pagar el alquiler» a «artista queer de éxito con un increíble apartamento en Williamsburg».
Todavía no lo había conseguido, pero estaba en ello.
—Bueno, ¿vas a venir?
La voz de Chaewon interrumpió sus cavilaciones y parpadeó para regresar a la cocina de Lucinda.
—¿Voy a…? —Tenía un destino diferente en la punta de la lengua, pero lo omitió.
—¡Por el amor de Dios! —dijo Chaewon—. ¿Lo dices en serio? Dime que no es en serio.
—Eh…
—¡Jungeun, dímelo!
—¡Si te callas un segundo y me dejas hablar!
Chaewon soltó un largo suspiro que le zumbó en el oído.
—Vale. Perdona, es que estoy estresada. Están pasando muchas cosas a la vez.
—Claro —dijo Jungeun, mientras se estrujaba el cerebro en un intento de recordar qué era lo que estaba pasando—. A ver…
—No, ni hablar, no. No vas a dejarme tirada, Kim Jungeun. Dime que no vas a hacerlo.
—¡Por Dios, Fastidiastra! Tómate un Xanax, ¿quieres?
—No me llames así y ni se te ocurra dejarme tirada.
Jungeun dejó que pasaran unos segundos de silencio. Tal vez ver sus fotos en las paredes de una galería, por diminuta que fuera, seguido de una sesión de sexo estupenda, le había adormecido un poco el cerebro, así que, con un poco de suerte, lo que fuera de lo que Chaewon le hablaba le vendría pronto a la mente. Se apartó el teléfono de la oreja, puso el altavoz y miró la fecha en la aplicación del calendario. Sábado, dos de junio. De madrugada. El viernes anterior era, sin duda, una fecha que llevaba meses grabada en su mente mientras se preparaba para la exposición en Fitz. Pero había algo más, algo también en junio y con la forma de Chaewon…
¡Mierda!
—Tu boda —dijo.
—Sí, mi boda —dijo Chaewon—. Esa que llevo meses preparando y para la que mi madre insistió en que te contratase como fotógrafa.
—Se te nota emocionada con la idea.
—Yo emplearía otra palabra.
—No lo estás mejorando, Fastidiastra querida.
Chaewon resopló.
—Todavía me duele no ser dama de honor —contestó Jungeun, pero con la revelación de las inminentes nupcias de su hermanastra con un pobre imbécil, su corazón se aceleró a medida que el terror y el alivio inundaban su organismo a partes iguales.
Por una parte, una boda de la alta sociedad al estilo Park en Bright Falls era lo último que le apetecía en ese momento. O nunca. Se había codeado con unos cuantos agentes en la exposición de Fitz y había vendido una pieza. Sí, vale, la compradora estaba durmiendo en la habitación de al lado, pero Soohee había aflojado el dinero mucho antes de plantearse siquiera ponerse a tontear con Jungeun. Al menos estaba bastante segura de que así era como había pasado, ya que había estado demasiado alucinada porque alguien estuviera dispuesto a cambiar dinero de verdad por algo que ella había creado.
En cualquier caso, no era el mejor momento para lidiar con las gilipolleces de Gayoon y Chaewon. Jungeun se sentía como si estuviera al borde de algo grande, de llegar a ser alguien, y Bright Falls era un pozo de desesperación que le absorbía el alma y donde era menos que nada.
Por otra parte, la que trataba de proporcionarle cobijo y alimento, Park-Kim Gayoon, le había ofrecido una ridícula suma de dinero por fotografiar la boda de Chaewon, así como dos semanas de actos previos al gran día. Mientras los detalles de la primera vez que su hermanastra la llamó para hablarle del feliz acontecimiento volvían a su mente, cayó en la cuenta de que estaban hablando de un número de cinco cifras. Cinco cifras por lo bajo, pero aun así. Para Park-Kim Gayoon y para la mayoría de los habitantes de Brooklyn no era más que calderilla, pero para Jungeun, que era capaz de estirar un solo dólar durante días, suponía una inyección muy necesaria para su precaria cuenta bancaria.
Además del dinero, que Chaewon sabía casi con toda seguridad que Jungeun no podría permitirse rechazar, su hermanastra también le había soltado una buena dosis de manipulación: Mamá dice que tu padre habría querido que estuvieras en mi boda. Seguía resentida por ello, porque sabía que Gayoon tenía razón. En vida, Kim Hyunjoo había sido un devoto padre de familia hasta el punto del ridículo, obsesionado con cenar juntos todas las noches, organizar viajes en las vacaciones de primavera y respetar las tradiciones de Nochebuena. Le revisaba siempre los deberes y había aprendido a trenzar el pelo solo para que Jungeun no fuera la única niña en la excursión a la feria renacentista sin una corona de trenzas. La asistencia a una boda sería indiscutible. Había que apoyar a la familia, aunque te pagaran por ello y fueras a estar de morros todo el tiempo.
—Los eventos prenupciales empiezan el domingo —dijo Chaewon—. Te comprometiste a ir, ¿recuerdas? La programación que te envié por correo electrónico indica que tienes que estar aquí del tres al dieciséis de junio. Firmé el contrato, acepté todos los términos que exigiste y…
—Lo sé, lo sé —la cortó Jungeun y se pasó una mano por el pelo. ¡Mierda! No quería pasar en Bright Falls dos semanas enteras. Además era el mes del Orgullo. Le encantaba el Orgullo en Nueva York. ¿A quién se le ocurría empezar con todo el sinsentido de la boda tantos días antes de la auténtica celebración? En fin, ¡qué pregunta! Sabía perfectamente a quién.
—Chaewon…
—Ni se te ocurra, joder.
—Esa boca, Fastidiastra. ¿Qué diría Gayoon?
—Diría algo mucho peor si supiera que estás a punto de dejar sin fotógrafa en el último minuto a la boda de su única hija.
Jungeun contuvo el aliento, aunque trató de no hacerlo.
Su única hija.
Quiso ignorar la punzada de dolor y que las palabras le resbalaran, pero no lo consiguió. El sentimiento era un acto reflejo heredado de una infancia con dos padres muertos y una madrastra que nunca la había querido.
—¡Mierda! —dijo Chaewon, con un tono arrepentido y molesto a la vez, como si fuera culpa de Jungeun que se le hubiera olvidado que su madre había sido su única tutora legal después de que su padre, el segundo marido de Gayoon, muriera de un aneurisma cuando solo tenían diez años.
—Más palabrotas —dijo Jungeun y se rio a pesar del nudo en la garganta—. Creo que me empieza a gustar la nueva Chaewon estresada.
Su hermanastra no dijo nada durante varios segundos, pero el silencio se alargó lo suficiente como para que Jungeun decidiera que saldría del aeropuerto internacional John F. Kennedy en el primer vuelo de la mañana.
—Tienes que venir, ¿vale? —dijo Chaewon—. Es demasiado tarde para encontrar a alguien decente que te sustituya.
Jungeun se frotó la cara con la mano.
—Vale.
—¿Cómo dices?
—Que sí —prácticamente gritó—. Allí estaré.
—Perfecto. Ya te he reservado una habitación en la posada Caleidoscopio.
—¿No voy a quedarme en casa de nuestra queridísima madre?
—Te enviaré el itinerario por correo electrónico. Otra vez.
Jungeun gruñó y colgó antes de que lo hiciera Chaewon, luego dejó caer el teléfono en la encimera como si quemase. Abrió una botella de ginebra medio llena que había junto al fregadero y dio un trago sin falta de usar un vaso. El licor le quemó hasta el fondo de la garganta, le abrasó las fosas nasales y le humedeció los ojos.
Dos semanas. Solo serían dos semanas.
Dos semanas y tendría dinero suficiente para tres meses de alquiler.
Recuperó el teléfono, maldito traidor, y volvió al dormitorio. Dejó caer la bata de Lanier al suelo y después encontró en un montón arrugado junto a la cómoda su mono negro sin tirantes, que dejaba a la vista los tatuajes que le cubrían ambos brazos. Después de ponérselo, dedicó unos diez segundos a buscar su ropa interior, unas bragas de encaje moradas que eran sus favoritas, pero no las encontró por ninguna parte.
—¡Mierda! —dijo. Se echó el bolso al hombro y se recogió el cabello largo oscuro en un moño desaliñado. Encontró sus zapatos de tacón rojos de diez centímetros junto a la enorme fotografía en blanco y negro enmarcada en la pared. La imagen mostraba a una mujer blanca con un fino vestido blanco y el rímel corrido por el rostro mojado mientras miraba fijamente al espectador. Estaba dentro de una bañera, con una bata empapada y transparente; los pezones se le entreveían por encima de la línea de agua lechosa mientras con los dedos se aferraba a los bordes de la bañera blanca y oxidada. Era la foto de Jungeun, una de las cuatro piezas de la exposición en Fitz. Los recuerdos de Sooju, Soodan, Sodam dándole dinero y después metiéndole la lengua hasta la garganta se fueron aclarando. El dichoso nombre seguía jugando al escondite.
—Eh, hola —dijo la mujer. Levantó la cabeza de la pila de almohadas y miró a Jungeun a la luz de la ciudad, con el pelo alborotado—. Espera, ¿te vas?
—Sí —dijo mientras se ponía los zapatos y comprobaba que llevaba la cartera, las llaves y la tarjeta del metro en el bolso—. Gracias, ha estado bien.
Sunmi sonrió.
—Así es. ¿Seguro que no quieres volver a la cama? —Levantó una ceja mientras las sábanas se deslizaban por su pecho hasta revelar una maravillosa oleada de piel.
—Ojalá pudiera —dijo y caminó hacia la puerta. La oferta era tentadora, pero su cerebro ya estaba en otra parte, de vuelta en su apartamento, pensando en qué ropa tendría que meter en la maleta para la boda y todas las comidas, fiestas y, socorro, despedidas de soltera que Chaewon habría planeado.
Chaewon y su grupito de chicas malas.
Sunyi perdió la sonrisa.
—Ah. Bueno, vale… ¿Me escribirás?
Jungeun le dio la espalda a la mujer y se dirigió al vestíbulo. Levantó una mano mientras abría la puerta de entrada.
—Claro, sí.
Sabía que no lo haría.
Nunca lo hacía.
En el trayecto en metro de vuelta a su apartamento en Bed-Stuy, se dio cuenta de lo que estaba a punto de hacer. Volver a Bright Falls era una cosa, pero ¿pasar dos semanas a las órdenes de Chaewon y Gayoon? Eso era otra muy distinta.
Y no tenía ninguna intención de ponérselo fácil.
N/A
Aquí de vuelta con una adaptación de una trilogía que amé
está historia tiene contenido sexual o +18 por lo que si no te gusta o te incomoda no la leas, están advertidos
Espero que les guste esta historia tanto como a mi, iré subiendo capítulos diarios y probablemente hasta más de uno, eso, cuídense y disfruten!
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