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O2O

Un zumbido en la mesita de noche despertó a Jungeun. Levantó la cabeza y la habitación le resultó irreconocible durante una fracción de segundo, antes de que la noche entera le volviera de golpe.

Jinsol.

Estaba en casa de Jinsol.

En su cama.

Con la misma Jinsol envuelta a su alrededor como un pretzel, su cara escondida en el cuello de Jungeun y respirando de forma pausada y somnolienta. Estaba totalmente ida, lo cual no era de extrañar. Cuando las dos mujeres se durmieron pasada la medianoche, exhaustas y hechas puré, se habían corrido dos veces más y Jungeun había descubierto que Jinsol tenía una boca de lo más talentosa.

No tenía ni idea de qué hora era, pero todavía estaba oscuro y el teléfono de Jinsol hacía un ruido infernal en la mesita de noche.

—Jinsol.

La sacudió con cuidado.

Jinsol masculló y se acurrucó más; le pasó el brazo por encima de la cintura.

—Jinsol, tu móvil. ¿Hola?

Le apartó el pelo de la cara; la luz de la luna se filtraba a través de las cortinas de gasa y le plateaba la piel.

Joder, era preciosa.

Otro zumbido.

Jungeun levantó el teléfono y un nombre desconocido apareció en la pantalla.

—Jinsol, es Dayoon. —Fuera quien fuese.

—¿Qué? —Eso la espabiló. Se incorporó, parpadeando y la sábana le cayó hasta la cintura—. ¿Dónde?

—¿Al teléfono? —Jungeun se lo pasó y Jinsol se levantó, desnuda y perfecta, antes de ponerse la bata de una silla junto a la ventana. Se puso también las gafas y se llevó el móvil a la oreja.

—¿Dayoon? ¿Yerim está bien? ¡Ay, no! Sí, pásamela, por supuesto. —Se giró para mirar a Jungeun, con la uña del pulgar en la boca—. ¿Yerim? ¿Qué pasa, cielo? Vale, cariño, cálmate. Respira hondo. ¿Seguro que no prefieres dormir y...? Vale. Sí, claro que puedes venir a casa. Dile a la madre de Tess que te espero en la acera. De acuerdo, cielo. Todo irá bien.

Después colgó, se quitó la bata y se puso unas mallas de yoga y una camiseta de tirantes.

—¿Todo bien? —preguntó Jungeun.

—Sí, sí. Era la madre de Tess. Tess y Yerim se han peleado y quiere volver a casa. Dice que no puede dormir.

—Ah.

—Últimamente discuten mucho. —Jinsol sacudió la cabeza y se frotó los ojos, con el pelo hecho un desastre sobre los hombros—. Ahora vuelvo.

—Claro.

Jinsol se detuvo en la puerta.

—Quédate aquí, ¿sí? Llevaré a Yerim a la cama rápido. Estará agotada. Solo... —No terminó y la miró con expresión insegura mientras se mordía el labio.

Jungeun lo entendió. Por favor, que mi hija de once años no sepa que hemos dormido juntas. Lo comprendía, pero a pesar de todo se le encogió el pecho y deseó estar vestida.

—Debería irme —dijo. Rara vez se quedaba a dormir después del sexo. ¿Por qué tendría que ser diferente esa vez? Aun así, no era capaz de levantar el culo del colchón.

—No, por favor —dijo Jinsol—. Dame diez minutos, ¿sí?

Jungeun asintió y Jinsol se marchó. Oyó cómo se abría y se cerraba la puerta principal y exhaló en la habitación vacía. Debería irse. Se había acostado con Jinsol, se había sacado la espina y ya había terminado. Estaba satisfecha. Y había demostrado, sin lugar a duda, que Chaewon se equivocaba al proclamar que su amiga jamás se interesaría por Jungeun.

Sí, ya había acabado. De todos modos, Jinsol no la quería allí con Yerim en casa. Apartó las mantas, localizó su ropa interior y sus vaqueros, pero no encontraba la camiseta por ninguna parte, porque seguía tirada en el suelo de la cocina.

—¡Mierda!

Se dirigió a la puerta, pero antes de que le diera tiempo a abrirla y escabullirse, recuperar su ropa y, posiblemente, salir corriendo por la puerta de atrás como un adolescente que huye de un padre con una escopeta, oyó la puerta principal abrirse y cerrarse de nuevo y las voces de Jinsol y Yerim se mezclaron en el aire mientras se acercaban al vestíbulo.

—Es... muy... mala...

Yerim lloraba y las palabras se le escapaban entre jadeos.

—Tranquila, cielo. Vamos a dormir, ¿okay? —dijo Jinsol—. Mañana hablaremos y lo arreglaremos. Te lo prometo.

—¿Puedo dormir contigo? —preguntó la niña.

Jungeun se puso rígida. Miró alrededor y se preguntó si tendría que meterse en el armario o saltar por la ventana.

Aquello era ridículo.

Estaba a dos segundos de arrastrarse debajo de la cama cuando Jinsol habló.

—Cielo, dormirás mejor en tu propia cama. Piensa en que mañana nos vamos de acampada y podrás compartir la tienda con quien quieras, ¿okay?

Yerim respondió algo, pero Jungeun no llegó a oír las palabras, ya que sus voces se desvanecieron por el pasillo. Se desplomó sobre el colchón, con la cabeza entre las manos. ¿De verdad había estado a punto de esconderse debajo de la cama?

Sí. Sin duda, lo había estado.

La puerta se abrió y Jinsol entró.

—Hola.

Jungeun suspiró.

—Hola.

—Lo siento. Ya está en la cama. ¿Quieres...?

—Debería irme.

Jinsol se quedó paralizada con la boca abierta. Se acercó a Jungeun y entrelazó los dedos con los suyos.

—Supongo que sí.

Pero ninguna de las dos se movió y Jungeun no supo qué decir. Las cosas nunca se habían puesto tan incómodas después del sexo. Y, desde luego, nunca había sido un secreto. De vez en cuando se le insinuaban mujeres en los bares, con demasiadas copas de Chablis encima, pero tenía la estricta norma de no acostarse nunca con la pareja monógama de nadie. Sabía lo que se sentía al otro extremo de esa situación y ningún orgasmo merecía infligir ese tipo de dolor.

La abrumadora sensación de no ser suficiente.

Se frotó la frente mientras esa sensación la asaltaba entonces, la que la había acompañado todos los años vividos en la Mansión Wisteria y de nuevo con Jiyeon. ¿Cómo había ocurrido?

—Puedes quedarte unas horas más si quieres —dijo Jinsol—. Duerme un poco.

—Pero vete al amanecer, ¿no? —Jungeun la miró con una sonrisa amarga.

—Eso no es justo.

—No, supongo que no lo es.

—Tengo mucho cuidado con quién le presento a Yerim, eso es todo. La última persona con la que salí ni siquiera llegó a conocerla. Ni una sola vez. Y salimos durante más de un mes.

—Pero a mí ya me conoce.

—Así no. —Jinsol señaló el estado medio desnudo de la mujer y la cama revuelta—. No como alguien que... —Se interrumpió y cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, habló con voz tranquila y baja—. De nuevo, ¿por qué te importa? Solo es sexo, ¿no?

Jungeun la miró con el ceño fruncido. Nunca le había dicho a Jinsol que lo suyo solo era sexo. Nunca le había insinuado que solo buscaba un ligue, aunque, por supuesto, era así. No podía ser más que eso. Vivían a cinco mil kilómetros de distancia la una de la otra, ella tenía el Whitney y su arte, por no mencionar que se negaba a volver a ponerse en riesgo de que le rompiera el corazón una mujer que no había superado a su ex. No sabía lo que Jaebeom significaba para Jinsol exactamente, pero algo significaba. Era el padre de su hija. Estaba bueno. Y siempre estaría en su vida.

—Sí —dijo mientras se ponía de pie y se dirigía a la puerta—. Así es.

Jinsol le cerró el paso.

—Vale, pues entonces ¿qué pasa?

—Nada.

—Algo pasa. Lo sé.

—No sabes una mierda, Jinsol. No sabes nada de mí. Quieres que me meta en un armario...

—¿Un armario? ¿Qué dices?

—¡Ah! Y doy por hecho que tengo que mantener todo el asunto del sexo en secreto delante de Chaewon, ¿no es así? No quisiéramos molestar a la Princesa Perfecta. Ahora, si no te importa, tengo que recuperar la camiseta y volver a mi infierno floral.

Jinsol no se movió. De hecho, pareció afianzarse en el sitio y frunció el ceño mientras estiraba la mano y agarraba a Jungeun por los brazos.

—A ver. Para un segundo, ¿quieres? Más despacio.

Jungeun se mordió el labio inferior, pero se detuvo. Sentía el pecho en tensión y una presión detrás de los ojos, como si necesitaran soltar algo. ¡Dios! Hacía mucho tiempo que no se sentía así, como si encogiera, como si todo el mundo a su alrededor fuera más importante que ella. Solo estaba cansada. Agotada y tal vez un poco abrumada por el hecho de que acababa de vivir el que probablemente había sido el mejor polvo de su vida. No te marchas sin más y dejas atrás al mejor polvo de tu vida.

—No quiero que te vayas —dijo Jinsol—. ¿De acuerdo?

—¿Por qué no?

Jinsol la miró a los ojos. Ella le devolvió la mirada.

—Porque lo necesito —dijo por fin y deslizó las manos por sus brazos hasta entrelazar sus dedos—. Porque ha sido divertido.

Jungeun sonrió con satisfacción.

—Entiendo que te va lo informal —continuó Jinsol—. Me parece bien. Al cien por cien. Después de la boda de Chaewon, volverás a Nueva York y yo me quedaré en Bright Falls y ya está. Pero ahora estamos aquí y yo... En fin, quiero volver a verte.

—Quieres volver a acostarte conmigo, querrás decir —dijo Jungeun, pero sonreía. Eso lo sabía. Lo entendía. Había tenido amantes con las que se había visto durante varios días, incluso semanas, antes de que una de las dos decidiera dejarlo por alguna razón amigable y práctica.

Jinsol enrojeció.

—Bien, sí. ¿Tú no?

—¿Acostarme conmigo?

—Jungeun.

Se rio y luego rodeó la cintura de Jinsol con las manos entrelazadas para acercarla. Cuando sus bocas se rozaron, susurró:

—Sí, quiero volver a costarme contigo.

Jinsol sonrió en el beso.

—Perfecto. Entonces estamos de acuerdo.

—¿Firmamos algo?

—¿Como un pacto de follamigas?

—Claro. —Deslizó la boca por el cuello de Jinsol y le mordió el lóbulo de la oreja—. No querrás que cuente tu pequeño y sucio secreto, ¿verdad?

Jinsol se puso rígida y se inclinó hacia atrás para quedar frente a frente.

—Jungeun, no se trata de que seas un secreto. Es que...

—No quieres que la gente sepa lo nuestro.

—No.

—Es decir, un secreto.

Jinsol se zafó del abrazo.

—¿De verdad quieres que Chaewon lo sepa?

Jungeun lo pensó, la expresión de asombro de sus ojos, la emoción pura y dura de la victoria. Pero después pensó que Jinsol tenía razón: Chaewon se enfadaría y no solo con Jungeun. Se enfadaría con su amiga y entonces todo el rollo sexual entre las dos llegaría a un abrupto final.

Y no quería que terminara. Le quedaban diez días más en aquel pueblo que le chupaba el alma, pero al menos había encontrado una distracción. Una distracción preciosa, dulce e increíble en la cama.

¿Quién era ella para mirarle el diente a caballo regalado?

—No —dijo—. No, supongo que no.

Jinsol se relajó, pero luego entrecerró los ojos y la miró, con el ceño fruncido por la preocupación.

—No es porque me avergüence de ti.

Jungeun se rio.

—Ya. Claro. Te has llevado al espectro de la Mansión Wisteria a la cama. Nada reseñable.

Le brillaron los ojos con algo similar al dolor, incluso arrepentimiento.

—Jungeun.

Ella hizo un gesto con la mano.

—Olvida lo que he dicho.

—No quiero olvidarlo.

—Claro que sí.

—Oye —Jinsol le apretó la mano—, no me avergüenzo de ti. Pero se me permite tener algo que sea solo mío, ¿no? No tengo que contárselo todo a mis mejores amigas.

—Pero sueles hacerlo, ¿no es así?

Jinsol suspiró.

—Chaewon y tú... Es complicado.

Jungeun se quedó mirándola.

—¿Acaso no lo es? —preguntó Jinsol.

En respuesta, Jungeun se desabrochó los vaqueros, se los sacó por las piernas y volvió a meterse en la cama. Si iban a hablar del tema, necesitaba estar tumbada. Jinsol la observó tenderse boca arriba y luego la siguió; las cubrió a las dos con la sábana y apoyó la cabeza en el codo, sin dejar de mirar el rostro de Jungeun.

—No parecía complicado —dijo Jungeun—. Cuando éramos niñas era extremadamente simple.

—¿Qué quieres decir?

Jungeun se quedó mirando al techo, como había hecho tantas noches antes, escuchando a Jinsol, Heejin y Chaewon reírse en la habitación de Chaewon, como había hecho mientras Gayoon organizaba cenas a las que sabía que su madrastra no quería que asistiera.

—Era muy sencillo —repitió—. Mi madre estaba muerta. Mi padre también. Gayoon estaba resentida por tener que criarme sola. Chaewon pensaba que era demasiado rara para incluirme, demasiado triste, demasiado ajena a su mundo perfecto como para formar parte de nada en su vida. Estabas presente la mayor parte del tiempo. Lo viste.

Así de simple. Vergonzosamente simple. No se creía que acabara de pronunciar todo aquello en voz alta, de admitir lo indigna de amor que era.

Jinsol guardó silencio durante un rato y Jungeun no se atrevió a mirarla. Le picaba la garganta.

—Lo vi —dijo al fin—. Chaewon es una persona difícil de conocer. Es muy reservada. Creo que Gayoon le inculcó la idea de que nunca la vieran dudar, ¿sabes? Ni llorar ni mostrar ningún tipo de debilidad. La vulnerabilidad le cuesta, pero cuando te deja entrar, es leal y fuerte, y haría cualquier cosa por ti. Eso es lo que yo vi, y supongo que... Supongo que nunca entendí por qué tú no.

A Jungeun se le encogió el pecho.

—Porque a mí no me dejó entrar, Jinsol. Tú misma lo acabas de decir, es una persona difícil de conocer y le daba absolutamente igual que yo la conociera.

Jinsol frunció el ceño, pero no tenía nada que decir a eso.

—Y por defecto —dijo Jungeun—, tampoco Heejin ni tú.

—Jungeun —dijo Jinsol en voz baja y se inclinó para apoyar la barbilla en su hombro. Lo que empeoró el picazón. Aquello era lo contrario a «solo sexo»—. Lo siento.

Negó con la cabeza.

—No te disculpes solo porque nos hemos acostado. Es muy cutre.

Jinsol se acercó aún más.

—No me disculpo por eso. Lo hago porque lo siento. Siento no haberlo intentado más. Podría haber... No sé, debería haber presionado a Chaewon para que te incluyera más.

—Nadie empuja a Chaewon a hacer nada.

—Entonces podría haberte incluido yo.

Jungeun bufó.

—No, no habrías podido. Porque no querías.

El silencio se filtró entre ellas; Jinsol se quedó sin respuestas ante la verdad. Jungeun esperó a que la incomodidad del momento las separara definitivamente, a que la otra mujer suspirara y admitiera que tal vez todo aquello había sido un gran error. Incluso esperó a sentir un atisbo de esa antigua rabia, del resentimiento que había alimentado su relación con todas las personas de Bright Falls durante más de dos décadas.

En vez de eso, se sentía triste, desesperada por no volver a sentirse así. Jinsol alargó la mano y deslizó un dedo por su mejilla hasta su boca antes de acunarle la nuca con la palma. En lugar de apartarla, acercó a Jungeun y apretó su frente contra la suya.

—Ahora quiero —dijo y luego la besó, suave y lentamente.

Demasiado suave y demasiado lento.

Jungeun no había pretendido que la conversación tomara ese rumbo. Tampoco se quejaba. No quería ni necesitaba las disculpas de Jinsol. No quería oír excusas sobre todo lo que Gayoon le había hecho a Chaewon y cómo la había dejado tocada. Ella ya estaba bastante tocada. Se echó encima de Jinsol, se acomodó entre sus muslos y convirtió lo suave y lento en fuerte y rápido. No dejó que ninguna de las dos respirase durante la siguiente hora.

Más tarde, mientras ambas flotaban en ese punto entre la vigilia y el sueño, mientras los primeros toques de lavanda se colaban por la ventana, Jinsol entrelazó los dedos con los de Jungeun.

—Ven a la acampada —dijo en voz baja—. Yerim te quiere allí.

Jinsol no llevaba gafas y tenía los ojos nublados por el sexo y el sueño.

Jungeun se apartó el flequillo de la frente con la otra mano.

—Yerim, ¿eh? —dijo.

Jinsol sonrió.

—Sí. Solo Yerim.

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