O24
Media hora después, Jungeun no dejaba de sonreír mientras avanzaban por el sendero hacia los manantiales. Iban de la mano bajo los árboles y Jinsol no dejaba de soltar unas risitas que hacían que se sintiera como si estuviera otra vez en el instituto, pero no en ninguno que se pareciera al que había vivido, sino en uno donde encajaba lleno de risas y amistad. Jungeun ni siquiera tenía esas cosas en la actualidad, mucho menos cuando era niña.
Un millón de sentimientos se le agolpaban en las entrañas, confusos y adictivos. No sabía qué hacer con ellos, salvo ignorarlos, apartarlos y concentrarse en la sensación de la palma de la mano de Jinsol en la suya.
En que Jinsol parecía... feliz.
Hacer sonreír y reír así a una mujer hermosa era una sensación embriagadora. Tanto que, cuando los árboles se despejaron y dieron paso a la pequeña piscina natural que centellaban frente a ellas, donde Yerim chillaba mientras Jaebeom la lanzaba al aire, no se soltaron. Al menos, no al principio. Por un segundo se sintieron normales, de la mano delante de otras personas.
Sin embargo, cuando Yerim salió a la superficie, Jinsol le soltó los dedos. Jungeun decidió no dejar que le molestara el secretismo. Jinsol era una mujer adulta con una hija y Jungeun era consciente de que nadie la consideraría la pareja ideal.
Lo entendía.
Aun así, mientras Jinsol se alejaba de ella y se acercaba al agua, se quitaba los zapatos y se bajaba los pantalones cortos por los preciosos muslos, empezó a pensar que no le gustaba.
No le gustaba nada.
Pasó el resto de la tarde con Yerim. Nadaron en el agua vaporosa mientras Jinsol hablaba en voz baja con Jaebeom y ella fingía que no notaba el estrés en la voz de la mujer. Más tarde, cuando volvieron al campamento y se pusieron ropa seca, se sentó con Yerim en un tronco y le enseñó a editar la foto del bebedero para pájaros que la niña había sacado la noche anterior.
—¡Wooow! —exclamó Yerim cuando Jungeun ajustó la exposición—. La diferencia es increíble.
—El truco está en que parezca que no la has editado —dijo mientras toqueteaba la saturación—. Averiguar qué hacer para realzar la luz natural, el color y el tono, sin alterarlos por completo. Por ejemplo, mira esta parte de aquí. —Señaló la flor que flotaba en medio del agua sucia de la pantalla—. ¿Qué harías para que se viera mejor?
Yerim frunció el ceño, pensativa.
—La agudizaría.
Jungeun sonrió y le dio un golpecito en el hombro.
—Yo también. —Tocó la pestaña de detalles y le pasó el teléfono a Yerim—. Adelante.
La chica jugó con la herramienta de enfoque y observó cómo cambiaba la foto, antes de decidirse por un ajuste que perfilaba la flor un poco más claramente sobre el agua.
—¿Qué más? —le preguntó.
Yerim se quedó mirando el teléfono.
—El color. Quiero que parezca un poco descolorido.
—¿Por qué?
—¿Porque es una imagen triste? Es un bebedero viejo, una sola flor, agua sucia. No es algo que los pájaros usen. Está olvidado.
Jungeun abrió la boca mientras la chica fruncía el ceño ante la foto y se le encogió el pecho. No en el mal sentido, sino de un modo que le devolvió la sensación que había tenido antes con Jinsol, como si los años se reformasen. Yerim veía el mundo de una forma que le resultaba familiar, el punto de vista de una artista, y podía ser una forma solitaria de moverse por la vida. Por supuesto, la niña no estaba sola. Tenía una miríada de personas que se preocupaban por ella, así que las dos eran distintas en ese sentido. Sin embargo, en otros aspectos, con el pequeño bebedero y lo que podría simbolizar, se parecían.
Y era reconfortante.
Sintió un impulso irrefrenable de estirar la mano y colocarle un mechón húmedo detrás de la oreja. Pero no lo hizo. En vez de eso, se limitó a asentir.
—Sí. Desvanecer el color causaría un gran efecto.
Yerim la miró.
—¿De verdad?
—Por supuesto. —Tocó la pestaña del color—. Aquí puedes ajustar la temperatura (tonos más fríos y más cálidos) y la intensidad, que eliminará el color sin llegar a ponerlo en blanco y negro.
Yerim asintió y empezó a juguetear con la aplicación. Jungeun se echó hacia atrás y, cuando levantó la vista, vio que Jinsol las observaba desde la mesa de pícnic. Había intentado apaciguar a Jaebeom ofreciéndose a ayudarlo con el chili que pensaba cocinar, así que estaba abriendo latas de judías y las volcaba en una olla mientras él asaba la carne en la hoguera. Jinsol lucía una sonrisita y miraba a Yerim con cariño mientras la niña creaba.
Jungeun se levantó, dejó a Yerim a lo suyo y se sentó a la mesa frente a Jinsol.
—Gracias —dijo ella mientras abría otra lata de judías negras.
—No tienes que dármelas —dijo Jungeun—. Ha sido divertido. Es una niña increíble, Jinsol.
Sonrió.
—Lo es.
—Tiene talento.
—¿Tú crees?
—Sin duda. Dibuja muy bien y tiene buen ojo y buen instinto.
Jinsol respiró hondo, pero perdió la sonrisa al mirar hacia el sendero.
—¿Debería preocuparnos que aún no hayan vuelto?
Jungeun frunció el ceño y encendió el teléfono de Jinsol para mirar la hora.
Los de la caminata llevaban mucho tiempo fuera.
—¿Le has escrito a Heejin?
Jinsol asintió.
—Y a Chaewon. Tres veces. Pero no hay casi cobertura.
—A lo mejor...
Pero un coro de voces procedente del sendero la interrumpió. Aparecieron los tres excursionistas, todos con el ceño fruncido y un aspecto... horrible, la verdad. Changmin estaba completamente vestido y empapado, incluidas las deportivas de cuero, que chirriaban al pisar. A Heejin le sobresalían ramitas del pelo y Chaewon tenía una expresión que auguraba tormenta.
Más bien un huracán.
—¡Oh! —dijo Jinsol y puso una mueca. Se levantó y se acercó a sus amigas, pero se detuvo cuando Changmin tiró la mochila al suelo con un sonoro «Menos mal que se acabó esa puta mierda» y desapareció dentro de su tienda.
—¿Qué ha pasado? —preguntó mientras Chaewon respiraba hondo y se frotaba los ojos.
—Nada —respondió—. Solo nos hemos perdido un poco.
—¡Mierda! —dijo Jaebeom y se levantó de donde estaba agachado junto al fuego—. ¿Están bien?
—Evidentemente —dijo Chaewon, con evidente desdén.
Jaebeom levantó las manos en señal de rendición y volvió a cocinar, murmurando algo que Jungeun no supo descifrar.
—No nos hemos perdido —dijo Heejin—. Changmin, rey de la naturaleza, ha hecho que nos perdamos.
—Heejin —dijo Chaewon y suspiró—, déjalo ya.
—No es culpa mía que tu prometido no sepa seguir un sendero —dijo Heejin—. El camino está claramente marcado, pero, no, él tenía que ponerse en plan Daniel Boone ahí fuera.
—Quería explorar.
—Así es como la gente muere en el bosque, Chaewon, lo cual le dejé bien claro.
—No hemos muerto.
—No, solo nos han picado como un millón de bichos, vimos un puto oso pardo y nos quedamos sin agua hace una hora. Un rato divertido explorando.
—Eh, un segundo. ¿Vieron un oso? —preguntó Jinsol.
—Estaba lejos —dijo Chaewon y puso los ojos en blanco—. Ni siquiera nos ha oído.
Jungeun agarró su botella de agua y se la acercó a Heejin, que se la arrebató de las manos y tragó ruidosamente. Jinsol le ofreció la suya a Chaewon, que la aceptó con la mirada clavada en el suelo.
—La única parte buena ha sido cuando Changmin se dio un buen chapuzón después de decidir que nunca sería un hombre de verdad a menos que vadease los grandes ríos de la Tierra.
—¡Por el amor de Dios, Heejin! —protestó Chaewon—. Intentaba llenar la botella de agua.
—Una buena forma de contraer el cólera —dijo Heejin.
Chaewon le devolvió la botella a Jinsol y se marchó hacia su tienda sin decir nada más.
—Joder —dijo Jungeun, luchando por contener una sonrisa. No había nada más divertido que Park Chaewon fuera de su zona pija de confort. Sin embargo, cuando se dio la vuelta y vio a Heejin mirando a Jinsol, y a Jinsol retorciéndose las manos, su alegría se evaporó.
—Me has dejado sola —dijo Heejin, con los dientes apretados.
—Lo siento —dijo Jinsol—. Pensé...
—Me dejaste sola con ellos y sabes que soy incapaz de mantener la boca cerrada cerca de ese haragán de pacotilla.
—¿Qué le has dicho? —preguntó Jinsol.
—¿Cuándo? ¿Cuando no dejaba de hablar de sus preciosos zapatos italianos de cuero con los que decidió meterse en un puto bosque o cuando le dijo a Chaewon que no debería darle vergüenza necesitar un palo para apoyarse porque no estaba en forma? No, espera, ¿qué tal cuando empezó a preguntarme por qué Minhwan y yo no estamos casados y no tenemos hijos, a pesar de que Chaewon le pidió que parase, y luego se puso a pontificar sobre cómo se me estaban secando los ovarios?
—¡Mierda! ¿Dijo eso? —preguntó Jinsol.
—Lo dijo. Me alegro de que Minhwan tuviera que trabajar hoy y no hubiera estado allí para oírlo. —Se le hundieron los hombros y todo el aliento abandonó sus pulmones mientras se frotaba la frente.
Jungeun sintió que se había perdido algo importante con forma de mejor amiga, pero no sabía cómo preguntar.
—Cielo, lo siento mucho —dijo Jinsol. Se acercó más a Heejin y le frotó los brazos—. Jaebeom y yo nos peleamos y...
—Lo entiendo —dijo ella, más calmada—. Pero me temo que el plan se ha ido a la mierda.
—No sé yo —dijo Jungeun—. Chaewon no parecía muy contenta.
—Ya —dijo Heejin—. Conmigo.
Jungeun ladeó la cabeza.
—Tal vez un poco. Pero parece que Changmin ha sido un imbecil de categoría. Quizá también esté frustrada con él en parte.
Heejin enlazó el brazo por el de Jinsol y apoyó la cabeza en el hombro de su amiga, el enfado claramente olvidado.
—Es posible. Al menos he averiguado que no le pidió que viniera a la excursión.
—¿No? —preguntó Jinsol.
—No. Cuando nos perdimos, empezaron a discutir porque Chaewon quería dar la vuelta y él pensaba que debíamos seguir adelante. Le espetó que el viajecito había sido idea suya y ella le contestó que, para empezar, no le había pedido que viniera. Que había tenido que acompañarla porque no creía que fuera capaz a enfrentarse sola al bosque.
—¡Dios santo! —dijo Jinsol—. ¿De verdad le dijo eso?
—Bueno, Chaewon no es exactamente una amazona —dijo Jungeun.
Heejin la fulminó con la mirada.
—Esa no es la cuestión. La cuestión es que él cree que es una incompetente total y ella lo sabe.
—Pobre Chaewon —dijo Jinsol—. ¿Qué hacemos?
—Tenemos que hablar con ella, Jinsol —dijo Heejin—. Ya hemos esperado demasiado. Las dos. Esta noche.
Jinsol asintió y le apretó la mano a Heejin. Ninguna de las dos miró a Jungeun ni intentó incluirla en su plan de mejores amigas. Le pareció bien. Estupendamente.
Se dio la vuelta y las dejó solas para que planearan lo que le dirían a Chaewon; volvió a sentarse junto a Yerim para ver qué belleza había creado la chica
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Todos se habían calmado ya cuando se sentaron alrededor del fuego para cenar. Jungeun se sentó con Yerim, que había sacado unas cuantas fotos más con su teléfono y quería enseñarle lo que había hecho con ellas. Estaba más que encantada de desaparecer en el mundo del color, los ángulos y el tono por un rato. Los últimos días habían sido muy intensos con Jinsol y lo cierto era que le iría bien un descanso de tanto pensar y sentir. Jaebeom se sentó al otro lado de Yerim y escuchó cómo su hija le contaba a Jungeun su visión de una imagen de los árboles de hoja perenne recortados contra el cielo. No dejó de mirarlo de reojo en busca de alguna señal de aburrimiento o desdén, o para comprobar si se comía a su ex con los ojos, pero no cumplió sus expectativas. Se dedicó a admirar las fotografías de su hija y a hacerle preguntas de vez en cuando. Pero, sobre todo, se calló y dejó hablar a Yerim, la dejó que disfrutase de su momento. Casi diría que la había impresionado, pero todavía no le apetecía ser caritativa con él.
Jinsol estaba ocupada con Heejin. Estaban sentadas juntas en un tronco, hablando y riendo, pero no dejaban de mirar a Chaewon, que estaba pegada a Changmin en la mesa de pícnic mientras él parloteaba sin parar de los bichos que le habían picado en la caminata.
Chaewon apenas le respondía y comía con la mirada perdida. Llevaban todos comiendo unos diez minutos cuando Jungeun notó un repentino silencio. Changmin por fin había cerrado la boca y fruncía el ceño. Se removió en el banco como si tratara de encontrar una postura cómoda y luego volvía a moverse.
Se aclaró la garganta en un intento de llamar la atención de Jinsol, pero su rostro estaba vuelto hacia otro lado mientras hablaba con Heejin en voz baja.
Carraspeó otra vez y tosió.
—¿Necesitas un poco de agua, Jungeun? —preguntó Chaewon, con tono molesto.
—Sí, muchas gracias —dijo y bebió un sorbo de su botella. Chaewon puso los ojos en blanco y volvió a mirar la comida, mientras Changmin empezaba a sudar a su lado. No se estaba quieto y Jungeun observó cómo intentaba ajustarse la entrepierna con el máximo disimulo.
Volvió a toser.
—¡Uf, cómo pica el chili! —dijo en voz alta.
Por fin logró atraer la atención de Jinsol. Miró a Jungeun, que abrió los ojos con intención e inclinó la cabeza hacia Changmin.
—¿En serio? —dijo Jaebeom con el ceño fruncido—. Apenas le he puesto cayena. Resulta que no había traído tanta como creía.
Jungeun se tragó una carcajada mientras se le despertaba en el pecho una sensación alocada e infantil, incluso divertida. Jinsol se tapó la boca con la mano y Heejin observó a Changmin con un brillo maníaco en los ojos. Jinsol le había contado que Jungeun y ella habían tomado prestada la cayena de Jaebeom y espolvoreado una generosa cantidad en los cuatro pares de calzoncillos negros de Ralph Lauren de Changmin, de modo que las tres mujeres se dedicaron a observar cómo se retorcía, sudaba y se secaba la frente con el dorso de la mano.
—¿Estás bien? —preguntó Chaewon al darse cuenta por fin del malestar de su prometido.
Él asintió, pero se estaba poniendo rojo por momentos y el sudor le corría por las sienes.
—No, está claro que no —dijo Chaewon, alarmada—. ¿Qué te pasa?
—Es que... ¡Joder! —Esa vez ni siquiera se molestó en ocultar que se tocaba la entrepierna. Se levantó del banco mientras se sacudía de un lado a otro para intentar aliviarse.
—¡¿Qué mierda?! —exclamó Jaebeom.
—¿Está bien? —preguntó Yerim.
—Está perfectamente —dijo Jungeun y agitó una mano, pero entonces Changmin se arrancó de un tirón los pantalones cortos de color caqui, se quedó en calzoncillos y se agarró el paquete con desesperación.
—¡Eh, oye! —gritó Jaebeom y le tapó los ojos a Yerim.
—¡Changmin! —Chaewon se levantó de un salto de la mesa de pícnic y empujó a su prometido en el pecho para arrastrarlo hacia la tienda antes de que diera un espectáculo mayor.
—¡Agua! ¡Necesito agua! —gritó. Chaewon se llevó la botella de la mesa y siguió arrastrándolo hacia la tienda. Una vez dentro, mientras los gemidos y quejidos resonaban entre los árboles, el resto del grupo permaneció en silencio durante unos diez segundos antes de que Heejin estallara en una carcajada tan efusiva que se cayó del tronco en el que estaba sentada.
—¡Ay, Dios! —dijo, aun carcajeándose en el suelo, con los brazos extendidos y el cuenco de chili sujeto entre los pies.
—¿Qué acaba de pasar? —preguntó Jaebeom.
Jungeun miró a Jinsol y también empezó a reírse.
—Verás, Jaebeom —dijo—, digamos que te debemos un poco de cayena.
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Jungeun no podía dormir.
Había demasiado silencio en la tienda, hacía demasiado calor y su mente no se estaba quieta. Jinsol estaba a su lado, dormida como un tronco y roncando suavemente, con Heejin al otro lado. Antes, cuando quedó claro que Chaewon y Changmin no iban a salir de la tienda en lo que quedaba de noche, y cuando Heejin dejó de reírse como una villana de una película de Disney, se habían acomodado alrededor del fuego mientras el sol se ocultaba tras los árboles. Pasaron las dos horas siguientes bebiendo la cerveza que Jaebeom había traído en una de las enormes neveras y escuchando cómo le contaba historias de miedo a Yerim, que no se asustó ni un poquito por una chica que se había encontrado una picadura de araña en la mejilla después de una acampada y luego había visto en el espejo de su casa cómo el forúnculo reventaba y salían un millón de crías de araña.
—Jaebeom —había protestado Jinsol al final de la historia mientras se frotaba la mejilla sin pensar.
—¿Qué? —Él sonrió y le dio un codazo a la niña, que no paraba de reírse y de balbucear lo increíble que habría sido esa foto.
—¿A que sí, Jungeun? —preguntó.
—Ya te digo —dijo y le guiñó un ojo.
Jinsol negó con la cabeza, pero no dejaba de desviar la mirada hacia la tienda de Chaewon, con el ceño fruncido por la preocupación. Heejin le repitió una y otra vez que no se preocupara, que hablarían con ella al día siguiente, cuando volvieran a Bright Falls. Ella asintió, pero Jungeun casi sentía cómo le contagiaba el estrés, lo cual era absurdo.
A ella le daba igual si Chaewon se había enfadado por la cayena. Le daba igual que a Changmin le saliera un sarpullido en la entrepierna. Le daba igual que Heejin se hubiera sentado a su lado, cerca del fuego, y hubiera apoyado la mejilla en su hombro, todavía con hipo de tanto reír, y se hubiera quedado así. Esperó a que dijera algo sobre la cayena, pero no lo hizo. Jeon Heejin se quedó allí unos diez minutos, acurrucada con el espectro de la Mansión Wisteria mientras bebía cerveza.
Jungeun procedió a dar un trago, con la esperanza de que el alcohol la calmara y le diera valor para encogerse de hombros y apartar a Heejin, pero no lo hizo. En todo caso, la puso más sensiblera, y la palabra «amistad» siguió parpadeando en su cerebro como las luciérnagas de junio.
Una vez se instalaron en sus respectivas tiendas a la intempestiva hora de las nueve y media, cuando Heejin salió al bosque, Jinsol se acurrucó a su lado en el saco de dormir, le robó un beso y le susurró al oído que se escabulleran a las bañeras cuando Heejin se durmiera.
—Es imposible despertarla —le dijo.
Jungeun había aceptado, deseosa de... algo. Se sentía inquieta y ansiosa, así que tal vez una hora con la piel de Jinsol bajo las manos y la boca le vendría bien. Pero Jinsol, agotada después de no haber dormido casi nada la noche anterior, se quedó totalmente inconsciente a los treinta minutos de anunciar su plan de escaparse a medianoche.
De modo que allí estaba, despierta a pesar de la falta de sueño, mirando al techo de la tienda y casi sofocada por el calor de tres cuerpos en una noche de junio. Jinsol murmuró algo y luego le puso un brazo sobre la barriga. Se acercó hasta pegar la boca al cuello de Jungeun. Seguía dormida y sus extremidades eran pesadas, pero Jungeun no pudo evitar el sentimiento agradable que le recorrió las venas al acariciarle el brazo.
Al cabo de un rato, se incorporó con el corazón demasiado acelerado para dormir. Salió de debajo de Jinsol, se quitó el saco de dormir de las piernas desnudas y abrió la cremallera de la tienda. El aire fresco de la noche entró y se sentó de rodillas en la entrada unos segundos, esperando a que su corazón volviera a la normalidad.
A unos seis metros, aún brillaban los restos del fuego. Jungeun salió de la tienda arrastrándose hacia las neveras de Jaebeom en busca de otra cerveza, pero las encontró cerradas con un complicado mecanismo que no veía bien en la oscuridad.
—¿Qué cojones? —masculló en voz baja y en cuclillas para mirar bien la cerradura.
—Es para que no la abran los osos.
—¡Ay, Dios! —Jungeun se cayó de y el corazón se le aceleró todavía más.
—No, solo soy yo —dijo Chaewon con desgana y levantó su propia lata de cerveza desde donde estaba sentada en un tronco junto al fuego—. Aunque ha valido la pena verte despatarrarte y chillar como una niña pequeña.
—No he chillado como una niña pequeña —dijo mientras se ponía de pie y se sacudía la suciedad de los pantalones cortos.
—Claro que sí. No pasa nada. —Chaewon parpadeó, con una manta sobre los hombros, el pelo algo menos peinado de lo habitual y un claro brillo de embriaguez en los ojos. Aunque tal vez fuera por la luz del fuego, pero su voz también sonaba rara. Jungeun nunca había visto a Park Chaewon borracha. Ni una sola vez, ni siquiera en la adolescencia, cuando espiaba desde la ventana a la una de la madrugada cómo su hermanastra, Heejin y Jinsol se escapaban en las noches que celebraban fiestas de pijama para quedar con chicos en el parque Bryony, a un kilómetro de la Mansión Wisteria. Chaewon siempre volvía completamente sobria. Jinsol también. Heejin, no tanto.
—Levanta el pestillo de abajo y gíralo hacia la izquierda —dijo Chaewon y señaló la nevera.
Jungeun la observó durante un segundo antes de volver a ponerse en cuclillas y seguir las indicaciones de su hermanastra. Efectivamente, la nevera se abrió y encontró un puñado de latas de cerveza flotando en un mar de hielo aguado. Sacó una y volvió a cerrar la nevera antes de acercarse al fuego. Se acomodó en un tronco frente a Chaewon, lo bastante lejos como para dejar claro que no había ido a hablar. No había más sitios a donde ir, en la oscuridad de la noche, con osos pardos y Dios sabía qué más vagando por el bosque.
—¿Changmin está bien? —preguntó mientras abría la cerveza.
La pregunta había surgido por su cuenta de forma impulsiva. No estaba segura de lo que Chaewon sospechaba sobre el incidente de antes. La cayena era inodora y difícil de distinguir en el algodón negro de los calzoncillos, sobre todo a la luz del atardecer. Probablemente parecería un poco de polvo si se miraba de cerca. En cualquier caso, esperaba al menos alguna reacción, que entrecerrase los ojos y le soltase alguna réplica sarcástica; así era como habían interactuado siempre, aunque Jungeun se hubiera limitado a preguntar por el tiempo. Pero Chaewon no hizo nada de eso. Se limitó a suspirar, beber otro trago de cerveza y encogerse de hombros.
La observó mientras su cerebro se puso a calcular de forma automática qué decir para irritar a Chaewon, para hacerla enfadar o fastidiarla, o culparla de forma pasiva-agresiva por una cosa u otra, todos sus mecanismos habituales para relacionarse con su hermanastra.
No se le ocurrió nada. Chaewon parecía pequeñita, incluso perdida, con los hombros redondeados y medias lunas moradas debajo de los ojos. Nada que un poco de corrector no pudiera arreglar, pero aun así. No recordaba haberla visto nunca tan descuidada.
Los dedos le cosquillearon con las ganas de sacar el móvil y hacerle una foto; la visión de Chaewon como un personaje de una película de terror, al menos para sus estándares, era demasiado jugosa como para resistirse. Sin embargo, no se movió. Después de todas las dichosas emociones de los últimos días, se dio cuenta de que no tenía la lucidez mental para jueguecitos de hermanastras malvadas.
Así que decidió no jugar. Bebió cerveza y dejó que la brisa veraniega se deslizara por su piel. Se quedó mirando el fuego e intentó fingir que Chaewon no estaba allí. Sin embargo, le resultó imposible, ya que, en ausencia de las bromas de mal gusto, su mente se llenó de todas las cosas que la unían a Chaewon de una forma u otra: Jinsol, Heejin, Yerim, la boda y el dinero que le pagarían por ella, incluso la exposición en el Whitney, que no hizo más que recordarle lo desesperada que estaba por llegar a ser alguien en el mundo. Alguien que importara y a quien la gente recordara, por quien la gente se interesara y la buscara, aunque solo fueran desconocidos persiguiendo las emociones que les evocaban sus fotografías.
Por lo general, aquella línea de pensamiento la conducía a una determinación férrea: crear unas piezas alucinantes para el Whitney, trabajar más duro, pensar de forma más creativa, forjar más contactos con artistas y galeristas, ser más, hacer más, no parar hasta que una foto se venda o su visión de otra serie llegue a buen puerto. Sin embargo, en ese momento solo pensaba en los ojos atentos de Yerim. El asombro de la niña, su entusiasmo por crear. Jinsol también se coló en ellos, cómo se sentía al abrazarla, los sonidos que hacía cuando la tocaba, la forma en que orbitaba hacia ella incluso en sueños.
Tenía que haber sido accidental. A Jinsol le gustaba acurrucarse, le había quedado claro desde la primera noche, y había estado tumbada en su dirección, nada más. Se habría acurrucado con Heejin si hubiera estado girada hacia el otro lado.
¿Verdad?
Joder. Se frotó la frente y bebió un trago. El aire fresco, al parecer, no la estaba ayudando a deshacerse de aquellos sentimientos.
—¿Qué te pasa? —preguntó Chaewon.
Jungeun levantó la cabeza.
—¿Qué? Nada.
Ahí llegó la mirada fulminante por excelencia.
—¡Y una mierda!
—Últimamente eres una experta en palabrotas.
—Me cuesta contenerlas cuando te tengo cerca.
Jungeun le sonrió desde el otro lado del fuego.
—¿A mí? ¿Estás segura?
—¿Por qué no iba a estarlo?
—Estás aquí fuera en el frío bebiendo una cerveza, ¡por el amor de Dios! ¿Cómo la llamaste una vez? ¿Una barra de pan en lata?
—Eso es un hecho. ¿Has visto el recuento de carbohidratos que tiene esto?
—Mientras tanto —continuó—, tu príncipe azul está durmiendo bajo las estrellas acurrucado en su edredón de plumas.
—No se ha traído un edredón de plumas.
—Vale, pues uno de seda. La cuestión es que quizás sea otra cosa la que te saca de tus casillas.
Esperó la réplica de Chaewon, probablemente mordaz y denigrante, pero no recibió más que silencio. Su hermanastra le daba vueltas a la cerveza en la lata, con la mirada gacha. Era la situación perfecta para seguir picándola como a un oso dormido. Tal vez fuera el pan líquido, pero en cambio, Jungeun se encontró preguntándose qué diría o haría Jinsol en aquella situación. Era un pensamiento extraño. Y más extraño aún era que sabía lo que diría y haría. Sería dulce. Reconfortante. Antepondría la felicidad de Chaewon a la suya. Se preocuparía.
Pero las cosas nunca habían funcionado así entre Chaewon y Jungeun.
—¿Recuerdas cuando mi madre nos dio la charla de sexo? —preguntó su hermanastra.
—¡Dios! —Eso era lo último que esperaba—. ¿Por qué sacas a relucir un recuerdo tan horrible?
Chaewon esbozó una sonrisa casi imperceptible.
—Teníamos, ¿qué?, ¿doce años?
—Y ya sabíamos lo que era el sexo gracias al inepto plan de estudios de educación sexual de Bright Falls. Menos mal que teníamos las novelas románticas cutres que la niñera se dejaba siempre entre los cojines del sofá, qué quieres que te diga.
Chaewon se rio.
—¡Madre mía! Acabo de recordar esa en la que a la cortesana o quien fuera le gustaba atar a su amante al trono de la reina.
—Y luego le hacía que la llamase «majestad». Si eso no nos enseñó todo lo que necesitábamos saber, no sé qué.
—La versión de mamá era un poco diferente.
Jungeun se sentó derecha, sujetando su lata de cerveza como una taza de té y sacando el meñique.
—Oigan bien, queridas —dijo con un exagerado acento que no sonaba ni parecido a Kim-Park Gayoon—, asegurense de usar siempre el cuarto de baño después de intimar y, ¡por el amor de Dios! no dejen que las convenza para ponerse encima.
Chaewon soltó una sonora carcajada y luego se tapó la boca con la mano.
—No dijo la última parte.
—Pero lo pensó. Créeme.
La sonrisa de Chaewon desapareció.
—Sí, probablemente. —Entonces su voz adquirió una cualidad fantasmal y se le pusieron los ojos vidriosos—. «No siempre es agradable, pero hará feliz a tu marido, así que lo considero un tiempo bien empleado».
—¿Qué?
—Eso fue lo que dijo. —La miró a los ojos—. ¿No recuerdas esa parte?
—La verdad es que no —dijo Jungeun—. Además, a los doce años ya tenía cierta idea de que eso del marido no se me iba a aplicar nunca, así que supongo que desconectaría cuando empezó con el tema.
Chaewon asintió.
—Pues lo dijo. Nunca lo he olvidado.
—A ver, un segundo —dijo Jungeun; luego se levantó y se acercó a un tronco junto a su hermanastra—. ¿De verdad dijo eso? ¿Con esas palabras?
Otro asentimiento.
—Sabes lo inquietante que resulta teniendo en cuenta que estaba casada con mi padre, ¿verdad?
Chaewon hizo una mueca pero le sonrió; algo cercano a la camaradería floreció entre ellas. De repente, Jungeun se sintió joven y esperanzada, lo cual era una tontería. Ya no era tan joven y nunca había asociado a Chaewon con la esperanza, ni por asomo.
—Lo siento —dijo—. Sí, es raro, pero... por alguna razón, no dejo de pensar en ello.
—Así que Changmin es malísimo en la cama. ¿De eso se trata?
Chaewon gimió.
—No, es...
—Porque sabes que eso es mentira, ¿verdad? ¿Sabes que una mujer no está obligada a hacerlo con su hombre, ni con cualquier pareja, para tenerlo contento?
—Lo sé. No se trata del sexo en sí, sino en el espíritu detrás de las palabras. Como si tuviera que... —Se interrumpió y se quedó mirando el espacio que tenían delante. La luz del fuego bailó en sus ojos y Jungeun juró ver un amago de lágrimas, pero Chaewon parpadeó antes de asegurarse.
—¿Como si tuvieras que qué? —preguntó Jungeun en voz baja.
Chaewon bajó la mirada y pasó el dedo por el borde de la lata de cerveza.
—Decir que sí. Todo el tiempo, pase lo que pase. Ser siempre elegante, calmada y controlada, y decir que sí.
Se quedaron en silencio unos segundos, mientras la confesión de Chaewon flotaba entre ellas. Jungeun pensó en su infancia y en su adolescencia, en toda la atención que Gayoon le prodigaba a Chaewon con sus notas y el atletismo, sus viajes mensuales a la peluquería, las dietas equilibradas y las clases de francés, el equipo de debate del instituto, la admisión anticipada a la universidad y la carrera de empresariales. Todas las cosas que nunca se había molestado en hacer por Jungeun. Bueno, eso no era del todo cierto. Gayoon la había incordiado con los deberes y se había asegurado de que cenara bien todas las noches, pero en todo lo demás, desde el pelo desbocado de Jungeun hasta su abierto desdén por el deporte, la había dejado en paz. Aceptaba sus negativas con facilidad, como si fueran un alivio para así poder centrar toda su atención donde de verdad importaba, en la perfecta Chaewon, que nunca ponía pegas a ponerse un vestido de satén y desfilar por una gala benéfica como una princesa.
Chaewon tenía razón. Nunca decía que no. Pero Jungeun siempre había asumido que nunca había querido.
—Chaewon... —empezó, pero su hermanastra la cortó al levantarse de repente.
—No te importa nada de esto —dijo, agitó una mano y le ofreció una sonrisa falsa. Se envolvió mejor en la manta y se dirigió hacia su tienda antes de que Jungeun pudiera decir nada más.
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