O23
Se había pasado. Tenía que ser eso. Jungeun se había dado cuenta de que lo que Jinsol quería hablar en realidad era de su relación, de lo que era, cuando ya habían establecido que aquello era simple y llanamente sexo. ¿Por qué si no se habría alejado Jungeun de aquella manera, jadeando como si se asfixiara? Sabía que era un error. Jinsol no sabía gestionar algo informal y Jungeun se había agobiado al darse cuenta de que Jinsol estaba hambrienta de amor y lo único que quería era meterse dentro de ella e instalarse.
Pero eso no era lo que quería.
No podía.
Se trataba de Kim Jungeun, la hermanastra de su mejor amiga que había abandonado a su familia hacía doce años y apenas había mirado atrás, y Jinsol sabía demasiado bien lo que era amar a alguien que no se quedaría a su lado.
Sin embargo, después de escuchar a Jungeun hablar de Chaewon la noche anterior, de que su relación no era complicada en absoluto, de que Chaewon y Gayoon simplemente no la habían querido... algo en todo ello le sonó a verdad. No culpaba a su amiga. Ya había perdido a su propio padre y luego a un padrastro, y Gayoon no era el tipo de madre que repartía amor con facilidad. Jungeun era una niña rara, fría y distante, pero a los diez años ya había perdido a sus dos padres.
¿No sería ese motivo suficiente para volver a cualquiera raro, frío y distante?
Pero de adulta, Jungeun era de todo menos eso. Un poco brusca a veces, sí. Irritable. Pero tenía algo que hacía que a Jinsol le zumbara la sangre, aparte del sexo increíble, aunque solo estuvieran hablando. Era brillante, divertida y fuerte, y quería envolverse en ella, absorberla, ayudar a llenar la mirada atormentada en los ojos de la otra mujer con suavidad y gentileza.
Se frotó los ojos bajo las gafas e intentó contener la oleada de sentimientos. Siempre había querido ser de esas personas capaces de acostarse con alguien y dejar las cosas ahí, solo sexo, sensaciones y piel. Sabía que no tenía nada de malo que nunca hubiera sido así; había tenido una hija muy joven y siempre había demasiadas cosas en juego o no tenía tiempo, pero le gustaba tanto oír las hazañas de Heejin a los veinte años... Incluso Chaewon había tenido algunas aventuras de una noche, y eso era solo lo que les había contado a sus amigas.
No te va lo informal y no pasa nada.
Las palabras de Heejin de aquella noche en el bar de Stella le volvieron a la mente, pero las ignoró. Podía hacer lo que quisiera y lo que le apetecía entonces era tener a Jungeun en su cama. Se arregló la ropa y echó los hombros hacia atrás, decidida a mantener la calma a partir de ese momento.
Sexo, se dijo a sí misma. Piensa solo en el sexo.
—¿Qué haces? —preguntó Heejin con el ceño fruncido cuando salió de detrás de la tienda de Jaebeom y Yerim.
—¡Ah! Eh... Buscaba una botella de agua —dijo e hizo ademán de mirar alrededor—. Jaebeom siempre lleva un millón.
—Ya, pero tienes la tuya en la mochila —dijo Heejin y señaló la mochila de Jinsol apoyada en la tienda, con una Nalgene morada enganchada a una de las correas.
—Cierto —dijo Jinsol y lo dejó ahí. Agarró la botella y dio un largo trago al agua, que ya estaba tibia.
—Bueno, vamos allá —dijo Changmin y aplaudió como si fueran ganado. Luego le dio una palmada en el culo a Chaewon cuando empezó a caminar hacia el sendero. Le sonrió, la abrazó y la besó.
Jinsol observó, con los dientes apretados, cómo Chaewon le devolvía el beso. Pero su mejor amiga no sonreía. Y tenía los brazos rígidos sobre los hombros de Changmin mientras las manos de él le agarraban el culo. No le gustaba, ni lo más mínimo; nunca le habían gustado las muestras de cariño en público. Mientras que la mayoría de las madres enseñan unos modales básicos, Gayoon le había inculcado el decoro en su hija como un clavo en una tabla.
—¿Es mucho pedir que le caiga una piedra grande en la cabeza? —preguntó Heejin mientras se ataba las botas de montaña.
—Ojalá fuéramos de las que rezan —dijo Jinsol.
—Estaría dispuesta a convertirme si así nos libramos del peina sombreros ese.
—¿Ahora es un peina sombrero?
—Es un peina todo tipo de mierdas. Camisas. Cinturones. Chaquetas. Peines.
—Peina peines suena bien.
—La verdad es que sí.
Jinsol se rio, pero su mirada se desvió hacia Jungeun sin su permiso. Estaba sentada en la mesa de pícnic, inmersa en su teléfono. Jinsol apartó la vista.
—¿Listas? —llamó Chaewon mientras se separaba de Changmin.
—¡Sí! —dijo Heejin. Entrelazó el brazo con el de Jinsol y la apretó con fuerza. Juntas se dirigieron al sendero, pero cuando llegaron, Jungeun aún no se había movido de la mesa de pícnic.
—¿Vienes, Jung? —preguntó Chaewon.
Jungeun levantó la vista, con expresión aburrida.
—No, parece que va a llover.
—Es el noroeste del Pacífico —dijo Changmin—. Siempre parece que va a llover.
—¡Dios mío, qué razón tienes! —Jungeun miró alrededor a los árboles, con los ojos muy abiertos y voz azucarada—. Casi se me había olvidado en qué parte del país estaba. Muchas gracias.
Heejin contuvo una carcajada, pero entonces Changmin murmuró algo que sonó sospechosamente similar a «zorra» y entonces su sonrisa se transformó en una mirada asesina. Jinsol oyó cómo Chaewon respiraba hondo, se daba la vuelta y daba un trago a la botella de agua.
—Estoy bien aquí —dijo Jungeun y volvió a mirar el teléfono.
—¿Estás segura? —preguntó Jinsol. Dio un paso atrás hacia la zona de acampada, deseando que Jungeun la mirara.
Pero no lo hizo. En vez de eso, se limitó a asentir y Jinsol sintió que se le revolvía el estómago. Heejin tiró de ella hacia el sendero y se marchó, pero no consiguió librarse del pánico que le burbujeaba en el pecho. Primero Jaebeom, luego Jungeun. Se sentía abandonada, fuera de control y a punto de echarse a llorar.
A los cinco minutos de caminata, se soltó del brazo de Heejin.
—¿Sabes qué? Voy a ver cómo está Yerim en los manantiales.
—¿Qué? —preguntó Heejin, con la cara pálida.
—Sí, es que... estoy nerviosa. Por ella, por Jaebeom, y... —No sabía cómo expresar que necesitaba irse, que necesitaba llorar y abrazar a su hija, la única cosa en su vida de la que estaba segura.
—Cielo, ¿va todo bien? —preguntó Chaewon al acercarse—. ¿Quieres que te acompañemos?
Jinsol negó con la cabeza.
—Seguid con la excursión. Pasenlo bien.
—Ya la has oído —dijo Changmin y agarró a Chaewon del brazo. Empezó a arrastrarla por el sendero, con zapatillas de cuero y todo—. Está bien. Vamos.
—Jinsol —dijo Heejin con una mirada cargada de significado—. ¿Hablas en serio?
—Nos vemos luego en la zona de acampada, ¿vale? —dijo antes de que su amiga pudiera decir nada más. Se sintió culpable, pero aun así se apartó de ella y echó a correr por el sendero.
[""]
Se abrió paso entre los árboles y entró en el claro donde habían acampado, con la respiración agitada y mirada atenta. Jungeun seguía encaramada a la mesa de pícnic, con el teléfono en la mano. Levantó la cabeza al verla y frunció el ceño en un gesto que Jinsol esperaba que fuera de preocupación y no de enfado.
—Creía que se iban de excursión —dijo Jungeun.
Jinsol trató de calmarse de la forma más disimulada posible mientras todas las respuestas erróneas revoloteaban por su cabeza.
Quería verte.
Estaba preocupada por ti.
Estaba preocupada por nosotras.
Pero sabía que no podía decir nada de eso. Esas no eran respuestas «informales» a la pregunta de Jungeun.
—Decidí que no quería ir —dijo Jinsol—. Voy a ir a los manantiales a ver cómo está Yerim.
Bien. Una respuesta despreocupada. Ni siquiera le tembló la voz. Jungeun asintió y Jinsol se dirigió a la tienda para ponerse el bañador. Se agachó para entrar, cerró la cremallera y se apretó los ojos bajo las gafas. Las lágrimas brotaron y trató de contenerlas. Era ridículo. Se peleaba con Jaebeom todo el tiempo. Y Jungeun tenía todo el derecho a no ir a una excursión, a no ir con ella.
Aun así, nunca se le habían dado bien los conflictos. Cuando era niña, sus padres peleaban sin parar y su madre se había sentido desgraciada durante la mayor parte de su vida en San Francisco. Después de que su padre se marchara y ellas dos se mudaran a Bright Falls, Jinsol pasó años asegurándose de que su madre estuviera bien y procurando hacerle la vida lo más tranquila posible, siguiendo siempre las normas en la medida de lo posible.
Hasta que se quedó embarazada.
Incluso entonces, su madre la apoyó; habían sido lo único que tenían la una y la otra durante muchísimo tiempo, y todo acabó bien. Muy bien, incluso. Pero entonces Jaebeom y ella empezaron a discutir, dos críos estúpidos con problemas de adultos, y siempre terminaba llorando cuando se peleaban, siempre acababa sintiéndose patética. En ese momento, Heejin sin duda se habría enfadado con ella por abandonarla con el peina pantalones, así que lo había empeorado todo. Aun así, había sido incapaz de ir a la excursión sin hacer antes lo que estaba haciendo: dejar caer unas cuantas lágrimas para liberarse un poco y respirar entre jadeos. Solo necesitaba unos minutos y estaría bien. Estaría lista para ir a buscar a su hija, ignorar lo que estuviera haciendo Jungeun y encontrar la manera de compensar a Heejin. Estaría...
La puerta de la tienda se abrió y, antes de que pudiera secarse la cara o, al menos, subirse la camiseta para esconder las mejillas seguramente manchadas y los ojos rojos, Jungeun entró.
—Ah, hola —dijo Jinsol. Tranquila. Despreocupada. Solo que su voz sonaba espesa y acuosa. Le dio la espalda a la otra mujer y se puso en cuclillas para abrir la mochila y buscar el bañador.
—¿Qué pasa? —preguntó Jungeun, con voz tan suave que le dio más ganas de llorar. Cosa que no pensaba hacer.
—Nada. —Encontró el bañador de lunares rojos y blancos y se lo apretó contra el pecho mientras se levantaba—. Creo que soy alérgica a algo de por aquí.
Empezaba a mentir mejor.
—¡Y una mierda!
Quizá no tanto.
Suspiró y se giró para mirar a Jungeun.
—Me he peleado con Jaebeom. No ha sido para tanto, pero me ha dejado algo descolocada.
La mirada de Jungeun se suavizó. El interior de la tienda era caliente y húmedo, a pesar de la frescura en el aire de junio fuera. Para empezar, no había mucho espacio, y cuando la mujer se acercó un paso, Jinsol sintió que sus alientos se mezclaban.
—¿Por qué se han peleado? —le preguntó.
Jinsol se encogió de hombros, con otra nueva opresión en el pecho.
—Por Yerim. Por nosotros. Por lo mismo una y otra vez.
Jungeun frunció ligeramente el ceño, pero se limitó a asentir.
—¿Te puedo ayudar de alguna forma?
Jinsol no esperaba esa pregunta. No de parte de Jungeun. Una muestra de compasión, sí. Tal vez un chiste sobre lo horribles que eran los hombres blancos cisheterosexuales. Pero no un ofrecimiento afectuoso, pronunciado mientras le rodeaba la cintura con los brazos y tiraba de ella para acercarla. Le dieron ganas de hundir la cara en su cuello y respirar el olor que tanto la caracterizaba, a sol y lluvia a la vez.
—No lo sé —dijo Jinsol—. ¿Me acompañas a los manantiales?
La súplica se le escapó antes de pensárselo bien. Era una respuesta perfectamente razonable, pero la forma en que la había dicho, desesperada y con un leve jadeo, le dio ganas de volver a hacerse un ovillo.
Pero a Jungeun no pareció importarle. Sonrió y apretó las caderas de Jinsol contra las suyas. El deseo revoloteó en su vientre.
—¿Nada más? —preguntó y hundió la lengua en la clavícula de Jinsol.
—Eh, bueno... —dijo, pero cuando los dientes de Jungeun le rozaron la piel, se le escapó un gemido en lugar de cualquier palabra coherente. Dejó caer el bañador y metió las manos entre sus rizos.
—Eso ayuda, ¿no? —preguntó la otra mujer.
—Un poco.
—¿Y esto? —Los dedos de Jungeun bajaron hasta el botón del pantalón corto de Jinsol. Lo desabrochó y bajó la cremallera tan despacio que Jinsol sintió la vibración entre las piernas.
—Sí... Eso podría ayudar —dijo.
Se llevó el dorso de una mano a la boca para intentar acallarse mientras Jungeun deslizaba una mano dentro de los pantalones y la palpaba por encima de la ropa interior, presionando y explorando con los dedos.
—Ya estás mojada —dijo Jungeun, con los labios en su cuello.
Sí que lo estaba. Jinsol se sentía como si hubiera pasado toda la semana empapada, cada vez que estaba cerca de Kim Jungeun, incluso antes de que empezaran... con lo que fuera aquello.
Los dedos de Jungeun dibujaban círculos deliciosos sobre el algodón. Jinsol se agarró a sus hombros mientras las piernas le temblaban y empujaba las caderas contra la mano de la otra mujer.
—¿Puedo? —preguntó mientras subía los dedos hacia arriba para deslizarse despacio por la cinturilla de las bragas de Jinsol.
No fue capaz más que de asentir como respuesta, desesperada por sentir la piel de Jungeun sobre la suya. Ella no la hizo esperar mucho y soltó un gemido silencioso al sumergirse en el calor húmedo de Jinsol. Jungeun acarició en círculos de un lado a otro, explorando lenta y tortuosamente, antes de introducir un dedo y presionarle el clítoris con la palma de la mano.
Jinsol jadeó y echó la cabeza hacia atrás. Jungeun sacó la lengua para saborear la piel justo debajo de su oreja mientras introducía otro dedo y lo curvaba; bombeó con su mano para rozar justo donde Jinsol necesitaba.
—Más rápido —susurró y le clavó las uñas en los hombros desnudos. De su boca brotaron más palabras, cosas que nunca había dicho durante el sexo, obscenidades totales, pero no le importó, porque era lo que le hacía falta. Sexo, duro y rápido, sentimientos.
Sacudió las caderas sobre los hábiles dedos de Jungeun y se frotó contra su mano hasta estallar. El orgasmo la dominó y se derrumbó sobre la mujer, amortiguando sus gritos en su cuello. Jungeun mantuvo la mano quieta hasta que Jinsol dejó de estremecerse, e incluso cuando hubo terminado, se tomó su tiempo, jugueteando con los dedos y acariciando mientras los sacaba muy despacio de sus pantalones.
—¿Mejor? —le preguntó Jungeun con una sonrisa en la boca.
Jinsol intentó devolverle la sonrisa, pero terminó riéndose y se le abrió un espacio en el pecho que no supo explicar.
—Mucho mejor.
Acercó la mano a los vaqueros de Jungeun, más que dispuesta a devolverle el favor, pero ella la detuvo.
—Más tarde —dijo.
Jinsol frunció el ceño.
—¿Qué? Pero quiero...
—Lo sé. —Le agarró la mano y la rodeó por la cintura, acercándolas aún más y se pegó a su boca mientras hablaba—. Y lo harás. Pero ahora vamos a nadar. Querías ver a Yerim, ¿no?
Jinsol exhaló en su piel.
—Sí.
Jungeun asintió.
—Pues vamos.
Fue a apartarse, probablemente para sacar su propio bañador, pero Jinsol tiró de ella para acercarla. Mantuvo los ojos abiertos mientras se besaban, suave y lentamente. Una vez se separaron y se dieron la espalda para ponerse los bañadores sin tocarse, juraría que había visto un destello de algo muy similar a la felicidad en la expresión de Jungeun.
[""]
—Heejin me va a matar.
Jinsol miró a Jungeun mientras caminaban por el sendero hacia los manantiales. Llevaba un bikini negro que dejaba a la vista todos sus tatuajes, unos pantalones cortos vaqueros de cintura alta y las botas. Tenía un aspecto delicado y salvaje a la vez y era incapaz de dejar de mirarla.
Era un problema.
—¿Por qué? —le preguntó concentrada en mirar las agujas de pino del suelo.
—La dejé sola con Changmin y Chaewon —dijo.
Jungeun puso una mueca.
—Bueno, no te va a dar las gracias por eso. No, a menos que de algún modo te las hayas arreglado para hacer avanzar la Operación Peina Botas desde lejos.
Jinsol gimió, pero se detuvo de sopetón y levantó la mano para tirar del brazo de Jungeun.
—Eso es —dijo.
—¿El qué?
—La Operación Peina Botas. —Se volvió hacia la mujer con una sonrisa que recordaba al gato de Cheshire.
—¿Qué pasa con ella?
Jinsol agitó las manos.
—Tenemos que... No sé. Hacerla avanzar.
Jungeun levantó una ceja.
—¿Te refieres a enredar un poco las cosas?
—¡Sí! —Jinsol aplaudió una vez y luego señaló a Jungeun—. Exacto. Travesuras de campamento.
—¿Como echarle miel en el saco de dormir o algo así? Porque me apunto sin pensarlo.
Jinsol frunció el ceño.
—Bueno, no exactamente. O sea, comparte tienda con Chaewon. Quiero volverlo loco a él, no a ella.
—Podríamos darles a los dos un somnífero y luego arrastrar su colchón de aire hasta los manantiales, como en Juego de gemelas.
—¡Dios! Me encanta esa película. —Jinsol se dio golpecitos en la barbilla—. Aunque no creo que tenga un colchón de aire.
—Y el agua no está a una distancia apta para arrastrar nada —dijo Jungeun—. ¿Un poco de agua azucarada para los bichos?
—Ya sabes cómo odia los bichos.
Se rieron, pero nada de lo que habían mencionado les parecía factible, ni maduro. Aunque a Jinsol le importaba bien poco la madurez en ese momento. Le importaba aquello. Jungeun y ella bajo los árboles, conspirando como adolescentes para ayudar a su amiga. Era más que planear una broma, era como recuperar algo divertido, ligero y significativo que nunca habían tenido de niñas.
Algo que Jinsol nunca se planteó intentar, pero entonces podía ir a por ello.
—Quizá deberíamos consultar al oráculo —dijo y le dio la mano a Jungeun. Entrelazó sus dedos mientras volvían a caminar.
—¡Ah! El que todo lo sabe —dijo ella con una sonrisa—. Si Chaewon sacara la carta de la mantis religiosa, sería ideal. Le arrancaría la cabeza de un mordisco y ya está.
Jinsol se rio.
—Dudo mucho que sacara la manzana.
—Bueno, no es una salida como tú.
—¡Pero bueno! —Jinsol le dio un empujoncito en el hombro y Jungeun se lo devolvió. Caminaron así un rato, hasta casi llegar a los manantiales, cuando Jinsol se puso rígida de repente.
—Ya lo tengo —dijo y les dio la vuelta mientras tiraba de Jungeun de vuelta al campamento.
—Creía que íbamos a nadar —preguntó ella.
—Así es —dijo Jinsol mientras apartaba del camino una rama cubierta de agujas de pino—. Pero antes tenemos que hacer una pequeña parada en los suministros de cocina de Jaebeom.
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