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O22

Jungeun observó cómo Jinsol se quedaba mirando a Jaebeom y Yerim durante lo que le pareció una eternidad. Quiso soltar el saco de dormir que tenía en la mano, una cosa que olía a naftalina y que Heejin le había dicho que era de Minhwan, y acercarse a la otra mujer y besarla hasta dejarla sin sentido para que se olvidara de lo que fuera que Jaebeom le hubiera dicho o lo que fuerza que significara para ella.

Pero no lo hizo.

Clavó los pies en el suelo cubierto de agujas de pino y se obligó a ignorar el pánico que le recorría el pecho como un incendio.

Jinsol no era Jiyeon.

Y, desde luego, Jinsol y Jungeun no eran Jiyeon y Jungeun. No estaban juntas. No había sentimientos de por medio. Se acostaban; eso era todo. En secreto, haría bien en recordar. El hecho de que sintiera ganas de golpear algo en ese momento, o de llevarse a Jinsol al bosque y demostrarle por qué no valía la pena perder el tiempo con Jaebeom, era puramente biológico. Un instinto territorial que asomaba a la parte más primitiva de su mente. Nada más.

A eso y nada más se debía la ligera sensación de náuseas que le revolvía el estómago.

—Ya ha pasado por todo.

Jungeun parpadeó y se volvió para mirar a Heejin, que se había acercado a ella y también miraba a Jinsol.

—¿Qué?

—Jaebeom y Jinsol. Yerim. Han pasado por mucho.

—Sí, eso he oído.

Heejin levantó una ceja.

—¿De quién?

Jungeun negó con la cabeza, pero entonces se dio cuenta de que podía decir la verdad.

—Chaewon.

Heejin entrecerró los ojos, pero asintió y señaló a Jinsol.

—Se merece algo bueno. A alguien bueno. Alguien que la vea de verdad, ¿sabes?

La conversación no la ayudaba con las náuseas ni con la sensación de opresión en el pecho.

—Chaewon también —continuó Heejin.

—Y nosotras también. Todo el mundo. Precioso y conmovedor —dijo y puso los ojos en blanco.

—Tal vez no todo el mundo —dijo Heejin, pero sonreía, y luego le dio un golpecito en el culo con la botella de agua. Jungeun no pudo evitar soltar una carcajada de alivio; aquella camaradería maliciosa que se traía con Heejin ya le resultaba reconfortante y familiar.

—¡Eh! —gritó Chaewon mientras las miraba con expresión molesta—. ¿Vamos de excursión a los manantiales o qué? Changmin y yo queremos hacer un poco de ejercicio.

—Eso, señoritas —dijo él mientras se frotaba las palmas de las manos—. No hemos venido hasta aquí para hablar de brillos de labios y tintes para el pelo.

—¡Ay, amigas! —dijo Heejin y chasqueó los dedos—. Pensaba que te íbamos a hacer un cambio de look, Chang.

Se rió.

—Ni en sueños. Y me llamo Changmin.

—Claro que sí, Chang.

Abrió la boca para decir algo más, pero Chaewon le dio la mano y lo condujo a su tienda para cambiarse, no sin antes fulminar a Heejin con una mirada por encima del hombro.

—¡Dios, cómo lo odio! —dijo Heejin.

—¿Por qué? Si es un encanto —dijo Jungeun cuando Jinsol se les acercó. Sus brazos se rozaron y sintió de inmediato que se le ponía la piel de gallina, mientras el aroma a prado de Jinsol le invadía los sentidos.

Se acercó un poco más a Heejin. Joder, tenía que controlarse.

—Supongo que deberíamos prepararnos para ir de caminata, ¿no? —preguntó Jinsol y cruzó los brazos.

—A lo mejor encontramos un barranco por el que Jungeun pueda empujarlo —comentó Heejin.

—Sí, claro —dijo Jungeun—. Conviérteme a mí en la asesina.

—Podrías hacer que pareciera un accidente. —Heejin le dio un codazo en el brazo—. ¿Como el río? Brillante.

—Por si no lo recuerdas, yo también me tiré al río. No pienso arrojarme por un barranco para interrumpir una boda. He venido para acabar con un poco de felicidad, no para morir.

—¿Acabar con la felicidad de quién? —preguntó Jinsol, con el ceño fruncido.

Jungeun apretó los dientes. Casi había olvidado con quién estaba. Por un segundo, le pareció que estaba hablando con unas amigas. Charlando. Riéndose. Bromeando. Todas ellas cosas que nunca había tenido antes, pero Heejin y Jinsol no eran en realidad sus amigas. Eran las de Chaewon.

—La de Changmin —dijo, forzando una sonrisa.

El problema era que ya ni siquiera estaba segura de lo que hacía. Chaewon y Gayoon la habían arrastrado de vuelta a Bright Falls, con la promesa de un poco de dinero y el recuerdo de su padre ejerciendo algún tipo de control enfermizo sobre ella. Luego, cuando Jinsol y Heejin quisieron deshacerse de Changmin, la idea de presenciar cómo las Kim-Park se enfrentaban a la cancelación pública de una boda de la alta sociedad le resultó demasiado deliciosa como para dejarla pasar. Sin embargo, al ver a Jinsol mirarla con dulzura y al recordar la expresión devastada de Chaewon mientras contemplaba la infeliz foto en la que salía con Changmin, al lanzarse pullas con Heejin de una forma que solía terminar en carcajadas... Todo se había convertido en mucho más que un viaje de dos semanas al lugar que más odiaba en el mundo.

Parecía el comienzo de algo.

Lo cual no podía ser. Su vida estaba en Nueva York. Su vida eran las grandes multitudes, los bares de mala muerte y las mujeres cuyos nombres solo recordaba ocasionalmente. El Whitney. El mundo del arte. Agentes potenciales, vender sus fotos y labrarse un nombre.

—Me apetece aguarle la fiesta a Changmin —dijo Heejin mientras abría la puerta de la tienda y le quitaba el saco de dormir a Jungeun para lanzarlo dentro—. Voy a cambiarme.

Luego desapareció, y las dejó a las dos solas por primera vez desde que Jungeun se había escabullido de casa de Jinsol aquella mañana, cuando los primeros rayos de luz plateaban el cielo.

En cuanto se cerró la tienda, Jinsol la agarró por la muñeca y la arrastró por toda la zona de acampada hasta que llegaron detrás de la tienda de Jaebeom y Yerim y quedaron fuera de la vista. Antes de que a Jungeun le diera tiempo a preguntarle qué hacía, Jinsol la besó, suave y cálidamente. Sus brazos le rodearon los hombros y deslizó los dedos por su pelo. Las manos de Jungeun encontraron sus caderas y tiraron para acercarla. Abrió la boca y su lengua se deslizó con la de Jinsol como si fuera de seda, y le arrancó el gemido más adorable del mundo de la garganta.

Joder, la volvía loca. Se sentía salvaje y desquiciada, como una adolescente cachonda desesperada por escabullirse para su próxima sesión de besuqueo.

—Llevo todo el día queriendo hacer eso —dijo Jinsol cuando se separaron.

—¿Sí?

—Sí.

Otro beso. Otro gemido.

—Más vale que tengas cuidado —susurró Jungeun en su boca mientras deslizaba las manos hacia su generoso trasero—. Estoy a punto de follarte aquí y ahora.

Jinsol se puso rígida y se echó hacia atrás.

—Tranquila. No voy a hacerlo —dijo Jungeun.

—No es eso, es que... —Se calló y buscó su mirada—. Quiero estar a solas contigo.

Jungeun sonrió, pegó la boca al cuello de Jinsol y gruñó un poco contra su piel.

—Yo también.

Jinsol se rio.

—Para eso no.

La lengua de Jungeun trazó un camino hasta su oreja y Jinsol jadeó.

—Vale, no solo por eso —dijo—. Pero quiero... También quiero hablar.

Jungeun se echó hacia atrás; la angustia le revolvió el estómago de pronto.

—¿Sobre qué? No voy a contarle a nadie lo nuestro. Ya te lo he dicho.

—No, no es eso.

—Entonces ¿qué?

Jinsol suspiró y apoyó la frente en el hombro de Jungeun.

—Oye —dijo ella y le dio un beso en la sien—. ¿Qué pasa?

Jinsol levantó la cabeza y sonrió, pero no le llegó a los ojos.

—Nada. No es nada.

—Es algo. Es evidente.

Jinsol negó con la cabeza.

—No, de verdad... —Entonces levantó un poco las cejas—. Quiero ver la foto. La que me hiciste junto al río hace cinco años.

Jungeun abrió mucho los ojos. Tenía la sensación de que aquello no era de lo que de verdad quería hablarle, pero lo dejó pasar.

—¿En serio?

Jinsol asintió y se le tensaron los brazos; bajó las manos por la espalda de Jungeun.

—Pues claro. Sabes que Heejin y yo recorrimos tu Instagram de cabo a rabo, ¿no?

Jungeun enrojeció. Aún no se había acostumbrado a la idea de que personas que no eran completas desconocidas vagaran por su arte.

—Lo sospechaba —dijo.

Jinsol frunció el ceño.

—¿Te parece bien?

—Sí, sí. Es que es un poco raro.

—Pues no debería. Tienes mucho talento. Incluso a Heejin le gusta tu trabajo. La forma en que usas la luz y los ángulos. No sé nada de fotografía, pero tus fotos... No sé. Tienen algo. Emoción. Rabia, tristeza y empoderamiento. Me hicieron sentir.

Como cualquier artista, Jungeun veía su trabajo con una mezcla vertiginosa de autodesprecio y glorificación, así que las palabras de Jinsol anidaron como una brasa en lo más hondo de su pecho y se quedaron allí, brillando cálidas y luminosas.

—¿De verdad? —preguntó.

—De verdad —susurró Jinsol—. Tu exposición en el Whitney va a ser impresionante.

Luego le dio un beso dulce y lento. La brasa en el pecho de Jungeun se encendió hasta convertirse en una llama. En aquel momento, no le importaban los secretos, ni Jaebeom, ni Chaewon, ni la forma en que Jiyeon le había pulverizado el corazón, ni cómo la idea de exponer en el Whitney y que su carrera siguiera sin avanzar después le daba ganas de acurrucarse en posición fetal y chuparse el dedo. Solo le importaba aquel momento, Jinsol entre sus brazos, susurrándole cosas que hacían que sintiera como si importase por primera vez en...

¡Mierda!

Tal vez fuera la primera vez que se sentía así. No solo aquel momento exacto, sino cada pequeño momento con Jinsol desde que había vuelto a Bright Falls: hablando en la librería, tumbada con ella en la cama del Blue Lily, escuchándola hablar de sus preocupaciones por Jaebeom, contándole lo de Jiyeon, viendo cómo le brillaban los ojos cuando hablaba de Yerim. Joder, incluso al dejar que coqueteara con ella en el bar de Stella cuando no sabía quién era.

Después estaba la noche anterior. Su piel, su cuerpo, su tacto. Lo de «solo sexo», de repente, parecía de todo menos eso.

Jungeun se centró en el beso en un intento de acallar sus pensamientos con la boca, la lengua y las manos en los bolsillos traseros de los pantalones cortos de Jinsol.

No funcionó. Jinsol suspiró en su boca, como si estuviera feliz. Todo se arremolinaba en la mente de Jungeun como un huracán que cobraba más y más fuerza. Se apartó; necesitaba aire, espacio. Necesitaba volver a centrarse en el sexo sin compromiso.

Jinsol la miró con el ceño fruncido.

—¿Estás bien?

No dijo nada. No tenía por qué. Unos zumbidos resonaron en el campamento, seguidos de la voz atronadora de Changmin ordenándole a Chaewon que le llenara la botella de agua.

—Será mejor que me ponga manos a la obra con lo de acabar con felicidades —dijo Jungeun mientras se daba la vuelta y se tragaba el exasperante nudo de la garganta.

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