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O1O

—Perdona, ¿qué?

A última hora de la mañana del martes, Jungeun observó cómo las pupilas de Chaewon se dilataban como las de un insecto y sus finos dedos apretaban los bordes del mostrador de recepción del viñedo y balneario Blue Lily. El edificio entero era como un oasis, todo madera lisa de color leonado, tapicería blanca y detalles en azul cielo, desde el tarro que contenía los bolígrafos en la recepción hasta los cuadros de las paredes, que enmarcaban imágenes de ríos cristalinos y lirios que se mecían al sol. Toda la planta principal estaba rodeada de ventanas y, detrás de una aterrorizada recepcionista llamada Hadley, se veía el valle de Willamette, que se alargaba en una franja verde a lo lejos, detrás de una extensión de hileras de uvas.

—¿Tres habitaciones? —preguntó Chaewon—. No, recuerdo claramente haber reservado cuatro.

—¡Mierda! —murmuró Heejin.

Jungeun, por su parte, se apoyó en el mostrador y mantuvo el rostro impasible. Estaba agotada. Sinceramente, le vendría bien un masaje. Durante todo el trayecto hasta allí, se había centrado en eso: masajes, un buen pinot noir, su propia habitación con vistas al viñedo, lejos de Chaewon y de Bright Falls y de todo el fango emocional que le había dejado en el cuerpo la visita a la Mansión Wisteria de la noche anterior.

Por supuesto, estaba allí para sacar fotos a las tres mejores amigas y, probablemente, tendría que meterse en su cueva mientras lanzaban hechizos de belleza y vida eterna, pero de todas formas aceptaría el masaje gratis.

Nunca había estado tan cansada como en los dos últimos días y eso incluía los primeros meses en Nueva York a los dieciocho años, cuando empezó a descubrir a otras personas queer y el mundo de los bares y no durmió en una semana. Pero el viaje a Bright Falls la había dejado desmadejada y no precisamente como después de un buen orgasmo. Más bien era incapaz de encontrar el equilibrio e iba dando tumbos a todas partes.

El único momento de paz que había sentido había sido al tirar a aquel imbécil al río la noche anterior.

Eso había sido divertido.

Chaewon no pensaba igual, por supuesto, lo cual era una ventaja añadida. La noche anterior, cuando le entregó un chándal para que se cambiara, su expresión ya no tenía nada del dolor alicaído que había vislumbrado en el vestíbulo de la Mansión Wisteria. Solo había irritación, familiar y revitalizante. Los dioses le habían concedido una nueva forma de tocarle las narices a su hermanastra y planeaba exprimirla al máximo, aunque debía ir con cuidado si quería conservar el trabajo. Pero pensar en formas creativas de fastidiar al amorcito de Chaewon lo volvía todo más divertido. Además, Changmin era una representación rubia y con patas del patriarcado, así que cualquier insulto velado que le dedicara estaba más que justificado.

Su determinación creció mientras esperaba en el vestíbulo del hotel, esforzándose por mantener la expresión neutra a medida que se volvía más y más evidente que Chaewon no había reservado cuatro habitaciones. Había reservado tres, para Heejin, Jinsol y ella, y Jungeun ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Intentó no notar cómo el corazón se le encogía en el pecho y cómo se le cerraba un poco la garganta en un horrible cóctel de rabia, fastidio y dolor.

Jinsol se le acercó un poco y Jungeun intentó no darse cuenta. Sin embargo, su cuerpo tenía otros planes; enderezó la espalda y se inclinó hacia la otra mujer, lo justo para rozarle el hombro.

—Kim Jungeun —dijo Chaewon a la desafortunada recepcionista, marcando cada sílaba—. Mira otra vez. Tiene que está ahí.

—Lo siento mucho, señorita Park —dijo Hadley—, pero la reserva dice claramente que llamó el 4 de abril y reservó tres habitaciones para una noche; una para usted, otra para Jeon Heejin y una tercera para Jeong Jinsol. No veo a ninguna Jung...

—Está bien, lo entiendo —dijo Chaewon y suspiró con pesadez—. Pero tiene que haber alguna otra habitación disponible.

Taeri hizo una mueca. Jungeun casi se sintió mal por ella.

—Le pido disculpas, señorita Park. El verano es temporada alta y esta noche estamos completos. Pero si surgiera algo, será la primera en saberlo.

Chaewon miró fijamente a la pobre mujer durante cinco segundos, como si la mera fuerza de su mirada fuera a hacer aparecer de la nada una habitación vacía. Taeri, por su parte, mantuvo la sonrisa, aunque cuando los hombros de Chaewon se hundieron en señal de derrota, la recepcionista suspiró.

—No pasa nada. Dormiré con las uvas —dijo Jungeun.

Chaewon se volvió despacio, pero no se enfrentó a la fría mirada de su hermanastra. En vez de eso, miró al suelo e inspiró varias veces seguidas, como si intentara no perder del todo la cabeza.

Jungeun se cruzó de brazos. Preferiría ver a Chaewon perder los estribos, delante de Hadley y la paleta de colores azules y relajantes del spa.

—No pasa nada —intervino Jinsol y le puso una mano en el brazo a Chaewon—. Lo arreglaremos. Las camas son grandes, ¿no? Jungeun puede quedarse conmigo.

¡Dios! Era demasiado perfecto. Chaewon levantó la cabeza y abrió mucho los ojos.

—No, ni hablar, es culpa mía —dijo—. Se quedará conmigo.

—Chaewon —dijo Jinsol—. Te mereces una habitación para ti sola.

—Tú también.

—Yo sí que me la merezco —dijo Heejin y Jungeun casi se echó a reír. Lo cierto era que, en otra vida, Heejin seguramente le habría caído muy bien.

—Chaewon —insistió Jinsol y la agarró por los hombros—, no me importa. Insisto. Todo irá bien.

—Sí, Fastidiastra mía, irá de maravilla —dijo Jungeun. Cruzó una mirada con Chaewon y levantó una sola ceja, algo que sabía que ella no podía hacer por mucho que le gustaría. Se miraron mientras la tonta apuesta de Jungeun de llevarse a Jinsol a la cama flotaba entre las dos. Vale, no se refería exactamente a aquello, pero era un comienzo. Un comienzo estupendo.

Chaewon cerró los ojos un segundo y, en ese pequeño lapso de tiempo, Jungeun supo que había ganado.

Pero había algo más. Algo aparte de la satisfacción que sentía al saber que a Chaewon le hervía la sangre en las venas, y estaba bastante segura de que era excitación. Jinsol era divertida, dulce y guapísima. Era interesante. Jungeun no dejaba de pensar en la noche anterior en el vestíbulo de la Mansión Wisteria, en la fracción de segundo en la que Jinsol podría haberse marchado con Chaewon y haberla dejado que lidiara a solas con sus demonios, tal y como estaba acostumbrada a hacer.

Pero no lo había hecho.

Se había dado la vuelta, con los ojos marrones abiertos de par en par y sinceros, y la había esperado. La había acompañado en lo que podría haber sido el peor momento de todo el viaje de vuelta a Bright Falls y lo había convertido en algo tan simple como cruzar un pasillo.

Por primera vez desde la muerte de su padre, Jungeun no se había sentido sola en la Mansión Wisteria.

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