Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

O19

Jinsol observó asombrada cómo Yerim abrazaba a Jungeun. Hacía unos diez minutos que había salido para decirle a su hija que la madre de Tess había llamado para invitarla a quedarse a dormir, pero entonces las vio a las dos hablando y vio cómo la niña la miraba, ansiosa, inquisitiva y fascinada. Jungeun le había dado su móvil y Yerim había empezado a dar vueltas alrededor de su viejo bebedero para pájaros, el que Jinsol llevaba años queriendo limpiar pero que, entre una cosa y otra, ocupaba un lugar relativamente bajo en su lista de prioridades.

En ese momento, se alegró de no haberlo limpiado.

Había algo de belleza en aquel cuenco lleno de hojas y Jungeun estaba ayudando a Yerim a verlo. O quizá Yerim ya lo había visto y Jungeun solo le hacía de guía. En cualquier caso, Jinsol se quedó sin aliento al ver cómo se desarrollaba todo el proceso, cómo su hija se doblaba y retorcía con el teléfono, cómo Jungeun la observaba en silencio con una mirada que solo describiría como una de orgullo.

Entonces Yerim la había abrazado. Desde hacía un par de años, la chica no cedía su afecto con facilidad. Le encantaba tumbarse en la cama por la noche con Jinsol, acurrucarse y hablar en ese momento en que su cuerpo estaba menos alerta y listo para descansar. Sin embargo, durante el día, su hija estaba siempre en movimiento, hablando, observando, haciendo preguntas, y cada vez que Jinsol le tendía la mano para abrazarla, ella le daba una palmadita en la espalda y salía corriendo como Flash hacia la siguiente cosa que llamara su atención. Ya ni siquiera se dejaba abrazar por Heejin o Chaewon.

Y aun así.

Jinsol sintió un nudo en la garganta al ver cómo su hija salía al mundo y el mundo respondía. Respiró entrecortadamente cuando las dos se separaron, sacudió la cabeza para despejarse y se secó la repentina humedad bajo los ojos.

—Oye, Conejito —llamó.

Yerim se volvió y miró a su madre.

—¿Sí?

—Ha llamado Tess. ¿Quieres quedarte a dormir con ella?

—¡Sí!

Su hija corrió hacia ella, olvidándose de Jungeun, pero al subir los escalones del porche, se detuvo y se volvió hacia la otra mujer.

—Gracias —dijo.

La mujer sonrió.

—De nada.

Después la niña entró corriendo y sus chanclas retumbaron contra la madera. Jinsol la vio desaparecer por la esquina de su habitación y se volvió. Jungeun caminaba por la hierba, con paso ágil, como si se moviera sobre el agua en lugar de tierra.

—¿Dónde está Heejin? —preguntó al acercarse al porche.

—Se ha ido. Minhwan y ella tenían planeada una noche de cine.

Quizás se lo había imaginado, pero juraría que Jungeun se detuvo durante una fracción de segundo ante la noticia. Pero luego siguió avanzando hasta situarse junto a ella en el porche. A Jinsol se le encogió el estómago y no supo por qué. Podrían ser muchas cosas. Jaebeom. La acampada. Chaewon.

O Jungeun.

Podría ser Jungeun, allí ante ella y mirándola con gesto suave. Podría ser que sabía que, si acercaba la cara a su cuello, olería a lluvia y hierba.

Podría ser Jungeun y la casa en la que estaban a punto de quedarse solas. Se dio cuenta, con una oleada de nervios, de que le debía una copa a la madre de Tess. Quería que Jungeun se quedara. Quería estar a solas con ella. Sabía que era una estupidez y que nunca llegaría a nada, pero, desde que se habían besado en el balneario, no había dejado de pensar en ella. En realidad, desde mucho antes. Y no era solo algo físico. La mujer tenía algo que hacía que le doliera la garganta, que le dieran ganas de soltar todos sus secretos, estirar la mano y acariciarle la mejilla como haría una amante. Cuando la tenía cerca, o incluso solo cuando pensaba en ella, se sentía joven y salvaje, desatada de una forma que no había experimentado desde antes de que naciera Yerim.

Jungeun se mordió el labio inferior mientras la miraba.

De hecho, tal vez de una manera que nunca había experimentado. Ni siquiera Jaebeom la había hecho perder la cabeza así, desesperada por rozar con los dedos el pulso bajo la oreja de otra persona.

Lo cual era un problema, porque Jungeun no iba más allá de lo físico. Jinsol sabía que aquello, fuera lo que fuese, tenía el final asegurado, pero no podía evitarlo. Aun así lo quería. Quería a Jungeun. Tal vez pudiera lidiar con lo informal. Tal vez no necesitara citas ni chillidos de emoción con sus amigas. Tal vez solo necesitaba un buen polvo.

Sin embargo, ya mientras lo pensaba, algo parpadeó en su pecho. Lo ignoró. Podía hacerlo. Le vendría bien. Recuperaría los que tendrían que haber sido sus años de desmelenarse y que había pasado cambiando pañales y empujando columpios en el parque.

—¿Quieres quedarte a tomar una copa de vino? —dijo, pero en el mismo instante, Jungeun también había hablado y las palabras cayeron como una bomba:

—Supongo que debería irme.

—¡Ah! —dijo Jinsol.

—¡Ah! —dijo Jungeun, de nuevo al mismo tiempo.

Se miraron y se echaron a reír. A Jinsol se le encendieron las mejillas y agradeció la luz tenue que escondía el rubor. Aunque a la vez le habría gustado saber si Jungeun también se habría ruborizado.

Probablemente no. No se imaginaba a Kim Jungeun sonrojándose por nadie.

—Perdona —dijo Jinsol—. ¿Tienes que irte?

—En realidad no, supongo —respondió. Me tomaré esa copa.

—Genial.

—Genial.

—¿Blanco o tinto?

—Me da igual.

Jinsol asintió y se quedó parada como una tonta mientras Jungeun ladeaba la cabeza.

—Vale. Déjame ver qué tengo.

Jungeun se rio.

—Ve delante.

Entraron justo cuando Yerim corría por el pasillo con la mochila, de camino a la puerta principal.

—¡Mamá, me voy!

—Espera un segundo, Conejito —dijo Jinsol y se le acercó.

Yerim se detuvo y soportó el abrazo de su madre. Jinsol sonrió en su pelo y le dio un beso en la cabeza.

—¡Mamá!

—Okay, okay. Pásalo bien. Nos vemos por la mañana.

Yerim se despidió de Jungeun y salió corriendo por la puerta. Jinsol salió al porche y la observó caminar hasta la casita azul marino situada tres casas más abajo. Cuando estuvo a salvo dentro, volvió a entrar y cerró la puerta.

El silencio fue lo primero que notó.

Después, el ruido de un corcho y el gluglú de un líquido al derramarse en una copa.

Se dio la vuelta y encontró a Jungeun en la cocina, llevándose un vaso de vino blanco a los labios.

—La encontré abierta en la nevera —dijo mientras servía el contenido amarillo pálido de una botella de pinot grigio en una segunda copa—. Espero que te parezca bien.

—Claro —dijo Jinsol y se quedó mirándola un instante. El rostro de Jungeun mostraba su calma habitual, pero también había algo más en la forma en que inhaló despacio antes de dar un sorbo y en cómo se le inflaron la mejillas, solo un poco, mientras exhalaba aún más despacio.

¿Estaba nerviosa?

El pensamiento fue como una cálida lluvia primaveral en una tarde fría. Se abrió un hueco en su pecho y la empujó a acercarse a la isla de la cocina, levantar su copa y dar un largo trago.

—¿No tienes la sensación de que lo único que hacemos es beber cuando estamos juntas? —preguntó Jungeun.

Jinsol se rio.

—Sí, un poco. Pero, bueno, ya sabes, la boda.

Jungeun asintió.

—La boda.

—Y los planes diabólicos.

—Eso también.

—Entonces, ¿quizá deberíamos hacer otra cosa? —propuso Jinsol.

Jungeun levantó las cejas y una sonrisita se abrió paso en la comisura de sus labios. Jinsol sintió que la sangre le subía a las mejillas. ¡Dios! Era lo opuesto a la sutileza. Ni siquiera había pretendido decir eso. No es que no pensara en ello todo el tiempo y con avidez desde el beso, pero en ese momento lo único que quería era no pensar en nada. No preocuparse. No hacerse preguntas.

No necesitar nada.

Antes de pensarlo, agarró las cartas del oráculo que su madre acababa de enviar y las levantó.

—¿Quieres probarlas conmigo?

Jungeun le quitó la caja y miró la cubierta, en la que aparecía una mujer con el pelo oscuro y la raya al medio.

—¿Es Emily Brontë?

—Muy bien, conoces a las autoras victorianas.

—Más bien me obligaron a sufrirlas durante el último curso de literatura.

Jinsol se llevó una mano al pecho y jadeó con dramatismo.

—¿Sufrirlas?

—Sufrirlas.

—Vale, te concedo que Cumbres borrascosas es el libro menos romántico de la historia de los romances victorianos, pero ¿Jane Eyre?

—¿Ese en el que un cretino integral escondía a su mujer en el ático y luego le mentía al respecto a la chica a la que quería tirarse, a la que le doblaba la edad?

Jinsol puso una mueca.

—Bueno, cuando lo pones así...

—No es cosa mía. Así lo puso Brontë.

—Vale, de acuerdo, la literatura victoriana es un poco problemática.

—Pobre Jane —dijo Jungeun y sorbió el vino—. Se merecía algo mejor.

—Veamos cómo la han inmortalizado, ¿te parece?

Jinsol agitó la caja.

—Solo espero que ofrezca algo más que «Tienes que apoyar a tu hombre» —dijo Jungeun mientras agarraba la botella de vino y la seguía hasta el sofá. Jinsol se acomodó en una esquina y no se fijó para nada en cómo Jungeun se sentaba tan cerca que sus rodillas se tocaban, aunque era un sofá de tamaño normal y había espacio de sobra.

No, no se dio cuenta de nada.

—Bien, ¿cómo funciona? —dijo mientras quitaba el plástico que envolvía la caja. Dentro había una guía de referencia de color coral y un montón de tarjetas gruesas y lisas. Había treinta tarjetas de escritoras y cuarenta que representaban lo que los creadores llamaban «materiales de brujas».

—¿Alguna vez te han hecho una lectura? —preguntó Jungeun—. ¿Tarot o algo por el estilo?

Jinsol se dio unos golpecitos en la barbilla, pensativa.

—¿Cuenta mi madre aficionada?

—Depende. ¿Cómo fue?

—Creo que el amor verdadero y las grandes riquezas se mencionaron más de una vez.

—¡Diablos! Pues veamos qué tienen para nosotras estas preciosidades —dijo Jungeun y sacó una carta de la parte superior de la pila. La miró con el ceño fruncido—. Es una mantis religiosa.

Giró la carta para que Jinsol la viera; efectivamente, sobre un fondo crema, había una mantis religiosa solitaria.

Jinsol se rio.

—¡Ay, Dios! ¿Me vas a arrancar la cabeza después?

Jungeun volvió a levantar las cejas, aunque ella tardó un segundo en darse cuenta de lo que había dicho.

Las mantis religiosas solo arrancaban la cabeza a sus amantes.

—No entraba en mis planes —dijo Jungeun, con la voz baja y un poco raspada.

Jinsol sintió calor en las mejillas y en otros lugares, así que hojeó la guía hasta que encontró la mantis.

—En realidad —dijo con mucha formalidad—, la mantis religiosa simboliza el ingenio, la manipulación y la diversión.

Jungeun parpadeó.

—Así que... —continuó Jinsol— vas a usar el ingenio para manipular a alguien solo por diversión.

—Joder, soy lo peor.

Las dos mujeres se miraron durante un segundo, muy serias, hasta que Jinsol finalmente se quebró y ambas estallaron en carcajadas. El hombro de Jungeun rozó el suyo y el aroma a verano y arándanos se arremolinó entre las dos como una droga.

—Me da que no lo estamos haciendo bien —dijo Jinsol cuando recuperaron la compostura. Consultó las instrucciones de la caja y leyó todo lo relativo a barajar, intenciones y dividir la baraja en tres pilas intuitivas. Siguieron el ritual y eligió una carta de la parte superior.

Era una mantis religiosa.

Volvieron a reírse a carcajadas. Jinsol se rio tanto que se le saltaron las lágrimas. No recordaba la última vez que se había divertido tanto, que se había sentido así de despreocupada. A pesar de la mantis religiosa.

—Bueno, a ver, tiene que haber algo más que insectos manipuladores devoraamantes —dijo Jungeun—. Hagámoslo otra vez.

Jungeun lo repitió todo antes de sacar unas flores silvestres, que simbolizaban la renovación, el romance y el despertar; un pavo real, símbolo del esplendor, lo divino y el deseo; y a Gertrude Stein, que al parecer representaba la perspectiva.

—Así que soy una diosa lesbiana butch que busca el amor —dijo y se encogió de hombros como si fuera evidente.

—¡Ah, sí! Ese es el mensaje, está clarísimo —dijo Jinsol y Jungeun le guiñó un ojo.

¡Jesús! Ese guiño.

Cuando Jinsol se recuperó y bebió otro sorbo de vino, barajó las cartas y sacó las suyas: una manzana, Safo y un volcán. Le dio un vuelco el estómago al ver a Safo; sabía que la antigua poetisa representaría algo homoerótico. Sin embargo, antes de averiguar qué simbolizaban la manzana y el volcán, Jungeun le quitó la guía de las manos.

—¡Oye! —protestó e intentó recuperarla.

—No, de eso nada. Tú lees la mía y yo leo la tuya.

Jinsol frunció los labios, pero consiguió levantarlos en una sonrisa. Coqueta. Eso era coquetear, ¿no?

—Veamos —dijo Jungeun, hojeando el librito—. A Safo todas la conocemos y la adoramos, ¿verdad?

Jinsol se rio e intentó no ruborizarse.

—Correcto.

—Representa a la persona amada, el deseo, por supuesto, y despegar.

—¿Suena a que estoy huyendo de lo que quiero? —La interpretación se le escapó antes de contenerse; fue lo primero que se le vino a la cabeza.

—No lo sé. ¿Lo haces? —preguntó Jungeun; el tono burlón se había esfumado de su voz.

Jinsol se aclaró la garganta, agarró las cartas de la manzana y el volcán y las miró detenidamente.

—Pero también tengo mucha hambre y... ¿estoy hirviendo de ira?

Jungeun hojeó el librito. Levantó las cejas y una sonrisita se le dibujó en el rostro. Pasó de una página a otra, de un lado a otro, una y otra vez.

—¡Por Dios! ¿Qué? —preguntó Jinsol y le quitó la guía. Encontró la manzana.

Los sentidos, el hambre y el sexo.

Se le tensó el vientre, pero no miró a Jungeun. Pasó a la página con la carta del volcán.

La paciencia, la represión y... ¡Por el amor de Dios!

La lujuria.

Parpadeó con incredulidad. A su lado, Jungeun se desternillaba en silencio, con una mano sobre la boca. Jinsol esperaba sentirse avergonzada, incluso mortificada, pero no fue así. En vez de eso, sintió ganas de sonreír, de coquetear y hacer el tonto. Le apetecía decir la verdad y no sentir vergüenza.

—Okay, estoy muy cachonda —dijo al final, se encogió de hombros y arrojó el librito al regazo de Jungeun—. ¿Y qué?

—Pero eres muy paciente al respecto —dijo Jungeun y tocó la carta del volcán.

—O estoy increíblemente reprimida —dijo Jinsol y ambas se rieron. Se sirvieron más vino y eso fue todo.

Durante la hora siguiente, se perdieron en las cartas. Sacaron gallinas y a Sylvia Plath, tazas de té, guantes y a Octavia Butler. Lanzaron interpretaciones disparatadas e inverosímiles, así como algunas que les parecieron bonitas y amables, como un susurro. Apenas habían probado las últimas copas de vino, pero Jinsol seguía con la cabeza emborronada. No estaba borracha, pero algo estaba. Tardó unos minutos en encontrar la palabra adecuada.

Feliz.

Estaba feliz.

—Entonces, ¿se van mañana? —preguntó Jungeun mientras se daba toquecitos en la rodilla con una tarjeta con un fantasma.

Jinsol suspiró y apoyó la cabeza en el respaldo del sofá.

—Eso parece. No sé qué espera Heejin que pase. Chaewon odia acampar.

—No me digas.

Jinsol le sonrió.

—Oye, de vez en cuando hacía cosas al aire libre.

—Siempre que hubiera aire acondicionado y una bañera de hidromasaje esperándola después de la excursión.

—Bien, es verdad. Pero por mí va a dormir en una tienda de campaña.

Jungeun ladeó la cabeza.

—Eso me lo creo.

Jinsol la observó durante un segundo.

—Vendrás, ¿verdad?

—¿De acampada?

Asintió.

—No creo que sea buena idea.

—¿Por qué no? Yerim quiere que vayas.

—Pero Chaewon seguramente no. No es un evento nupcial y la idea es que esté de buen humor y se sienta vulnerable para que se dé cuenta de que no está enamorada de Ken.

Jinsol frunció el ceño.

—¿Ken? Se llama...

—Lo sé, Jinsol. Ken como el muñeco Ken.

—¡Ah! —Se rio y se frotó la frente—. ¡Dios! Lo siento. Suelo ser más espabilada.

—Tienes muchas cosas en la cabeza. Con Jaebeom y todo eso.

El tono de Jungeun se volvió repentinamente afilado, como una cuchilla, cortó toda la felicidad anterior e hizo que Jinsol se quedase muy quieta. Miró a la otra mujer, a la expresión serena de su rostro.

Demasiado serena.

Tenía la boca apretada y las yemas de los dedos blancas alrededor de la copa de vino llena. Debió de darse cuenta de que estaba atrapada, porque se levantó de repente y tiró la carta del fantasma al sofá antes de agarrar la botella de vino y dirigirse a la cocina.

—Me refiero a que es normal que estés estresada —dijo mientras se iba.

Jinsol se levantó también, apiló las cartas del oráculo sobre la mesita y la siguió.

—Jungeun.

La mujer dejó la botella y la copa en la encimera, luego agitó una mano con indiferencia, como si no acabara de escupir el nombre de Jaebeom como si estuviera hablando de la peste bubónica.

Estaba celosa.

¡Ay, Dios! Kim Jungeun estaba celosa de Jaebeom.

A Jinsol se le aceleró el pulso y se le entrecortó la respiración. Tenía que decidir qué hacer, y pronto. Por un lado, estaba segura de que Jungeun quería que actuara de una forma que nunca había ocurrido, pero por otro, los celos hacían que la deseara aún más, que todo en ella zumbara y estallara.

Dejó su copa y rodeó la isla para quedar perpendicular a Jungeun. No justo a su lado, pero sí más cerca. Pasito a pasito.

—¿Vamos a hablar de la otra noche? —preguntó. La transición perfecta y realmente necesitaba hablar de la otra noche.

O repetirla de inmediato. Cualquiera de las dos opciones.

Jungeun suspiró y se recogió el pelo detrás de las orejas. Tenía los mechones tan gruesos que se volvían a salir. Jinsol sintió el impulso desesperado de acercarse y apartarle ella misma el pelo de la cara.

—Creo que no deberíamos —dijo Jungeun.

—¿Por qué no?

—Porque saqué la carta de la mantis religiosa y podría significar cosas terribles para ti.

—Bueno, por lo visto yo he sacado todas las cartas sexuales —dijo Jinsol y se rio para intentar recuperar la ligereza entre ambas.

Pero Jungeun no se rio.

—No deberíamos hablar de ello porque... —Pero no terminó la frase. Se limitó a mirar a Jinsol, con una mirada escrutadora que bajó hasta su boca y se detuvo allí antes de volver a sus ojos.

—¿Por qué? —preguntó.

—Por Jaebeom —dijo Jungeun.

—Tenemos una hija —dijo Jinsol—. No es... No tenemos ese tipo de relación.

—Pero ¿la tuvieron? Me refiero a desde que rompieron.

Jinsol parpadeó, pero quiso ser sincera.

—Sí. Pero no desde hace tiempo. Hace más de dos años.

—Pero sigue siendo complicado.

—¿Por qué te importa?

La pregunta se le escapó, pronunciada con brusquedad y suavidad al mismo tiempo. Jungeun la observó durante un instante y luego se deslizó por la esquina de la isla, cada vez más cerca. El cuerpo de Jinsol se movió con ella hasta que quedaron una frente a la otra, con la parte baja de la espalda pegada al cuarzo.

Jungeun se metió en su espacio y apoyó los brazos en la encimera, a ambos lados de las caderas de Jinsol, acorralándola. En un gesto instintivo, Jinsol llevó las manos a su cintura y enroscó los dedos en el algodón de su camisa. Tiró un poco y la acercó más a ella. Sus caderas se alinearon, sus pechos; no quedó ni un centímetro de espacio entre sus cuerpos.

Jungeun se inclinó hacia ella y le susurró; su labio inferior rozó el de Jinsol.

—No me importa —dijo.

Jinsol no necesitó más. Deslizó una mano por el pelo de Jungeun y acortó la última distancia que las separaba.

El beso no fue como el del viñedo. Aquel había empezado lento y tentativo, se había arrastrado a un ritmo de paseo.

El de entonces era un pistoletazo de salida, un salto de la cuadra a la carrera. Lenguas, dientes y jadeos en bocas abiertas. Jinsol nunca se había sentido tan desesperada por pegarse a alguien. Quería escalar a aquella mujer, arrancarle la ropa y lamerle una franja desde el ombligo hasta la bonita hendidura de la clavícula. Hundió ambas manos en el cabello frondoso de Jungeun, ladeó la cabeza para encontrar un nuevo ángulo, barrió y saboreó con la lengua el vino y la lluvia primaveral, y un toque de menta. Las manos de Jungeun vagaron por sus brazos hasta su cara y volvieron a bajar a sus caderas. Enredó los dedos bajo la camisa de Jinsol, piel contra piel. Se le puso la carne de gallina y un gemido saltó de la boca de una a la otra.

—Sube —dijo Jungeun y tiró de Jinsol hacia la encimera. Ella saltó mientras la levantaba e inmediatamente separó las rodillas en cuanto estuvo sentada en el cuarzo.

Jungeun deslizó las manos por los muslos de Jinsol por encima de los vaqueros y hundió los pulgares en los pliegues donde la cadera se unía a las piernas, mientras sus bocas volvían a encontrarse. Las manos de Jungeun subieron hasta su cintura y se abrieron paso por debajo de la camisa, se deslizaron por sus costillas y después por encima del sujetador.

Jinsol se echó hacia atrás un poco para empezar a desabrocharse la blusa, pero Jungeun la detuvo.

—Déjame a mí —dijo.

Jinsol sonrió y apoyó las manos en la fría encimera. Jungeun no rompió el contacto visual mientras sus dedos desabrochaban un botón tras otro, hasta dejar al descubierto el sujetador de encaje negro que llevaba debajo. Jinsol sintió una oleada de gratitud porque la mayoría de sus sujetadores eran bonitos y bordeaban lo sexi. Sus bragas eran otra historia, pero ya se preocuparía por eso más tarde. Porque en ese momento, Jungeun le estaba abriendo la camisa y, como Jinsol estaba sentada un poco por encima de ella, estaba en la posición perfecta para acercar la boca a su esternón, y así lo hizo. Sacó la lengua para probar un poco. Al mismo tiempo, acercó las manos a sus pechos y le acarició con los pulgares los pezones ya endurecidos.

Jinsol gimió y echó la cabeza hacia atrás. Cerró la boca con fuerza para intentar contenerse, pero siempre había sido ruidosa en la cama y tenía la sensación de que Jungeun iba a arrancarle todos los gritos que vivían encerrados en su pecho desde su último orgasmo no autoinducido.

—Joder, tienes las tetas perfectas —dijo Jungeun mientras apartaba una de las copas del sujetador y le succionaba un pezón con la boca caliente.

—¡Dios! —dijo Jinsol y apretó las piernas alrededor de las caderas de Jungeun. Intentó concentrarse—. ¿De verdad?

—¡Ajá!

—¿No crees que son demasiado...?

Jungeun hizo una pausa, soltó el pezón de Jinsol, muy a su pesar, y la miró.

—¿Demasiado qué?

Jinsol tragó saliva mientras sus pulmones bombeaban como los de un corredor de maratón.

—Ya sabes, siempre han sido grandes y he tenido una hija, así que ya no son lo que eran y...

Jungeun le enrolló el pezón entre el pulgar y el índice, lo que le entrecortó la respiración. Entonces le bajó los tirantes por los brazos, se lo desabrochó en la espalda y lanzó el sujetador con habilidad por encima de su hombro.

—Perfectas —repitió y le masajeó las tetas mientras la besaba y le mordía el labio inferior. Los dedos de Jungeun siguieron ocupados en sus pezones, apretando y estirando hasta que Jinsol jadeó en su boca, con la ropa interior tan mojada que sentía la humedad en los muslos. Se apartó y le tiró de la camiseta negra a la otra mujer. Necesitaba sentir piel sobre piel, sudor, yemas y lenguas.

—Quítatela —dijo—. Ahora.

Jungeun le sonrió y se inclinó hacia atrás lo suficiente para que Jinsol pudiera sacarle la camiseta por la cabeza.

Jinsol gimió al ver el sujetador amarillo transparente que cubría los pechos de la mujer, más pequeños pero igual de perfectos. Se le veían los pezones, unos picos de color rosa oscuro que ya estaban duros y esperando su boca y sus manos. Sus tatuajes eran preciosos, arte desplegado sobre la piel, incluida una rosa delicada pero llena de espinas en el esternón.

Jinsol extendió la mano y tocó las espinas y los pétalos; Jungeun se estremeció.

De pronto, estar sin camiseta no le parecía suficiente. Por muy divertido que sonara hacerlo en la encimera de la cocina, quería espacio para moverse, sentir los muslos de Jungeun alrededor de los suyos, la curva de su culo y lo mojada que estaba entre las piernas.

¡Dios! De verdad iban a hacerlo.

—¿Quieres pasar al dormitorio? —preguntó Jinsol.

—Joder, sí.

Jungeun retrocedió para que ella pudiera bajar, pero luego tiró para pegarla a sus caderas y la besó con rabia mientras comenzaba a moverse hacia el pasillo. Jinsol caminaba hacia atrás; sus pechos desnudos rozaban el sujetador de Jungeun y creaban una fricción deliciosa.

—No sé a dónde voy —dijo Jungeun en su boca al llegar al pasillo.

Jinsol se rio y le dio la vuelta para guiarla, pero no la soltó. No podía. Si lo hacía, tal vez se despertaría, o la otra mujer cambiaría de opinión, o incluso ella lo haría, y todo lo que quería era no pensar en nada excepto en tumbarla en su cama.

Jinsol las dirigió hasta la habitación y siguió moviéndose hasta que las piernas de Jungeun chocaron contra la cama y cayó de espaldas sobre el colchón, riendo.

Justo como Jinsol la quería.

Se subió encima de ella, le desabrochó los vaqueros y se los bajó por los muslos. Cómo no, Jungeun llevaba unas bragas de encaje rosa. A Jinsol se le hizo la boca agua cuando le arrancó los pantalones y deslizó las manos por su vientre firme hasta rozar con los pulgares la parte superior de su ropa interior. Empezó a bajársela también cuando Jungeun se incorporó y tumbó a Jinsol boca arriba.

—¡Ah, no! De eso nada. Te toca perder los pantalones —dijo Jungeun. Le bajó la cremallera y los deslizó igual que había hecho ella, dejando al descubierto su ropa interior de algodón blanco liso, sus muslos con poros y estrías.

La invadió una oleada de timidez. Siempre había sido rellenita, y siempre le había gustado, incluso se sentía segura de sí misma, pero la primera vez en la cama con alguien nuevo siempre la provocaba un breve ramalazo de timidez. Fue a cubrirse el vientre con las manos, pero Jungeun le sujetó los brazos y los movió hasta colocárselos por encima de la cabeza. Después se sentó, con las rodillas a ambos lados de sus piernas, y la miró de arriba abajo. Jinsol sintió que le ardía la cara, pero el pulso le palpitaba entre los muslos ante la mirada de la otra mujer, como si ella fuera el postre y Jungeun estuviera muy hambrienta.

Jungeun se movió y se deslizó por su cuerpo para besarla.

—¿Eres consciente de lo sexy que eres? —preguntó en su boca.

Jinsol soltó una pequeña carcajada.

—Bueno...

La lengua de Jungeun recorrió un camino caliente hasta su cuello.

—Mucho. Sexy como nadie.

Jinsol deslizó las manos por la espalda de Jungeun y le sacó el sujetador por encima de la cabeza. Ambas mujeres soltaron un gemido contenido cuando sus pechos se tocaron.

—Para que lo sepas —dijo Jinsol—. Hace tiempo que no hago esto.

Jungeun levantó la cara de donde había estado mordisqueándole la clavícula.

—¿Esto?

—Sexo.

La mujer se limitó a sonreír y deslizó una pierna entre las suyas, presionando el muslo contra el centro de Jinsol.

—¡Dios mío! —gimió y estrujó un trozo de edredón mientras un rayo de placer le recorría la columna vertebral. Sentía la excitación de Jungeun en su pierna, húmeda y caliente incluso a través de la ropa interior.

—Creo que estaremos bien —dijo y onduló las caderas, provocando fricción justo donde ambas la necesitaban—. Joder —jadeó en el cuello de Jinsol—. Necesito probarte. Dime que puedo.

El retumbar de su voz se le coló entre las piernas y la idea de sentir su boca caliente alrededor del clítoris...

—¡Dios, sí! —dijo mientras arqueaba el cuerpo hacia arriba en busca de más presión.

Jungeun le dio un beso en la garganta e inició un lento y tortuoso recorrido por su cuerpo. Lengua, labios, dientes. Se detuvo a explorar un pezón y luego el otro, antes de continuar un húmedo deslizamiento por su vientre. Jinsol observó cómo descendían los rizos oscuros y sintió cada roce de sus uñas mientras sus dedos se enganchaban a la parte superior de sus bragas y tiraban del algodón para bajárselas por los muslos y sacárselas por los pies. Abrió las piernas y alzó las caderas al encuentro de Jungeun cuando la otra mujer se acomodó entre ellas.

—¡Mierda! —susurró Jungeun y le dio un beso en el interior del muslo—. Eres preciosa. —Un beso en el otro muslo—. Y estás empapada.

Jinsol soltó una risita temblorosa. Joder, sí, estaba empapada. El clítoris le palpitaba, desesperado por sentir contacto, pero Jungeun no tenía prisa y la rozaba con la boca con delicadeza, sacando la lengua para probar todas sus partes excepto donde Jinsol más lo deseaba. Cuando la lamió despacio desde la entrada hasta el clítoris, luego sopló una bocanada de aire caliente sobre ella y le acarició la piel, Jinsol estuvo a punto de perder la cabeza.

—¡Dios, Jungeun! Por favor.

Jungeun sonrió.

—Por favor, ¿qué?

Jinsol gimió de frustración, levantando las caderas.

—Dime lo que quieres —dijo Jungeun, con la boca tan cerca, que su cálido aliento se deslizó de nuevo por la piel de Jinsol.

—Fóllame —dijo Jinsol y enredó los dedos en su pelo—. Por favor, fóllame con la boca.

Resultó que a Jungeun se le daba de lujo seguir indicaciones. Enganchó los brazos alrededor de sus muslos para acercarla. Entonces su boca se puso en movimiento e hizo justo lo que le había suplicado. Besó y lamió; su lengua se deslizó dentro de Jinsol como la seda. Se le escapó un gemido grave de la garganta, un sonido que no le sonaba haber hecho nunca, pero no le importó, porque los dedos de Jungeun sustituyeron a la lengua, se curvaron dentro de Jinsol y presionaron sus paredes. Con la boca le envolvió el clítoris y chupó, lamió y volvió a chupar. Los muslos de Jinsol temblaban y con las manos le tiraba del pelo a la otra mujer, pero no podía pensar, no había espacio para preocupaciones ni nada más salvo jadear y gemir mientras los dientes, la lengua y la boca de Jungeun la lamían y la follaban como ella había pedido hasta que por fin estalló. Apretó las piernas alrededor de la cabeza de Jungeun y le clavó las uñas en el cuero cabelludo mientras gritaba obscenidades al techo.

Jungeun siguió con ella hasta que su cuerpo se calmó y la ayudó a volver a la tierra, con suaves presiones de su boca en la piel sensible de Jinsol. Cuando volvió a ver con claridad, tiró de ella hacia arriba y la besó; su propio sabor en la lengua de la otra mujer fue como encenderle una cerilla en el vientre.

—¿Todo bien? —preguntó Jungeun.

Jinsol se rio en su boca.

—Se te ha oído desde el espacio, así que me lo tomaré como un sí —dijo Jungeun y Jinsol se quedó muy quieta.

—¡Mierda! Lo siento, yo...

Pero Jungeun la cortó con un tirón de dientes en el lóbulo de la oreja de Jinsol.

—¿Me tomas el pelo? Ha sido lo más excitante que he oído en la vida.

—¿De verdad? —Le costaba creerlo. Seguro que Jungeun habría oído a muchas mujeres correrse bajo ella.

Pero Jungeun se limitó a asentir y sacó la lengua para saborear el sudor del cuello de Jinsol. Le palpitaron las caderas, ansiosas y necesitadas. Volvió a agarrarse a su cabello y arrancó un gemido sordo del pecho de Jungeun que era probable que fuera lo más excitante que Jinsol hubiera oído en la vida. Le provocó un sentimiento salvaje y desesperado y quiso hacer que Jungeun se corriera tan fuerte como ella. Manoseó las bragas de la otra mujer, que, por algún motivo ridículo, aún llevaba puestas. Jungeun se dio cuenta al instante, se apartó de Jinsol y se arrancó el algodón de encaje con muy poca gracia antes de lanzarlo a un rincón oscuro de la habitación.

—Buena decisión —dijo mientras la miraba de arriba abajo. Jinsol le agarró las caderas y le separó las piernas; tiró de ella hasta que se sentó a horcajadas sobre sus muslos, con las palmas apoyadas en sus costillas. Cuando el centro caliente y resbaladizo de Jungeun se encontró con el montículo de Jinsol, ambas mujeres gimieron.

—La mejor decisión de mi puñetera vida —dijo Jungeun con la voz rasgada.

Jinsol giró sus propias caderas y luego las movió en círculos para que su hueso pélvico rozase a Jungeun justo donde debía. La mujer jadeó y echó la cabeza hacia atrás, sacudiéndose de la cabeza a los pies en busca de la fricción correcta. Jinsol sintió que su deseo aumentaba de nuevo, que una espiral se tensaba en su bajo vientre cada vez que Jungeun soltaba otro maravilloso jadeo. No podía dejar de mirarla mientras le acariciaba el cuerpo. Metió una mano entre ellas y jugó con los dedos en el calor empapado de Jungeun.

—¡Dios! —dijo al techo—. Sí.

Levantó las caderas lo necesario para que Jinsol deslizara primero uno y luego dos dedos en su interior. Estaba apretada y perfecta, y el dorso de la mano de Jinsol presionaba su propio clítoris.

Jungeun se inclinó hacia atrás y bombeó las caderas.

—Joder, sí —dijo, antes de que su cuerpo se tensara. Enredó una mano en su propio pelo y se echó el cabello sobre la cara mientras gritaba; su cuerpo se apretó contra la mano de Jinsol de forma tan perfecta que ella también se corrió. Sus gemidos se mezclaron con el olor a sudor y a sexo, sus cuerpos se arqueaban y se ralentizaron, sus respiraciones se volvieron ásperas y entrecortadas.

Jungeun rodeó la muñeca de Jinsol con la mano entre las dos, la retiró y se la llevó al pecho, antes de abrir la boca y lamerle los dedos hasta dejarlos limpios. ¡Dios! La sensación de su lengua y la forma en que cerró los ojos como si estuviera en pleno éxtasis casi volvieron a llevarla al límite, pero estaba lo bastante agotada como para, simplemente, disfrutar de las vistas, maravillada por aquella mujer que estaba en su cama. Liberó la mano y las yemas de sus dedos acariciaron por un segundo los labios de Jungeun antes de posarse en la parte superior de su muslo. La mujer se desplomó en el colchón a su lado y se quedaron así durante varios minutos, con las piernas aún entrelazadas y la necesidad de oxígeno de sus pulmones como el único sonido en la silenciosa habitación.

Jungeun levantó la cabeza y cruzó una mirada con Jinsol.

—Joder.

—Vaya que sí —dijo Jinsol.

Rodeó la cintura de Jungeun con los brazos; no quería que el momento terminara, pero entonces se fijó en su pelo.

Era enorme. Le enmarcaba la cara una maraña de rizos enredados, encrespados y salvajes, la definición misma del pelo postcoital.

Y era lo más bonito que había visto en la vida.

Soltó una larga carcajada, aliviada, saciada y sencillamente feliz. Atrajo la cara de Jungeun, después de encontrarla debajo de todo ese pelo, y la besó con fuerza.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro