O17
La tarde siguiente era jueves y daba el pistoletazo de salida a seis días enteros sin ningún miserable acontecimiento nupcial. Jinsol y Yerim volvieron a casa de la librería y se encontraron a Heejin y Jungeun sentadas en la cocina tomando un LaCroix de limón.
Jinsol se quedó paralizada, con el corazón en un puño.
—¡Hola! —gritó Yerim y entró corriendo para llegar hasta ellas.
—Hola, Rim.—dijo Heejin y le dio un beso en la coronilla.
Jungeun le sonrió a la niña, pero desvió la mirada hacia Jinsol, que sintió que el estómago se le revolvía y se le unía al corazón en la garganta.
—Usa la llave que está debajo de la maceta cuando quieras, Heeki—dijo.
—Eso haré —dijo ella—. También te he recogido el correo. Parece que tu madre te ha enviado otro paquete.
Jinsol dejó el bolso en la isla central.
—¡Ay, por Dios! ¿Qué ha mandado esta vez?
Mientras su madre disfrutaba de una vida nómada tras la jubilación, se había aficionado cada vez más a los cristales y al tarot. Quemaba salvia para limpiar los espacios y hablaba de chakras bloqueados cada vez que Jinsol la llamaba por teléfono. No era que le molestara; se alegraba de que su madre hubiera encontrado una pasión después de cederle el control de su querida librería a su hija. Simplemente no tenía tiempo ni espacio en la cabeza para entenderlo todo. Desde hacía un tiempo, había empezado a enviarle cosas por correo, desde collares de cuarzo rosa hasta libros sobre meditación, convencida de que Jinsol solo necesitaba un poco de espiritualidad en su vida para ponerlo todo en orden.
—Quiero ver lo que ha mandado la abuela —dijo Yerim y se adueñó del sobre acolchado. Lo abrió y sacó una caja del tamaño de un libro pequeño. Miró la cubierta y leyó el texto—. El oráculo literario de las brujas.
—¿Un oráculo? —dijo Heejin mientras se ponía de pie y le quitaba la caja de Yerim—. ¿Eso de adivinar el futuro?
—No tengo ni idea —dijo Jinsol y le quitó la caja—. «Descubre el mundo de la adivinación mediante la magia del genio literario» —leyó en el reverso, donde mostraba la imagen de una carta en la que aparecía Zora Neale Hurston, junto a otra carta con una manzana. Solo eso. Una manzana.
—¡Qué mágica y literaria nuestra Yoobin! —dijo Heejin.
Jinsol se rio y miró a Zora. Debajo de la imagen aparecía la palabra «historia».
—Podríamos venderlo en la librería.
Dejó la caja en la isla para ocuparse de ella más tarde antes de abrir la nevera y sacar una cerveza.
—¡Gracias a Dios! —dijo Heejin y extendió la mano para pedirle otra—. He intentado portarme bien, pero el agua con gas no da para más.
Jinsol le puso una lata fría en la mano y luego miró a Jungeun.
—¿Quieres una?
—No, gracias —respondió.
—Yo quiero una —dijo Yerim y cruzó los brazos sobre el pecho mientras atravesaba a Jinsol con la mirada. Llevaba así todo el día. Las miraditas. Los resoplidos. Los brazos cruzados. Todo gracias a Jaebeom, una vez más, que le había dicho que quería llevarla de acampada el fin de semana, antes de hablarlo con Jinsol, lo que significaba que cualquier objeción la convertiría automáticamente en la madre anciana, preocupada y aguafiestas como la que siempre se sentía cerca de Jaebeom.
Y eso era justo lo que había ocurrido cuando la niña le había contado lo de la excursión esa mañana y Jinsol había respondido, con mucha calma:
—No sé, cielo.
Aún no había dicho que no, pero se había pasado el día escribiéndole a Jaebeom echa una furia y esquivando las miradas asesinas de su hija mientras trabajaba en las facturas y rehacía las baldas de novedades.
—Ja, ja. ¡Qué gracia! —dijo y alargó la mano para alisarle el pelo a Yerim, pero la niña la esquivó y se escabulló con elegancia hasta el otro lado de la isla, junto a Jungeun. Heejin la miró, pero Jinsol le hizo un gesto con la mano para que no dijera nada. Ya estaba acostumbrada. ¿Qué más daba una pelea explosiva más con su hija de once años?
Jungeun le dio un codazo a la niña.
—¿Me enseñas tu habitación?
A Yerim se le iluminaron los ojos.
—¡Sí!
Luego salió corriendo hacia la parte de atrás de la casa mientras Jungeun se levantaba y se colocaba los ajustadísimos vaqueros grises. Al pasar junto a Jinsol, no la miró, ni siquiera le sonrió, pero la rozó con el hombro y el estómago le dio un vuelco. Bebió tres tragos de cerveza.
—A ver, ¿qué pasa? —preguntó Heejin.
—Nada.
—Mientes fatal.
—¿Qué me ha delatado? —dijo con sorna, consciente de que tenía un aspecto horrible y de que se había esforzado muy poco en disimular que se sentía igual. Apenas había dormido, otra vez, pensando en Jaebeom y luego en Jungeun, antes de cambiar a Chaewon y a Changmin, y luego de vuelta a Jungeun. Por la mañana, ni siquiera se había hecho nada en su pelo después de ducharse, solo se lo había recogido en lo alto de la cabeza.
—¿Jaebeom? —preguntó Heejin.
Asintió.
—Una acampada. Este fin de semana. En el bosque, donde hay osos, barrancos y rápidos.
Heejin puso una mueca.
—¿No puedes decir que no y ya?
—No si no quiero que mi hija de odie.
Suspiró.
—¡Ay, cielo! ¿Y si vas con ellos?
Jinsol lo había pensado, pero, si iba, había un noventa por ciento de posibilidades de que Jaebeom y ella acabaran haciendo algo de lo que se arrepentiría después de que Yerim se fuera a dormir.
Jungeun se le pasó por la cabeza, sus dedos en su piel, la forma en que le había apretado el labio inferior entre los dientes...
Sacudió la cabeza.
—No sé.
Heejin le tendió la mano y se la apretó.
—¿Qué te parece si nos pido algo de cena? Me da que no estás en condiciones ni de calentar algo en el microondas ahora mismo y mucho menos de cocinar para tu hija.
Jinsol le devolvió el apretón.
—Estaría bien. Gracias.
Heejin tecleó en el móvil y terminó de pedir una pizza antes de que Jinsol cayera en la cuenta de preguntarle qué hacía con Kim Jungeun en su casa.
—Te he mandado mensajes todo el día —dijo Heejin y bebió un sorbo de cerveza.
—Mierda, es verdad. Se me olvidó mirarlos. —Jinsol sacó el teléfono y abrió el grupo de OPB. Había varios mensajes sin leer entre Heejin y Jungeun sobre un plan, casi todos eran de Heejin, que exigía uno, mientras Jungeun le respondía con emojis sin sentido como un robot y un busca de los noventa—. Lo siento. Estuve todo el día hablando con Jaebeom.
Heejin asintió.
—Imaginé que estarías ocupada. De ahí la visita.
—Me sorprende que Jungeun aceptara venir.
—Accedió bastante rápido cuando se lo sugerí.
Jinsol se obligó a ignorar el tonito de su amiga y a no mirarla bajo ningún concepto, incluso mientras sentía cómo una enorme sonrisa luchaba por abrirse paso en su rostro.
—Quedan diez días —dijo Heejin y bebió otro sorbo de cerveza—. Y el próximo evento nupcial no es hasta la despedida de soltera, dos días antes de la cena de ensayo, lo que significa que lo más probable es que no veamos ni sepamos nada de Chaewon hasta el miércoles, mientras va por ahí como un robot con tacones.
Jinsol gimió.
—No sé qué hacer, Heejin. Apenas nos ha dirigido la palabra desde la cena en el viñedo.
—Salvo para hablar de la boda. Apenas cerró la boca en todo el camino a casa.
—Sabes a qué me refiero. A hablar con nosotras de verdad. Le envié un mensaje esta mañana, solo para preguntarle qué tal, y no me respondió hasta las tres de la tarde, e incluso entonces, me mandó un emoji de un pulgar hacia arriba.
Heejin abrió mucho los ojos.
—Exacto —dijo Jinsol—. Un emoji, de la mujer que escribe «¡Qué gracia!» en los mensajes en vez de «Jajaja».
—Le escribí y no me contestó.
—Esto no es bueno.
—Pues a eso me refiero.
—Es imposible hacer que hable si no quiere hablar con nosotras.
Ambas bebieron un trago de cerveza y luego se sumieron en un silencio estresado.
Los pensamientos de Jinsol se arremolinaban; demasiadas cosas a la vez. Una persona inteligente optaría por emborracharse mucho y pronto, pero eso solo serviría para convertirla en una bola torpe y pegajosa cerca de Jungeun, lo que la delataría inmediatamente como una bola torpe y pegajosa con Jungeun.
—Así que de acampada, ¿eh? —dijo la mujer al volver a entrar en la cocina y se detuvo al ver a Jinsol e Heejin mirando abatidas sus latas de cerveza—. ¡Mierda! ¿Qué ha pasado aquí?
—Chaewon, la insensible reina del hielo, eso ha pasado —dijo Heejin.
Jungeun puso mala cara y se sentó en un taburete junto a Jinsol, con una pierna subida al pecho.
—¿Y eso es algo nuevo?
Heejin la fulminó con la mirada.
—Para las que tenemos corazón, sí.
—Heekki —reprendió Jinsol y luego miró a Jungeun—. ¿Te ha contado Yerim lo de la acampada?
Jungeun asintió.
—En las aguas termales de Bagby. Suena divertido.
Jinsol casi se atraganta con la cerveza.
—¿Aguas termales?
—¿Sospecho que Jaebeom no mencionó esa parte? —adivinó Heejin.
—Sospechas bien, ni tampoco mi adorada hija —dijo Jinsol—. Supongo que estaba demasiado ocupada imaginando cómo un oso le arrancaba la cara a Yerim en mitad de la noche porque a Jaebeom se le había olvidado guardar los perritos calientes. Ni siquiera se me ocurrió pensar en agua hirviendo.
Jungeun hizo una mueca.
—O sea, que no es divertido.
—Seguro que es una pasada para cualquiera que no sea un niño hombre a cargo de nuestra hija. —Jinsol volvió a frotarse las sienes. No podía lidiar con aquello en ese momento. No con Jungeun Green, sus tatuajes, sus dedos y su boca en su cocina, como si no se hubieran besado como dos adolescentes hacía dos noches.
—Ya lo tengo —dijo Heejin, que se irguió de repente y abrió tanto los ojos que Jinsol temió que fueran a caérsele en la encimera.
—¿Un herpes? —dijo Jungeun.
Heejin le hizo un corte de mangas y prosiguió.
—La solución. Iremos todos de acampada.
Jinsol parpadeó.
—¿Todos? ¿Dices nosotras?
—Todos —confirmó Heejin—. Tú, yo, la reina gótica esta, Yerim, Jaebeom... y Chaewon.
Jungeun escupió el agua con gas por toda la encimera.
—¡Mierda! Perdón.
Empezó a levantarse para traer papel de cocina, pero Jinsol le puso una mano en la rodilla y la paralizó en el sitio. Ella seguía mirando a Heejin, pero sentía la piel caliente de Jungeun a través de los vaqueros. La mujer volvió a sentarse y Jinsol se ordenó que moviera la mano, pero no consiguió conectar los dedos con el cerebro. Hasta que Heejin no desvió la mirada hacia la pierna de Jungeun, no pudo volver a deslizar la mano hacia su regazo.
A su lado, oyó a Jungeun soltar un suspiro. O quizá se lo había imaginado. Tal vez ya estaba borracha con media cerveza.
Por fin, Jungeun se aclaró la garganta.
—Park Chaewon. En el bosque. Durmiendo en una tienda.
—Es lo que he dicho —dijo Heejin.
—¿Estás colocada? —preguntó Jungeun—. Jamás accedería. Necesita sus cremas frías y sus edredones de plumas.
—Ya nadie las llama «cremas frías» —replicó Heejin—. ¿Qué tienes? ¿Ochenta años?
—Las dos, paren—dijo Jinsol.
—Vendrá —dijo y la miró—. Si le dices que la necesitas, lo hará.
Jinsol hundió los hombros.
—Heekki, eso es manipular.
—No, porque es verdad. Quieres que Yerim vaya de acampada con Jaebeom sin que tengas que tomarte un Xanax cada cinco minutos mientras están fuera, ¿no? Así que la única solución es que vayas tú también, pero no quieres estar a solas con Jaebeom porque, seamos sinceras, el hombre no está nada mal y nunca has tomado buenas decisiones cuando anda cerca...
—Espera, ¿qué?
—Así que vamos todos, como apoyo moral y sexual, y de paso conseguimos que Chaewon nos hable de Changmin.
Heejin hizo el gesto de dejar caer un micrófono y luego les sonrió.
—¿Apoyo sexual? —preguntó Jinsol, con un nudo en el estómago. Heejin alargó la mano y le pellizcó la mejilla.
—Como he dicho, mientes fatal.
A su lado, Jinsol sintió que Jungeun se había quedado muy quieta. Su rodilla, que antes le rozaba la cadera, se apartó, aunque fuera casi imperceptiblemente, y al final se levantó para ir a por el papel de cocina y limpiar el agua derramada.
A Jinsol se le encendieron las mejillas y notó la sangre en la piel. Heejin conocía todas las veces que se había acostado con Jaebeom después de la ruptura. Y si Heejin lo sabía, Chaewon también. Y, a partir de entonces, Jungeun también. Quería meterse debajo de una mesa con la botella de bourbon de emergencia que había escondido en el armario encima de la nevera.
Heejin extendió la mano y le apretó el brazo.
—No pasa nada, cielo. Yo también me lo tiraría si tuviera la oportunidad.
—Heekki —protestó Jinsol y ocultó la cara en las manos. No se atrevió a mirar a Jungeun. No debería importarle. No eran nada. Ni era como si a la otra mujer le importara con quién se acostaba Jinsol.
Jinsol se irguió y se apartó los mechones de los ojos. Tenía que concentrarse. Porque, por mucho que detestara admitirlo, la solución de Heejin era la única forma de evitar una guerra con Yerim. Además, todo lo que había dicho era cierto: Jinsol necesitaba a sus amigas si quería ir a la excursión y no sería una mentira ni una manipulación decírselo a Chaewon. Si todas acababan hablando de que Changmin era un imbécil con un traje a medida, que así fuera.
—Vale, vamos a llamarla —dijo.
Heejin sonrió y se llevó el teléfono a la oreja.
—Ya he marcado el número.
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