O16
¡Gracias a la diosa por los AirPods!
Jungeun se pasó todo el viaje de vuelta a Bright Falls con un audiolibro de fantasía sáfica a todo volumen en los oídos. Después de una tarde recorriendo el viñedo y sacando fotos de Chaewon, Heejin y Jinsol mientras probaban todo tipo de vinos de lujo para luego volver a escupirlos en lo que solo podía definirse como una escupidera, haciendo todo lo posible por ignorar a Jinsol al mismo tiempo que intentaba que no se notase que la ignoraba, lo único que quería era su sofá forrado de cretona del Caleidoscopio, un licor que se pudiera tragar de verdad y una larga sesión con su California Dreaming Minx.
Heejin se sentó con ella en la parte de atrás, cosa que también le agradecería a la diosa si no fuera porque no dejaba de escribirle mensajes en la aplicación de notas de su móvil y luego se lo ponía delante de las narices para que los leyera.
¿Ahora qué?
Tenemos diez días.
Venga ya, seguro que se te ocurre alguna maldad.
¿Hola?
Si no me contestas, te voy a seguir molestando.
Cuando no hizo más que fulminarla con la mirada, Heejin, en efecto, la siguió molestando. Le arrebató el teléfono de las manos y empezó a toquetear la pantalla con una sonrisa de satisfacción. Jungeun echaba humo en silencio, sin querer llamar la atención sobre lo que fuera que estuviera haciendo Heejin. Terminó con un último toque del dedo índice y su propio teléfono zumbó con un mensaje.
Y también el de Jinsol.
Jungeun recuperó su móvil, mientras el libro seguía sonando, y miró la pantalla. La aplicación de mensajería estaba abierta y había un nuevo grupo que las incluía a Heejin, a Jinsol y a ella, porque, cómo no, Heejin se había tomado la libertad de guardar los números de todas en su teléfono. Había bautizado el chat como «OPB», fuera lo que fuese, y al parecer, el primer mensaje de Jungeun a las otras dos mujeres había sido «Son unas reinas y vivo para servirlas».
Jinsol se removió en el asiento delantero y se dio la vuelta un instante para mirarla por encima del hombro.
Jungeun tecleó rápidamente un mensaje.
Jungeun: Las odio a las dos.
Heejin: No es lo que he oído.
En el asiento delantero, Jinsol se atragantó y le dio un ataque de tos. Jungeun sintió que enrojecía. ¿Le había contado Jinsol a Heejin lo que había pasado entre ellas la noche anterior? No. Nunca lo haría. No si estaba decidida a que Chaewon no se enterara. Estaba claro que Heejin no guardaba muy bien los secretos, como demostraba el hecho de que les estuviera enviando mensajes mientras Chaewon, sentada en el asiento del conductor, parloteaba sin parar sobre un trabajo de diseño que estaba haciendo para un bufete de abogados.
Heejin: Acabas de decir que somos unas reinas.
Jungeun se relajó un poco mientras Jinsol bebía agua y le soltaba algún que otro «¡Ajá!» a Chaewon.
Jinsol: Heekki, ¿qué haces?
Heejin: ¿Mandar mensajes?
Jungeun: ¿Qué mierda es OPB?
Heejin: Operación Peina Botas
Jungeun: ¿Peina botas?
Heejin: PEINA BOTAS.
Jungeun miró a Heejin, en parte irritada y en parte divertida. La mujer se limitó a sonreír y siguió escribiendo.
Heejin: ¿Qué deberíamos hacer ahora?
Jinsol: Deberíamos esperar a hablar de esto cuando no tenga a Chaewon a menos de veinte centímetros.
Heejin: Podríamos, pero solo quedan diez días para la boda y anoche las cosas no salieron como esperábamos.
Jungeun: Anoche todo fue tal
como habíamos planeado.
Jinsol se aclaró la garganta y Jungeun quiso poner los ojos en blanco. Abrió una conversación aparte solo con ella.
No me refería a eso.
«Lo sé», respondió Jinsol.
Heejin: ¿Os estáis escribiendo en privado?
Jinsol: No.
Jungeun: Tal vez.
Jinsol exhaló un suspiro y Jungeun no pudo evitar sonreír.
Heejin: Vale, nada de conspiraciones secretas. Me da igual si queréis follaros hasta dejaros secas.
Jungeun se atragantó con su propia saliva, lo que le provocó un ataque de tos. Se golpeó el pecho mientras los pulgares de Jinsol volaban sobre la pantalla.
Jinsol: ¡Heejin! ¡Por el amor de Dios!
Heejin: Me reitero.
—¿A quién escribes? —preguntó Chaewon y miró de reojo el teléfono de Jinsol.
—A nadie —dijo ella—. A Jaebeom. Va a traer a Yerim a casa.
Chaewon asintió y Jinsol se apartó hacia la ventana, dejando el móvil abandonado en el portavasos.
Jungeun escribió un último mensaje:
Aún las odio.
Después de dejar a Heejin y a Jinsol en sus casas, Jungeun seguía en el asiento de atrás.
—No soy tu chófer —dijo Chaewon mientras se alejaba de la casa de Jinsol en Linden Avenue. Jungeun se quedó mirando por la ventanilla, contemplando la casita que parecía justo algo que a Jinsol le encantaría. Pequeña y acogedora, con un gran porche delantero y molduras blancas brillantes, una base de piedra natural y un revestimiento azul oscuro en el tejado. La mujer subió hasta la puerta principal sin mirar atrás, contoneando las caderas bajo los ajustados vaqueros de un modo que le trajo a la mente el recuerdo de la noche anterior como un torrente.
Joder.
Durante toda la mañana y la tarde, había intentado no pensar en ello. Había besado a Jinsol, la había acariciado y ya estaba, el mundo seguía girando. No importaba que Chaewon no lo supiera y que no fuera a saberlo hasta después de la boda, o de la no boda, la ruptura, o lo que fuera que Heejin intentara conseguir; lo sabía. Jungeun había vivido anteponiéndose siempre a sí misma, preocupándose solo de lo que sabía que era cierto, porque había aprendido hacía mucho tiempo que no podía controlar nada más que lo que ella misma hacía. No podía hacer cambiar de opinión a nadie ni hacer que la amara alguien que no tenía interés en hacerlo, y no podía impedir que alguien la abandonara si eso era lo que quería hacer. No podía hacer que los agentes se fijasen en ella ni que los amantes del arte compraran sus obras.
No podía hacer que Jinsol no sintiera vergüenza por lo que había pasado ni cambiar el hecho de que estaba atrapada con la mujer y sus gloriosas caderas durante otros diez días. Lo único que podía hacer era meterse en sus asuntos y sacar fotos.
Pero cuando Chaewon se alejó con el coche, Jinsol se paró un segundo en el porche y se giró. Cruzó una mirada con Jungeun a través de la ventanilla y Jungeun sintió que aquella mirada le bajaba por las piernas. Era la misma que le había dedicado por encima del hombro en el brunch. Interés. Curiosidad. ¡Mierda! Deseo.
—¿Hola? —dijo Chaewon.
Jungeun tragó saliva y apartó la vista con un suspiro hastiado.
—¿La posada está a cuánto? ¿Dos kilómetros? Conduce y te librarás de mí.
Chaewon suspiró también.
—Te he preguntado si me dejarías ver algunas de las fotos que has sacado hasta ahora.
—¡Ah! —Jungeun se frotó la frente. Tenía que centrarse. Había sido un beso. Uno muy bueno. Un beso espectacular, sí, pero a pesar de todo no eran más que labios y lenguas. Había besado a cientos de personas, había oído a cientos de personas jadear en su boca como si ella fuera el aire y ellas se estuvieran ahogando.
Bueno, okay, no había oído a cien personas hacer ese sonido cuando las besaba, pero seguro que lo había experimentado antes.
—¡Jungeun!
Dio un respingo en el asiento.
—¡Ay, lo siento!
—¿Dónde estás? ¿De vuelta en Nueva York?
Se frotó la cara con las manos.
—¡Qué más quisiera!
Chaewon apretó la boca y giró hacia la calle principal, que bullía de gente antes de la cena. El cielo era una mezcla de gris oscuro y blanco, una promesa de lluvia mientras un aroma terroso flotaba en el aire.
—Esa es la librería de Jinsol —dijo Chaewon cuando pasaron por delante de River Wild. Dentro había unos cuantos clientes y una mujer de pelo azul atendía el mostrador.
—¡Ajá!
—Ibas mucho de niña, ¿verdad? —preguntó Chaewon.
Jungeun apoyó la cabeza en el respaldo del asiento.
—¡Ajá!
—Ahora está muy distinta. Jinsol lo ha puesto todo moderno y bonito.
—¡Ajá!
Chaewon soltó un resoplido irritado que la hizo sonreír. Se detuvo delante del Caleidoscopio y Jungeun saltó como si el coche estuviera en llamas.
Lo que necesitaba era un baño. Un baño, pedir algo al servicio de habitaciones y una copa enorme de vino. Sin embargo, cuando se dio la vuelta para decirle adiós a Chaewon y con la intención de soltar algo amable como «Gracias por los tratamientos de spa gratuitos, aunque hubiera preferido que no hubiera estado allí, como demostraste con la reserva para tres personas», su hermanastra había rodeado el coche, con el bolso al hombro y los ojos muy abiertos, expectante.
—¿También te alojas aquí? —preguntó Jungeun y señaló con el pulgar hacia la posada—. Changmin ronca, ¿eh? O te echa de la cama cuando has comido ajo y ya no soportas más ese sofá lleno de bultos.
Chaewon, por desgracia, no mordió el anzuelo.
—Quisiera ver las fotos por las que estoy pagando una fortuna, si no te importa.
—Querrás decir por las que nuestra madre querida está pagando una fortuna.
Chaewon frunció los labios y la siguió mirando. Ganaría sin despeinarse un concurso nacional de no parpadear.
—¿Qué pasa? ¿No confías en mí? —dijo Jungeun y se llevó la mano al pecho—. Soy una artista. Una visionaria. Una intrépida exploradora de los páramos del tiempo. Una auténtica...
—Le pediré la llave a Rami—dijo Chaewon mientras la adelantaba y entraba en el edificio de ladrillo de tres plantas.
—Bien jugado —dijo Jungeun y la siguió.
Una vez en la habitación, dejó la maleta en la cama y sacó la cámara de la bolsa. La conectó al portátil que estaba sobre la mesa y empezó a cliquear por la cámara hasta que todas las fotos que había sacado hasta el momento empezaron a cargarse en Lightroom, programa que siempre había preferido a Photoshop. Era menos vistoso, pero le gustaba lo simple. Recorte, exposición y balance de blancos, contraste y color, intensidad y saturación. No necesitaba nada más. El verdadero arte estaba en el ojo, en el ángulo, en el momento de disparar.
—Ten en cuenta que no están editadas —dijo mientras Chaewon se sentaba frente al escritorio y observaba cómo las imágenes saltaban a la pantalla y se apilaban en Lightroom como una baraja de cartas.
Jungeun sintió una oleada de nervios. Nunca le había enseñado a Chaewon su trabajo. Ni una sola vez. Ni las fotos poco favorecedoras que le había hecho a su aquelarre cuando eran adolescentes, ni una sola foto de boda ni un retrato, ni siquiera una foto en blanco y negro de un chicle en la acera. Pero entonces iba a ver muchas cosas. Fotos de la boda, claro, pero también otras que sacó al azar cuando paseaba por la calle después de hablar con Jinsol en la librería, imágenes que sacaba solo porque le llamaban la atención, como un palo de piruleta en la hierba, una grieta en una copa de vino o...
Se puso tensa.
Y fotos de Jinsol cuando no sabía que la miraba. Montones y montones de fotos de Jinsol cuando no sabía que Jungeun la miraba.
¡Mierda!
—¿Qué hago? —preguntó Chaewon cuando una notificación apareció para anunciar que la carga se había completado.
Jungeun no se movió mientras se preguntaba si podría inventarse alguna excusa de por qué Chaewon no podía ver las fotos todavía, pero no se le ocurrió nada. Ya estaban allí, delante de su cara ansiosa, y la mujer era como un perro con un hueso muy caro cuando quería algo. De ninguna manera iba a dejarlo estar.
No pasaba nada. Jungeun también les había sacado fotos a Chaewon e Heejin, ¿verdad?
Se agachó por encima de su hermanastra y tocó la primera imagen; le indicó dónde pulsar para pasar a la siguiente. Chaewon se inclinó hacia delante mientras todas las que había sacado en los últimos tres días aparecían en la pantalla.
Se sentó a un lado de la cama, con un nudo en el estómago, no solo por las fotos de Jinsol, que podría justificar como un intento de sacar de quicio a Chaewon a propósito, cosa que a ella no le costaría nada creer, sino porque su perfecta hermanastra estaba escarbando en su trabajo, en su cerebro, en su corazón.
¡Por Dios, Jungeun! ¿Tu corazón? ¿En serio? Contrólate.
Así que lo hizo. Se agarró los muslos y se miró los vaqueros mientras Chaewon hacía clic en silencio. Clic.
Clic.
Joder, estaba tardando una eternidad.
—Necesito una copa —dijo y se levantó de la cama para sacar del bolso la botella de sauvignon blanc que había encontrado en su habitación en el Blue Lily la noche anterior. Casi lloró de alivio al ver que era de rosca. Llenó hasta el borde uno de los vasos de papel apilados junto a la minicafetera y engulló los tres primeros tragos, estremeciéndose al sentirlos en el torrente sanguíneo.
Luego paseó por la habitación y bebió un poco más hasta que Chaewon se detuvo sobre una foto suya y de Changmin en la cena en la Mansión Wisteria.
Era una buena foto. En blanco y negro, el brazo de Changmin sobre los hombros de Chaewon mientras estaban sentados a la mesa el uno junto a la otra. La luz era suave y encantadora, el resplandor de las velas y las guirnaldas de LED envolvían a la pareja como un manto. Había que ajustar un poco la saturación y el contraste, pero, aparte de eso, era el robado perfecto.
Salvo por una cosa.
La novia.
Jungeun se puso detrás de Chaewon y miró más de cerca la pantalla. Changmin reía, con una sonrisa amplia y reluciente mientras miraba a alguien a quien tenía delante. Sus dedos rodeaban los hombros de Chaewon en un gesto que algunos considerarían protector, pero ella no. Posesivo, más bien, y parecía que Chaewon era consciente de ello. Su cuerpo en la fotografía estaba rígido. No tanto como para que se notase durante la cena en sí, pero al mirar la imagen, congelada en el tiempo, no irradiaba calidez ni felicidad. Sonreía, pero era una sonrisa plastificada que no le llegaba a los ojos. Jungeun incluso había captado la forma sutil en que las yemas de sus dedos se habían puesto ligeramente blancas de apretar la copa de vino.
¡Qué buena era!
Aun así, sintió de todo menos orgullo mientras Chaewon seguía mirando la imagen. Sintió que se le hundía el estómago. Un golpe sordo, pesado y enfermizo. Intentó ignorarlo; después de todo, el sufrimiento de su hermanastra siempre la había hecho feliz. Y el evidente horror de Chaewon al verse a sí misma como una de las mujeres de Stepford en blanco y negro seguramente alegraría a Heejin y Jinsol.
Sin embargo, incluso mientras lo pensaba y al mismo tiempo se preguntaba por qué tendría que importarle lo que alegraba o dejaba de alegrar a Jinsol, también supo que no era cierto. Jinsol no se alegraría. Se le rompería el corazón por su amiga. Tal vez Heejin se regodeara un poco y disfrutaría de tener razón; en un mundo diferente, sin duda Jungeun y ella habrían sido amigas. No obstante, al final ella también se habría calmado y habría apoyado a Chaewon pasara lo que pasase; habría ideado un plan de acción.
Pero Jungeun no era Heejin y desde luego no era Jinsol.
—Chaewon —dijo para sacarla de su estupor.
Su hermanastra se sobresaltó y carraspeó antes de pasar a la siguiente foto.
—Son preciosas.
Jungeun parpadeó ante el cumplido.
—Bien... —dijo despacio.
—Me encantan los detalles. Como esta. —Señaló la foto en la pantalla, una imagen nítida de Gayoon que resaltaba todas las arrugas que el bótox parecía no haber logrado ocultar.
Jungeun soltó una carcajada y Chaewon la miró por encima del hombro, con una sonrisa en el rostro. Se miraron durante una fracción de segundo y pasó algo entre ellas que hizo que se quedara sin aliento. Algo que parecía joven y casi esperanzador.
Chaewon se dio la vuelta y pasó a la siguiente foto.
Una de Jinsol.
Solo Jinsol, la noche de la cena de la Mansión Wisteria. Los árboles perennes se aglomeraban detrás de ella y el sol le oscurecía parte del cuerpo; tenía el rostro ensombrecido, pero no había duda de que era una foto preciosa.
Tampoco cabía duda de que miraba directamente a cámara. Jungeun recordaba haber sacado la foto y cómo Jinsol había girado la cabeza una fracción de segundo antes de que pulsara el disparador, con una sonrisa en la cara al pillar a la fotógrafa en el acto.
Una sonrisa que sin duda le había llegado a los ojos.
—Esta es... —empezó Chaewon, pero volvió a aclararse la garganta.
Entonces echó la silla hacia atrás tan rápido que casi le atropella los dedos de los pies de Jungeun. Se levantó, se sacó el móvil del bolso y miró la pantalla.
—Debería irme.
—¿Changmin te ha convocado?
En cuanto lo dijo, se arrepintió. En lugar de poner los ojos en blanco o responderle con un comentario mordaz en su eterno duelo de pullas, como esperaba, Chaewon agachó la mirada, avergonzada, y no dijo nada. Tragó saliva mientras señalaba la foto de Jinsol que aún aparecía en la pantalla.
—Deberías subirla a Instagram —dijo—. A la gente le encantaría.
—Subirla a... Un segundo, ¿has visto mi Instagram?
A Chaewon le tembló el labio y, cuando habló, su voz era suave, vacilante.
—¿Cómo crees que sabía que me encantarían tus fotos?
La sorpresa le recorrió las venas. Por supuesto, Gayoon y Chaewon sabían que Jungeun trabajaba como fotógrafa de bodas. Sabían que hacía retratos y que era camarera en una de las ciudades más caras del mundo. Pero no conocían su arte, sus ambiciones ni su deseo de labrarse un nombre entre los grandes fotógrafos estadounidenses. Para eso existía su Instagram. Un escaparate de lo que era capaz de hacer cuando no estaba a las órdenes de otra persona y tenía que sacar fotos de parejas que se hacían arrumacos o, en el caso de Chaewon, que no se los hacían. Jungeun nunca les había contado nada de eso. Bastaba una simple búsqueda en Google para encontrar sus redes sociales, sí, pero para eso, Chaewon tendría que haberse molestado en teclear su nombre.
—Espera —dijo Jungeun—. ¿Has...?
—Hasta luego —la interrumpió Chaewon y salió por la puerta, dejándola con una sensación de opresión en el pecho que no desaparecería por muchos vasos de vino que se echara a la garganta.
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