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O14

Aquella mujer era adorable.

Jungeun terminó de recogerse el pelo sin dejar de mirar a Jinsol mientras el rubor rosa claro de sus mejillas se convertía en un rojo más intenso. La otra mujer no dijo nada más sobre el enorme consolador a pilas que llevaba en la maleta, así que ella tampoco. Lo cual le pareció bien, porque verla reírse a carcajadas cuando volvió a meter el juguete en la maleta al ver que se moría de vergüenza había sido...

Lo más bonito que había visto nunca.

De pronto, sintió un cosquilleo en el estómago, como antes de la exposición en Fitz o cada vez que se presentaba a un agente o enviaba un correo electrónico. No había sentido aquel revoltijo en el estómago por una mujer desde Jiyeon y no le hacía ninguna gracia. Pero Jinsol no era una mujer cualquiera a la que hubiera conocido en un evento o en un bar. Era la mejor amiga de Chaewon y la conocía de cuando era una adolescente torpe. Era un contexto diferente, nada más.

Al menos, eso fue lo que se dijo a sí misma mientras trataba de calmar el millón de abejas que volaban por su estómago y sacaba la cámara digital de su bolsa. Necesitaba algo que hacer con las manos mientras se aproximaba a la cama, algo en lo que concentrarse al apartar las sábanas.

Un colchón de matrimonio como un océano de grande, pero aun así. Jinsol estaba allí y Jungeun se olvidó de repente de cómo mover las extremidades para meterse en la cama como una persona normal. Primero deslizó una rodilla, pero luego se dio cuenta de que se sentaría sobre las piernas, así que sacó el pie de debajo del cuerpo, lo que provocó que casi se cayera sobre el codo, ya que aún tenía la cámara en la otra mano.

Con elegancia, Jinsol ignoró su incomodidad y encendió su móvil; se centró en mirar la pantalla, pero Jungeun juraría que había levantado un poco una comisura de los labios. Por fin, se acomodó entre las sábanas frescas y encendió la cámara. Comenzó a recorrer las imágenes que había sacado hasta el momento de los otros eventos prenupciales, se estremeció ante alguna mala iluminación y luego sonrió al ver que, en ocasiones, dicha mala iluminación hacía que Gayoon pareciera una guardiana de la cripta.

—¿Has sacado buenas fotos? —preguntó Jinsol y dejó caer el teléfono sobre su regazo.

Jungeun mantuvo la vista en la cámara.

—Sí, diría que sí.

—¿Me enseñas alguna? Creo que nunca he visto una foto tuya.

Jungeun la miró. Gafas, cara desmaquillada, el pelo recogido en un moño alto mientras el flequillo le rozaba las pestañas. Un tirante de la camiseta se le había deslizado un poco por el hombro y luchó contra el impulso de volver a ponerlo en su sitio.

O de bajarlo aún más.

Se aclaró la garganta y volvió a centrarse en la pantalla.

—Claro —dijo, pero entonces volvieron las puñeteras abejas y sus alas le llenaron el estómago. Retrocedió hasta las imágenes del brunch y buscó algo especial, algo bonito. No estaba segura de por qué le importaba lo que Jinsol pensara de sus habilidades fotográficas, solo sabía que le importaba.

Por fin, encontró la foto perfecta.

Le entregó la cámara, que Jinsol aceptó con cuidado, como si estuviera manipulando una joya preciosa, lo cual en cierto modo era verdad, dado lo que había pagado por ella, y observó cómo reaccionaba a la imagen.

Primero abrió la boca y los ojos, pero luego su expresión se suavizó.

—Jungeun —dijo. Nada más. Una sola palabra, en parte voz, en parte suspiro, y bastó para que se le pusiera la piel de gallina en los brazos, lo cual trató de ocultar abrazándose las rodillas.

—Creía que te gustaría —dijo.

Jinsol asintió, sin apartar la vista de la foto en blanco y negro en la que salía con Yerim, sentadas una al lado de la otra en la mesa del Salón de Té de Vivian. La niña miraba hacia abajo, con las largas pestañas rozándole la mejilla y una sonrisita en la comisura de los labios, mientras Jinsol le rodeaba el hombro a su hija con el brazo y apretaba la nariz en su pelo. Ella también sonreía. Jungeun había conseguido acercarse a sus rostros conservando la luz, recortando casi todos los platos y los vasos que tenían delante en la mesa.

La foto eran solo ellas. Madre e hija.

—Me encanta —dijo Jinsol, sin dejar de mirar la pantalla. Por fin, levantó la vista hacia Jungeun—. Eres buena.

Jungeun se rio y recuperó la cámara.

—Pareces sorprendida.

Jinsol negó con la cabeza.

—No me sorprende. Me impresiona.

—Resulta que el espectro de la Mansión Wisteria tiene talento.

No debería haberlo dicho. Jinsol se puso rígida de inmediato y el ambiente se tensó, pero Jungeun no se retractaría aunque pudiera. Las abejas se habían calmado y necesitaba recuperar el control. Hacía cinco años que no perdía la cabeza por una mujer y no pensaba empezar entonces.

Pero entonces Jinsol dijo:

—Jungeun...

Y esa sola palabra, su nombre en la lengua de aquella mujer, volvió a perturbar toda la colmena.

Hizo un gesto con la mano y dejó la cámara en la mesita.

—Deberíamos descansar un poco.

Apagó la lámpara y se metió entre las sábanas, de espaldas a Jinsol. Se dio cuenta de que la otra mujer no se había movido.

—¿Cómo te metiste en esto? —preguntó Jinsol—. En la fotografía.

Al principio, no contestó. Sin embargo, a medida que se le adaptaba la vista a la oscuridad y mientras la luz de la luna se colaba entre las cortinas e iluminaba la habitación, se dio la vuelta, puso las manos bajo la mejilla y arqueó el cuello hacia arriba para verle la cara.

La mujer la miró, a una distancia prudencial, pero luego se movió. Se deslizó hacia abajo, sacudió la almohada una vez y se tumbó de lado también, con las manos debajo de la mejilla, como un espejo de Jungeun. Sus movimientos la habían acercado un poco más y solo quedaba medio metro de espacio entre ellas. El aire volvió a cambiar, se espesó con algo nuevo e íntimo.

—¿De verdad quieres saberlo? —preguntó Jungeun, con la voz baja y calmada. Si hablaba demasiado alto, el hechizo podría romperse y aún no había decidido si era lo que quería o no.

—No habría preguntado de no ser así.

—No sé. Eres una buena persona. La gente agradable hace preguntas a veces solo porque creen que deberían, aunque no les importe una mierda.

Jinsol frunció el ceño.

—Me importa, ¿sí?

Sabía que tenía que parar aquello. Quería acostarse con ella, no estrechar lazos hablando de sus orígenes y agravios de la infancia, pero todo el día la había desequilibrado. Entre el olvido de Chaewon de reservarle una habitación, Jinsol ofreciéndole la suya y la repentina camaradería de la cena con Jinsol y Heejin, un sentimiento que no estaba segura de haber experimentado nunca con mujeres con las que no se acostara, sentía el corazón hinchado en el pecho, tierno, como una quemadura que protestaba al menor roce. Las palabras estaban justo ahí, los cómos y porqués de su vida desde que se había marchado de Bright Falls, y quería pronunciarlas. Liberarlas. Dejar que alguien más las llevara por un tiempo. O, al menos, que las supiera. Hacía mucho tiempo que no le contaba a nadie sus secretos. Solo de pensar en ello, en la soledad que suponía ser la única que lo sabía, se sintió de pronto muy cansada.

Razón de más para darse la vuelta y dar las buenas noches. Sin embargo, al cruzar la mirada con Jinsol, que la miraba como si de verdad le importase, simplemente no quiso hacerlo.

—Empezó en el instituto —dijo. Con esas pocas palabras, Jinsol pareció relajarse; se hundió un poco en la cama, como si hubiera estado conteniendo la respiración. Así que Jungeun siguió hablando. Le habló de su fascinación por las imágenes fijas, por congelar los momentos en el tiempo. Había ahorrado dinero con algunos trabajillos para la señora Hong, su profesora de arte y el único adulto de su vida que parecía prestarle atención, y se había comprado una Polaroid para ver cómo era. Vagó por su cavernosa casa, mientras los ecos de las risas de Chaewon, Heejin y Jinsol resonaban en las paredes, y fotografió todo lo que le pareció interesante. El pomo de un armario de cocina. Un trozo de vidriera en la biblioteca. La moldura de la chimenea. Expresiones cuando nadie sabía que estaba mirando. Había pillado al aquelarre en muchas poses poco favorecedoras: con la boca abierta, los ojos cerrados, la lengua fuera para lamer el borde de una lata de Dr. Pepper que goteaba.

No le mencionó esos detalles específicos a Jinsol en ese momento.

—También le saqué algunas fotos a Chaewon, aquí y allá —fue lo que le salió, y lo dejó ahí. Pero recordó cómo había atesorado todas las fotos de las chicas para estudiarlas en busca de pistas de por qué ellas eran aceptables y ella tan rara. Aparte de un poco de maquillaje y ropa de Nordstrom, nunca logró averiguarlo.

—Aprendí por mi cuenta los fundamentos de la fotografía en el instituto —explicó—. La señora Hong me ayudó. Luego, cuando me marché de Bright Falls, supe que quería dedicarme a ello.

Jinsol asintió, con los ojos muy abiertos y oscuros, mientras Jungeun le contaba que hacía turnos de nueve horas seis días a la semana en un restaurante de Grand Street para pagar el alquiler de un apartamento de mierda, pero que en su día libre se paseaba por la ciudad y memorizaba su sensualidad, su pasión, su diversidad. Todas las cosas que le faltaban en la vida. Todas las cosas que nunca había tenido, que ni siquiera había soñado que fueran posibles. Las palabras salieron a borbotones en un torrente de vulnerabilidad y verdad.

—¿Y empezaste a trabajar en bodas? —preguntó Jinsol, todavía milagrosamente interesada.

Jungeun asintió.—Bodas, bar mitzvás y bat mitzvás, fiestas de aniversario, fiestas de cumpleaños. Cualquier cosa que encontrase. Seguía trabajando de camarera, todavía lo hago, de hecho, pero los eventos se pagan bastante bien, sobre todo cuando empiezas a tener algunas referencias. Solo en los últimos años he intentado dedicarme al arte.

—¿A qué te refieres?

—Arte fotográfico, piezas que se venden, colecciones, conseguir un agente que me ayude a navegar por este mundillo. Pero es difícil abrirse camino. Muy difícil.

Entonces le vino a la mente la exposición en el Whitney, el alivio y la emoción que le provocaban. Le contó a Jinsol que podría ser su gran oportunidad.

—¡Qué maravilla! —dijo Jinsol—. Ojalá... —Pero se interrumpió, con el ceño fruncido

mientras tragaba saliva. Jungeun no presionó y Jinsol no tardó en seguir con la conversación.

»¿Cómo supiste que querías hacer arte? —preguntó.

Jungeun dudó. La verdad era delicada. Y no estaba segura de si quería indagar en ella con Jinsol aquella noche, o nunca. No tenía por qué saberlo. No había ninguna razón para ello, salvo el simple hecho de que quería contárselo. Aun así, no estaba segura de cómo reaccionaría.

Mientras dudaba, Jinsol se acercó un poco más y dijo:

—Vamos, quiero saberlo.

Así que se lo contó.

—Me rompieron el corazón.

Jinsol levantó mucho las cejas.

—¿De verdad?

Jungeun asintió y se le formó un nudo en la garganta, pero las palabras salieron solas.

—Solo he tenido una novia. Se llamaba Jiyeon, y nos conocimos en una boda en la que yo trabajaba. Ella era la dama de honor.

Jinsol se quedó boquiabierta y a Jungeun no se le escapó la ironía de estar contándoselo todo a otra dama de honor con la que parecía incapaz de callarse.

—Nos mudamos juntas y salimos en exclusiva durante dos años.

—¿Qué pasó?

Respiró hondo y pensó en las palabras que nunca le había dicho a nadie. Después de que Jiyeon y ella rompieran, no había nadie más en su vida a quien contárselo. Además, no haber sido suficiente le daba muchísima vergüenza.

Las palabras salieron de todos modos.

—La pillé engañándome.

—¡Dios!

—Con su ex. A quien, aparentemente, nunca había superado.

Jinsol se tapó la boca con la mano.

—¡Dios!

Jungeun asintió.

—Me fui de la ciudad para asistir a otra boda. Pero se canceló, porque el novio se echó atrás, así que volví antes a casa y la encontré... En fin, estaba en nuestra cama y no estaba sola.

El recuerdo seguía fresco y vivo, como una fotografía de alta resolución. Jiyeon, la única mujer a la que había amado y con la que había pensado casarse algún día, crear la familia con la que siempre había soñado, pero que nunca había tenido, en el apartamento que compartían, con la cabeza entre las piernas de Ha Yura. Aún recordaba la visión de la cabeza rubia de Yura echada hacia atrás, con la boca abierta, y las uñas pintadas de color aguamarina enroscadas alrededor de la puñetera almohada de Jungeun mientras se corría.

—Al parecer, no era la primera vez —dijo—. Llevaba meses engañándome y buscando la manera de dejarme, pero yo no me daba cuenta.

—¡Dios! —dijo Jinsol.

—En fin —continuó, ansiosa por volver a encauzar la conversación—. Necesitaba salir de la ciudad por un tiempo, así que volví a Bright Falls. Pensé... No lo sé.

No tenía ganas de estar sola. Esa había sido la razón y, como una idiota, había creído que la familiaridad de Bright Falls y la familia que tenía allí, por extraña y distante que fuera, la ayudarían a calmar esa necesidad que no sabía definir. No había sido así. Chaewon estaba ocupada con su propia vida y Gayoon..., cómo no, se había disgustado mucho al encontrarse a Jungeun en la puerta de su casa y había culpado a un evento de la Junior League que estaba organizando de que Jungeun no pudiera quedarse allí. Fue la primera vez que tuvo que alojarse en un hotel en su pueblo natal.

Resultó que no sería la última.

—Necesitaba un cambio de aires —dijo—. Me traje la cámara y vagué por las calles con la esperanza de encontrar... No lo sé. Inspiración, supongo.

—¿Y la encontraste?

Jungeun sonrió e hizo una pausa, porque aquella era la parte que le preocupaba. No la historia de cómo le habían roto el corazón, aunque de por sí ya era bastante humillante, sino la historia del origen de su arte. No había hecho nada malo, pero podía parecer extraño, y ya era bastante rara a ojos de Jinsol. Sin embargo, de nuevo, un instinto desconocido, una necesidad, la empujó a seguir.

—Sí —dijo ella. Te encontré a ti.

Jinsol se estremeció visiblemente y echó la cabeza un poco hacia atrás.

—¿A mí?

Asintió y le contó que llevaba una semana en el pueblo y estaba paseando por la orilla del río, intentando armarse de valor para volver a Nueva York. De repente, apareció Jinsol, vadeando el río Bright hasta las rodillas, con un vestido gris paloma con una capa de encaje y temblando por el frío viento de marzo. Empezó a gritar. Al cielo, al agua, a los árboles de hoja perenne de la otra orilla. Jungeun levantó la cámara y empezó a disparar. Hizo al menos cien fotos y Jinsol no la vio, no se dio cuenta de cómo se movía detrás de ella, tumbada en la orilla arenosa para conseguir diferentes ángulos.

De vuelta en Nueva York, trabajó durante horas en la edición de las fotos. Días. Y fue a partir de estas imágenes, de Jinsol, hermosa y herida en el río, que se le ocurrió la idea de una serie que definiría su estilo y toda su carrera.

Mujeres queer, agitación y agua.

Observó mientras Jinsol lo asimilaba, buscó cambios sutiles en su expresión, como sorpresa, disgusto u horror, pero a la luz plateada, no vio más que asombro. Una pizca de tristeza. Sus ojos marrones parecían infinitos mientras la miraban en silencio. De hecho, se quedó callada tanto tiempo que Jungeun empezó a entrar en pánico; su corazón, que ya se le había subido a la garganta, se sentía como un colibrí atrapado y agitaba las alas sin descanso.

—¿Estás...? ¿Te parece...? O sea..., ¿te da mal rollo? —preguntó—. Nunca usé las fotos. Jamás lo haría. —Y no lo había hecho. Había querido. Jinsol estaba preciosa, triste, desesperada y hecha una furia, algo con lo que Jungeun se identificaba. Sin embargo, nunca le habría pedido que le firmase una cesión de derechos, ni loca le habría admitido a Jinsol, cinco años atrás, que le había fascinado tanto que había inmortalizado lo que tal vez había sido uno de los momentos más dolorosos de su vida.

Y acababa de confesárselo a su objetivo secreta. La mujer que, a todos los efectos, había sido su musa.

Se quedó mirándola, con las cejas un poco fruncidas, durante lo que le pareció una eternidad.

—Jinsol...

—Recuerdo aquel día —dijo. Luego respiró hondo y habló despacio—. Jaebeom acababa de marcharse otra vez. Yo acababa de acostarme con él, otra vez. Y mi hija de seis años estaba en casa de mi madre, llorando a moco tendido por su padre. Otra vez. Lo único que nunca he podido arreglar para ella, igual que mi madre nunca pudo arreglarlo para mí.

Jungeun contuvo el aliento. Sabía que lo que habría llevado a Jinsol hasta la orilla del río aquel día no sería una historia feliz. Por supuesto que no. Sin embargo, el dolor en su voz, incluso años después, y la imagen de una Yerim más pequeña, aún más vulnerable, confusa y herida, le desgarraron el corazón. Luego estaba el comentario de que había vuelto a acostarse con él, que le despertó un sentimiento totalmente distinto, algo caliente y rabioso que se parecía mucho a los celos. Lo ignoró y se centró en Jinsol, pensando en qué decir.

—Yerim tiene suerte de tenerte —fue lo único que se le ocurrió. Y era verdad. Una madre como Jinsol, que siempre pensaba en su hija e intentaba protegerla. Era el sueño de todo niño, ¿no? Al menos, era con lo que soñaban los niños como Jungeun, los que conocían la alternativa, el vacío donde debería existir una madre o un padre cariñoso.

—No me creo que estuvieras allí aquel día —dijo Jinsol.

Jungeun tragó saliva.

—Lo siento. Sé que era un momento privado y...

Pero se le atragantaron las palabras cuando Jinsol le puso un dedo en los labios. Un roce suave y ligero.

Se oyó jadear y entreabrió la boca cuando Jinsol deslizó la mano hacia abajo y le tiró del labio inferior, solo un poquito, mientras le apoyaba el índice en la barbilla.

Lo dejó allí y Jungeun se quedó sin aire. No podía pensar. El corazón le latía por todas partes: en la garganta, en el pecho, en la punta de los dedos, entre los muslos. Las respiraciones llenaron la habitación, suaves, superficiales y agitadas. La mirada de Jinsol buscó la suya, luego bajó hasta su boca antes de volver a sus ojos, una y otra vez, un baile que hizo que quisiera reír o llorar o...

Jinsol se movió. Más cerca. El dedo en la barbilla de Jungeun se deslizó hasta su mandíbula y luego toda su mano patinó por su cara, hasta su cuello y alrededor de su nuca. Jungeun cerró los ojos y se le puso la piel de gallina. Eso era lo que quería, que Jinsol la deseara, pero había esperado sentirse triunfante por trazar un plan y llevarlo a cabo. En vez de eso, sentía que todo su cuerpo se deshacía y volvía a recomponerse.

Cuando volvió a abrir los ojos, Jinsol estaba a escasos centímetros; la buscaba con la mirada, mientras las suaves yemas de sus dedos le acariciaban el cuello.

Se dio cuenta de que estaba esperando a que le diera permiso, a que le dijera que ella también quería. Se obligó a mover la cabeza y asintió antes de salvar el espacio que las separaba y tocar la boca de Jinsol con la suya. La besó, suave y despacio; atrapó su labio inferior. La otra mujer inhaló con fuerza y luego pareció relajarse; le devolvió la presión con suavidad.

No se parecía en nada a los primeros besos habituales de Jungeun. Normalmente, llegados a aquel punto, las cosas se volvían frenéticas, desesperadas, salvajes e impregnadas de alcohol. Todo era sensaciones y piel y le encantaba cada minuto. Sin embargo, la forma en que Jinsol respiraba en su boca, cómo le hundía los dedos en el pelo y deslizaba el cuerpo más cerca para que todas sus partes se alinearan, todo era lento y eléctrico, y no se parecía a ningún primer beso que hubiera tenido. Ni siquiera con Jiyeon.

Acarició la mejilla de Jinsol y profundizó el beso; le chupó el labio inferior un segundo antes de girar la cabeza en busca de un nuevo ángulo. La mujer sabía a menta, a un regusto a vino y a algo totalmente distinto y propio. Soltó un gemidito que se disparó directamente al centro de Jungeun y le provocó una sensación salvaje, incluso aunque siguieran moviéndose como si estuvieran bajo el agua. Deslizó la mano hacia el cuello de Jinsol, luego por su hombro y su brazo desnudo hasta posarse en el pliegue de su cadera. Jinsol se acercó aún más, con las dos manos metidas entre el pelo de Jungeun, y abrió más la boca para dejar que sus lenguas se enredaran.

No le hizo falta más para perder la cabeza. Lo suave era agradable, e incluso bonito, pero aquello era demasiado. Necesitaba más, más cerca, más fuerte. ¡A la mierda lo suave! A la mierda todo menos Jinsol y la forma en que se le trabó la respiración cuando Jungeun deslizó una pierna entre sus muslos. Ese ruidito ronco y desesperado fue lo más bonito del puto mundo. Las manos de Jinsol se deslizaron desde sus hombros hasta sus caderas, para después sumergirse bajo su camiseta y patinar por la piel desnuda de la parte baja de su espalda.

—¿Puedo? —preguntó Jinsol pegada a su boca.

—Sí, joder —respondió y su propia respiración entrecortada la sorprendió—. ¿Y yo?

Levantó la camiseta de Jinsol y pasó las yemas de los dedos por la piel flexible de su vientre. Jinsol asintió, sin romper el contacto visual mientras las manos de Jungeun subían y subían aún más. Sentía las imperfecciones de su piel, suaves crestas que parecían estrías, y todo le parecía un paraíso, sexi, con curvas y perfecto.

Quería subir más la mano, sentirla entera, pero quería que el momento durara. Podría haberse pasado toda la noche besándola, nada más, y habría sido feliz. Era un pensamiento muy extraño y nada típico de ella, tanto que se separó y se la quedó mirando durante unos segundos. Jinsol le devolvió la mirada, con el cuerpo tembloroso y ansioso. Enroscó la pierna alrededor de la pantorrilla de Jungeun y frunció un poco el ceño.

—¿Estás bien?

Jungeun tragó saliva. No estaba segura. Estaba... Joder, estaba nerviosa y excitadísima y no deseaba nada más que comerse a Jinsol de postre en ese mismo instante, pero bajo aquella capa de lujuria que hervía a fuego lento había algo más, algo que no sabía identificar. Sacudió la cabeza para sacárselo de la mente. Lo había hecho decenas de veces. Sabía cómo follarse a una mujer. Sabía cómo hacerla gritar y asegurarse de que ella misma se lo pasaba bien, sabía cómo no pensar en nada más que en piel, bocas y orgasmos.

Jungeun aplastó su boca contra la de Jinsol. Lenguas, manos, muslos. Jinsol respondió, roce a roce, y se estremeció cuando sus dedos llegaron a la curva inferior de su pecho. Jungeun se detuvo, pero la mujer intensificó el beso y le clavó las caderas en una clara invitación, así que siguió y deslizó el pulgar por el endurecido pezón de Jinsol.

Jinsol se apartó; el pecho le subía y bajaba tan deprisa que Jungeun temió que fuera a hiperventilar.

—¿Estás bien? —preguntó.

Jinsol asintió.

Jungeun sonrió y luego tiró de su labio inferior entre los dientes, lo que le arrancó a la otra mujer un gemido desde lo más profundo de la garganta, tan sexi que a ella se le escapó otro.

Eso era lo que entendía. Pura necesidad animal. Sabía que tenía las bragas empapadas y estaba segura de que Jinsol también, pero quería estar segura. Le apretó el pezón con suavidad antes de acariciarlo con otro movimiento del pulgar, y luego permitió que su mano se dirigiera hacia el sur. Jinsol se pegó a sus caderas y su mano bajó hasta la parte superior del trasero de Jungeun, cubierto únicamente por un culotte azul eléctrico.

Las yemas de sus dedos acababan de aventurarse bajo la banda del pantalón corto de pijama de Jinsol y su boca le recorría el cuello, provocando que unos susurros perfectos se le escapasen de entre los labios, cuando alguien llamó a la puerta.

Ambas mujeres se quedaron paralizadas entre húmedas exhalaciones.

Más vale que me lo haya imaginado, pensó Jungeun. Pero entonces otro golpe resonó en la silenciosa habitación, seguido del peor sonido posible en todo el mundo: la voz de su hermanastra.

—¿Jinsol? ¿Jungeun? ¿Están despiertas?

—¡Ay, Dios! —susurró Jinsol y salió de debajo de Jungeun como si estuviera en llamas. Salió de la cama, se alisó la camiseta de tirantes y se arregló el pelo antes de que a ella le hubiera dado tiempo a incorporarse siquiera—. ¡Mierda!

—No pasa nada —dijo Jungeun—. Respira un minuto.

—¿Jinsol? —volvió a decir Chaewon y llamó aún más fuerte.

—¡Sí! —gritó ella y encendió la lámpara—. ¡Un segundo!

Se quedó de pie con las manos en las caderas mientras Jungeun la observaba.

Cuando la miró, abrió los ojos de par en par.

—Tu pelo.

Jungeun se llevó una mano a los mechones y palpó los rizos que Jinsol había liberado de la goma del pelo.

—Un desastre, ¿eh?

—Es pelo de echar un polvo —dijo Jinsol con una punzada de pánico—. ¿Puedes arreglarlo?

Jungeun no rompió el contacto visual mientras se lo soltaba del todo y luego se lo recogía en un moño ordenado y casto.

—Jinsol...

—No podemos decírselo —dijo Jinsol mientras se retorcía los dedos—. ¿Okay?

Jungeun se quedó mirándola. La sensación de «algo más» de antes empezó a enfocarse en sus pensamientos. Aquello ya le había ocurrido antes. Una pareja potencial que se echaba atrás por un motivo u otro. Siempre lo llevaba bien. Cosas que pasaban. La gente era complicada. La decepcionaba, pero lo entendía; se iría a casa a masturbarse y fin de la historia.

Pero entonces no se sentía así. Era diferente, una sensación de vacío que se le expandía por el pecho y le daba ganas de gritar. Jinsol era otro polvo más. Un polvo por venganza.

Sin embargo, algo en su cara debió de delatarla, porque Jinsol hundió los hombros y dio un paso hacia donde ella seguía sentada en la cama.

—No es... Con todo lo de Changmin y la boda no podemos... Se volvería loca y yo...

—Lo entiendo —dijo Jungeun con calma, aunque el agujero de su pecho seguía creciendo y devorando toda su normalidad. Apartó la mirada, respiró hondo y despacio mientras arreglaba las sábanas enredadas y se las colocaba sobre el regazo. Cuando estuvieron suaves y estiradas y su corazón había vuelto al lugar que le correspondía detrás de las costillas, miró a Jinsol y sonrió—. Bien, déjala pasar.

Jinsol abrió la boca para decir algo, pero antes de que pudiera, Chaewon volvió a golpear la puerta. Se estiró la camiseta una vez más antes de apresurarse a abrir. Chaewon entró en la habitación e hizo un barrido del espacio, como una madre que busca a un adolescente en mitad de la noche.

—¿Estás bien? —preguntó mirando a Jinsol.

—¿Qué? —respondió—. ¿Yo? Sí, claro, estoy bien. —Agitó una mano en el aire, chasqueó la boca y se apoyó la misma mano en el hombro.

Jungeun habría estallado en carcajadas si no se le hubiera formado ese extraño nudo grueso y doloroso.

—¿Qué hacían? —preguntó Chaewon y se volvió a mirar a su hermanastra.

Jungeun ladeó la cabeza, con la verdad en la punta de la lengua. Era lo que quería, ¿no? Demostrarle a Chaewon que se equivocaba sobre ella y Jinsol. Ganar. Okay, todavía no lo había hecho, pero en cierto modo, lo que había pasado había sido aún más profundo.

Más íntimo, el lento deslizamiento de las bocas, las yemas de los dedos rozando tímidamente la piel. Era su momento y su oportunidad. Claro que Jinsol le había pedido que guardase el secreto, pero ¿qué más le daba eso a ella? ¿Qué le importaba lo que Jeong Jinsol quisiera?

No le importaba.

No podía importarle.

Sin embargo, cuando cruzó una mirada con Jinsol y se fijó en sus pestañas espesas y suplicantes alrededor del profundo marrón, fue incapaz de encontrar las palabras en la caverna de su pecho.

—Nada —dijo Jungeun—. Solo hablábamos. Estábamos a punto de irnos a dormir.

—Sí —dijo Jinsol, con la mirada aún clavada en Jungeun—. Estoy bastante agotada.

Chaewon miró entre las dos y frunció el ceño.

—Pues menos mal que he llegado a tiempo.

—¿A tiempo de qué? —repitió Jinsol, con las mejillas sonrojadas.

—Antes de que se duermieran —aclaró Chaewon y Jungeun notó que los hombros de Jinsol se relajaban—. Hay una habitación libre. Para Jungeun.

Jinsol entrecerró los ojos para mirar el reloj de la mesilla de noche.

—¿A las once y media de la noche?

—Le dije a Taeri o como se llame que nos avisara en cualquier momento. Al parecer, alguien acaba de llamar y ha cancelado su reserva para esta noche. Un vuelo que se ha retrasado o algo así.

—¡Ah! —dijo Jinsol.

Jungeun no sabía si estaba aliviada o decepcionada, pero no iba a quedarse para averiguarlo. Necesitaba salir de allí. De inmediato.

—Estupendo —dijo mientras apartaba las mantas y recogía la cámara de la mesita. La guardó en la bolsa y se dirigió al baño a por las cosas de aseo.

—Espera —dijo Jinsol—. Ya me voy yo. Tú quédate.

—No, ni hablar —dijo Jungeun y negó con la cabeza mientras volvía a la habitación y metía el neceser en la maleta—. Es tu habitación. Me voy yo. —Cerró la maleta y se dirigió a la puerta—. ¿Qué número es?

—Dos doce —dijo Chaewon y le entregó una tarjeta llave—. Te acompaño; está justo al lado de la mía.

—Fabuloso —dijo Jungeun. Abrió la puerta y echó a andar con brío por el pasillo, con la maleta rodando tras ella. Oyó a Chaewon darle las buenas noches a Jinsol, la puerta cerrarse y los pasos decididos de su hermanastra por la madera, pero no miró atrás ni aminoró la marcha hasta que estuvo frente a su puerta.

—Jungeun, espera —dijo Chaewon.

Cerró los ojos mientras metía la tarjeta en la ranura.

—¿Qué pasa? —dijo sin mirar a su hermanastra.

Chaewon llegó a su lado y se apoyó en la pared, mientras Jungeun luchaba porque la maldita luz roja se pusiera verde.

—Oye, lo siento.

Jungeun se detuvo un momento.

—¿Por qué?

—Por lo de la habitación.

Jungeun la miró por fin. Su hermanastra tenía los brazos cruzados sobre el pecho, como de costumbre, y parecía extremadamente incómoda con la disculpa.

—¿De verdad?

Chaewon se desinfló y hundió los hombros.

—Sí. No te dejé fuera a propósito. Cuando hice la reserva, no estaba segura de que fueras a venir, ¿de acuerdo? Iba a volver a llamar, pero las cosas se complicaron y no estoy acostumbrada a... —Se interrumpió, pero Jungeun sabía lo que iba a decir. No estaba acostumbrada a tenerla en cuenta. Aquella vieja y solitaria sensación de la infancia volvió a apoderarse de ella y se sumó a todo lo que acababa de pasar con Jinsol.

—Lo entiendo —dijo—. No pasa nada.

—Yo solo...

—No pasa nada —repitió. Fue tan cortante que Chaewon se estremeció, pero no quería hablar del tema en ese momento. No con la respiración entrecortada y las piernas aún temblorosas por tener la boca de Jinsol en el cuello.

La lucecita por fin se puso verde. Jungeun abrió la puerta y desapareció antes de que ninguna de las dos dijera ni una palabra más.

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