O12
Jungeun no sabía qué se le había pasado por la cabeza.
Tenía su propio plan, fastidiar a Chaewon hasta la saciedad a costa del insecto humanoide con el que había decidido casarse y convertirse en un grano en el culo de su hermanastra durante el que debería ser el momento más feliz de su vida. ¿Era una cretina por ello? Posiblemente. Vale, seguramente sí. Pero no era más que una diversión inofensiva, algún que otro chapuzón en el río y algunos cristales rotos, una forma de mantener un mínimo control, lo que Chaewon, y Gayoon, de paso, siempre tenía a raudales. Chaewon haría lo que quisiera, hiciera lo que hiciera su hermanastra, y Jungeun no tenía ninguna duda de que aquellas dos semanas terminarían con la feliz pareja partiendo hacia la puesta de sol mientras ella regresaba a Nueva York con quince mil dólares en el bolsillo, sin pena ni delito.
Además, ¿a ella qué le importaba si Chaewon se casaba con Changmin? ¿Qué más le daba si aceptaba sin pensar tener cien hijos en Seattle o se ponía un delantal todas las noches para hacerle la cena a su hombre? A lo mejor a Chaewon le gustaban todas esas cosas. Al fin y al cabo, el feminismo consistía en que las respetasen igual que a los hombres por el mismo trabajo, no en asegurarse de que una mujer nunca hornease una tarta ni sirviese una cerveza fría.
Y entonces Jinsol la había mirado con ojos de cordero degollado. Su amor y preocupación genuina por Chaewon habían roto todas sus barreras. Nunca se había rendido ante nadie con tanta facilidad y seguía sin saber muy bien qué había pasado en la habitación, cómo había terminado compinchada con el aquelarre de las narices para cargarse la boda de su hermanastra. A ella iban a pagarle pasara lo que pasase; la compensación económica estaba garantizada incluso en caso de cancelación de la boda, una cláusula que había añadido a su contrato estándar expresamente dedicada a su querida madrastra, de modo que así estaban las cosas, colaborando con las mejores amigas de Chaewon para ayudarlas a derrocar el patriarcado capullo a capullo.
Cuando llegaron a la puerta de Chaewon, Jungeun se quedó atrás, apoyada en la pared con los brazos cruzados. Había accedido a ayudarlas, pero convenía guardar las distancias. Les mandaba un mensaje a Heejin y a Jinsol: ustedes por un lado y yo, por otro.
Sin embargo, Jinsol se puso a su lado y le rozó el hombro; olía a ropa limpia y a ese aroma a pradera que Jungeun recordaba de la primera noche en el bar de Stella.
—¿Crees que funcionará? —susurró Jinsol mientras Heejin llamaba a la puerta.
El aliento le olía a menta y Jungeun deseó haberse cepillado los dientes.
—No tengo ni idea —dijo y luego pensó en añadir algo mordaz como «A lo mejor Chaewon y Changmin están hechos el uno para el otro», pero entonces volvió la cabeza y se encontró con los ojos de Jinsol, donde vio esperanza y algo más nadando en el marrón profundo, el mismo destello de interés que cuando había ayudado a Yerim con el vestido, y los nervios le bailaron en el vientre.
Nervios de verdad. No se había sentido nerviosa cerca de una mujer desde...
¿De verdad creíste que íbamos a casarnos? ¿Estás loca?
La voz de su ex le resonó en los oídos, mala, incrédula y humillante, mientras una mujer desnuda que solo había visto en las fotos antiguas de Jiyeon descansaba en la cama de Jungeun y las miraba con los ojos muy abiertos, como si estuviera viendo una telenovela.
Jungeun se dio la vuelta y se crujió los nudillos. No pensaba a menudo en aquel horrible último día con Jiyeon, cinco años atrás, pero cuando lo hacía, sabía cómo afrontarlo.
—Necesito un trago —dijo.
—Ya somos dos —dijo Heejin cuando Chaewon abrió la puerta de golpe y salió al pasillo también con un albornoz ceñido a su delgada figura y el pelo rubio recogido en un elegante moño.
Mientras las cuatro se dirigían a las salas de masaje, Jungeun aún sentía la mirada de Jinsol en la piel, pero no volvió a mirarla.
Jungeun pasó el resto de la tarde en silencio, en una nube de masajes y barro. Por lo que vio, el resto del grupo hizo lo mismo, lo que complicó bastante hablar con Chaewon de la misoginia manifiesta de Changmin. Lo hicieron todo juntas, rotaron entre envolturas de algas y saunas en un pack indivisible, pero costaba plantear decisiones trascendentales cuando una persona llamada Stormy te esparcía carbón limpiador de poros por los muslos. Jungeun apenas pudo sacar fotos, pero se esforzó por captar algunas entre tratamiento y tratamiento, sobre todo cuando Chaewon tenía la cara cubierta de barro para aclarar la tez.
A pesar de todo, a lo largo de la tarde, no dejó de mirar a Heejin y a Jinsol. No quería mirarlas, de verdad que no, pero cada vez que cambiaban de sala o Chaewon hacía un comentario sobre algo relacionado con la boda, como de las pruebas del vestido o la posibilidad de que lloviera o que le preocupaba que los bocadillos de salmón que había pedido no estuvieran frescos, las tres cruzaban las miradas y abrían los ojos para desafiar a las otras a hablar primero. Jungeun, por su parte, sabía que sería más fácil sacar el tema de Changmin si Chaewon lo mencionaba primero, pero nunca lo hacía. Ni una sola vez en cuatro horas de cuidados había mencionado a su gallardo prometido.
Pero eso no impidió que Jungeun, Heejin y Jinsol cruzaran miradas. Y cada vez que sucedía, algo florecía en su pecho. No sabía qué era: nervios, irritación, pura adrenalina. Fuera lo que fuese, no creía haberlo sentido nunca y no estaba segura de que le gustara.
Cuando las cuatro se hubieron duchado y reunido de nuevo para cenar en el porche con vistas al viñedo, estaba agotada. Pasar todo el día rodeada de otras personas, aunque no hubieran hablado mucho, era demoledor. Se sentía alerta constantemente y lo único que deseaba era una copa de vino como su cabeza de grande y una habitación tranquila para ella sola.
Además, volvía a tener la misma sensación, justo debajo de la caja torácica, cada vez que Heejin y Jinsol la miraban o le daban un golpecito con el pie por debajo la mesa, como si algo estuviera a punto de desbordarse.
—Esto está bien —dijo Chaewon, con los codos apoyados en la mesa de madera y las manos entrelazadas bajo la barbilla—. ¿Verdad que sí?
Miró a Jungeun cuando hizo la pregunta, así que le respondió.
—Muy bien. Maravilloso.
Y lo era de verdad. Aquella era la primera comida en un evento de la boda en la que podría comer. Tenía la cámara debajo de la mesa, pero estaba tan cansada que no pensaba sacarla por propia voluntad. Solo quería quedarse donde estaba y disfrutar del ambiente. En el patio solo había unos pocos comensales y estaba tenuemente iluminado con lámparas de gas, cuyas llamas proyectaban sombras sobre rostros y brazos. El sol se escondía al fondo del valle y teñía el atardecer de lavanda y plata, el aire olía a tierra y a lluvia, aunque no hubiera ni una nube en el cielo. Todo parecía verde, vivo.
También estaba Jinsol, sentada a su lado, vestida con un mono corto de lino verde hierba; las perneras le llegaban a medio muslo y la parte de arriba estaba desabrochada lo suficiente para enseñar un poco de escote.
¿Había algo que no le quedase bien?
Jungeun se frotó la frente y bebió un trago del pinot noir insignia de 2014 de Blue Lily. A pesar de la forma en que había provocado Jinsol al principio del día, al gritarle a través de la puerta del baño sobre el estado de su ropa interior, esa noche no estaba de humor para juegos. Se sentía descarnada, como si hubiera estado al sol todo el día y necesitara que la envolvieran en aloe, y el aroma a prado de la otra mujer no ayudaba.
—Es precioso —dijo Heejin, que miró a Jinsol y luego a Jungeun.
—Una belleza —dijo Jinsol, que miró a Heejin y luego a Jungeun.
—¡Por el amor de Dios! —exclamó Jungeun.
Las tres mujeres se quedaron quietas; Chaewon frunció el ceño con confusión y las otras dos abrieron mucho los ojos. Jungeun contuvo las ganas de reírse.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó Chaewon, inmediatamente irritada.
Bajo la mesa, Jinsol enganchó el tobillo alrededor del de Jungeun, pierna desnuda contra pierna desnuda. Tenía la piel suave y fría y se le revolvieron las tripas más de lo que le gustaría admitir. Pero funcionó. Respiró hondo y sonrió, se llevó la copa a la boca y miró alrededor como si buscara al camarero.
—Me muero de hambre —dijo—. ¿No van a traernos un poco de pan o algo?
Chaewon se relajó de forma evidente.
—¡Ah, sí! Creo que sí. —Llamó al camarero que les había atendido y le pidió una cesta de carbohidratos, que les sirvieron enseguida, junto con una mantequilla de miel casera que Jungeun quiso lamer directamente del platito de acero inoxidable.
Iba por el segundo trozo de pan integral caliente cuando se dio cuenta de que el tobillo de Jinsol seguía ligeramente enroscado alrededor del suyo.
Fue como una descarga eléctrica. La columna vertebral se le tensó y no pudo evitar buscar la mirada de la otra mujer, que pareció darse cuenta a la vez que ella de que seguía enroscada a su pierna como un koala. Se apartó tan deprisa que su rodilla chocó con la mesa, hizo sonar los platos y los vasos y le arrancó un juramento de sus preciosos labios.
—¡Mierda! ¿Estás bien? —preguntó Heejin mientras sujetaba el jarrón de lirios del centro de la mesa.
Jinsol puso una mueca y asintió, frotándose la pierna.
—Sí, lo siento. Soy una torpe.
Jungeun esbozó una sonrisa, que Jinsol correspondió con un rubor que se extendió por sus mejillas. Al contemplar a aquella mujer preciosa y adorable bajo el sol poniente, todo el día le pareció de repente desternillante: el cliché de «solo queda una habitación», Jinsol encerrada en el baño como una adolescente cohibida, el ridículo complot para acabar con Changmin. Mientras tres cuartos de una copa de vino le corrían por las venas, su sonrisa se convirtió en una carcajada que no pudo contener.
—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Chaewon.
Jungeun negó con la cabeza y se le escaparon más carcajadas. A su lado, Jinsol también se echó a reír, con una mano en la cara mientras le temblaban los hombros. Heejin y Chaewon se miraron, aunque Heejin esbozó una sonrisita de complicidad que hizo que Jungeun se sintiera un poco menos loca. Aun así, tenía que controlarse o Chaewon terminaría de morros y enfadada, lo contrario de lo que pretendían las tres mujeres.
Al menos lo contrario de lo que pretendían Heejin y Jinsol. Y en ese momento, entre la luz, el vino y las risas, todo combinado con el agotamiento, Jungeun haría cualquier cosa por Jeong Jinsol.
—Vale, a ver —dijo Jungeun tras apurar de otro trago el resto del vino y con los codos apoyados en la mesa. Miró a Chaewon y agitó las pestañas como una colegiala en una fiesta de pijamas—. Cuéntamelo to-do.
Heejin se atragantó y Jinsol se tapó la sonrisa con la mano. Chaewon, sin embargo, no pareció darse cuenta. Abrió mucho los ojos y soltó una risita nerviosa.
—¿Qué?
—Changmin —dijo Jungeun mientras partía un trozo de pan por la mitad y se lo metía en la boca.
—¡Ah! —dijo Chaewon. Levantó la copa y se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. A Jungeun no se le escapó que se le había ensombrecido la sonrisa. Solo un poco. Lo suficiente.
Al parecer, a Jinsol tampoco le pasó desapercibido, ya que su pierna rozó la de Jungeun una vez más antes de retirarse de nuevo. Jungeun le siguió el juego, apretó el muslo contra el suyo y lo dejó allí. Oyó que la otra mujer inspiraba despacio, pero no se movió.
—No tenemos que hablar de Changmin —dijo Chaewon y agitó una mano—. Ya parloteo bastante sobre él.
—Ah, ¿sí? —preguntó Heejin.
Jungeun puso los ojos en blanco. Heejin era tan sutil como un niño en la mañana de Navidad. Pero entonces, mientras la propia Heejin parecía darse cuenta de que su falta de tacto no iba a servir de mucho y se metía un poco de pan en la bocaza, se le ocurrió una idea. Una vía de entrada. Una joya oculta de su infancia y de la de Chaewon, uno de los pocos recuerdos que tenía que no estaban envueltos en resentimiento.
—¿No es tu Gilbert Blythe? —dijo mientras daba un sorbito de vino—. Tienes que tener muchísimo que contar.
Chaewon se quedó con la boca abierta.
—¿Gilbert Blythe?
—Sí, de... —Jungeun fingió atascarse y agitó la mano en el aire—. ¿Cómo era?
—Ana la de las Tejas Verdes —dijo Jinsol. Su pierna se estremeció contra la de Jungeun, pero no se apartó. Algo revoloteó en su estómago y tuvo que forzarse a centrarse en la tarea que tenía entre manos.
Chasqueó los dedos.
—Ana la de las Tejas Verdes, eso.
—¿Te acuerdas de Gilbert Blythe de Ana la de las Tejas Verdes? —preguntó Chaewon.
—Me acuerdo de cómo babeabas por él —dijo Jungeun. Y de que Ana y Diana estaban claramente liadas y eran super gays, que era justo lo que le había dicho a Chaewon cuando se leyó los libros por primera vez. Tenían trece años y Chaewon se lo había terminado primero, antes de dejarlo sobre su cama, algo que hacía de vez en cuando sin dar explicaciones. Después de leer los cuatro primeros libros de la saga, una noche, mientras Gayoon estaba en una gala benéfica, Jungeun le expuso su teoría de que Ana y Diana eran lesbianas mientras comían pizza. Chaewon ni siquiera se lo había discutido, solo se había reído y le había dicho que probablemente tuviera razón, para luego ponerse a divagar sobre lo mucho que desearía encontrar algún día a su propio Gilbert Blythe.
—¿Quién no babeaba por Gilbert Blythe? —preguntó Chaewon y Jinsol e Heejin se echaron a reír.
Jungeun levantó la mano.
—Lesbiana hasta los huesos, ¿recuerdas?
Chaewon la miró y se inclinó hacia delante.
—¿De verdad no te dio un vuelco el corazón cuando Gilbert rescató a Ana del río cuando su bote se hundía mientras ella fingía ser la doncella de los lirios? ¿O cuando rechazó el puesto de maestro en Avonlea para que se lo dieran a Ana y se quedara con Marilla?
Jungeun se dio unos toquecitos en la barbilla.
—Vale, quizá un poco. —Luego extendió ambas manos frente al pecho de forma sugerente—. Pero solo si me imaginaba a Gilbert con un buen par de...
—Ya me hago una idea —dijo Chaewon y puso los ojos en blanco.
—Sí que me dio un vuelco al corazón cuando Ana le rompió la pizarra en la cabeza por llamarla Zanahoria —prosiguió Jungeun. Pensé: ese es mi tipo de mujer.
Heejin soltó una carcajada.
—Tienes que reconocer que la pedida de mano fue increíble —dijo Jinsol.
—¡Sí! —dijo Chaewon mientras bebía más vino—. ¡Se declaró dos veces! Ana lo rechazó y él volvió a pedírselo años después. Le dijo que ella era su sueño. —Inclinó la copa hacia Jungeun—. Vamos, hasta tú tienes que admitir que es romántico.
Otro roce en la pierna.
—Sí, lo admito.
Jinsol agachó la cabeza y Jungeun solo se dio cuenta de que se reía en silencio porque el cuerpo le tembló un poco.
—Entonces, ¿cómo lo hizo Changmin? —preguntó Jungeun—. ¿Fue igual de romántico?
Chaewon dejó de sonreír otra vez, pero lo disimuló con un sorbo de vino.
—Venga, no he oído la historia —dijo Jungeun e, inmediatamente, supo que se había pasado con el entusiasmo. Parecía salida de una novela de Jane Austen. Chaewon frunció el ceño y Heejin la miró como si estuviera drogada. Solo Jinsol parecía disfrutar del espectáculo, mientras sentía su muslo caliente junto al suyo y apretaba los labios para no reírse. Jungeun sintió que también le entraba la risa y bebió un buen trago de vino para contenerla. Sin embargo, se sentía extrañamente relajada, con menos aristas y más esquinas redondeadas; la sensación descarnada de antes se desvanecía a cada mirada robada de Jinsol.
O tal vez fuera por la botella de vino de setenta dólares.
—Nosotras tampoco —dijo Heejin después de lanzarles a las otras dos una mirada de «Hay que ponerse las pilas».
—Claro que sí —dijo Chaewon.
—No —reiteró Heejin—. A finales de marzo, nos mandaste un mensaje para quedar en el bar de Stella, cuando llegamos, nos enseñaste el anillo y nos dijiste que te había pedido matrimonio, e inmediatamente empezaste a parlotear sobre planes de boda. Para cuando nos enteramos, ya habías fijado la fecha.
La expresión de Chaewon pasó de la confusión al dolor en dos segundos. Jungeun sentía la preocupación de Jinsol irradiando a su lado, como la calidez de un edredón casero.
—Estábamos tan emocionadas por ti que se nos olvidó preguntar por los detalles de la proposición —dijo Jinsol para intentar salvar el momento. Se inclinó sobre la mesa y apretó la mano de Chaewon—. Cuéntanoslo ahora.
Chaewon se relajó, pero solo un poco. Suspiró y bebió dos tragos de vino antes de agitar la mano en el aire.
—Me lo pidió y le dije que sí. Eso es todo.
—¿Eso es todo? —dijo Heejin con incredulidad—. ¿Y lo permitiste? ¿Tú, que una vez dejaste plantado a un chico, el mismo día del baile de graduación, porque se olvidó de comprarte un ramillete?
Joder, el concepto de «tener tacto» le era completamente ajeno a aquella mujer.
—¡Dios! Me acuerdo de eso —dijo Jinsol y se rio, en lo que Jungeun interpretó como otro intento de aligerar una situación cada vez más turbia—. El pobre Kang Haesung no sabía ni por dónde le daba el aire.
—Lo que le dio fue un botonier en la cara —comentó Heejin, y Jinsol y ella soltaron una carcajada.
Chaewon no se rio, pero enrojeció y Jungeun no estaba segura de si se estaba poniendo nerviosa, si estaba enfadada o si el vino se le estaba subiendo a la cabeza. Entonces, como una tormenta que se despliega por una llanura, contempló cómo Chaewon se cerraba en banda de la forma que mejor se le daba.
—Lo cierto es que estoy un poco cansada —dijo y echó la silla hacia atrás—. Creo que me voy a la habitación.
—¿Qué? —protestó Heejin—. Ni siquiera nos han traído la comida.
—No importa, se me ha pasado el hambre. —Se levantó con la copa en la mano y esbozó una sonrisa—. Demasiado pan.
—Chaewon —dijo Jinsol y le apretó la mano—, por favor, cielo, siéntate. ¿Qué te pasa?
Pero ella negó con la cabeza.
—Estoy agotada, eso es todo. Estoy bien. Son cosas de la boda, ¿sabes? Voy a llamar a Changmin y tratar de dormir un poco. ¿Nos vemos por la mañana en la clase de yoga?
Jinsol asintió mientras Chaewon la besaba en la mejilla y luego rodeaba la mesa para hacer lo mismo con Heejin. A Jungeun la ignoró por completo y se llevó la botella de vino medio llena al marcharse.
Las tres se quedaron varios minutos en silencio mientras dejaban que lo que acababa de ocurrir se asentara a su alrededor a medida que el cielo se oscurecía.
—Menudo desastre —dijo Jinsol, con una vocecita espesa.
—Como un accidente de tráfico —dijo Heejin y se recostó en la silla con un suspiro.
—¿Me toman el pelo? —preguntó Jungeun—. Es justo lo que querían.
Jinsol se puso rígida y apartó el muslo del de Jungeun.
—No, claro que no. Queríamos...
—¿Que se cuestionara qué hace con Changmin cuando él es todo lo contrario a lo que siempre ha soñado? —terminó Jungeun.
Jinsol se desinfló por completo, lo que volvió a mandar su pierna junto a la de Jungeun.
—Sí, pero no así. No... Le hemos hecho daño.
—Cielo —dijo Heejin con delicadeza y se inclinó hacia delante—. Si Chaewon se da cuenta de que ha cometido un error con Changmin, va a doler.
La cara de Jinsol se contorsionó, pero solo por un segundo, antes de aclarar la expresión y asentir.
—Lo sé. Es que... —Gimió y se frotó los ojos bajo las gafas—. ¡Diantres! ¿Por qué los hombres son lo peor?
—No todos —dijo Heejin.
—La mayoría, sí —replicó Jungeun.
Heejin se dio unos golpecitos en la barbilla, pensativa, y luego exhaló un suspiro.
—Bien, sí, tienes razón. La mayoría lo es. Menos mal que soy bisexual.
Jinsol se rio y pegó más la pierna a la de Jungeun. Ella tuvo que luchar para dejar la mano donde estaba, porque el deseo de estirarla y apretar el muslo de la otra mujer era casi irresistible. Jinsol era ridículamente adorable. Y dulce. Joder, ¿cómo era posible que fuera tan dulce? Ser madre adolescente, criar a una hija preadolescente prácticamente sola, llevar un negocio, lidiar con el inútil de su ex... Jungeun habría explotado si estuviera en su lugar. Y, sin embargo, Jinsol sufría por el corazón roto de su mejor amiga.
Heejin levantó la copa.
—Por los hombres de mierda y las mujeres que los ponen en su sitio.
—Brindo por eso —dijo Jungeun y levantó también la copa.
Jinsol hizo lo mismo y las tres mujeres brindaron por encima de los lirios y bebieron. Después se lanzaron a por la comida, que llegó unos minutos más tarde. Empezaron a hablar de cosas más sencillas: películas, libros, que el filet mignon se cortaba como si fuera mantequilla. Se rieron de cómo cada vez que Heejin bebía aunque fuera solo una copa de vino tinto, la cara se le ponía roja como un tomate con la fuerza de mil soles y terminaba siempre con un dolor de cabeza espantoso, pero de todos modos le encantaba. Hablaron de Yerim y de que todavía dormía con un unicornio morado de peluche que Heejin le había regalado al nacer y de que Jinsol temía el día en que dejara de hacerlo.
Antes de darse cuenta, Jungeun había limpiado todo el plato y se había bebido la tercera copa de vino.
Se había reído.
Mucho.
Con Jinsol y Heejin.
Como si fueran amigas de verdad y no una maraña de historias complicadas que se toleraban por una noche.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro