O11
Jinsol no sabía en qué estaba pensando.
En ayudar a Chaewon. Esa había sido la base de su idea de compartir cama con Kim Jungeun: evitar que su mejor amiga explotara por completo durante la única actividad preboda que Jinsol e Heejin esperaban con emoción. Había visto cómo la explosión se cocía a fuego lento, cómo Chaewon empezaba a respirar como un toro en la plaza y sabía lo terrible que debía de sentirse por haber dejado a Jungeun fuera.
Es más, había visto la decepción de Jungeun. Quizá no decepción, sino más bien... No estaba segura. Fuera como fuese, algo se filtró en su mirada cuando quedó claro lo que había sucedido. Mantuvo la cara inexpresiva, incluso aburrida, pero había parpadeado un segundo, como una corriente de aire que casi apaga una vela antes de que la llama vuelva a la vida.
Así que ofrecerse a dormir con Jungeun le pareció la mejor opción. Heejin no iba a hacerlo ni loca y, si las dos hermanastras compartían habitación, lo más probable sería que el viaje terminara con un derramamiento de sangre.
Jinsol era la opción más obvia.
Sin embargo, cuando la puerta se cerró tras ellas en la habitación, una punzada de nerviosismo le recorrió el vientre.
—¡Qué bonita! —dijo Jungeun mientras llevaba la maleta a la cama y se dejaba caer sobre las sábanas blancas, extendida como una estrella de mar.
—Sí —fue lo único que Jinsol supo decir. Al tumbarse, la camiseta negra de tirantes de Jungeun se le había subido y dejado al descubierto una franja de piel suave y pálida. Un ombligo. Los huesos de la cadera.
Jinsol se dio la vuelta. Respiró. Dejó su maleta en un sillón de la esquina, la abrió y empezó a rebuscar sin objetivo entre la ropa por hacer algo, cualquier cosa, que no fuera mirar a Jungeun hacer ángeles de nieve en la cama.
La habitación sí que era bonita. Suelos de madera oscura, paredes de color gris claro con obras de arte en tonos brillantes para compensar los colores neutros, una cama enorme con una funda nórdica y sábanas blancas y almohadas azules de contraste dispuestas con gusto. Una amplia ventana cubría la mayor parte de la pared del fondo y las vistas eran increíbles: valles lejanos y brillantes e hileras de uvas bien redondas que se agitaban como olas de hojas verdes. Cuando se llevó el neceser al cuarto de baño, entró en lo que era prácticamente un pequeño spa, con suelos de baldosa de cristal de mar y una enorme ducha de cristal, un tocador doble con lavamanos de porcelana blanca y grifería de níquel brocado.
Abrió el grifo del lavabo más alejado y pasó los dedos bajo el chorro de agua fría mientras se despejaba. La suite era ridículamente grande para una sola persona y la cama parecía el estado de Oregón. Jungeun y ella apenas se rozarían.
Probablemente. Tal vez.
—Hola.
Jinsol dio un respingo cuando Jungeun apareció detrás de ella.
—¡Uy! Perdona —dijo y dejó su neceser en la encimera de mármol—. ¿Estás bien?
—Sí, perfectamente. —Jinsol consiguió sonreírle, pero entonces Jungeun se inclinó sobre el lavamanos y tuvo que apartar la vista.
—Deberíamos desnudarnos, ¿no?
A Jinsol se le cayó el botecito de brillo de labios que había abierto sin pensar, mientras removía con el dedo el brillante color rosa solo por tener algo que hacer. El bote cayó en el lavamanos donde el agua seguía corriendo y empapó el brillo antes de que le diera tiempo a recuperarlo.
—¿Cómo dices? —preguntó mientras secaba el brillo con una toalla mullida.
En el espejo, Jungeun echó un vistazo al brillo de labios y luego volvió a mirar a Jinsol.
—¿Los masajes? ¿En media hora? —Le enseñó un rectángulo de papel de color crema que detallaba los servicios que Chaewon ya había organizado para ellas. El programa, por suerte, sí incluía a Jungeun.
—¡Ah! —dijo Jinsol—. Claro.
Jungeun miró el papel.
—Aquí dice que tenemos que desnudarnos y ponernos las batas que nos han dado antes de bajar a la sala de masajes asignada. —Dejó el papel en la encimera y descolgó las dos suaves batas blancas de la pared junto a la ducha; le tendió una a Jinsol.
Ella la aceptó, la estrechó contra el pecho y se quedó allí plantada, mirando a Jungeun como si esperase a ver quién empezaba a desnudarse primero.
Jungeun carraspeó y Jinsol se sobresaltó.
¡Dios! ¿De verdad estaba esperando a ver quién empezaba a desnudarse primero? Estaba hecha un lío. Un lío estresado y hasta las orejas de hormonas. Y por la sonrisita que se dibujó en la comisura de sus labios, Jungeun lo sabía.
—¿Quieres cambiarte aquí y yo me quedo en la habitación?
Jinsol asintió con demasiada emoción.
—Sí. Bien. Perfecto.
Otra vez la sonrisita.
—Bien. Perfecto —repitió Jungeun antes de salir y cerrar la puerta tras de sí.
Jinsol se desplomó sobre el mármol y se frotó la frente con la bata. Tenía que controlarse. Solo era una bata. Un balneario. Jungeun era solo una persona. Una persona preciosa, sí, pero un ser humano al fin y al cabo, igual que ella. Una persona en la que no tenía por qué pensar desnuda ni en qué sabría la piel de debajo de su oreja.
—¡¿Tenemos que dejarnos puesta la ropa interior?! —gritó Jungeun desde la otra habitación, con un tono de absoluta inocencia.
Jinsol gimió dentro de la bata.
—¡No lo sé!
—Yo me la voy a quitar.
¡Por el amor de Dios!
Jinsol se desnudó hasta quedarse en bragas y sujetador, que no pensaba quitarse, y se echó agua fría en la cara. Luego se envolvió con el albornoz, que parecía una nube, se la ató a la cintura y se sentó en el borde de la enorme bañera mientras respiraba hondo. Lo que de verdad le apetecía era llamar a Yerim, pero había dejado el móvil apagado en la habitación. Mientras estaba allí sentada, intentando no pensar en la noche que le esperaba ni en la desnudez y en la ropa interior de Jungeun en el suelo, alguien llamó a la puerta de la habitación.
—¿Quién es? —oyó que decía Jungeun.
—Yo.
Jinsol reconoció la voz de Heejin y se levantó.
—¿Quién es yo? —dijo Jungeun.
—Heejin.
—Demuéstralo.
Jinsol esbozó una sonrisa y abrió la puerta del baño un centímetro, solo para asegurarse de que la otra mujer estaba vestida, que lo estaba, sentada en el extremo de la cama mientras ojeaba el teléfono, hasta que se levantó para dejar entrar a Heejin. Agradeció la distracción que suponía su mejor amiga, su voz de la razón en lo concerniente a Kim Jungeun.
—Hola —dijo Heejin, que apareció también en bata y el pelo castaño recogido en la parte superior de la cabeza, igual que el de Jinsol. Fulminó a Jungeun con la mirada—. ¿Siempre eres así?
Ella levantó la vista.
—Tendrás que concretar.
—¿Una tocapelotas?
—Heejin —protestó Jinsol.
Jungeun sonrió como una santa.
—Contigo me esfuerzo al máximo.
Heejin suspiró y puso las manos en las caderas.
—Como sea. Vale, lo siento. ¿Cuál es el plan?
—¿Plan? —preguntó Jungeun.
—Sí, el plan —dijo Heejin.
—¿Darnos un masaje y que nos pongan una máscara de barro? —dijo Jungeun.
Heejin negó con la cabeza.
—El plan para deshacernos del chico de oro.
Un pozo se le abrió en el estómago a Jinsol. La noche anterior, Heejin y ella habían decidido que tenían que hablar en serio sobre Chaewon y Changmin. Pero la decisión había estado inducida por el alcohol, alimentada por ser testigos de su actitud de imbécil encubierto y potenciada por ver a Jungeun tirarlo al río. Seguir adelante a la sobria luz del día con el plan de echar a perder la boda de su mejor amiga era otra cosa.
Jinsol se llevó las manos a la barriga.
—Heejin...
—¡Ah, no! De eso nada —dijo Heejin y la señaló—. No, ni en broma. No vas a echarte atrás. Tú fuiste la que dijo que no podíamos dejar que se casara con él.
—No me estoy echando atrás. Solo quiero que lo pensemos un segundo.
—Te quieres echar atrás. Hasta Jungeun ha visto que es una pobre excusa de ser humano.
Jungeun se dio toquecitos en la barbilla.
—Voy a optar por tomármelo como un cumplido.
—Haz lo que quieras —dijo Heejin, pero luego la siguió mirando—. ¿Nos ayudarás?
—¿A deshaceros de Changmin?
—Deshacernos, no —dijo Jinsol—. Solo, tal vez...
—Sí. A deshacernos de él —dijo Heejin—. Nuestra querida Jinsol es demasiado buena.
—«Deshacerse» suena muy violento —replicó—. Solo tenemos que hablar con Chaewon.
—Y tres es mejor que dos —dijo Heejin—. Después de lo de anoche, me gusta tu estilo.
Jungeun sonrió, pero luego se puso seria.
—¿Qué piensan hacer? ¿Tirar a Chaewon a un río?
—Claro que no —dijo Heejin.
—A que lo adivino —dijo Jungeun mientras enlazaba las manos bajo la barbilla y agitaba las pestañas en un gesto exagerado—. Vais a sentaros con ella y tener una conversación sincera y emocional en la que la convencerán de que su verdadero amor sigue ahí fuera, en algún lugar al final del arcoiris.
Jinsol y Heejin se miraron. No era exactamente lo que planeaban hacer, pero se le acercaba.
—¿Tienes una idea mejor? —preguntó Heejin.
Jungeun las miró durante varios segundos antes de responder.
—Puede.
Heejin la miró.
—¿Quieres compartirla, sabia mujer?
Jungeun apretó los dientes.
—Todavía no lo he decidido.
—Lo que significa que ya habías pensado en ello —dijo Heejin, como unas castañuelas—. ¿A que sí?
Jungeun agitó una mano con indiferencia.
—¿Por qué habría de importarme con quién se case Chaewon?
—Créeme, sé que te da igual —dijo Heejin con rencor y Jungeun levantó una ceja.
—Bueno, ya basta —intervino Jinsol y miró a Jungeun. Juraría que la mirada de la otra mujer se suavizaba—. Sí, queremos hablar con Chaewon sobre el tema. Pero no sabemos cómo.
—¿No se supone que ustedes dos la conocen mejor que nadie? —preguntó Jungeun.
—Sí, así es. —Jinsol buscó las palabras adecuadas—. Pero Chaewon es complicada. No se abre con facilidad, ni siquiera con nosotras. —Miró a Heejin—. ¿Recuerdas cuando estuvo colgada de Do Nohyun durante todo décimo curso? No lo reconoció hasta la graduación.
—Lo recuerdo —dijo Heejin.
—No tienes que hacer nada —le dijo Jinsol a Jungeun—. Pero, si se te ocurre alguna idea...
Jungeun la miró durante un segundo y Jinsol notaba el corazón en la garganta. Por fin, la otra mujer suspiró.
—De acuerdo. ¡Dios! Pero si van a hacer esto, tenéis que ir con cuidado. Chaewon tiene que estar absolutamente convencida de que Changmin no le conviene, no enfadarse con él por algo que le digan que ha hecho. Tiene que salir de ella.
—Quieres decir que tenemos que manipularla —dijo Jinsol con una mueca.
—No, quiero decir justo lo que he dicho. Cuidado. Hagan que les hable de él, preguntenle qué le gusta de él, cosas así. Ayudenla a que se dé cuenta por sí misma.
Heejin daba vueltas por la habitación, con la uña del pulgar en la boca.
—Sí, es perfecto. Tiene que ser idea suya o nunca lo verá. Sabes que Jungeun tiene razón, Jinsol.
Jinsol se frotó los ojos bajo las gafas. Jungeun tenía razón. Chaewon jamás abandonaría algo a lo que se había comprometido a menos que fuera idea suya. Gayoon la había educado para ser así de implacable, para mantener siempre el control y llevar siempre las de ganar. Sinceramente, creía que había elegido a Changmin justo por eso. Él mandaba. Él llevaba los pantalones. Chaewon había sido la estudiante perfecta, se había esforzado por ser la hija perfecta y después se había convertido en la perfecta mujer de negocios. Mientras que, en aquel aspecto de su vida, no tenía que esforzarse tanto. No tenía que pensar constantemente en cómo hacer que su relación funcionara.
Solo tenía que decir que sí a todo lo que le dijera su ya perfecto prometido.
Jinsol sintió que la dominaba una tristeza casi insoportable. Tenía que creer que había un montón de hombres ahí fuera a los que les encantaría formar equipo con Chaewon, trabajar juntos en busca del éxito, o incluso fracasar juntos, en lugar aquel desequilibrio de poder que tenía con Changmin.
—De acuerdo —dijo Jinsol—. Es un comienzo, supongo.
—Exacto —dijo Heejin—. Así que estamos todas de acuerdo. —Agitó la mano en un círculo dramático que incluía a Jungeun—. El plan es conseguir que hable y reflexione sobre Changmin y lo imbécil que es.
Jinsol asintió mientras Jungeun se limitaba a levantarse, ajustarse el cinturón del albornoz y dirigirse a la puerta.
Heejin se aclaró la garganta.
—¿Qué? —preguntó Jungeun, se guardó el móvil en el bolsillo del albornoz y se colgó la bolsa de la cámara del hombro—. ¿Quieres que nos inventemos un saludo secreto o algo así?
Heejin se limitó a fulminarla con la mirada.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro