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Quiero continuar con las preguntas, pero un grito ensordecedor llega a nosotros desde la azotea. Un rugido, un chillido animal, un golpe seco y otro grito más. Salgo disparado de la habitación haciendo oídos sordos a las advertencias de Jay detrás de mí porque reconozco la voz. Es la misma voz que estuvo riendo y lanzándome agua hace poco en la cocina.

Tropiezo con mis propios pies cuando doy vuelta en el pasillo y subo de dos en dos hacia la escotilla. La abro de par en par. Mucho trabajo para mi cuerpo, que sigue en su peor estado gracias a Jay, pero la adrenalina no me permite pensar en el dolor cuando pongo un pie en la azotea y el panorama que se extiende está sacado de una de mis peores pesadillas.

Hay cuatro... seres vivos en la azotea. Es una guerra sangrienta, apesta a sangre aquí arriba. Un humano, un Quiróptero, y dos... Dos... Mierda.

Yeonjun está tirado en el suelo, gritando por ayuda y suplicando que se detengan. Los rayos del sol iluminan su cuerpo, las enormes mordidas que desgarran su piel, una en su brazo y otra en su pierna. Se agarra la extremidad superior con una mueca de dolor y lágrimas recorriéndole el rostro, barriendo las salpicaduras de sangre.

En el aire, está un Quiróptero, el más grande que he visto hasta ahora, con sus extremidades huesudas, el rostro demoníaco y las orejas puntiagudas. El murciélago de dos metros aletea sus enormes alas, que crean una ventisca sobre la azotea que me golpea con brusquedad el rostro. A su alrededor, dos criaturas más pequeñas revolotean, muerden, golpean y atacan sin piedad. Pero no son Quirópteros, y ni siquiera siendo dos contra uno lo igualan en fuerza. La bestia de dos metros los hiere, los lastima, y los chicos gimen antes de volver a atacar.

Tienen alas de murciélago brotando de su espalda, las orejas alargadas y colmillos mucho más grandes de lo que recordaba. Sus ojos brillan de color ámbar y tienen garras negras y filosas. El uno, el de cabello azul eléctrico, tiene la camiseta hecha pedazos. El otro, el de cabello gris, la tiene colgando hacia adelante, pues toda la espalda está desgarrada. Ambos tienen heridas en sus rostros y en sus brazos, pero me deja sin aire ver como la piel se empieza a cerrar poco después.

Afortunadamente, el murciélago peligris distrae al Quiróptero mientras el peliazul da el golpe final. El Quiróptero está a punto de caer, pero no sin antes dar una mordida más y llevarse consigo buena parte del ala del murciélago de cabello azul. Soobin. Hirió a Soobin.

Yeonjun suelta el grito más doloroso que he escuchado. El Quiróptero cae desde el cielo, se golpea con el barandal y se desploma contra la acera con un golpe húmedo. Unos perros empiezan a ladrar. Soobin intenta volar, pero gimotea cuando su ala derecha no responde y cae también, a unos metros de Yeonjun. Yeonjun llora con fuerza mientras se arrastra hacia él y lo toma en brazos.

Por fin, nota que estoy ahí con ellos.

—¡Taehyung! —grita, desgarrándose la garganta— ¡Llama al señor Namgil! Respira, Soobin. Respira, vendrán por ayuda —le arrulla al cuerpo tembloroso que tiene sobre él. Regresa a mí con furia en su rostro. Yo estoy petrificado— ¡Taehyung!

Doy media vuelta. El olor de la sangre me envuelve y me marea, y las heridas de mis amigos se impregnan en mi memoria, inborrables, y embarran mi campo visual. Trastabillo, con un pie ya atravesando la escotilla, pero dos brazos firmes me rodean y no puedo ver más que una barrera de cuero por un momento. Escucho un gruñido bajo, casi animal, en mis oídos. Yeonjun sigue gritando detrás de mí, le dice a Jungkook que me suelte, que no sea imbécil. Que su hermano va a morir, que él va a morir. Grita por Sunoo, por Namgil, por Jeonghan y Joshua.

Nadie escucha. Me giro un poco, solo para encarar a Jungkook, a esta versión más salvaje, colmilluda, con las orejas alargadas y los ojos de un ámbar luminoso. No parece ser él ahora mismo. Si le hablo, no me entenderá, está perdido entre el hombre y el animal, y está encasillado en protegerme como si el Quiróptero no estuviera ya pudriéndose en la calle frente al hotel.

Sus ojos son hipnotizantes, pero recapacito. Yeonjun, Soobin, sangre. Intento zafarme. Sigo mareado, y ya hubiera caído al suelo de no ser por él, pero sé que aún tengo la fuerza suficiente para bajar por la escotilla y pedir ayuda. Lo haré, tengo que salvar a Yeonjun. Ya me desmayaré en el pasillo, pero tengo que hacer esto. Tengo que.

—Kim Taehyung.

Una voz chirriante me acaricia los oídos. Jay. Está aquí, o está en mi cabeza. Lo siento cerca.

—Kim Taehyung, déjame ayudarte.

Lo veo. En mi cabeza. Una mano negra que se acerca, chorreante de baba negra. Se hace más clara con cada segundo. Entrecierro los ojos. La baba negra parece tan real que podría tocarla, y entonces Jungkook suelta un chillido, me suelta y cae a un lado.

Antes de correr escaleras abajo, veo a Jay, parado junto al cuerpo inconsciente de Jungkook. No puedo dejar de pensar en eso, en que le hizo algo, mientras bajo las escaleras. Jay, maldito Jay. Quiero que muera. Puedo soportar que haga lo que quiera conmigo, pero acaba de herir a otra persona.

A Jungkook.

¿Me ayudó? ¿Lo hizo por mí? Sí, claro.

Encuentro al señor Choi encerrado en su oficina, rodeado de libros y cartas a medio escribir. Le digo sin realmente decir nada, entre jadeos, lo que está pasando. Ni siquiera escucho lo que estoy diciendo, apenas entiendo las palabras Soobin, Yeonjun, sangre, heridos. Namgil se levanta de un salto, casi haciendo a un lado el escritorio, y agarra la escopeta que ya tenía lista de una silla. Me empuja y sube a trompicones las escaleras. Subo detrás de él, con Sunoo y Riki siguiéndome de cerca. Sunoo carga un botiquín de primeros auxilios. Salieron de la cocina, o eso creo.

Ya no sé lo que está pasando, y mis pasos se vuelven cansados y lentos. Termino exhausto a mitad de las escaleras, los dos me rebasan y nadie se detiene por mí. Escucho la escotilla cerrándose de un portazo y varios disparos en la azotea. Escucho más gritos, escucho llanto. Subo con dificultad, agarrado del pasamanos como si mi vida dependiera de ello. Me dirijo a la escotilla, pero la puerta de mi habitación está abierta de par en par. Jay está adentro.

Cambio de dirección.

Cuando pongo un pie en la habitación caigo al piso. Me arrastro hacia Jay, con lágrimas furiosas cayendo a borbotones, y termino a sus pies. Lo agarro con fuerza por los tobillos.

—¿Qué le hiciste a Jungkook? —demando, sin fuerzas.

Él cierra los ojos.

—No estaba dispuesto a soltarte. Los Natálidos salvajes son imposibles. Son tercos —dice, parpadeando con rapidez y mirándose las manos. Habla con disgusto—. Lo hice por ti, Taehyung. Por tu amigo. Dije que quería ayudarte.

—¿Qué le hiciste a Jungkook?

Suspira.

—Le infundí un poco de oscuridad. No lo lastimé, si eso te preocupa.

—Lo heriste, sintió dolor. Pude escucharlo. Mierda, Jay —suelto sus pies e intento levantarme. Él da un paso hacia atrás—. Haz lo que quieras conmigo, mátame. Mátame —le grito. Él traga, mirando el suelo—. Puedes hacerlo si quieres. Hazme sufrir. Pero no los toques —mi pecho sube y baja, mi respiración agitada no se calma. Estoy perdiendo la cordura—. No lo toques.

—Lo haré si es necesario —dice, con convicción—. Lo haré si puedo mantenerte con vida.

—¿Por qué? —bufo, sin gracia— ¿Porque me necesitas para seguir vivo?

—Porque te quiero, Kim Taehyung —y ahí está, llorando otra vez, agarrándose el pecho y hablando como si lo estuviera haciendo por primera vez en toda su vida—. Te quiero con vida, no porque la mía dependa de la tuya, sino porque te quiero. Me importas. Mi trabajo me obligó a destruirte, y sé que nunca lograré que dejes de repudiarme, pero créeme cuando te digo que hice lo que hice por tu bien.

Ninguno dice nada, y la habitación se llena de mi respiración y su llanto. Se deja caer, se hace un ovillo en el suelo y continúa llorando mientras susurra cuánto me ama. Me adora. Hará lo que sea necesario para mantenerme con vida, incluso si eso significa morir. Incluso si eso significa matar a otros.

—Eres un desquiciado, un monstruo desquiciado —digo, y me agarro del cabello, casi arrancando dos mechones. 

Estoy harto, harto, harto, harto. Harto de él, harto de que arruine mi vida. No me quiere. Es un demonio. Me matará. Y ahora quiere arrebatarme lo único que me mantiene con vida. Matará a mis amigos, a mamá, a Namgil. Matará a Jungkook. Jay...

A menos.

A menos que yo lo mate primero.

Camino trastabillando hacia él, con pasos debiluchos, pero decididos. Me dejo caer sobre el suelo otra vez. Estamos frente a frente. Alza la cabeza, con los ojos de un amarillo sucio brillantes por las lágrimas. Tiene la cara limpia ahora. No está mal, me digo, intento convencerme. Siendo sincero, esperaba que mi primer beso con alguien en esta habitación fuera con el vampiro que está en la azotea, pero, si este es el precio que tengo que pagar por verlo desaparecer, no me molesta en absoluto. Ya besaré a Jungkook después, primero tengo que hacerme cargo de esto.

De él.

Jay me observa. Tiene los labios entreabiertos. Quiere alejarme, pero no tiene la fuerza de voluntad para hacerlo. En el fondo, siente curiosidad por lo que está a punto de suceder, y eso lo hace sentir culpable. Está en conflicto consigo mismo, puedo verlo en la contracción de sus cejas. Se muerde el labio, pero luego lo relaja y me suplica con una última mirada que no lo haga.

Lo beso. Beso al chico que me tiene colgando de una soga, el que puede matarme en cualquier momento. Mis manos terminan en sus mejillas y siento sus lágrimas entre mis dedos. Él cierra los ojos. Y mierda, lo está disfrutando. Se acerca más a mí, pega su cuerpo al mío, agarra mi rostro y lo mancha de negro. Sus labios están fríos y resquebrajados. Cuento hasta tres en mi cabeza, cierro los ojos, y espero ver una pila de flores marchitas cuando los abra.

No hay flores.

Jay no desaparece.

Y no vuelvo a abrir los ojos.

¡Nos leemos luego!

[ Noduru, 2024 ]

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