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Tropiezo con una roca en el camino. Tengo los cordones de los zapatos desamarrados y el pavimento sigue mojado por la tormenta de la tarde. Estoy condenado a morir en cualquier momento. Todo por no hacerle caso a mi madre sobre las botas y elegir los converse desgastados. Mierda. Cierro los ojos, esperando sentir la nariz siendo destrozada contra el pavimento. ¿Jay será capaz de ayudar a los demás si muero? Quizás pueda comunicarse con la mariposa...

Alguien me agarra del brazo y me arrastra consigo, haciendo que recupere el equilibrio y siga corriendo.

—¡Concéntrate, mierda!

Es Joshua. Entre todos los demás, es el más rápido. El cabello castaño se le pega en la frente por el sudor, y me pregunto cómo no se ha congelado aún con esos shorts. Me suelta, e intento seguirle el paso cuando me rebasa. La mariposa ruge detrás de nosotros.

—¡Mierda, mierda, mierda! —maldice Sunoo. Corre a la par de Yeonjun. Sé que Yeonjun podría ir mucho más rápido, pero que se está contiendo para no abandonar a Sunoo a su merced— ¡Vamos a morir! ¡Por Dios, vamos a morir!

—¡No es buena idea mencionar a Dios! ¡¿Qué haremos si el hijo de puta se enoja?! —grita Joshua, sin voltearse y señalando con el mentón hacia el cielo. Se refiere al Gran Demonio.

—¡No es buena idea llamarlo hijo de puta, Joshua! —grito yo.

Jeonghan, sin detenerse, se quita la mochila del hombro y la abre con movimientos torpes. Está dando pasos largos en un intento de aumentar su velocidad y prácticamente está saltando, haciendo chapotear los charcos de agua de la calle y manchándose hasta las rodillas de agua lodosa. Mete la mano y rebusca algo con la vista fija en el frente. Saca uno de los sándwiches que seguramente su madre preparó para nosotros y lo lanza con todas sus fuerzas hacia atrás, casi dándole a Yeonjun en la cara. Él lo esquiva por centímetros.

—¡Ten cuidado, gran imbécil! —le grita Yeonjun, agarrando la muñeca de Sunoo y aumentando su velocidad.

—¡Toma eso, cabrón! —grita Jeonghan. La mariposa ni siquiera se inmuta. El sándwich cae a algunos metros lejos de ella y rápidamente lo dejamos atrás.

—¡No hagas eso, mierda! ¡Nos quedaremos sin comida! —grita Joshua, jadeando. No aguantaremos mucho más, y nos quedaremos sin aire si siguen gritando cosas sin sentido.

—¡¿Y qué quieres que haga, entonces?!

—¡Cállense y corran!

—Las mariposas, Taehyung. Ya era hora de que llegaran.

Siento un escalofrío subirme desde las piernas hasta el cuello.

—No debieron salir. No hoy.

Sí, fue una idea propia de un imbécil violar el toque de queda sabiendo lo que les pasaba a los que lo hacían en el 45. Pero pasaron más de treinta años desde que el infierno se terminó (o llegó a una pausa), y hoy es el cumpleaños de Sunoo. Habíamos acordado que esperaríamos a que todos fuéramos mayores de edad para comprar juntos nuestra primera cerveza. Faltaba poco para que fueran las nueve cuando Joshua, el encargado de llevar el alcohol, por fin se dignó en aparecer frente a la puerta. Supimos que las cosas no salieron bien cuando lo vimos con una mueca apenada y las manos vacías.

Pero no íbamos a dejar que nuestros planes se arruinasen. Mucho menos por un ridículo toque de queda.

Los avistamientos de mariposas habían cesado hace más de treinta años, de todas maneras. El último Feráseo visto fue documentado cuando mi mamá estaba en la secundaria.

—Atacó a la sobrina del obispo. El pastor Lee, de la Iglesia de Tearscolm —me contó un día en la cena. Tenía los ojos muy abiertos, como si estuviera contando una leyenda en lugar de un caso real—. La llevó al bosque y la golpeó una docena de veces contra un árbol —hizo las mímicas con sus manos y le añadió efectos de sonido con la boca. Mi madre era una aficionada de ese tipo de cosas—. Le hizo pedazos el rostro, pero, por suerte, esa fue la última vez que un Feráseo atacó. Después de eso, desaparecieron sin dejar rastro, y poco a poco la ciudad volvió a la normalidad. Pero nadie se recupera después de un suceso así, hijo. La época oscura de Tearscolm nos marcó a todos.

¿Quién iba a creer que, cuando salimos con la esperanza de encontrar una tienda de conveniencia abierta a las diez, aparecería una de esas bestias? ¿Quién creería que tendríamos tan mala suerte esta noche?

Debimos regresar cuando vimos las calles desiertas, pero es peligroso subestimar a un grupo de adolescentes ansiosos por alcohol.

Aunque, después de todo, nuestra suerte no sería tan mala esta noche. Siempre hay un vestigio de luz entre toda la oscuridad.

—¡Niños, por aquí! ¡Apresúrense!

Es un hombre, de unos cuarenta años. Agita su mano en el aire y sostiene una lámpara de gas en la otra, asomándose por la puerta entreabierta de un hostal de mala muerte. Aún con las piernas matándonos, aceleramos el paso, sintiendo el alivio inundarnos. Mientras más nos acercamos, el lugar se vuelve más claro. Es el Black Owl. Sé que el propietario era compañero de mi madre en la universidad, y que el local es más famoso por su bar en la primera planta que por el hostal como tal.

El hombre se hace a un lado y nos deja pasar. Primero Joshua, luego yo, seguidos de cerca por Jeonghan, Yeonjun y, por último, Sunoo. Podemos respirar con normalidad una vez estamos dentro. El hostal tiene todas las luces apagadas y el interior luce igual de oscuro que la noche misma, pero estar en un ambiente cerrado nos otorga una tranquilidad indescriptible. Seguimos vivos y en una sola pieza, eso es lo que importa.

Pero el hombre sigue asomándose hacia afuera aunque ya todos hayamos entrado. Y no parece dispuesto a cerrar la puerta.

Intercambiamos miradas confundidas, aún intentando recuperar el aire.

—¡Apresúrense, mocosos!

Vuelve a hacerse a un lado para dejar entrar a un nuevo grupo de gente, y por fin cierra la puerta. Entran tan rápido que apenas puedo ver sus rostros antes de que nos consuma la oscuridad. El hombre pone un dedo sobre sus labios antes de apagar la lámpara y agacharse. Escuchamos a la mariposa rugir afuera, aporrea la puerta un par de veces, y nosotros también nos agachamos por el susto. Puedo ver las siluetas de los nuevos chicos bordeadas por la luz de la luna: Ellos permanecen inmóviles ante los gritos de la mariposa y los golpes de la madera, inmutables.

Pasados unos dos minutos, la mariposa se cansa y la escuchamos galopar lejos del hostal. Todos, incluyendo al propietario, dejamos salir un suspiro aliviado. El hombre enciende la lámpara de gas, y una ráfaga de luz amarillenta barre el rostro de todos. Paso la mirada por todos mis amigos y, además del evidente y justificado trauma en sus expresiones, lucen bien, lucen bastante vivos. Terminada la revisión, me dedico a observar a los extraños.

Son tres chicos. Deben tener nuestra edad, y llevan ropa negra rasgada por todas partes y bolsos enormes colgados de los hombros. Uno tiene los ojos pequeños y el cabello de un azul eléctrico que adquiere un tono verdoso con la luz de la lámpara. Otro, el que parece ser el más joven de los tres (lo digo por el rostro, porque es el más alto también), tiene el cabello rubio y largo, hasta un poco más abajo de las orejas, y tiene una mirada tan afilada que parece estar hecha con delineador.

El último luce como el más trastornado de todos.

¡Nos leemos luego! 

[ Noduru, 2023 ] 

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