E P Í L O G O
Dos años después
Mi espalda duele, y siento mis pies a punto de explotar. El aceptar un domingo de limpieza no parecía haber sido la mejor idea. Estaba cansada y lista para dar mi brazo a torcer y tomar una merecida siesta.
Las cajas que habían sido enviadas por Azucena aún estaban sin desempacar, varias de esas cajas contenían recuerdos del pasado. El pasado de mis padres y un poco del mío.
Sabía que también había algunas fotos de Daen, cosa que me hace sonreír. No dudo en acercarme a ellas y arrodillarme delante de las mismas, el polvo se estaba empezando a acumular, por lo que, con cuidado, las abro.
Un gran y pesado álbum entra en mi campo de visión y lo reconozco de inmediato. Las fotografías de mis padres. Las pocas fotografías que aún conservaba de ellos juntos.
—¿No deberías estar descansando? —Max, quien anteriormente era conocido como Cabo, me observa con diversión. El uniforme militar había desaparecido dos años atrás, ahora lo único que usaba eran pantalones de playas y camisas sin manga—. Azucena va a acabar contigo si te ve fuera de cama.
—No pienso estar toda la vida en esa cama —digo, entregándole el álbum—. Ayer dormí todo el día, no necesito entrar en coma, Max.
—No digas que no te lo advertí —dice, para luego marcharse murmurando algo sobre la empresa de modas. Ciertamente, dejar a Cabo y Brent frente la empresa que mi padre me había dejado, parecía no ser la mejor idea del mundo, sin embargo, lo estaban haciendo bien.
Yo necesitaba un descanso de todo eso. Al menos por el mes que me quedaba libre.
—Señora Hel —Ágata, una muchacha de pueblo que Azucena había traído con ella llama mi atención—. Es decir... Hel —corrige, y no puedo evitar reírme. Ella era demasiado tímida—, pensé que podías ayudarme con unas galletas que estoy preparando.
—Comida —digo, colocándome de pie con la ayuda de ella. Ágata era delgada, mucho más que yo aun cuando me encontraba embarazada—. Todo lo que implique galletas y chocolate es bienvenido.
—¿Dónde está Azu? —Pregunto, caminando junto a ella hacia la cocina. La gran casa de mi padre había sido remodelada, aún cuando el recuerdo continúa tatuado en mi mente, logré sobrellevar su muerte y el impacto de ver su cuerpo completamente sin vida.
Era un recuerdo amargo al cual no quería regresar.
—Fue de compras con el señor Brent, dijo que necesitaban algunas cosas para la llegada de Vera —dice. La cocina es un desastre, y ciertamente no me sorprende. Max está sentado en la barra de desayuno, terminando lo que yo había dejado de lado horas antes—. ¡Por el amor a Dios, Max! —Ágata se queja, observándolo con ojos enojados—. ¿No puedo dejarte solo por unos minutos?
—Tenía hambre —dice, sin siquiera esforzarse en tragar, luego, me señala, como si fuera la culpable de su falta de comida—. Tu jodido marido me tiene trabajando como un esclavo.
—Eso está fuera de mis manos, Max —guiño un ojo en su dirección. Sin siquiera pensarlo, hago mi camino hacia la pequeña mesa de comedor que habíamos instalado en la cocina—. Cuando regrese a trabajar serás mi esclavo.
—No sé cómo puedo formar parte de esta familia —suelta un gruñido. Sé que bromea. Max siempre bromeaba con eso. Aún cuando no lo quisiera, era parte de mi familia—. Iré a lavar mi auto —agrega, dejando de lado el plato vacio—, terminé metido en un pozo de fango, asquerosa historia.
—Suerte con eso, Cabo.
Gira hacia mí, observándome con una ceja arqueada. Aquel apodo había quedado atrás, sin embargo, me gustaba molestarlo un poco. Después de todo, él me había cuidado como a una hermana menor durante la mayor parte de su vida.
—¡Mi hija no usará ninguna falda! —La gruesa y profunda voz que irrumpe en la tranquilidad de la casa, me hace poner los ojos en blanco—. Eres mi madre, Azu, pero no permitiré que conviertas a mi bebé en una atracción para bebés llorones. ¡Hel!
—En la cocina —Mi voz es suave, sin embargo, la tranquilidad en la que me había sumido desaparece cuando Daen Hamilton cruza las puertas frente a mí. La mata de cabello castaño había sido recortada por mí la noche anterior y, ciertamente, mi trabajo no estaba tan mal—. ¿Qué ocurre?
—¡Hel me dio permiso! —Azucena responde, con brazos cruzados ingresando detrás de su hijo. Daen me observa, como si no fuera capaz de creer en las palabras de su madre—. Será mejor que te calmes —Ella dice—, Hel no puede estresarse y tu nos estresas a todos, Daen.
—¡Punto para Azucena! —Max, quien no se había marchado aún, se burla de su mejor amigo. El castaño lo observa como si estuviera a punto de matarlo, y el moreno sonríe abiertamente—. Mi auto me necesita, nos vemos después.
Se marcha, dejando que el silencio se apodere de la estancia.
—No dejaré que vistan a mi bebé con una falda —Daen dice, cruzándose de brazos—. Quemaré toda la ropa que está en el auto de Brent.
—Creo que ahora si necesito dormir —Me levanto de la silla con algo de dificultad, Daen no tarda en llegar junto a mí y me ayuda a mantenerme de pie—. No quiero saber nada de ropa ni de un padre celoso. Las galletas serán para más tarde, Ágata.
—No te preocupes, Hel —dice, con voz suave.
Me separo de Daen luego de dejar un beso en su mejilla y me dispongo a abandonar la cocina. Tenía que hablar a solas con el castaño, sin embargo, tendría que esperar que el numerito de padre celoso terminara.
Se había comportado así cada que algo nuevo llegaba para Vera. La última pelea había ocurrido cuando Mila trajo un pequeño traje que decía. "Mi padre es un idiota, pero aún así lo amo." Me había parecido divertido, pero para Daen no. Él terminó por tirar a la basura la pequeña prenda, haciendo que mi mejor amiga se tomara unas largas vacaciones de nosotros.
La extrañaba.
Había sido un largo mes desde que se marchó a Rusia.
Subo con cuidado las escaleras. Lo último que quería era ganarme otro regaño por parte de Daen.
El haber perdido un hijo años atrás, parecía mantenerse entre ambos. Estábamos preocupados, sin embargo, sabía de antemano que Vera era fuerte. Por ello la habíamos nombrado Vera desde el instante que supe que era una niña.
Quería tener fe. Quería obtener la fe que perdí años atrás, y Vera era el resultado de ello.
—Hel —Daen me llama, he terminado el tramo de escaleras, por lo que él no duda en alcanzarme. Está vistiendo una camisa blanca junto a un par de jeans, lo de siempre. Daen Hamilton no era un hombre de trajes, pero no me importaba. Lo conocí así y, ahora más que nunca, mi amor por él era mucho más del que podía expresar.
Él me había salvado la vida un sin número de veces. Y ser su esposa era la mejor parte de todo lo malo que había ocurrido. Era la luz en medio de tanta oscuridad. La esperanza en medio de tanta sangre.
—¿Te llegó mi mensaje?
—Sí, ¿sobre qué quieres hablar?
—Está en la habitación —digo, tomo su mano sin problema alguno y lo llevo conmigo a través del pasillo. Aun había fotografías de mi padre, las cuales no pensaba quitar. Aún cuando parecía ser el culpable de todo lo ocurrido, era mi padre y lo amaba. Había cometido errores, pero se esforzó en arreglarlos, aún cuando uno de ellos terminó por quitarle la vida.
Una vez que llegamos a la habitación, Daen se encarga de cerrar la puerta detrás de él. Una sonrisa se desliza en mis labios cuando la cuna de Vera entra en mi campo de visión. Aquel día la noticia de mi embarazo sorprendió a muchos y Daen no perdió el tiempo en tener todo listo para la llegada de su hija. De nuestra hija.
—Encontré una carta —digo, acercándome a mi mesita de noche. Me siento antes de tomar el papel entre mis dedos—. Estaba en una de las cajas que Azucena trajo consigo.
>>Es de mi madre.
—¿La leíste? —Pregunta, frunciendo el ceño en mi dirección.
—Sí —sonrío—, a pesar de todo no era una mala mujer. Se hizo mala porque pensó que era su única opción. Creo que, después de dos años de su muerte, soy capaz de visitar su tumba, también la de Cameron.
El recuerdo amargo de aquella pequeña pelirroja forma un nudo en mi garganta. Cameron era mi hermana, luego de que ella atentara contra la vida de Daen en el hospital, Cabo la había matado. No lo pensó dos veces y ahora el pequeño cuerpo de mi hermana menor descansaba en el cementerio de Australia, junto a sus padres.
Junto a nuestra madre.
Cameron Petrov era hija de Yerik Petrov, también era hija de Amanda, después de todo, la pequeña no había muerto.
—¿Quieres ir?
—Después del nacimiento de Vera —sonrío—. La carta es triste. Ella siempre amó a Yerik, ¿sabes cuán difícil fue acabar con el amor de su vida?
Daen se dirige a mí, observándome con atención mientras se sienta junto a mí en la cama. Sus ojos azules entran en contacto con los míos y, con cuidado, coloca un mechón de cabello rojo detrás de mi oreja.
—Preferiría mil veces meterme una bala en la cabeza antes de hacerte daño.
Sonrío, porque sé que es cierto. Ambos estábamos listos para defendernos si alguien lastimaba al otro. Estaba en nosotros, estaba en nuestro interior, era parte de nuestros corazones.
—Te amo, Hamilton —digo, apoyando mi frente contra la suya—. Te amo aunque seas un grano en mi trasero.
—Siempre será un orgullo ser un grano en tu trasero, rusa.
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