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King's landing


Una vez anunciado aquel compromiso, los niños fueron puestos en aviso. La emoción y curiosidad en sus rostros revelaban que, a pesar de su corta edad, algo importante estaba en juego. Las risas y juegos continuaron en el castillo, mientras Aemma intentaba explicarle a su hermano menor, Aegon, lo que significaba su compromiso.

—Ahora estamos comprometidos, Aegon —dijo la mayor, sosteniendo las manos de su hermano con ternura.

—¿Qué significa estar comprometidos? —preguntó Aegon, con sus grandes ojos azules brillando de curiosidad.

—Significa que estaremos juntos para siempre y podremos volar juntos a cualquier lugar sin que nos detengan. —Su voz llevaba una mezcla de esperanza y convicción.

Los ojos de Aegon se iluminaron, absorbiendo la idea de que estarían unidos de por vida. Su rostro se llenó de asombro y alegría.

—Me gusta estar comprometido contigo, Aemma —declaró Aegon mientras corría a abrazar a su hermana con entusiasmo infantil.

La noticia, sin embargo, no fue recibida con la misma alegría por parte de la heredera al trono. Rhaenyra entendía el peso de aquella unión, especialmente cuando su propio compromiso con Laenor estaba a punto de materializarse. No obstante, ningún reclamo al rey ni comentario sarcástico hacia la reina lograron deshacer el compromiso que algún día uniría sus destinos de manera irrevocable.

—Aemma, ¿por qué lloras? —preguntó Aegon al entrar a los aposentos de su hermana, notando sus lágrimas.

—No quiero que Nyra se case. Se irá lejos y no podré verla más —sollozó la pequeña Aemma.

—No llores, Aemma. Nuestra hermana no se alejará de ti jamás. Eres su favorita después de todo —aseguró Aegon, tratando de consolar a su hermana menor.

Con la promesa de Aegon de que siempre estaría a su lado, Aemma calmó su llanto, abrazándose a la certeza de que su hermano no permitiría que nada los separara.

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Días después, el castillo se llenó de expectación y celebración. Un festín organizado por el rey Viserys marcaba la boda inminente de Rhaenyra. Aemma, aún llevando consigo la inocencia de su infancia, escuchó murmullos en el bullicioso salón.

—La falsa heredera... Todos creyeron que el bebé de la difunta reina sería el esperado varón, pero... Solo fue una desilusión —comentó un lord desconocido.

La joven princesa, aunque consciente de que los eventos sociales eran una necesidad, no dejaba de sentir la punzada de la crítica. Sin embargo, su mirada estaba fija en su hermana Rhaenyra, quien danzaba en medio de la celebración.

—Cuando sea grande, bailaré en todas las fiestas contigo. Serás el centro de atención —le susurró Aegon a Aemma, quien respondió con una sonrisa.

—Pero eres un pésimo bailarín, Aegon, y padre no te dejará tomar clases —bromeó Aemma, disfrutando de esos momentos de complicidad con su hermano.

El momento de alegría se vio interrumpido cuando Aemma observó a su hermana en brazos de su tío Daemon, en una cercanía que parecía más íntima de lo usual. Sus cejas se fruncieron, captando un gesto que no cuadraba con la celebración de una boda.

—¡Princesa! —gritó una criada, apartando a Aemma del salón justo cuando la tensión se apoderaba del ambiente.

Aegon, Helaena y Aemond, los hermanos menores, fueron los primeros en dar la cara ante la inesperada situación.

—Estamos bien —aseguró Helaena, la pequeña de cuatro años, con una seriedad sorprendente.

Al finalizar la ceremonia, Aemma regresó al lado de Aegon y su madrastra, quien la cargaba para que pudiera observar la boda. Laenor, con la nariz roja y los ojos aguados por las lágrimas, reflejaba la emotividad del momento. En cuanto a Rhaenyra, parecía perdida en pensamientos que iban más allá de la celebración.

Ambos contrayentes, con un beso en la mejilla, sellaron ese vínculo tan esperado. Sin embargo, la conmoción se apoderó de la escena cuando el rey, después del gesto final, cayó desmayado al suelo, desconcertando a todos y generando un murmullo de preocupación en el castillo.

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