twenty three. the weight of protecting you
O23 | THE WEIGHT OF PROTECTING YOU
Hyejin caminaba por la calle que llevaba a su restaurante. Las primeras luces del amanecer teñían los edificios cercanos de un cálido naranja, pero su mente estaba en otro lugar, repasando mentalmente todo lo que debía hacer ese día.
Al llegar, extrajo un manojo de llaves de su bolsillo, abrió la pesada puerta de madera y dejó escapar un suspiro, aliviada por el familiar aroma a especias y limpieza que inundaba el lugar.
Con movimientos ágiles, encendió las luces. Se dirigió rápidamente hacia la cocina, donde se puso los guantes y comenzó a preparar las salsas base que daban a sus platos un toque único. Mientras trabajaba, el sonido rítmico de cuchillos contra tablas y el burbujeo de ollas llenaban el espacio, casi como una sinfonía privada. Pero, en medio de su rutina, un repentino sonido la sobresaltó: el suave tintineo de la campanilla de la puerta de entrada.
Hyejin se detuvo en seco, el cuchillo aún en su mano. Era demasiado temprano para clientes, por lo que con movimientos rápidos, se quitó los guantes y salió de la cocina.
Al llegar a la puerta, vio a los soldados del juego. Sus trajes rojos impecables y las máscaras geométricas, cuadradas, en este caso, eran inconfundibles. Por un instante, un frío electrizante recorrió su espalda. Aquella máscara que había usado en el pasado ahora la miraba desde el rostro de otros.
Tomó aire profundamente, endureciendo su expresión. Sus ojos, oscuros y llenos de determinación, recorrieron a los soldados uno por uno. No sabía que estaba pasando, pero sin duda no era nada bueno.
Sin decir una palabra, giró sobre sus talones y corrió hacia la cocina, sus pasos resonando contra el suelo de madera. Sabía exactamente lo que necesitaba: su pistola. Guardada con cuidado en la oficina detrás de la cocina, era su única garantía de defensa. Muchos la llamaron paranoica por tenerla, pero algo en su interior siempre le había advertido que un día volverían por ella. Y ese día había llegado.
Cuando atravesó las puertas de la cocina, se detuvo en seco. El corazón le dio un vuelco y su sangre pareció congelarse. Allí, sentado con una tranquilidad que le resultaba casi insultante, estaba el líder. Su imponente figura ocupaba la silla de su oficina como si le perteneciera. Sobre la mesa frente a él, descansaba su pistola, desarmada y perfectamente inútil.
—Siempre tan previsora, Hyejin —dijo el líder, su voz baja y firme, cargada de una calma que solo incrementaba la tensión en el aire.
La aludida apretó los puños, sus ojos clavados en el arma que había sido cuidadosamente inutilizada. Su mente trabajaba a toda velocidad, buscando una salida.
—¿Qué demonios quieres?
El contrario ladeó la cabeza, su máscara negra reflejando la tenue luz de la cocina.
—Sabes muy bien por qué estoy aquí. No puedes huir de tu pasado para siempre, Hyejin.
Ella dejó escapar una risa seca, llena de desafío.
—¿Huir? Yo no huí. Me fui porque no tenía nada más que hacer en ese maldito lugar.
El líder se levantó lentamente, cada movimiento cargado de una autoridad que parecía llenar la habitación. Dio un paso hacia ella, su presencia intimidante.
—Creíste que podías empezar de nuevo, que nadie te encontraría. Pero, Hyejin, las sombras del juego siempre alcanzan a quienes intentan escapar.
Los pensamientos de Hyejin eran un torbellino. Quería lanzarse hacia la pistola, hacer algo, cualquier cosa, pero sabía que el líder no la había desarmado solo por precaución. Había soldados en la entrada. Estaba atrapada, al menos por ahora.
—¿Qué quieres de mí? —repitió, su voz ahora más baja, cargada de una mezcla de rabia e impotencia.
El líder se inclinó ligeramente hacia ella, casi susurrando.
—Te advertimos que dejaras de investigar, Hyejin.
—Y yo te dije que no me gustan las advertencias. Nunca he sido buena siguiendo órdenes, ¿lo olvidas?
La calma con la que se movía y hablaba solo alimentaba el desprecio de Hyejin. Lo odiaba. Odiaba su control, su arrogancia, y sobre todo, odiaba que esa máscara no revelara ninguna emoción.
—Eres tan terca como siempre —él respondió—. Pero me temo que tus juegos terminaron. Te lo dije, Hyejin. Esto no es algo de lo que puedas salir tan fácilmente.
Antes de que pudiera replicar, sintió un golpe seco en la nuca. Su visión se oscureció de inmediato, como si alguien hubiera apagado la luz en su mente.
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El dolor fue lo primero que notó al despertar. Un punzante e insistente ardor que latía en la parte trasera de su cabeza, como un recordatorio de lo que había ocurrido. Hyejin abrió los ojos lentamente, pero la luz débil del lugar solo intensificó su malestar. Sentía algo cálido y pegajoso correr por su mejilla; no necesitaba verlo para saber que era sangre.
Intentó moverse, pero un tirón en sus muñecas y tobillos la detuvo de inmediato. Bajó la mirada y vio que estaba amarrada a una silla, las sogas apretadas al punto de cortar ligeramente su circulación. Su respiración se aceleró un poco, pero no por miedo. Era rabia.
—¿De verdad, Inho? ¿Cuerdas? ¿Qué sigue? ¿Me vas a amordazar también? —espetó con sarcasmo, mirando hacia donde el líder estaba, a unos pasos de ella, con los brazos cruzados.
El líder no se inmutó. Estaba recargado contra la pared, observándola como un depredador que evalúa a su presa.
—No te molestes, Hyejin. Es inútil. Sé exactamente de lo que eres capaz, y no voy a subestimarte.
Ella dejó escapar un bufido, negando con la cabeza. A pesar del dolor y la incomodidad, su actitud desafiante permanecía intacta.
—Si realmente supieras de lo que soy capaz, no estarías tan tranquilo, ¿no crees? —replicó, esbozando una sonrisa burlona. Pero su mirada se endureció un segundo después—. Hazme un favor, dile a tus lacayos que salgan de aquí.
Inho levantó una ceja bajo la máscara, aunque su postura no se alteró.
—¿Y por qué haría eso?
—Porque si no lo haces —dijo Hyejin, inclinándose hacia adelante lo que le permitían las sogas—. Voy a asegurarme de que todos aquí sepan quién eres realmente.
Un silencio pesado se instaló en la habitación. Inho la miró, su respiración apenas audible tras la máscara. Finalmente, hizo un gesto con la mano, y los soldados que custodiaban la puerta salieron sin protestar.
—Siempre tan convincente —Inho murmuró, quitándose la máscara para revelar un rostro que Hyejin conocía demasiado bien. Su mirada, fría y calculadora, se clavó en ella como un cuchillo—. Dime, ¿Junho te lo contó?
El nombre de Junho hizo que el corazón de Hyejin diera un vuelco. Su expresión se endureció, pero no pudo evitar que un destello de dolor cruzara sus ojos.
—¿De verdad estás preguntando eso? —respondió con ironía—. Sabías que éramos novios. ¿Qué clase de idiota piensa que Junho no me diría algo así?
Inho no respondió de inmediato. Hyejin aprovechó el momento para continuar.
—Sé que tú fuiste quien le disparó.
Por un breve instante, algo parecido a la duda pasó por el rostro de Inho, pero fue tan rápido que Hyejin no estuvo segura de haberlo visto.
—¿Junho también está investigando sobre la isla y los juegos? —finalmente cuestionó.
La mente de la chica trabajó frenéticamente, sopesando las posibilidades. Si decía la verdad, lo pondría en peligro. Así que optó por la mentira.
—No. Junho no tiene nada que ver con esto.
Inho la miró en silencio, evaluándola, buscando algún rastro de duda en sus palabras. Pero Hyejin mantuvo su postura, su expresión estoica, aunque por dentro sentía que su corazón estaba a punto de romperle las costillas con cada latido.
—No te creo —murmuró.
—Eso no me importa —Hyejin replicó con frialdad—. Junho no está involucrado. Déjalo fuera de esto.
Inho dio un paso adelante, acercándose lo suficiente para que su imponente presencia se sintiera como un peso físico sobre ella.
—Dime lo que sabes, Hyejin —exigió, su voz más firme ahora, casi como un mandato.
La chica lo miró directamente, sus labios apretados en una línea desafiante.
—No.
El hombre cerró los ojos un momento, como si estuviera luchando consigo mismo. Su mandíbula se tensó y, al abrirlos, se dio la vuelta hacia la puerta.
—Entren.
Luego de sus palabras, los soldados entraron en la oficina, sus pasos resonando en el pequeño espacio. Hyejin sintió cómo su cuerpo se tensaba instintivamente, pero no dejó que su rostro traicionara el miedo que empezaba a formarse en su interior. Inho levantó una mano hacia ellos, señalando a la mujer amarrada en la silla.
—Hagan lo que sea necesario —dijo, aunque su voz no tenía la convicción que solía caracterizarlo.
El primer golpe llegó sin aviso, un puño cerrado directo a su mejilla que hizo que su cabeza girara bruscamente hacia un lado. El dolor fue instantáneo, agudo, pero Hyejin no emitió ni un sonido. Se obligó a mirar de nuevo a Inho, sus ojos llenos de desafío incluso mientras sentía el calor de la sangre correr por su labio.
—Habla, Hyejin —insistió, su voz dura, pero con una nota casi imperceptible de incomodidad.
Ella negó con la cabeza, apretando los dientes para contener un gemido cuando otro golpe la alcanzó en las costillas.
—No diré nada —espetó entre dientes.
Inho hizo una mueca, una expresión que dejaba entrever su conflicto interno. No quería lastimarla. Lo sabía. Hyejin podía verlo en su postura, en la forma en que evitaba mirarla directamente. Pero también sabía que estaba atrapado, que sentía que no tenía otra opción.
Cuando uno de los soldados levantó su bota, apuntando a su estómago, Hyejin gritó.
—¡Detente! —exclamó, encorvándose instintivamente para proteger su vientre.
El grito resonó en la habitación, y durante un instante, todo se detuvo. Inho levantó una mano, y los soldados se quedaron inmóviles, esperando su siguiente orden.
—¿Vas a hablar? —el lider preguntó.
Hyejin levantó la cabeza lentamente, sus ojos llenos de lágrimas que no permitía caer.
—Estoy embarazada —habló, con un hilo de voz.
La habitación quedó en un silencio sepulcral. Inho la miró, inmóvil, como si intentara procesar lo que acababa de escuchar. Finalmente, habló, su voz cargada de incredulidad.
—¿De quién es?
Hyejin dejó escapar una risa amarga, a pesar del dolor que sentía en todo su cuerpo.
—¿De quién crees? Por supuesto que es de Junho. Él es mi prometido.
El rostro de Inho mostró una mezcla de sorpresa y algo más difícil de identificar, quizás remordimiento. Bajó la mirada por un momento antes de volverse hacia los soldados.
—Salgan de aquí.
Los hombres obedecieron sin dudar, dejando a Hyejin e Inho solos en la habitación, envueltos en un silencio cargado de tensión y emociones no dichas.
Después de lo que le acababa de revelar, la conversación había cambiado. Ya no había lugar para las amenazas directas o las órdenes de dolor. Ahora era otra batalla, una mucho más delicada y personal.
Finalmente, Inho rompió el silencio, su voz baja y grave, sin la autoridad de antes, pero con un peligro más frío, calculado.
—Te lo voy a decir una vez, Hyejin —musitó, su mirada fija en ella—. Aléjate de los juegos. Olvídate de todo lo que has descubierto. Ya no tienes lugar en esto. No quiero verte más involucrada.
Hyejin no pudo evitar una ligera mueca de incredulidad. La lucha interna de Inho era evidente, y aunque Hyejin no quería que él tuviera ninguna ventaja, no pudo evitar sentir un leve destello de empatía. Él quería proteger a su hermano, a Junho, alejandolo de todo lo que estuviera relacionado con los juegos.
—Y si no lo hago... ¿Me vas a hacer otra vez lo que me hiciste? —ella respondió.
Inho exhaló lentamente, como si estuviera buscando las palabras correctas, y luego, con una calma sorprendente, dijo:
—No. No voy a lastimarte otra vez, Hyejin. No cuando llevas a mi sobrino en tu vientre. Pero no te engañes. No tienes idea de lo que esto realmente significa.
Su voz se suavizó por un momento, casi como si en su interior estuviera tratando de persuadirla, de hacerla entender. Pero su tono se endureció rápidamente, y su mirada se volvió implacable, como una muralla.
—Te dejo ir, solo porque llevas a mi sobrino. Pero si vuelves a acercarte a este juego, a lo que está pasando en la isla, o si sigues investigando, no te perdonaré. No te haré más advertencias. Ya te lo he dicho. Si tú o Junho siguen buscando respuestas, todo va a terminar de una manera que ninguno de los dos querría.
Hyejin sentía la furia acumulándose dentro de ella, pero intentó calmarse. Cada palabra que él pronunciaba parecía una condena, pero su mente ya estaba maquinando lo que haría a continuación.
Inho se dio la vuelta, caminando hacia la puerta, pero antes de salir, se detuvo. Hyejin lo observaba en silencio, sus pensamientos mezclados con la incertidumbre de lo que vendría.
—Tienes una última oportunidad —añadió, sin volverse—. No me hagas arrepentirme de esta decisión. Porque si me entero de que vuelves a acercarte a los juegos... No habrá marcha atrás.
Con esas palabras, el lider salió de la habitación, dejando a Hyejin sola con sus pensamientos. Unos momentos pasaron, en los que todo lo que ella podía escuchar era el sonido de su respiración entrecortada. El dolor, tanto físico como emocional, comenzaba a nublar su mente, pero algo dentro de ella se mantenía en pie.
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El aire frío de la noche golpeaba el rostro de Hyejin mientras salía tambaleándose del edificio. Sus muñecas y tobillos aún dolían por las marcas que las ataduras habían dejado, pero lo peor no era el dolor físico, sino el peso emocional que cargaba en ese momento. Con cada paso que daba hacia su auto, su mente estaba nublada por la preocupación y el miedo. Las palabras de Inho resonaban en su cabeza como una advertencia constante.
Al llegar a su auto, abrió la puerta con esfuerzo, soltando un pequeño quejido cuando el movimiento brusco tensó sus músculos adoloridos. Se sentó en el asiento del conductor, apoyando las manos temblorosas sobre el volante mientras trataba de calmarse. Su respiración era irregular, y por un instante, cerró los ojos, permitiéndose una pequeña pausa para recomponerse.
Pensó en ir al hospital. Tal vez allí podrían aliviar el dolor en su cuerpo, pero rápidamente desechó la idea. Sabía que los doctores harían demasiadas preguntas, y las respuestas que necesitaban no eran algo que pudiera darles. Además, no podía arriesgarse a que Junho se enterara antes de tiempo.
Finalmente, decidió que lo mejor sería ir a casa. Junho estaba trabajando, y eso le daba una pequeña ventaja: podría limpiarse, cambiarse de ropa y descansar antes de que él llegara.
Con cuidado, encendió el motor y comenzó a conducir. Cada bache en la carretera parecía multiplicar el dolor en su cuerpo, y no pudo evitar soltar pequeños gemidos de vez en cuando. Mientras esperaba en un semáforo, sus pensamientos la llevaron a un recuerdo reciente que había tratado de enterrar.
Instintivamente, llevó una mano al vientre. Fue hace solo unas semanas cuando las náuseas matutinas se habían vuelto imposibles de ignorar. Al principio pensó que era estrés, las noches en vela y la presión constante de los juegos que lo explicaban todo. Pero cuando su período se retrasó, el temor comenzó a asentarse en su corazón. Finalmente, incapaz de ignorar las señales, había ido al hospital para hacerse un chequeo. Había esperado cualquier cosa, cualquier diagnóstico que no fuera lo que temía. Pero la prueba había sido concluyente: estaba embarazada.
Al principio, no quería que fuera verdad. Pero ahora, las cosas eran diferentes. Sabía que debía enfrentar esa realidad. La nueva vida dentro de ella no era algo que pudiera ignorar.
El sonido de un claxon detrás de ella la sacó de sus pensamientos. La luz del semáforo había cambiado a verde, y los conductores empezaban a impacientarse. Murmuró una disculpa para sí misma y presionó el acelerador, retomando el camino hacia casa. Sin embargo, su mente estaba lejos de la carretera. Pensaba en Junho, en cómo iba a decirle lo que había descubierto.
Sabía que él estaría feliz. Ambos habían hablado de formar una familia, de tener hijos algún día, pero las circunstancias no podían ser peores. Con los juegos, el plan de Gihun y ahora las amenazas de Inho, todo parecía una tormenta que se intensificaba con cada paso que daban.
Las preguntas llenaban su mente mientras conducía, pero ninguna tenía una respuesta clara. Lo único que sabía con certeza era que tendría que decirle la verdad, y pronto. Pero no hoy. Hoy necesitaba tiempo para procesar, para pensar en cómo abordar la situación sin añadir más peso a la ya pesada carga que Junho llevaba.
Al llegar a casa, Hyejin apagó el motor y se quedó sentada en el auto por un momento. Su reflejo en el retrovisor la hizo estremecerse: su rostro estaba pálido, y el rastro de lágrimas secas manchaba sus mejillas. Respiró hondo, obligándose a recuperar la compostura antes de entrar.
Por ahora, lo único que podía hacer era mantenerse fuerte. Por Junho. Por el bebé. Por ella misma.
Al entrar en el apartamento, la calidez del lugar le proporcionó un alivio momentáneo, pero el peso de las decisiones que tendría que tomar pronto la siguió como una sombra persistente.
El silencio en el apartamento se rompió con el leve sonido de la llave girando en la cerradura. Hyejin entró despacio, cerrando la puerta detrás de ella y recostándose brevemente contra el marco mientras intentaba calmar su respiración agitada. El cansancio y el dolor parecían envolverla, pero algo más llamó su atención de inmediato: las luces del apartamento estaban encendidas.
Frunció el ceño. Estaba segura de que las había apagado antes de salir, y Junho no debería estar en casa a esa hora. La ansiedad creció en su pecho mientras recorría con la mirada el pasillo hacia la sala. Su mente, agotada pero alerta, comenzó a formular escenarios.
Sin perder tiempo, se dirigió rápidamente a la cocina. Sus manos temblaban ligeramente mientras tomaba el primer cuchillo que encontró en el cajón. La hoja reflejaba la luz con un brillo frío y metálico, pero era suficiente para defenderse si era necesario. Apoyándose en la pared, avanzó con cautela, sus pasos apenas resonando en el suelo.
Con cada paso que daba, los latidos de su corazón resonaban más fuertes en sus oídos. De repente, una figura apareció frente a ella en el pasillo, y Hyejin reaccionó al instante, alzando el cuchillo en defensa.
—¡Hyejin! —Junho se detuvo en seco, sorprendido al verla con el arma en la mano. Su rostro se transformó rápidamente de confusión a alarma al notar algo más: un rastro de sangre goteaba lentamente desde la frente de Hyejin, manchando su camisa.
—¿Qué... Qué estás haciendo? —preguntó, su voz entrecortada por la incredulidad.
La chica bajó el cuchillo de golpe, soltando un suspiro tembloroso mientras trataba de procesar lo que acababa de ocurrir. Antes de que pudiera responder, Junho cerró la distancia entre ambos y tomó sus brazos con delicadeza, guiándola hacia el sofá.
—Estás sangrando. Siéntate—su tono se llenó de preocupación, y la determinación en su mirada no dejó lugar a discusión.
Hyejin se dejó caer en el sofá, sintiendo cómo el cansancio acumulado comenzaba a apoderarse de ella. Observó en silencio mientras Junho desaparecía por el pasillo, escuchando el sonido de los cajones siendo abiertos y cerrados en el baño. Su mente se llenó de pensamientos caóticos. ¿Cómo le iba a explicar lo que había pasado?
Unos segundos después, Junho regresó con el botiquín en las manos. Se arrodilló frente a ella, colocando el estuche sobre la mesa de centro y sacando gasas y desinfectante. Sus manos eran firmes, pero su expresión traicionaba la preocupación que sentía.
—Linda... ¿qué pasó? —preguntó mientras comenzaba a limpiar la herida en su frente.
Ella apartó la mirada, incapaz de sostener su intensa mirada. Sabía que mentir sería difícil, pero la verdad no era una opción. El nudo en su garganta creció mientras buscaba las palabras adecuadas.
—Fue... —Hyejin titubeó, sus manos apretando con fuerza los bordes del sofá. Sabía que una excusa sencilla como "me caí" no funcionaría. Junho la conocía demasiado bien. Finalmente, dejó escapar un suspiro y optó por una versión simplificada de la verdad—El restaurante. Los soldados lo atacaron.
Junho se detuvo por un instante, sus cejas frunciéndose mientras procesaba lo que acababa de escuchar.
—¿Los soldados? ¿Qué hacían ahí? ¿Cómo fue que te lastimaron?
—No lo sé. Llegaron de repente. No estaba preparada —la chica omitió deliberadamente mencionar a Inho. Era un detalle que Junho no podía saber, no ahora.
El mayor no parecía convencido, pero tampoco insistió de inmediato. En su lugar, continuó limpiando la herida con cuidado, sus manos moviéndose con precisión mientras aplicaba el vendaje.
Luego de unos minutos, Junho terminó de vendarla y dejó escapar un largo suspiro, inclinándose hacia atrás mientras se pasaba una mano por el cabello.
—No sé qué está pasando, pero quiero que me lo digas todo. Si estás en peligro, no puedo ayudarte si no me dices la verdad.
Hyejin bajó la mirada, sus manos entrelazándose nerviosamente en su regazo. Sabía que Junho no dejaría de insistir, pero por ahora, tenía que mantenerlo a salvo, incluso si eso significaba cargar con el peso de la verdad sola.
—No quiero que te preocupes por mí. Estoy bien, Junho. De verdad.
Él la miró fijamente, claramente dudando de sus palabras, pero finalmente se levantó y le dio un poco de espacio.
—Si necesitas algo, me lo dices. Por favor. No hagas esto sola —sus palabras eran un ruego más que una orden.
Hyejin asintió de nuevo, sintiendo cómo la culpa comenzaba a asentarse en su pecho. Junho merecía la verdad, pero no esta noche. No mientras ella misma luchaba por mantener su mundo entero unido por un hilo.
El silencio que se había asentado entre ellos era denso, casi tangible. Junho se levantó del sofá y comenzó a recoger el botiquín, pero Hyejin lo detuvo.
—Junho, hay algo más —habló, su voz baja pero firme.
Él se detuvo en seco, girándose hacia ella con el ceño fruncido. Su expresión era una mezcla de preocupación y anticipación.
—¿Qué cosa? —murmuró con cautela, dejando el botiquín sobre la mesa.
Hyejin tragó saliva, sintiendo cómo las palabras se formaban lentamente en su mente.
—Ellos saben. Saben que estamos planeando algo.
Junho frunció aún más el ceño, acercándose para sentarse frente a ella.
—¿Qué significa eso exactamente?
—No saben con exactitud qué es, pero están seguros de que tenemos un plan. Nos están observando, Junho. Y si hacemos el más mínimo movimiento en falso, estarán listos para actuar.
La mandíbula de Junho se tensó, y sus ojos parecían arder con una mezcla de frustración y preocupación.
—Esto es precisamente lo que no quería, Hyejin. No quería que te involucraras. No quería que estuvieras en el centro de todo esto.
Ella levantó la cabeza de inmediato, sintiendo cómo la rabia burbujeaba en su pecho.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué no querías que me involucrara? —repitió, incrédula—. Junho, estoy tan metida en esto como tú. No puedes pedirme que me quede al margen.
—¡Sí puedo pedírtelo! —él replicó, su voz elevándose ligeramente—. ¡Porque no quiero que te pase nada!
—¿Crees que necesito que me protejas? ¿Crees que no puedo cuidarme sola?
Junho suspiró, pasando una mano por su cabello.
—No es eso, Hyejin.
—¿Entonces qué es? —continuó, alzando una ceja—. Porque me parece que sigues viéndome como alguien débil, como alguien que necesita ser protegida solo porque soy mujer.
Junho la miró directamente, sus ojos oscuros llenos de una intensidad que la hizo callar.
—No te protejo porque seas mujer, Hyejin. Te protejo porque eres mi mujer.
Las palabras la golpearon como una ola, dejándola sin aliento. Su rostro perdió toda dureza mientras las emociones se agolpaban en su pecho. Junho continuó, su voz ahora más suave pero no menos firme.
—Eres mi todo, Hyejin. No es una cuestión de fuerza o de género. Es porque no podría soportar perderte.
Ella se quedó en silencio, las palabras atrapadas en su garganta. Las lágrimas amenazaron con escapar, pero las contuvo. No podía mostrar debilidad en ese momento.
Junho dio un paso atrás, respirando profundamente antes de hablar de nuevo.
—Si vamos a hacer esto, Hyejin, lo vamos a hacer juntos. Pero con una condición.
Ella levantó la mirada, esperando su respuesta.
—Estarás a mi lado en todo momento. No irás sola, no tomarás decisiones sin consultarme.
El corazón de Hyejin latió con fuerza. La determinación en sus palabras, mezclada con la preocupación genuina en su voz, la desarmó por completo.
—Junho... —empezó a decir, pero él negó con la cabeza.
—No voy a discutir esto más. Eres parte de esto porque lo quieres, y no voy a detenerte. Pero si algo te pasa... —Junho hizo una pausa, tragando el nudo en su garganta—. No sé si podría seguir adelante.
Hyejin asintió lentamente, sintiendo el peso de sus palabras. Por primera vez en mucho tiempo, las emociones de ambos estaban completamente al descubierto.
—De acuerdo —musitó finalmente, su voz apenas un susurro—. Lo haremos juntos.
El contrario dejó escapar un suspiro aliviado, pero su mirada seguía cargada de preocupación.
—Juntos —repitió, como si necesitara convencerse a sí mismo de que sería suficiente para mantenerla a salvo.
En ese momento, ambos sabían que estaban entrando en terreno peligroso. Pero al menos, lo enfrentarían juntos.
JES'S NOTE !
llámenme loca, pero yo siempre voy a pensar que inho no quería lastimar a junho, solo quería 'protegerlo' de los juegos (DE FORMA MUY ESTÚPIDA) 🤓 y por eso mismo le disparó en el hombro, ya que no quería matarlo, sino asustarlo.
quiero que el bebé de mis niños ya nazca, porque estoy segura de que van a ser muy buenos padres 🥹
PD: perdón por no actualizar, pero estoy muy enfermaaa 😞 ni siquiera he tenido ganas de meterme al computador, aunque voy a tratar de subirles los capítulos que ya tengo listos 🙌🏻 cuando me sienta mejor voy a escribir los capítulos que faltan !!
GRACIAS POR LEERME <3 luv u.
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