nine. game over
OO9 | GAME OVER
La habitación de Hyejin, aunque pequeña y carente de cualquier adorno que pudiera brindar consuelo, le había parecido un refugio momentáneo tras el primer juego. Apenas llevaba unos minutos allí, tratando de controlar la respiración que aún se le escapaba entrecortada, cuando aquella voz metálica resonó nuevamente en el diminuto espacio:
—Soldado 007, prepárese para salir.
El corazón de Hyejin dio un vuelco. Cerró los ojos con fuerza y frunció el ceño, como si pudiera bloquear la orden con su descontento.
Con movimientos rápidos y torpes, se colocó el pasamontañas y ajustó la máscara en su rostro, tratando de calmar las manos temblorosas que no parecían obedecerle.
Mientras abría la puerta de su habitación, un escalofrío recorrió su espalda. El pasillo estaba tan silencioso que cada uno de sus pasos resonaba con un eco perturbador. Miró a su alrededor, esperando ver a alguien más.
De repente, una puerta al final del corredor se abrió. Otro soldado, también con el uniforme triangular, salió de su habitación. Hyejin lo observó con cautela, notando que su postura era firme. Estaba claro que era un ex militar.
El hombre se acercó, con un andar que mezclaba seguridad y curiosidad.
—¿Eres nuevo? —preguntó.
Por un momento, Hyejin se quedó sin palabras. Había asumido que la comunicación entre ellos estaba prohibida, que las máscaras no solo ocultaban sus rostros, sino también cualquier rastro de humanidad. Su sorpresa era evidente, pero solo se limitó a asentir.
El soldado la observó por un instante, luego inclinó ligeramente la cabeza.
—Sígueme.
Hyejin no discutió. Lo siguió en silencio, sus pasos resonando detrás de los de él mientras recorrían un intrincado laberinto de pasillos metálicos y fríos. No podía evitar preguntarse a donde la llevaban ahora.
El aire en los corredores parecía volverse más pesado con cada giro, y el silencio solo lo rompían los ecos de sus botas golpeando el suelo.
Finalmente, llegaron a una imponente puerta metálica. Frente a ella, un hombre con una máscara cuadrada esperaba con una presencia que irradiaba autoridad. A su alrededor, cuatro soldados con máscaras triángulo permanecían en formación, inmóviles como estatuas. Hyejin y su acompañante se detuvieron detrás de ellos.
La voz femenina volvió a resonar en su auricular, con la misma frialdad que la hacía estremecer cada vez que la escuchaba:
—Soldados, prepárense para entrar.
Hyejin tragó saliva y bajó la mirada hacia su MP5A3. Con dedos tensos, revisó que estuviera cargado, aunque en el fondo esperaba no tener que usarlo.
La puerta metálica emitió un chasquido pesado y comenzó a abrirse lentamente. El sonido del mecanismo era grave, casi amenazante, y revelaba un espacio oscuro al otro lado.
El líder de la máscara cuadrada dio un paso al frente, seguido de los soldados. Hyejin entró detrás de los demás. Levantó la mirada y, para su sorpresa, vio una habitación amplia y fría llena de literas de seis niveles. El espacio parecía diseñado para apilar a las personas como si fueran meros objetos.
En el suelo, sentados en grupos desordenados, estaban los jugadores que habían sobrevivido al primer juego. Algunos miraban al vacío, otros lloraban en silencio, mientras unos pocos intentaban mostrarse valientes. Hyejin no podía evitar sentir cómo su corazón se encogía al contemplar esa escena.
Al principio, Hyejin había asumido que los participantes serían delincuentes, personas con un historial oscuro que justificara su presencia allí. Pero lo que tenía frente a ella eran rostros comunes, tan ordinarios como los de cualquier vecino, amigo o familiar. Eran personas desesperadas, buscando una última oportunidad de sobrevivir, de salvar a sus familias o de escapar de las cadenas de la pobreza y las deudas.
Sin embargo, no todos compartían esa desesperación por un propósito noble. Hyejin sabía que algunos estaban allí por motivos más egoístas: adictos a las drogas, al alcohol, ludópatas que apostaban más allá de lo que podían pagar, o aquellos que solo buscaban dinero para continuar con vidas deshonestas. Ellos eran los más fáciles de matar.
Cuando los soldados entraron, el ambiente en la sala cambió de inmediato. Los jugadores se pusieron de pie rápidamente, retrocediendo con evidente temor. Algunos se presionaban contra las paredes como si estas pudieran protegerlos, mientras otros bajaban la mirada, evitando cualquier contacto visual.
Hyejin tragó saliva con dificultad. Sentía el peso de sus miradas, incluso si no podían ver su rostro.
El líder, con su máscara cuadrada impecable y su postura imponente, dio un paso adelante. Su voz resonó en el espacio, fría y calculada:
—Han logrado ganar el primer juego. Muchas felicidades a todos. Es hora de anunciar los resultados.
Todos los presentes levantaron la vista hacia una pantalla enorme que colgaba sobre ellos. Los números comenzaron a descender rápidamente, como un reloj que cuenta regresivamente hacia un destino incierto. Finalmente, se detuvieron en el número 201.
—De 456 jugadores, 255 fueron eliminados, y 201 jugadores completaron el primer juego.
El silencio que siguió a esas palabras fue ensordecedor. Entonces, una mujer de mediana edad dio un paso al frente. Sus ojos estaban hinchados, y sus manos temblaban mientras las frotaba una contra otra en un gesto desesperado.
—¡Voy a pagar todas mis deudas! —sollozó, su voz quebrándose con cada palabra—. Todas mis deudas, señor... ¡Por favor! —la mujer se dejó caer de rodillas, las lágrimas cayendo al suelo—. Tengo un niño... Ni siquiera he podido registrarlo porque no tiene nombre. ¡Por favor, déjeme ir!
Las súplicas de la mujer desataron una reacción en cadena. Uno a uno, los jugadores comenzaron a rogar por sus vidas, sus voces mezclándose en un coro de desesperación. Algunos cayeron al suelo, llorando y golpeando el piso con los puños, mientras otros gritaban en dirección al líder.
Hyejin observó la escena con un nudo en el estómago. Sentía cada súplica como una punzada en su conciencia. Cada palabra que escuchaba parecía ahondar en su culpa, como si cada lamento fuera un eco de las vidas que había arrebatado.
El líder levantó una mano, silenciando el caos con un simple gesto.
—Parece que ha habido un malentendido —dijo con calma, aunque su voz seguía siendo tan fría como al inicio—. No estamos aquí para lastimarlos, ni para cobrarles sus deudas. Les recuerdo que nuestro objetivo es darles una oportunidad.
Hyejin apretó los dientes al escuchar esas palabras. ¿Una oportunidad? ¿Era oportunidad matarlos en un juego de niños? Era una ironía cruel. Les prometían ayuda, pero solo los empujaban hacia una muerte segura.
Las quejas comenzaron a estallar de nuevo.
—¡Le pido que me deje salir, por favor! —gritó un hombre desde el fondo de la sala.
El líder respondió de inmediato:
—Cláusula número 1: Al jugador no se le permite dejar de jugar.
Hyejin alzó la vista, sorprendida. Sabía que eso era mentira. Había leído las reglas detenidamente, y la cláusula número 3 decía claramente que los jugadores podían votar para terminar los juegos si una mayoría lo deseaba.
—¡En cualquier momento, la policía vendrá a buscarnos y acabará con todos ustedes! —gritó otro jugador, su voz llena de desesperación.
El caos estaba creciendo, y Hyejin sabía que pronto habría consecuencias. Ella misma estaba al borde del colapso, atrapada entre las órdenes que debía cumplir y la humanidad que intentaba desesperadamente no perder.
Los participantes se agolpaban, algunos tratando de calmarse entre ellos, otros buscando un escape a toda costa. La angustia era palpable, el miedo los había consumido, pero en el fondo, todos sabían que, en ese lugar, no había lugar para la empatía. Sólo había espacio para la supervivencia.
Fue en ese instante que el líder levantó su revólver. El eco del disparo resonó por toda la sala, cortando de golpe los gritos, haciendo que los participantes se cubrieran instintivamente. Los soldados a su alrededor, con sus armas ya cargadas, apuntaron a todos los presentes.
—Cláusula número 2: El jugador que se niegue a jugar será eliminado.
Hyejin sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. Sabía que las amenazas no eran vacías. Aquel hombre estaba acostumbrado a este tipo de confrontaciones.
Fue entonces cuando, de entre la multitud, un hombre se levantó. Estaba respirando agitadamente, pero en sus ojos brillaba una determinación feroz. No había miedo, sólo una desesperación que parecía darle fuerzas para enfrentar lo que venía.
—¡Cláusula número 3! —exclamó con fuerza, dando un paso al frente, desafiando la mirada de los guardias—. Los juegos pueden terminarse si la mayoría está de acuerdo, ¿no es así?
Hyejin no pudo evitar esbozar una sonrisa bajo su máscara. Ese hombre, a pesar del pánico que lo envolvía, estaba luchando por algo más que su propia vida. Era valiente.
El líder, por un momento, pareció vacilar. Sus ojos estudiaron al hombre con una calma inquietante. Luego, tras unos segundos que parecieron eternos, asintió lentamente.
—Es verdad —dijo, su tono impersonal—. Se llevará a cabo una votación para decidir si terminamos el juego.
Un murmullo de alivio se extendió entre los participantes. Era una oportunidad, una chispa de esperanza en medio de la oscuridad que los rodeaba. Pero Hyejin sabía que la esperanza era peligrosa en un lugar como ese. Podía ser tan efímera como la vida misma.
—Antes de votar, déjenme anunciar la cantidad del premio, como se prometió anteriormente.
La voz del líder resonó nuevamente, y en ese momento, las luces de la sala se apagaron de golpe, sumiéndolos en la oscuridad por un breve segundo. Un parpadeo, y la sala se iluminó con luces frías que resaltaban una figura en el techo.
Hyejin levantó la vista. En lo alto, una alcancía gigante de cerdo transparente estaba suspendida. Un tubo conectado a ella comenzó a liberar fajos de dinero, que caían uno a uno, llenando la alcancía con billetes de colores brillantes.
La multitud observó el espectáculo en estado de shock, como si no pudieran creer lo que veían. La cantidad de dinero era absurda. ¿Todo eso es para el ganador?
—255 jugadores fueron eliminados en el primer juego —informó el líder, como si todo fuera una simple estadística, sin emoción, sin humanidad—. Cien millones de wones están en juego para cada jugador. Por lo tanto, 25.500 millones de wones se han acumulado hasta ahora.
Hyejin sintió cómo sus pensamientos se nublaban por un momento. La cifra era tan grande que parecía inalcanzable, como si fuera una ilusión. ¿De dónde sacaban tanto dinero? Estaba segura de que había algo siniestro detrás de todo esto, algo que ella no lograba comprender. ¿Quién estaba financiando todo eso? ¿Y por qué?
—¿Quieren dejar de jugar? Los 25.500 millones de wones serán enviados a las familias en duelo de los eliminados. 100 millones de wones a cada una. Sin embargo, si deciden abandonar el juego, todos ustedes se irán a casa... Sin nada.
Las personas a su alrededor empezaban a mirar con ansiedad la alcancía llena de dinero, como si fuera la única salida posible. ¿Era ese dinero lo que realmente los motivaba? ¿O estaban simplemente atrapados en un ciclo de desesperación del que no podían salir?
—¿Y si ganamos los seis juegos? —preguntó una jugadora, curiosa—. ¿De cuánto sería el premio?
—Como había 456 jugadores, el premio total es de 45.600 millones de wones —el líder respondió, haciendo una pausa—. Como pueden ver, hay dos botones frente a ustedes. La votación se hará de la siguiente manera: Si desean seguir jugando, presionen el botón verde con un círculo. Si quieren dejar de jugar, presionen el botón rojo con una equis. Después de votar, muévanse al otro lado de la línea blanca.
Hyejin frunció el ceño. ¿De verdad eso era todo? ¿De verdad era tan fácil? Podía sentir la tensión aumentando en el aire, como si algo estuviera a punto de estallar.
Luego de unos segundos, la votación comenzó. El líder había ordenado que la votación fuera en orden inverso, comenzando con el jugador número 456. Hyejin observó con atención mientras cada jugador, uno a uno, caminaba hacia el frente. Algunos lo hicieron con pasos vacilantes, otros con una determinación evidente. El primer jugador se acercó, con los ojos brillando de desesperación. No era difícil ver lo que estaba en juego para él, pero finalmente, apretó el botón rojo, eligiendo salir.
—Jugadora 453, por favor, vote.
Hyejin observó cómo el proceso se alargaba, cómo cada voto parecía llenar el aire de incertidumbre. Había peleas entre los jugadores, discusiones sobre la mejor opción, pero todos sabían que el tiempo estaba en contra. Los soldados intervenían, separando a aquellos que se alteraban demasiado.
Cuando finalmente llegó el turno del último jugador, la persona que decidiría el destino de todos, el marcador estaba empatado: 100 a 100. La decisión estaba en sus manos. Hyejin respiró hondo, observando con atención cada movimiento, sabiendo que el futuro de todos dependía de este último voto.
El silencio era insoportable. Hyejin podía sentir cómo la tensión en el aire se volvía más densa, como una niebla espesa que se colaba en sus pulmones, impidiéndole respirar con normalidad. Todos observaban, algunos con la esperanza en los ojos, otros con el miedo profundo de lo que se venía.
La sala estaba atrapada en una quietud mortal. El líder, con su voz monótona, había explicado las reglas una vez más, y ahora, todo dependía de ese último voto.
¿Qué haría él? ¿Seguiría adelante en este juego macabro? ¿O elegiría el fin, la única salida posible?
El señor frente a ella, con su rostro marcado por la fatiga, parecía estar luchando con algo más que la decisión. Se estaba cuestionando. La multitud estaba en espera, todos con la mirada fija, sin aliento, como si sus vidas dependieran de lo que él hiciera en ese instante.
Finalmente, el señor, con una exhalación profunda que parecía descargar todo el peso de la angustia que había estado cargando, se inclinó hacia el panel. Sus dedos rozaron el botón verde primero, el círculo, como si estuviera tentado a seguir adelante. Pero luego, como si algo lo hubiera hecho cambiar de opinión, sus manos se detuvieron en el aire por un instante.
Con una mirada firme, el señor presionó el botón rojo. La equis se iluminó inmediatamente, la luz roja brillando en el panel frente a ellos, y la sala estalló en un rugido ensordecedor. Los gritos de los jugadores se mezclaron en una cacofonía de emociones encontradas: algunos celebraban, otros lloraban de alivio, y algunos, como Hyejin, simplemente permanecieron en silencio, mirando la escena con el corazón latiendo desbocado.
La luz del marcador cambió, y la voz del líder resonó nuevamente, esta vez sin la menor pizca de emoción en sus palabras:
—La mayoría de los jugadores ha votado para terminar el juego. Por lo tanto, este juego ha llegado a su fin.
🦑♥️🚨
El aire en los pasillos era pesado, aunque el silencio casi absoluto lo hacía parecer más ligero de lo que en realidad era. Hyejin caminaba despacio, sus pasos resonando suavemente contra las paredes grises y vacías. Era extraño cómo el bullicio de los días anteriores se había desvanecido tan rápido. Ahora que no había trabajo que hacer, el lugar estaba desprovisto de vida, salvo por unas cuantas personas, como ella, que vagaban sin rumbo, buscando matar el tiempo o, quizás, tratando de encontrar una manera de no perder la cordura.
Cuando el líder anunció que los juegos volverían a comenzar en dos días, Hyejin sintió cómo su esperanza de regresar a casa se desmoronaba. Había creído, ingenuamente, que la votación pondría fin a todo, que el infierno al que habían sido arrastrados llegaría a su fin. Pero no. Aún no era el momento de escapar. Aún no podía regresar.
Suspiró profundamente, dejando que el eco de su aliento se extendiera por el pasillo vacío. Intentaba convencerse de que podría soportarlo, de que el tiempo pasaría rápido. Sin embargo, en su pecho, la angustia se anidaba como una espina, recordándole cuánto extrañaba a su familia, cuánto deseaba ver las sonrisas de Eunbi y Junho.
Junho.
Solo pensar en él hacía que su corazón se apretara. ¿Qué estaría haciendo ahora? ¿Se preguntaría dónde estaba ella? ¿Estaría preocupado? Él siempre había sido tan protector, tan atento, aunque a veces su carácter testarudo complicaba las cosas. Hyejin sonrió con tristeza. Si supiera lo que estaba haciendo... Si supiera en qué se ha metido, probablemente estaría enfurecido.
Sus pasos continuaron por el pasillo, llevándola a ningún lugar en particular. Cerró los ojos por un momento, visualizando lo que haría con el dinero una vez que los juegos llegaran a su fin.
Primero, la cirugía de su madre. Esa era su prioridad absoluta. Su madre había sufrido demasiado, cargando con una enfermedad que lentamente consumía su vitalidad. Ahora era su turno de retribuir todo lo que la mujer había sacrificado por ella y por Eunbi. Cubriría todos los costos médicos, asegurándose de que recibiera el mejor tratamiento y el mejor cuidado.
Después de eso, pensó en Eunbi. Su pequeña hermana merecía un futuro lleno de oportunidades. Quería que Eunbi pudiera elegir la universidad que quisiera sin preocuparse por el dinero. Quería que estudiara, que cumpliera todos sus sueños sin las limitaciones que ella misma había enfrentado de niña.
Y si después de todo eso aún quedaba algo, invertiría el dinero sabiamente. Hyejin tenía un sueño, uno que había guardado en su corazón desde que era pequeña: Abrir su propio restaurante. Recordó las tardes en las que ayudaba a su madre a cocinar, aprendiendo recetas que ahora formaban parte de su identidad.
La chica continúo caminando, hasta que, al doblar en una esquina, el sonido de voces la sacó de su trance.
Al principio, pensó que su mente le jugaba una mala pasada, pero pronto lo confirmó: Tres soldados estaban sentados en el suelo, hablando cómodamente como si estuvieran en cualquier lugar menos en el corazón de un juego mortal. Su despreocupación la sorprendió, pero lo que más la inquietó fue que estaban sin sus máscaras, dejando sus rostros completamente al descubierto.
Hyejin se detuvo en seco, su mirada fija en ellos. Era extraño ver tanta relajación en un lugar donde la tensión se sentía como una segunda piel. Uno de los soldados, al percatarse de su presencia, giró la cabeza hacia ella.
—¡Oye! —habló con una sonrisa amplia, haciendo un gesto para invitarla a acercarse—. No te quedes ahí parado. Ven, siéntate con nosotros.
—Deberían ponerse las máscaras. ¿Qué pasa si alguien los ve? —murmuró con una mueca. Como respuesta, uno de los soldados, un chico alto de cabello castaño y expresión despreocupada, soltó una risa corta.
—No te preocupes por eso —dijo, quitándole importancia con un ademán de la mano—. Al líder no le importa. Mientras cumplamos con lo que nos toca, nadie nos dirá nada.
Hyejin asintió lentamente, pero su desconfianza no se disipó del todo. ¿Por qué estarían tan seguros de algo así? ¿Acaso tenían un trato especial con el líder? A pesar de sus dudas, decidió no cuestionarlos. Tal vez, después de todo, necesitaba algo de compañía para romper con el aislamiento que la había estado consumiendo.
—Está bien —dijo al fin, acercándose con cautela.
Los tres le hicieron espacio, y ella se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, manteniendo cierta distancia. Los soldados se miraron entre sí antes de presentarse uno a uno.
—Yo soy Minjae —dijo el primero, el de cabello castaño y sonrisa fácil.
—Soy Donghyun —añadió el segundo, un chico más robusto con un aire de seriedad, aunque en ese momento parecía relajado.
El tercero, de apariencia más joven y ojos vivaces, se inclinó ligeramente hacia adelante.
—Y yo soy Taesoo. ¿Y tú?
Hyejin sintió un momento de duda, pero al ver la naturalidad con la que hablaban, decidió que no había peligro. Lentamente, llevó las manos a los costados de su máscara, soltando las correas que la mantenían en su lugar. Cuando se la quitó, el aire frío del pasillo tocó su rostro, y ella levantó la vista para mirarlos directamente.
—Soy Hyejin.
Un silencio repentino cayó sobre el grupo. Los tres soldados la miraron con los ojos abiertos de par en par debido a la sorpresa. Taesoo fue el primero en hablar, su tono incrédulo.
—¿Eres... Una chica?
—¿Eso es un problema? —respondió Hyejin, alzando una ceja.
—¡No, no es un problema! —Minjae exclamó, riendo nerviosamente—. Es solo que todos pensábamos que eras un hombre.
Donghyun asintió, aunque parecía algo avergonzado por su error.
—Es cierto. Tu porte, la forma en que te mueves... Simplemente asumimos que eras uno de los nuestros.
—Supongo que las máscaras hacen difícil saber quién es quién —la chica bromeó.
Los soldados rieron junto a ella, aunque la sorpresa aún estaba escrita en sus rostros.
—¿Cómo terminaste aquí? —Taesoo preguntó de repente, inclinándose un poco más hacia adelante—. No pareces... Bueno, no pareces alguien que pertenecería a este lugar.
La pregunta la tomó por sorpresa, pero antes de que pudiera responder, Minjae le dio un codazo a Taesoo.
—No hagas preguntas incómodas. Si está aquí, tiene sus razones.
—No te preocupes, puedo responder —dijo con una pequeña sonrisa. Bajó la mirada por un momento antes de añadir—: Estoy aquí porque necesitaba el dinero. Todos lo necesitamos, ¿no?
Los tres asintieron en silencio, comprendiendo sin necesidad de más palabras. Había algo en la honestidad de esa declaración que los unía, una verdad compartida entre todos los que se encontraban en ese lugar.
Los minutos transcurrían entre risas y bromas. Aunque al principio Hyejin había estado tensa, la conversación relajada y los comentarios ocasionales llenos de humor comenzaron a desarmar sus defensas. Minjae parecía ser el más hablador, Donghyun aportaba comentarios agudos pero hilarantes, y Taesoo era como un torbellino de energía juvenil.
—¿Y entonces, Hyejin? —preguntó Minjae con una sonrisa burlona mientras la observaba—. ¿Siempre caminas por los pasillos con esa cara de "no me hablen"? ¿O fue algo especial para nosotros?
—Tal vez solo hago excepciones para las personas que deciden romper las reglas y quitarse las máscaras —respondió, con un toque de ironía.
Donghyun dejó escapar una carcajada breve mientras se recargaba contra la pared.
—Es un buen punto. Quizás deberíamos sentirnos honrados.
—Definitivamente deberían.
Taesoo, que había estado jugueteando con un pequeño objeto en sus manos, de repente se inclinó hacia adelante.
—¿Por qué no hacemos algo divertido? —habló con una sonrisa traviesa. Hyejin levantó una ceja, dudando de inmediato.
—¿Qué tipo de "algo divertido"? —cuestionó.
Taesoo sacó una pistola de su cinturón y la giró en su mano, como si estuviera mostrando un juguete.
—¡Tiro al blanco! —exclamó, como si fuera la mejor idea del mundo.
—¿Tiro al blanco? —Minjae repitió con incredulidad—. ¿En este lugar?
—¿Por qué no? —replicó el menor, encogiéndose de hombros—. Estamos aburridos. No hay nada que hacer. Y, además, ¿qué mejor manera de conocer a nuestra nueva amiga que ver cómo dispara?
Hyejin lo miró fijamente, evaluando si estaba bromeando o si realmente estaba hablando en serio. Para su sorpresa, parecía bastante entusiasmado con la idea.
—No sé si esto es lo más sensato que podríamos hacer... —comenzó a decir, pero Taesoo ya estaba de pie, buscando un objetivo improvisado.
—¡Sensato es aburrido! —gritó mientras colocaba una lata vacía que había encontrado en el suelo a unos metros de distancia.
Minjae suspiró dramáticamente y se levantó también.
—Bueno, si vamos a hacer esto, al menos hagámoslo bien. Hyejin, ¿sabes disparar?
—Me eligieron como soldado por una razón —ella respondió con ironía.
—Esto va a ser interesante —Donghyun murmuró, mirando a la contraria con una sonrisa—. Espero que no nos arrepintamos de esto.
Rápidamente, los cuatro se colocaron en fila, con Taesoo explicando rápidamente las "reglas".
—Primero yo, luego Minjae, después Donghyun y, por último, nuestra misteriosa Hyejin. Cada uno tiene tres intentos. El que derribe más veces la lata, gana.
—¿Y qué gana el campeón? —preguntó Minjae con una sonrisa ladina.
—El respeto eterno de los demás, obviamente —el menor dijo, como si fuera obvio. Su comentario hizo que Hyejin dejara salir una risa suave.
—Eso no suena muy tentador.
—Está bien, está bien —se rindió Taesoo, alzando las manos—. El perdedor tendrá que admitir que soy el mejor soldado de todo este lugar.
—¡Nunca sucederá! —Minjae se apresuró a exclamar, provocando risas en el grupo.
El juego comenzó. Taesoo fue el primero y, aunque era evidente que tenía práctica, solo logró derribar la lata una vez. Minjae lo siguió y logró dos aciertos, sonriendo con autosuficiencia mientras retrocedía para dar paso a Donghyun. Este último, con movimientos calculados, igualó el puntaje de Minjae.
Finalmente, fue el turno de Hyejin. La chica sintió cómo los ojos de todos se posaban en ella mientras sostenía la pistola. Respiró hondo, ajustó su postura y apuntó.
—Sin presión —bromeó Minjae, aunque su tono era claramente provocador.
—Cállate —respondió, su concentración inquebrantable.
El primer disparo acertó directamente en la lata, enviándola volando por el pasillo.
—¡Vaya!
Hyejin no se detuvo. El segundo disparo también fue un acierto, derribando la lata nuevamente antes de que pudiera detenerse.
—Esto no es justo —murmuró Minjae, cruzando los brazos.
Hyejin sonrió para sí misma. Con un tercer disparo preciso, envió la lata aún más lejos, asegurándose de que no hubiera duda de su victoria.
—Tres de tres —habló, volviéndose hacia ellos con una pequeña sonrisa triunfante.
Taesoo se dejó caer al suelo teatralmente.
—¡Está bien, lo admito! Hyejin es mejor que nosotros.
—Debería habérmelo imaginado —Minjae musito con resignación—. Eres demasiado buena para esto.
Hyejin guardó la pistola, sintiendo una inesperada oleada de orgullo. Aunque no lo habría admitido, el momento había sido divertido, y por primera vez en días, se sintió un poco más ligera.
JES'S NOTE !
quién diría que hyejin se haría amigos dentro del juego jabsijaiahd esperemos que le dure, porque si esta sola ahí dentro se va a volver loca 🧍🏻♀️
información que no es importante: taesoo es interpretado por choi hyun-wook, minjae es interpretado por kwak dong-yeon, y donghyun es interpretado por kim ji-hoon 🙈 TODOS UNOS WAPETONES.
en esete capítulo no apareció junho ( lamentablemente ) 😞 pero no quería que los juegos pasarán tan rápido, si no que también quería hablar más de la vida de hyejin ahí dentro, ADEMÁS, EN EL SIGUIENTE SALE CADA DOS SEGUNDOS, así que tómenlo como recompensa 🙇🏻♀️
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