epílogo.
Advertencias: Omegaverse, parejas secundarias, historia cliché, drama y angst.
En el sueño, había una figura inclinada sobre su cama, sonriendo dulcemente mientras la miraba con ojos llenos de cariño.
MiYeon recordaba haber visto ese rostro antes, pero no sabía de dónde era.
—Jamás me iré, ¿Está bien? Siempre estaré a tu lado, mi pequeña bebé. Jamás voy a abandonarte, estaremos juntas por toda la vida.
Algo parecía doler en su interior ante esas palabras.
Extendió su mano para poder tocar a la persona frente a ella, sin embargo, el cuerpo pareció desvanecerse entre sus dedos como si sólo fuera humo y vapor, disolviéndose en el aire.
Entonces, despertó.
Jadeó en busca de aire, sudor pegándose a su rostro con los últimos vestigios de sueño desapareciendo, y miró la hora, pensando en lo que podría haberla despertado.
Ah, por supuesto.
Los gritos.
Por lo menos una vez a la semana, sus padres peleaban a gritos en mitad de la noche por el tema de siempre, así como tenía ese sueño disperso al que ya se acostumbró.
—¡Esta es tu maldita casa, Roseanne Park! —gritaba mamá con tono quebrado—. ¡¿Por qué no puedes entenderlo?!
—Vete a la mierda, Ten —gruñía papá, sin una pizca de compasión en su voz—, tú y yo sabemos que nunca seremos una familia.
—¡Han pasado diecisiete años...!
—¡Cállate! ¡Cállate, maldita sea!
Y luego el portazo.
MiYeon se recostó en la cama una vez más, suspirando y sintiendo el aire cargado de una tensión que la hundía un poco más con cada día que pasaba.
La puerta de su cuarto se abrió y MiYeon miró a Ten Park entrar con ojos llorosos y aspecto agotado.
—Hey, cariño. —susurró su mamá, y MiYeon negó con la cabeza.
—No pasa nada —le murmuró—, ya estaba despierta.
Ten sonrió débilmente.
—¿Ansiosa porque mañana es tu primer día de clases? —el hombre entró a la habitación, sentándose en el borde de la cama, y despeinó su cabello de forma amorosa. MiYeon soltó una risa baja, aunque algo no parecía del todo correcto con esa imagen.
Siempre había algo que no parecía correcto, pero no podía descifrar el por qué.
—Claro que sí —mintió, antes de tomar valentía—. ¿Por qué peleaban tú y papá?
Los ojos de su madre se desviaron.
—Ha llegado borracha otra vez. —dijo Ten como si nada, su mano acariciando su cuello.
MiYeon observó la piel del hombre, notando su boca apretada en un rictus de pena, porque era bastante obvio lo que estaba mal: no se veía ninguna marca sobre el cuello de su madre.
Sólo piel limpia, sana, ninguna cicatriz o mancha que marcara que pertenecía a su alfa.
No, la única prueba de que ellos estaban juntos y eran un matrimonio feliz era ella, MiYeon, y su hermano menor, Felix Park.
MiYeon no podía recordar alguna vez si hubo palabras o una mirada de amor entre ellos.
Quizás de su madre sí, pues él parecía siempre dispuesto a satisfacer a su padre, aunque nunca la vio sonreírle. De parte de su padre, la callada y gruñona alfa, sólo había frialdad, desprecio, casi un odio profundo que a veces realmente le asustaba.
Bueno, pero una parte suya parecía comprenderla, ya que sabía que ellos se casaron obligados. Sabía que su padre nunca quiso casarse con su madre. Sabía que había otra persona ocupando el corazón de Roseanne Park.
Lo descubrió meses atrás, a mitades de febrero, cuando su padre llegó apestando a alcohol y sollozando en silencio.
MiYeon nunca antes vio a su padre llorar, por lo que no supo cómo reaccionar al principio. Pasados unos segundos, sólo pudo acercarse a sostenerla, cerrando la puerta, y escuchó sus murmullos:
—¿Crees que ella volverá? —susurraba con tono quebrado—. ¿Crees que ella todavía me ama, Mimi?
MiYeon la miró, sin entender.
—¿Quién, papá? —preguntó en voz baja.
Rosé la miró.
—Lisa.
Pero antes de poder preguntar quién era Lisa, su madre apareció con una mirada de furia y se pusieron a pelear.
MiYeon no tuvo valor más adelante para preguntarle a su padre sobre esa persona, pero sólo tuvo que pensar lo suficiente como para concluir que debía ser un antiguo amor que su padre tuvo y de quién estuvo enamorada. Está enamorada.
—Deberías ir a ver a Felix —sugirió MiYeon de forma repentina—, si se ha despertado, debe estar asustado por los gritos.
Ten asintió, pensativo, y se puso de pie, cubriéndola con las mantas y dándole un beso en la frente.
—Buenas noches, MiYeonie —le susurró—, te quiero.
—Yo también te quiero, mamá.
***
Todo el mundo creyó, hasta los doce años, que MiYeon iba a presentarse como una omega.
Después de todo, MiYeon siempre presentó rasgos que eran característicos de los omegas: un rostro tierno, dulce, casi amable; ojos suaves y mirada tranquila; un silencio calmante y relajante, un cuerpo pequeño y delgado; voz sumisa y dócil. Incluso ahora, a los dieciocho años, habían desconocidos que pensaban en un primer momento que la chica frente a ellos era una omega.
Por eso fue una total sorpresa que MiYeon se hubiera presentado como alfa, en especial para su abuela Park, que no se lo esperó para nada. Ella nunca le prestó suficiente atención a su nieta mayor, sólo a Felix, que parecía un niño alfa y quién iba a heredar el Imperio Park. Eso, por supuesto, hasta que se presentó como omega.
Fue todo un revuelo, porque los papeles se invirtieron de un día para otro, y MiYeon comenzó a ser educada para recibir las empresas de sus abuelos.
A Felix no parecía importarle, porque él parecía más interesado en jugar con sus amigos y no ser educado en los negocios.
A MiYeon, en realidad, no le costó adaptarse a su nueva vida, pues ahora sus abuelos parecían estar prestándole una atención que durante muchos años no tuvo, y eso le gustaba bastante. Además, ¿Quién no estaría feliz de poder recibir a futuro una de las mejores empresas del país?
Pero algo faltaba. MiYeon siempre sentía que algo faltaba, en especial cuando su mamá le sonreía y decía que estaba orgulloso de ella.
Sin embargo, no llegaba a comprender qué era lo que faltaba.
Suspiró, guardando sus cosas en el casillero antes de caminar hacia el salón, saludando a sus compañeros de clases, y escuchó un quejido.
—¡Eres el nuevo omega! Pero que cosita más linda hay aquí, ¿No quieres follar con nosotros?
Se detuvo, girándose, y observó a tres de los simios que tenía por compañeros acorralando a un pequeño omega, que era nuevo en ese lugar.
¿Cómo se llamaba?
Kim JooYeon.
El pobre chico parecía a punto de llorar.
—Oigan —dijo con tono hosco—, dejen de joder un poco, ¿Quieren?
Sus compañeros la miraron con expresiones de sorpresa, porque MiYeon no solía hablar demasiado con todo el mundo, y debido a ello, se miraron sin saber qué hacer.
—¿Lo quieres para ti? —preguntó uno de ellos, arrugando el ceño.
Hizo una mueca de disgusto, a punto de comenzar a hablar sobre los derechos omegas y que ellos no debían ser vistos como objetos, pero sabía que esos idiotas no lo comprenderían. Después de todo, había personas que creían que el hecho de que los omegas pudieran votar ya era derecho suficiente para que estuvieran satisfechos.
En Corea, la lucha por los derechos omegas todavía no alcanzaba un punto crítico como en China o Japón, pero sabía que tarde o temprano las cosas iban a cambiar.
—Sólo déjenlo en paz —hizo una pausa—. Ven, JooYeon.
El chico no dudó en alcanzarla.
—Gracias, MiYeon Noona. —murmuró apenado el chico.
Sacudió la cabeza como si no fuera nada.
Pero para JooYeon si fue mucho, porque estuvo detrás de ella por todo el resto del día, tratando de conversar con ella, aunque MiYeon no fuera de muchas palabras (pero eso al chico no parecía importarle, ya que hablaba sin descanso), y a la salida de clases él le tomó la mano.
Creyó que JooYeon estaba tomándose atribuciones que no correspondía e iba a detenerlo para aclararle que no lo veía de esa forma, sin embargo, él la arrastró por en medio de la multitud.
—JooYeon... —comenzó a decir pacientemente, sin entender bien lo que ocurría.
—¡Déjame presentarte a alguien, Noona! —pidió el chico, sonriendo.
MiYeon iba a hablar una vez más, pero entonces sintió un aroma que la mareó de golpe.
Una chica estaba de pie frente a una moto, cabello rubio cubriendo sus ojos mientras tecleaba algo por su celular.
MiYeon la reconoció como una alfa, pero eso no fue lo que la desconcertó en ese momento.
—¡Yuqi Noona! —gritó JooYeon, deteniéndose—. ¡Tienes que darle las gracias a MiYeon porque me protegió, Noona!
La chica frente a ella levantó la vista bruscamente.
Unos conocidos ojos de color café la miraron, atónita.
—¿MiYeon? —balbuceó Yuqi, su voz ronca llena de sorpresa.
MiYeon retrocedió, sin entender lo que estaba ocurriendo.
—¿Te conozco? —preguntó, desconfiando.
Yuqi la miró, con una sonrisa extraña formándose en su rostro Pasaron unos segundos en extraño silencio.
—Éramos amigas —hubo una pausa—, aunque tú sólo tenías dos años, Mimi.
La voz grave, ronca de la alfa, envió un escalofrío por su espina dorsal.
—Oh... —no sabía por qué, pero se sentía nerviosa, ahogada, extrañada—. Pues... Hola.
Yuqi se enderezó, sacudiendo la cabeza, como queriendo aclarar sus pensamientos.
—Tú... —otra pausa—. ¿Cómo estás? ¿Cómo está tu mamá? No recuerdo bien...
—¿Noona? —preguntó JooYeon, desconcertado.
—Sube a la moto —le ordenó Yuqi, y el chico no tardó en obedecer—. Yo...
—Estoy bien, gracias. —MiYeon no sabía por qué, pero quería que esa conversación terminara en ese instante, pues algo extraño se estaba asentando en su estómago.
Tenía una sensación ahogada de que algo iba a estallar pronto.
—¿Y tía Lili?
La garganta de MiYeon se apretó cuando reconoció ese nombre.
—¿Quién? —balbuceó entrecortadamente.
—Tu mamá, la tía Lisa.
MiYeon apenas podía respirar en ese instante.
—Yo no sé...
—¿Se separó de tía Rosé? —Yuqi desvió la vista—. Recuerdo que estuvieron peleando esos últimos días, pero...
—No conozco a ninguna Lisa —farfulló MiYeon, y luego agregó con falsa convicción—. Mi mamá se llama Ten.
Los ojos de Yuqi se abrieron.
—Oh, mierda.
Sí, MiYeon se sentía cómo la mierda en ese instante, porque algo pareció hacer click en su interior.
Kilig acaba de ser finalizada, esta historia continua en "Yuanfen" que ya se encuentra disponible en mi perfil.
¡Gracias por leer!
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