
Capítulo 009
Salí de la ducha, enrollé una toalla alrededor de mi cintura y caminé rumbo a mi habitación, impecable, como siempre. Busqué algo de ropa sin prestarle mucha atención y una vez vestido algo llamó mi atención al pasar frente al espejo:
«Cada día que pasa me parezco, físicamente, más a él»
No puedo hacer nada al respecto, no es como si yo hubiese pedido nacer así o pudiese evitarlo. Tampoco me interesaba. Solo quería estar lejos de ese fenómeno, fuera de ello nada importaba.
«En realidad, ¿hay algo que me importe realmente?» Esa pregunta me sorprendió al cruzar por mi mente y no pude darle respuesta.
Restándole importancia tomé la mochila, salí de mi departamento y bajé las escaleras, ya que no deseaba esperar el ascensor o cruzarme con nadie. No tenía humor ni para compartir oxígeno con otro ser viviente.
Las pocas calles que separaban el instituto del departamento se hicieron bastante cortas, un tramo más adelante después de cruzar el puente busqué algo con la mirada en el suelo, al parecer esta mañana no estaba o alguien lo tomó, cosa que era probable.
No sé por qué, pero me desvié de la ruta habitual con la idea de quizá poder verlo a unas calles más abajo, entré a unos callejones al sentir que alguien seguía mis pasos y sin previo aviso me detuve. Cuando levanté la cabeza un cuerpo chocó violentamente contra mí y toda la hostilidad de mi alma se personificó en mi mirada, elevando la barbilla con superioridad al ver al remedo de persona que tocó mi hombro con su asqueroso cuerpo: un integrante de un grupo de cuatro hombres, provenientes del barrio Equis.
Esa zona era conocida por las transacciones ilegales, prostitución y tráfico de todo tipo. Las pandillas, mafias y agrupaciones me eran fáciles de reconocer porque al llegar a esta ciudad terminé viviendo un tiempo allí, aprendiendo el tipo de vestimenta y tatuajes que solían usar las diferentes agrupaciones, siendo los de hoy unos delincuentes de poca monta que se hacían llamar... bueno, no recuerdo cómo diablos, pero el que eran unas insignificantes escorias pedazos de mierda era un hecho, ya que no hacía pocos días golpeé a dos de ellos por tratar de robarme.
Hacían cosas como ser contratados para seguridad de los prostíbulos, dar palizas, robaban y demás insignificancias, un grupo sin orden ni líder. Asquerosas ratas débiles.
—Te encontré —dijo el hombre rapado y robusto, llamando mi atención unos leves segundos, creyendo que era un dejavú de mis peores sueños, donde esas palabras venían de la boca del maldito viejo.
Pero eran estos perdedores, no valían ni mi tiempo, por ello los ignoré y me dispuse a seguir mi camino. Si no recuerdo mal hoy tendré educación física y me aparecía mucho no asistir para así recostarme en la caseta a descansar.
—Maldito crío, ¡No me des la espalda! —vociferó al intentar girarme por el hombro, lo esquivé moviéndome ligeramente a un costado e inconscientemente respiré hondo con una mueca de asco.
—Nunca se les da la espalda a personas débiles, suelen atacar cuando lo haces, como los cobardes que son —afirmé autoritario y ladeé mi rostro con una expresión imperturbable.
—¡Maldito arrogante! —Mi forma de mirarlo, sin un ápice de temor y lleno de hastío, no fue de su agrado e intentó tomarme de la chaqueta, cosa que impedí sin apartar la vista, doblando su brazo en su espalda e inmovilizándolo al instante.
—No puede ser, ¿En serio vienen a vengarse por las dos escorias que aplasté la otra vez? No tienen orgullo ni para aceptar su derrota... —sonreí soberbio— Patéticos.
Cuando golpeé la nuca del hombre que sometía, y mientras él caía inconsciente, divisé a su colega llevando una mano a su espalda, mi mente de inmediato supo que tenía un arma, era de esperarse de ratas así.
Analicé el terreno, las opciones y todo parecía suceder en cámara lenta. La posición de mis pies era la correcta, tensé mis músculos y un shock de adrenalina recorrió mi torrente en un pestañear, así me lancé rápidamente sobre el primer hombre armado, derribándolo y oyendo el ruido del metal de la pistola chocar contra el suelo.
Uno de sus compañeros me dio con su maldito bate de aluminio en el hombro y espalda, seguido de una patada en el estómago, que si no estuviese contrayendo los músculos de mi abdomen esto me hubiera quitado el aire. Sin pensarlo cerré mi puño y lo estampé contra la rodilla del que planeaba volver a patearme, oyendo su agónico grito ahogado y cómo caía.
El tipo debajo de mí intentaba zafarse y golpearme con su mano libre, ya que la otra seguía apresada entre el suelo y su cuerpo. Sonreí y decir que me excedí era ser generoso, porque después de quitarme la chaqueta empecé a golpear su cuerpo como si deseara arrancarle la carne con cada puñetazo, despertando el pánico de sus colegas consientes a nuestro alrededor.
No quería detenerme, ¿por qué hacerlo? Fue tan descarado como para intentar dispararme, debía asumir las consecuencias, porque si levantan un arma contra mí, la única opción es jalar del gatillo a tiempo y en medio de mi frente, de lo contrario me encargaré de que la próxima vez que piensen en tomar un arma, deseen arrancarse uno a uno los malditos dedos antes de llevarlos detrás de un gatillo.
—¿Puedes ver el infierno abriéndose para ti? —siseé coordinando cada palabra al ritmo de mis golpes.
No llegué a distraerme por la euforia, eso no era algo que me pudiese permitir o fuese a pasarme a mí, así que noté al hombre que herí en la rodilla arrastrarse lejos de la escena como podía y cómo el último de pie buscaba algo en el robusto hombre que noqueé primero.
«No puede ser, esta gente no aprende» pensé con mi cuerpo ardiendo y al erguirme el infierno se desató en mi sonrisa, sujetando por su pierna sana al castaño que se arrastraba y arrojándolo con todas mis fuerzas hacia el delgado tembloroso que intentaba hallar el arma.
Desgraciadamente la encontró antes de que el cuerpo de su socio impactara contra el suyo y tuvo la poca sensatez de llegar a dispararme, rozándome el brazo izquierdo. Eso borró mi sonrisa y la transformó en una mueca que despertó su terror, disparando al azar mientras intentaba sacarse al hombre de encima y apuntarme correctamente.
Estos hombres con ese nivel de inexperiencia y debilidad latente no deberían haberme siquiera herido, no debí permitirlo, no podía perdonarme haber sido tan descuidado y no ganar inmaculadamente ante semejantes escorias y me descontrolé unos segundos cuando el gatillo se trabó, acercándome en un pestañear y prácticamente masacrando al delgado sujeto con el arma en sus tiritantes manos.
Me incliné sobre él y todavía inmovilizando sus manos sobre su cuerpo sonreí de lado.
—¿Sabes cómo me dicen? —mascullé y enderecé mi cuerpo, levantándome sobre mis pies, con el sol en mi espalda y mi más sofocante sonrisa llena de sadismo y autoridad, elevando mi mano para así mostrarle mis nudillos llenos de su sangre y cómo esta chorreaba.
—K-Killer... —sollozó al darse cuenta de su abismal error y la idiotez que cometieron al creer que era un niño cualquiera.
—Correcto, así me llaman... —Un pensamiento fugaz estalló en mi mente al recordar a Hunter llamarme de ese modo y dejar de pronunciar mi nombre de sus labios—. Absolutamente todos.
Después de aburrirme de estar sobre él, arremetiendo una y otra vez con su propia arma, las súplicas del gusano que parecía fanático de limpiar el suelo del callejón con su ropa de tanto arrastrarse, capturó mi atención.
—Solo quiero ir a casa... —sollozaba con la clara idea que él sería el siguiente.
No estaba muy alejado de la realidad, pensaba darle su castigo por haberse equivocado. Debía hacerlo ya que eso era lo lógico, si te equivocas serás castigado, si no, no aprenderían de su error y volverían a intentar atacar, como la vez pasada que no fui tan rudo y regresaron por más. Esta vez no tendrían ni cuerpo ni espíritu para siquiera pensar en acercarse a mí, rompería ambos.
—Oh, pequeña escoria, estás muy lejos de casa ahora mismo, pero pronto estarás cerca del otro lado de esta vida, no te preocupes —ironicé sin lástima.
—Lo siento, quiero ir a mi ho-hogar justo ahora, Dios, por favor, mi casa... —Mi expresión quedó en blanco.
Siempre decían eso. En momentos como estos solían llamar a sus madres o llorar por sus hogares, sin importar la edad de la persona, siempre que se sentían en el límite de sus vidas o aterrorizados, clamaban por esas dos cosas... yo no tenía a quién llamar.
No podía pensar en nada ni en nadie a quién llamar "hogar". Incluso estas personas tan patéticas e inmundas tenían algo que siempre me faltó. Cosas que no pude tener sin importar cuán doloroso fuese existir bajo esas circunstancias.
No podría llamarle así al lugar donde nací, siendo "prisión" una mejor y más certera definición para esa mansión corrompida por el peor demonio que pisó esta tierra alguna vez.
Mis recuerdos de niño pasaron frente a mis ojos y una sensación gélida y amarga se instaló en mi garganta, divisando aquella vez donde mi padre escuchó a mi abuela decirme "buen chico", para él eso sonó humillante y denigrante, como si la palabra "bueno" fuese una especie de pecado en nuestra casa.
Las felicitaciones que recibía eran únicamente cuando podía demostrar que era fuerte, en todo el sentido de la palabra, mientras más resistía, más intentaba quebrarme, jugando a las pulseadas entre mi mente, alma y físico, esperando pacientemente a ver cuál se quebrantaría primero.
Una tarde decidió que mi abuela era un hilo de debilidad en su tejido y por el cual llegué a pensar seriamente creí que la mataría al escucharlo decir que ella me volvería débil... No lo iba a permitir, tener doce años parecía poco, pero la vida que llevé no era la de un niño común y por eso no pensaba como uno, no podía hacerlo o sería el siguiente en morir y el ser humano tiene una enfermiza capacidad de supervivencia, adaptándose y exigiéndose hasta límites inhumanos.
—Hijo, las esporádicas visitas de Odette se acabarán de ahora en más —sentenció de pie en el salón principal, con mi abuela, la recién nombrada, a su derecha.
La expresión en su rostro era de resignación y emociones desbordantes a través de sus lágrimas, como si el mundo se cayera a sus pies y no pudiera hacer nada.
—¿Por qué? —pregunté con un desastre interno que intentaba no exteriorizar, lo conocía, no era bueno hacer algo precipitado, mis nervios estaban empezando a ser mejor controlados por mí a esas alturas y reprimí todo en mi pecho, fingiendo una hostilidad serena.
—No puedo dejar que algo corrompa mi creación. —Fruncí mis cejas al oír esa palabra— ¿No te gusta? Te di vida, te moldeé y a base del terror tengo tu devoción y obediencia ¿No soy lo más cercano a dios que hayas oído? —ironizó y apreté mis puños.
Lo detestaba tanto que me costaba respirar a su alrededor, pero el terror era mayor al desprecio, tanto que no podía responderle, era tan impredecible, impenetrable, manipulador y cínico que pensaba cada una de mis posibles y futuras reacciones, dejándome como perdedor en el ajedrez que él mismo arregló para nuestras vidas.
—No me hace débil —refuté con un valor que crecía por el amor que le tenía a mi abuela, no la veía muy seguido, no podía hacerlo, pero era el único contacto humano que tenía y si lo perdía perdería la cabeza por completo.
Si algo le sucedía a ella yo terminaría convirtiéndome en un vivo retrato de mi desquiciado progenitor o asesinado por él, ambas opciones me revolvían el estómago.
—Hablar es sencillo, podrías demostrarlo.
Abrí mis ojos y chasqueó sus dedos, sonriendo y deslizando su lengua sobre su colmillo derecho, cosa que me helaba la sangre cada vez, ya que su alegría significaba que otro de alguna forma sufriría, en ese caso siendo yo su víctima.
Un hombre desconocido para mí entró, no creo que haya sido una ilusión de mi mente joven el pensar que medía dos metros, ya que era una cabeza más alto que los hombres de Andras, los cuales ya eran grandes e imponentes.
—Señor Hemsworth. — Se dirigió respetuosamente a mi padre, usando un tono grave y seco.
No me daba una buena espina para nada, al igual que todos a mi alrededor, confiar en otros no era aceptable.
—Podemos hacer algo interesante y si peleas contra él dejaré que Odette pueda verte como usualmente hace, sin miedo a que la arrebate de tu lado o flaqueaciones de esa índole.
Se me heló la sangre, me iba a matar ese gran sujeto. A pesar de ello, podía soportarlo hasta el final si eso me permitía seguir viéndola.
—Verás, no solo es "pelear", lo sabes, no acepto perdidas o empates, solo puedes ganar.
«Era el fin, la había perdido»
Apreté los dientes y fruncí el ceño, despertando todo el interés y diversión en Andras,
—Oh mi amado hijo, soy un padre benevolente ¿Por qué clase de hombre me tomas? —dijo sarcástico y tragué grueso, algo planeaba—. Sé que no podrías ganar de una sola vez, así que el resto de la estadía de tu abuela, te daré una oportunidad diaria de vencerlo, si en estos quince días no logras derribar e inmovilizar a este sujeto... Ella desaparecerá de nuestras vidas —fingió una mueca de tristeza y la abrazó por sus hombros—. Vamos, sé un buen niño y acepta mis buenos términos —sonrió y la soltó—. Finjamos que tienes otras opciones y di que aceptas, para que sea interesante.
Erguí mi pecho y rostro en su dirección.
—Acepto —solté sin titubear y mi abuela rompió en llanto silencioso, también sabía que no podía hacer un escándalo porque conocía lo suficiente a su hijo.
Me dijo socarrón y casi burlesco que le impediría a su hombre que llevara consigo armas o cosas que me pusieran en desventaja, como si su tamaño y fuerza descomunal no fuesen una ya.
Él estaba convencido que el gen determinante lo teníamos los hombres de nuestra familia, según mi abuela su difunto esposo no era esa clase de hombres, pero ella lo amaba demasiado, por ello no podía fiarme completamente de sus palabras.
No se puede confiar en la visión distorsionada de las personas enamoradas.
Las ideas de mi padre me inquietaban, porque estaba destinado a ser esa clase de hombres, podía sentirlo cada vez que perdía el control, cada vez que mis pensamientos se dejaban llevar por la ira y mis deseos de no morir frente al terror.
Perder la cabeza o perderme a mí mismo eran dos cosas contra las que mi fuerza de voluntad batallaba cada mañana al abrir los ojos en esa tétrica atmosfera. No existía paz. No podía relajarme. No podía descansar cada vez que él se encontraba a mi alrededor, dispuesto a castigarme y "educarme" de formas cada vez más delirantes.
El siguiente día llegó y con ello me encontraba en el patio este de la mansión, donde ese monstruoso sujeto me esperaba con una perversa expresión. Hasta el día de hoy sigo sin saber de dónde sacaba a esta clase de personas, era como si Andras fuese una especie de presencia tan fuerte y demoníaca que atraía a esa clase de bestias.
Mi padre miró desde el ventanal, siquiera se dignó a salir correctamente a ver la masacre, sabía que perdería. Y como siempre, tenía razón, siempre lo hacía.
Mientras yo poseía el conocimiento de unas pocas gotas de agua, él de todo un océano, no podía luchar contra eso.
El estoico hombre me golpeó tan fuerte en el estómago que devolví el acido estomacal, siquiera había desayunado esa mañana. Estampó mi rostro contra el suelo sucio y me pateó hasta que quedé inconsciente. Desde abajo y con los brazos cubriendo mi cabeza, antes de que todo se volviese negro, veía a Andras y su desaprobación ante mi ineficiencia.
No sabía cómo detener aquello, el dolor de los golpes, la sangre, las consecuencias de mi debilidad, no sabía cómo impedir que alejaran a esa buena mujer completamente de mi vida, ya que mi fuerza no bastaba. Mis golpes no le dolían. Mis esfuerzos no eran suficientes. Sin importar cuánto sangraran mis nudillos, yo era el que recibía la peor parte y no lograba moverlo de su sitio.
El segundo, tercer, cuarto y quinto día, fueron como repeticiones, como despertar siempre el mismo día, una y otra vez era apaleado hasta no poder levantarme, cada día el dolor se acumulaba y ya me era más y más difícil ponerme de pie, salir de la cama, no desvanecerme.
El sexto día era un caos interno y mis ojeras delataban el agotamiento, mis músculos no respondían correctamente, pero necesitaba seguir de pie e intentar derribar a ese gigante, no tenía otra elección, estaba acostumbrado a la soledad y el infierno, pero ella era un instante de calma, aunque la viese pocos días al año, seguía siendo lo único normal en mi vida.
De pie observé el patio, el césped, la tierra, una de las fuentes, las hojas que se arremolinaban por el viento, las piedras y el olor a naturaleza que fluía de la arboleda a nuestro alrededor. Este podría haber sido un buen lugar en otras manos. Las peores personas consiguen las mejores posibilidades.
Esta vez Andras salió junto a mi abuela, disfrutando el horror que le generaba a verme tan poco saludable y sufriendo constantes golpes, los cuales ella y un ama de llaves, de su misma edad, me curaban noche tras noche.
Intenté por sexta vez arremeter contra ese hombre, corrí hacia él, esquivé su ataque frontal y salté con todas mis fuerzas, tirando de su cabello hacia abajo y mi rodilla hacia arriba, dándole en medio de la nariz, tambaleó y me creí cerca de la victoria... sin duda era un niño en esa época.
Retomó su equilibrio y tomándome de la camiseta me estampó contra el suelo, tan duramente que oí cómo una de mis costillas cedía y me costaba respirar por el dolor, pero no se permitían lágrimas frente a él, no de mí, por lo que solo me sentí morir en silencio, con mi boca semiabierta y la falta de aire.
Seguido me levantó sin siquiera recuperarme del anterior azote, repitió esa acción tres veces más, las cuales nuevamente cubrí mi cabeza, algo que sabía desde pequeño era que cualquier herida podía sanar, pero los golpes en la cabeza eran letales, los daños cerebrales podían ser catastróficos y no dejaba que hubiese contusiones allí, aunque el resto de mí era dañado una y otra vez.
Me levantó sobre su cuerpo y arrojó mi cuerpo como si fuese un muñeco, estampando en seco contra un árbol, oyendo el grito de mi abuela a lo lejos, donde todo se volvió silencio. Después de esa ocasión no recuerdo nada, solo que desperté con un vendaje en mi pecho, mis cortes y moretones estaban sanando y una venda en mi brazo cubría un gran corte que me hice contra una filosa piedra al caer. Las grandes cicatrices no me importaban, Andras pagaba mucho dinero por cirugías y maquinarias de última generación que se encargaban de desaparecerlas.
El pánico se adueño de mi corazón cuando no supe qué hora o día eran, me levanté con cada fibra de mi cuerpo pidiéndome que no lo hiciera y al ver en la pared el gigantesco reloj inteligente, supe que ya era la mañana del último día, estuve inconsciente casi una maldita semana.
Erguí mi cabeza y empuñé mis manos. Era mi última oportunidad y lo daría todo. Si mi fuerza no bastaba, debía usar mi mente en toda su capacidad. Su tamaño, poder y experiencias me superaban, una de sus manos podía acaparar fácilmente todo mi rostro, lo había hecho días pasados, sus movimientos eran lentos, pero confiados; sabía al igual que mi padre qué movimientos haría yo, ya que repetí mis errores varios días, de distintas maneras, pero era un claro error atacar sin razonar lógicamente todas las posibilidades disponibles.
Ya en el espacio abierto mi padre se sorprendió de verme, hasta parecía divertirse, mientras mi abuela rogaba con su mirada que me detuviera.
Frente a mí observé al hombre que tanto me atormentaba y la frialdad en mi expresión llamó la atención de todos. Esta vez no ataqué, solo me quedé de pie, posicioné mis pies lentamente y esperé. No debía ser débil ante mis emociones. Incluso el sujeto se sorprendió, pero vino a mí de todas formas, decidido a destruir toda mi serenidad con sus puños.
Escuché que las personas pueden lograr cosas extraordinarias guiadas por amor, miedo u odio y en esa situación... sentía las tres al mismo tiempo.
Cerré mis ojos, respiré hondo, ignorando el ardor de mis heridas sin sanar, y los abrí de repente al inclinarme y arremeter contra ese tipo, o eso creyó cuando levantó su mano para evitar el golpe, en vez de eso me incliné y tomé un puñado de tierra, arrojándosela al rostro cuando abrió sus ojos, oyendo sus maldiciones y gritos furibundos me lancé sobre él, enrollé la venda de mi brazo en su cuello y con mis rodillas en sus hombros y espalda comencé a jalar con todas mis fuerzas, sacudiendo todo mi cuerpo cuando él cayó al suelo.
«Acabalo, acaba con todo de una vez»
No sería el fin solo con esto, nada era tan fácil en mi vida y lo sabía, por eso cuando se giró y me dio un codazo lo vi venir, logró quedar con su espalda contra el suelo e intentó sujetarme con sus brazos, pero la piedra que tomé del suelo no estaba de acuerdo y arremetí una y otra vez, era tal el frenesí que no podía oír nada a mi alrededor, como si el color rojo inundara mis sentidos, era raro de explicar y parecía palpitar mi cerebro, como si no tuviese control de mí y al mismo tiempo supiese exactamente lo que hacía, deseando acabar con él, destruirlo.
Su rostro dejó de verse como una cara humana gracias al hinchazón, sangre y piel que se deprendía en cada impacto, pero eso no era suficiente, debía acabarlo hasta que no pudiese levantarse, no podía perder, no hoy.
«Mátalo»
—¡Kilian! —Su desesperado y agudo llamado me trajo a la tierra y erguí mi ensangrentado cuerpo, mi visión todavía cargaba la ira reciente y la mueca sedienta de sangre en mis labios hizo brillar los ojos de Andras, contrariamente llenó de ansiedad los de Odette.
Estuve al borde de acabar con la vida de ese sujeto. Por poco me convertí en algo idéntico a el demonio protagonista de mis pesadillas, a mi padre.
—Eres un pequeño asesino —afirmó Andras orgullosamente, su gélida voz caló mis huesos y la realidad golpeó mi existencia.
Incluso tratando de hacer lo correcto, guiado por buenas intenciones, amor y desesperación, incluso así continuaba siendo un monstruo.
Mi padre amaba esa mirada perdida en mi cara y yo la aborrecía. Decía que no existía el bien y el mal, que la mirada del ser humano solo buscaba esas definiciones a su conveniencia, pero si existiese una única definición inamovible e incuestionable de maldad, él la sería.
Cuanto más intentaba alejarme de mi destino, más me acercaba a él, más me parecía a él. Esa noche al decirle eso a mi abuela, ella me tranquilizó, recordándome que no era esa clase de demonios, que dañan por dañar y no por proteger.
Estaba decidido a no hacerlo, no ceder ante las manipulaciones y sugestiones constantes de ese hombre, no por moral, sino por convicción personal. Y de una forma nada agradable terminé escapando finalmente, aunque el costo fue demasiado alto.
La sangre que brotaba de mi brazo me trajo nuevamente de mi ensimismamiento, devolviéndome a la actualidad donde acababa de someter despiadadamente a cuatro desconocidos.
—Los monstruos no tienen eso... un Hogar —cité sus palabras sin cambiar mi tono deshumanizado y frío.
Después de pronunciar esa palabra, por primera vez despertó algo, como una sensación en mi pecho, me recordó a las mañanas soleadas en la azotea, los almuerzos y su risa, aunque no era el sitio en particular, sino... esa persona.
Misma persona que era un niño idiota que no podía siquiera verme a la cara para rechazarme, era inmaduro y exagerado, dramático y joder que no parecía controlar sus impulsos... pero no podía dejar de pensar en él. Todo sobre él.
Por eso me irritaba que mintiera sobre cómo se sentía, siendo que parecía disfrutarlo honestamente, tan transparente que daban ganas de fastidiarlo. No comprendo por qué parece estar tan negado a algo sumamente normal... bueno, lo que es normal para mí puede ser aterrador para otros.
Quise enseñarle que era posible experimentar cosas increíbles si confiaba en mí, si me dejaba acercarme más, sentirlo más cerca, más mío. Esos pensamientos movieron mi cuerpo al saber que planeaba hacer esas mismas cosas con una desconocida, no creí que fuese tan ingenuo de tomarse mis palabras literalmente, pero lo hizo y perdí un poco la calma, perdiéndolo también a él.
No estaba seguro de cómo asimilar estas raras emociones, pero no iba a negarlas, Hunter me cautivaba de una forma arrasadora. Aun así, continuaba jodidamente molesto y no volvería a acercarme por propia voluntad a esa azotea, de todas formas, él me veía como "Killer" ahora.
Examiné mi brazo, del cual no paraba de salir ese familiar liquido rojo, a este ritmo estaría en problemas y pensé en regresar a mi departamento, pero no había reabastecido mi botiquín, en una farmacia me llenarían de preguntas y no quiero llamar la atención.
Estiré mis dedos y bufé. Tomé mis cosas y decidí ir hacia el instituto a pocas calles. En la enfermería siempre había buenos y variados suministros, lo bueno de ir a un jodido establecimiento privado.
Al llegar tomé a un alumno desconocido por el cuello de su camisa y casi se desmayó.
—Lleva esto a mi salón —demandé entregándole mi mochila y si se orinaba juro por Dios que iba a pegarle por idiota.
—P-Pero no sé... cuál es... —sollozó, lo miré sobre mi hombro y examinó en un milisegundo la sangre en mi mano, regresando a mis téticas pupilas fijas en él, ya fastidiado por su cobarde actitud—. A-Averiguaré, lo haré o me mato, sí, ya mismo. —Desapareció el chico mago.
Guié mis pasos hacia la enfermería, donde para mi sorpresa la maldita persona a cargo de este lugar cobraba sin haber trabajado siquiera un puto día, jamás la veo y en esta situación es muy favorable, pero estaba de pésimo humor por todo lo sucedido al iniciar el día, volviéndome realmente irritable y hostil. Más que de costumbre.
—Espero que nadie sea tan estúpido como para entrar y voluntariamente permanecer en enfermería precisamente hoy.
Este capítulo es enteramente nuevo, siempre quise explayar un poco más el pasado y estado mental de my boy hermoso y ahora finalmente encontré la oportunidad♥
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