CAPÍTULO XIV
Sus respiraciones se entrelazaban a medida que la lluviosa noche cubría el reino, formando un manto de misterio en la oscuridad. Los truenos resonaban en el cielo, como si el propio destino estuviera en juego. En la penumbra, Yakub, el príncipe de Ansuya, se entregó a la lujuria junto a Kiara, su nueva amante secreta.
—Eres mi obsesión —gimió el apuesto príncipe, sus labios ardientes encontrando los de ella en un beso lleno de deseo. A pesar de la tormenta que rugía fuera, su mundo se limitaba a ese instante, en el que cada toque era un remolino de sensaciones.
—Si no estuviera atado a ese compromiso, sin duda te elegiría a ti —confesó, antes de caer a su lado, con un suspiro de anhelo escapando de sus labios.— Me haces sentir vivo, sabes —añadió entrecortado.
Kiara, recostada sobre el pecho desnudo del príncipe, sintió el peso de su declaración. —Señor —musitó —.¿Qué va a ser de mí cuando se case?
—Seguirás siendo mía —replicó Yakub ocultando su propia incertidumbre. —Me importa muy poco este matrimonio. Sé que es solo por conveniencia, pero no te preocupes por ello. No te voy a abandonar —terminó de decir, sellando su promesa con un beso ardiente.
La conexión entre ellos había crecido, alimentándose del deseo y la necesidad. Yakub deseaba a Kiara con una intensidad que lo consumía, mientras que ella, envuelta en el juego de la seducción, utilizaba su relación para acceder a los secretos de la realeza. Con él, podía entrar en habitaciones y reuniones reservadas de la realeza, recabando información valiosa que planeaba usar para sus propios fines.
Además, la información privada que extría de los labios de su joven amo, era para ella algo tan fácil como quitarle un dulce a un niño. Un dulce venenoso que se expandería en el momento indicado.
Finalmente había llegado el día tan esperado, el día en el que Sayuri y Yakub se unirían en sagrado matrimonio. La atmósfera en el palacio era de anticipación y bullicio, decoraciones florales adornaban los espacios, y los nobles se reunían con sonrisas y buenos deseos en sus labios. Sin embargo, mientras el brillo del amor iluminaba el lugar, Yakub, no se sentía contento con la decisión que habían tomado sus padres. En el fondo de su ser, luchaba contra un torrente de dudas y temores que amenazaban con empañar la alegría que todos esperaban.
La presión de su linaje y las expectativas de su familia pesaban sobre él, convirtiendo lo que debería ser un instante de felicidad en un conflicto interno desgarrador.
"Queridos hermanos y hermanas, nos hemos reunido hoy en este sagrado lugar para celebrar la unión de estos dos nobles, que se han elegido el uno al otro para compartir sus vidas en sagrado matrimonio.
Hoy, ante la presencia de Dios y de esta honorable asamblea, tengo el honor de presentarles al príncipe heredero Yakub Azhar, hijo del honorable rey Ashlam Azhar y de Zettare Azhar, de la casa de Ansuya."
Los presentes, tras recibir el anuncio con respeto, manifestaron su júbilo mediante aplausos y vítores, celebrando la unión matrimonial.
"También presente la princesa Sayuri Bayashi, hija del rey Mikay Bayashi y la princesa Dayu Bayashi, de la casa de Leyal."
Los invitados se inclinaron respetuosamente a la llegada de la joven que pronto se convertiría en la esposa del príncipe heredero. Ella desfilaba con gracia, envuelta en un vestido que parecía estar tejido con los hilos de la luz misma. Diamantes brillaban a su alrededor, y su cabello oscuro, decorado con flores blancas, caía como cascada por su espalda.
"Estos jóvenes, en la plenitud de su amor y con la bendición de sus familias, han decidido unirse en este día solemne, para formar una nueva familia y fortalecer los lazos entre nuestras casas."
"Yakub y Sayuri, ¿están listos para asumir el compromiso que este sagrado sacramento exige y para amarse y respetarse mutuamente durante todos los días de sus vidas?"
Después de un silencio incómodo que se sintió como una eternidad, el príncipe, con la voz apenas perceptible, expresó su confirmación en un murmullo afirmativo. A su lado, Sayuri, con una leve inquietud en sus ojos, asintió de igual manera, forzando una sonrisa que no alcanzaba a ocultar el nerviosismo que sentía en ese momento.
"Que este anuncio sea testimonio de su amor y compromiso, y que Dios los bendiga en esta nueva vida juntos."
Los aplausos resonaron con mayor fuerza, llenando la sala de un eco de esperanza y alegría. La realeza y la nobleza se unieron en un coro de vítores, sus corazones rebosantes de felicidad por esta unión.
Y así, bajo la atenta mirada de sus familias y la bendición del universo, el príncipe y la princesa se tomaron de las manos, dando un paso hacia adelante, preparados para enfrentar juntos todo lo que el futuro les deparara, uniendo no solo sus destinos, sino también dos casas poderosas.
El atardecer caía a través de los altos ventanales, bañando la sala con luz dorada. Los recién casados se convirtieron en el centro de atención, recibiendo felicitaciones y buenos deseos.
—Felicidades, ahora tengo una nueva hija —dijo el rey Ashlam, abrazando a Sayuri con una sonrisa amplia. —Espero que ahora que estás casado, madures un poco —susurró al oído de su hijo Yakub.
—¡Ashlam! ¡Qué bueno verte de nuevo! —exclamó Maglio, acercándose a la escena para estrechar su mano.
—Rey Maglio, el sentimiento es mutuo. —Sonrió el rey local.
— Mis gratos saludos. Espero verlos muy pronto en Galantes. —dijo Olitte al acercarse a los recién casados.
—Eso no lo tenga en duda princesa Olitte, agradecemos su invitación — expresó Sayuri junto a su esposo.
Maglio, Amalia, Zayd y Olitte estaban en Ansuya. Eran unos de los muchos invitados reales de la boda. A Maglio se le hizo conveniente aquella unión ya que él mismo podía corroborar que estaba pasando en Ansuya, era una oportunidad perfecta para infiltrar su influencia, observar y quizás, actuar.
—La estúpida de Azucena no hizo solo que pasear por estas tierras. No me sirvió de nada traerla aquí —musitó Maglio junto a Zayd —. Encuéntrala y envíala al palacio. Te aseguro que la castigaré. — terminó de decir el rey galantino.
—Padre, ¿me permite bailar una pieza con el comandante? —interrumpió Olitte de repente, apareciendo de la nada, esbozando una sonrisa que escondía mil intenciones.
Tras un incómodo silencio, su padre asintió a su petición mientras la fulminaba con la mirada.
—Señor, no es necesario que acceda —interrumpió Zayd, sintiendo que el aire se volvía denso. —Anda, complace a mi hija —terminó diciendo antes de alejarse, dejando a la joven en su mundo de caprichos.
—No puedes huir de mí —susurró Olitte mientras bailaban, su mirada retadora fija en Zayd.
—Basta, ¿acaso no tiene dignidad? —susurró él, luchando por mantener la compostura.
Pero la reacción de la princesa no fue grata. Olitte se detuvo y en un acto impulsivo, le propinó un bofetón que resonó en todo el salón para luego salir hecha una furia, dispuesta a liberar su ira en los jardines de aquel palacio.
El ambiente festivo de la medianoche había dado paso a una atmósfera de desenfreno. La mayoría de los invitados estaban ebrios, perdidos en la celebración interminable de la boda real.
—Vámonos, ya estoy cansado de estar aquí —ordenó Yakub a su esposa.
Ambos se levantaron, atrayendo con ellos a un pequeño séquito. Al llegar a su habitación, Sayuri miró a su alrededor con asombro.
—Es una habitación hermosa —dijo mientras admiraba la elegancia del lugar que compartiría con su esposo.
—Señor, si necesita algo, estamos cerca —ofreció Mirna.
—Es mejor que vayan a sus habitaciones. No querrán escuchar lo que va a pasar aquí —dijo Yakub, mientras cerraba las puertas tras ellas, sellando su privacidad.
Se volvió hacia su esposa, contemplando el brillo de sus ojos, un reflejo de asombro y miedo al mismo tiempo.
—Tengo miedo —susurró Sayuri mientras Yakub comenzaba a desatar su vestido. A pesar de su aparente tranquilidad, él ignoró por completo su temor; en su interior había un fuego que lo consumía, un impulso descontrolado que lo empujaba a continuar.
Poco a poco, los besos del príncipe fueron descendiendo por su piel, pero en su interior, Sayuri luchaba contra un creciente sentido de desesperación.
—¡Detente! —gritó ella, insegura, pero Yakub, envuelto en sus propios deseos, continuó.
Los ojos del príncipe rebosaban lujuria y deseo y cada resistencia que ella intentaba era detenida por su fuerza.
Elevó sus piernas, enroscándolas en su cintura mientras se posicionaba para consumar su deseo.
—¡Detente! —exclamó ella, desesperada, pero él no la oyó. Siguió intentando sujetarla con fuerza hasta que finalmente lo logró.
—¡Cállate! —gritó Yakub, tomándola del cuello y embistiéndola con rudeza.
Para Sayuri, los minutos se volvían eternos; cada vez que gritaba o intentaba librarse de su esposo, él le sostenía el rostro, impidiendo que pudiera respirar para asi tener dominio sobre ella.
A la mañana siguiente, los carruajes estaban listos para transportar a la reina Amalia, la princesa Olitte y a Lady Azucena.
—Princesa, por favor reciba mis sinceras disculpas. Sé que no debí hablarle de esa manera —dijo Zayd, con la cabeza baja, consciente de que había cruzado una línea que no debía.
—No le diré a mi padre si eso es lo que le perturba —respondió la joven —. Sé que usted comete errores con las personas equivocadas. Espero que no vuelva a tratarme así, porque si no, no tendré compasión y haré cualquier cosa para que mi padre lo eche como un perro —concluyó, con su mirada desafiante dejando claro que su advertencia era seria.
—Esta niñita me está sacando de quicio —susurró el comandante, mientras los carruajes comenzaban a moverse.
Maglio y Zayd se quedaron en el palacio de Ansuya como invitados, observando y esperando, como tigres al acecho.
—Rey Maglio, le agradezco que haya venido para celebrar el matrimonio de mi hijo —dijo Zettare, invitándolo al jardín donde los aromas de las flores contrastaban con la tensión palpable en el aire.
—Siempre es un placer. Tenía muchísimo tiempo que no pasaba por aquí. Se nota la prosperidad de su reino —respondió el rey galantino, con una mirada evaluativa recorriendo el lugar.
—Sí, realmente ha sido una batalla. Han habido muchos altibajos, pero aún estamos aquí... Fuertes como las rocas —dijo Zettare, con un toque de orgullo y cansancio.
—Su majestad, el comandante Zayd viene en camino —informó un guardia a ambos gobernantes, rompiendo el encantamiento conversacional.
—¿Zayd? —preguntó la monarca, levantando una ceja.
—Es mi persona de confianza, él comanda mi ejército —respondió Maglio, mientras a lo lejos se acercaba Zayd.
—Vamos, tomen asiento —pidió ella, sus ojos pensativos observando al joven comandante. —Tráigan el té. — terminó de decir a sus criadas.
—Con permiso, el rey Ashlam solicita la presencia del rey Maglio —anunció un guardia real.
—Adelante, lo espero —le indicó ella, mientras Maglio sentía para dirigirse hacia donde se econtraba el rey Ashlam.
—Trabajar con Maglio debe ser difícil, ¿no? —bromeó Zettare, buscando distender el ambiente.
—Realmente sí... Pero no todo el tiempo —respondió Zayd, con expresión seria.
—¿Eres de la nobleza? —indagó ella, interesada.
—No Su Majestad, soy de una casa humilde, mi padre era herrero del rey Livar en su reinado, pero murió en la guerra —respondió con amargura, revelando un trozo de su vida.
—¿Y tu madre?
— Murió hace muchos años, no la conocí —dijo él, intentando cubrir su voz cargada de tristeza.
—Lo siento mucho, no debí indagar —se disculpó Zettare, viendo la sombra de su historia en la expresión del comandante.
—No tenga cuidado, puede preguntarme lo que sea —replicó Zayd, recuperando su compostura.
—Quiero hacerte una última pregunta —dijo ella entonces, despertando su curiosidad nuevamente.
—Adelante —contestó él.
—¿Cuál es el nombre de tu padre?
—Ciro —respondió Zayd, y en ese instante, el corazón de la reina se detuvo. El nombre resonó en su mente como el eco de una verdad olvidada, una conexión que estaba destinada a cambiar el rumbo de sus vidas para siempre.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro