CAPÍTULO XIII
—Ten un buen viaje, tía Azucena —dijo la princesa Olitte, con una mezcla de emoción asomanda en su voz.
—Gracias, mi niña, nos veremos luego —respondió Azucena mientras caminaba hacia el carruaje que la llevaría de regreso a Ansuya.
—Zayd te acompañará hasta la frontera junto con los demás... Recuerda traerme buenas noticias —le indicó el rey.
—Lo tendré en cuenta —musitó, mientras subía al carruaje. Azucena sabía que su viaje no estaba exento de riesgos.
—Vigílala... No te separes de ella ni un segundo —dijo Zayd a Olivia, con la seriedad grabada en su mirada.
—Sí, mi señor —respondió la joven, tomando su lugar junto a Azucena en el carruaje.
Azucena era una mujer audaz e inteligente. A pesar del amorío que compartía con Maglio, aquel vínculo era frágil, como un hilo que amenazaba con romperse ante la más mínima tensión. No confiaba en él; sentía que podría asesinarla en cualquier momento, así como había intentado hacerlo una vez, cuando ella le había hecho frente por su mayor secreto.
Ese secreto que se erguía entre ellos como un abismo, un espacio inalcanzable que profundizaba su temor.
—Que tenga un buen viaje —dijo, cortésmente el comandante, mientras observaba cómo el carruaje se alejaba, llevándola junto a su pequeño séquito hacia Ansuya.
—Vámonos, hay mucho que hacer en el reino —ordenó el Zayd a sus hombres .
Las sombras de la intriga acechaban tras cada esquina y el destino de la familia real de Ansuya era incierto ante la oleada de rumores que se cernían sobre ellos.
—La familia real de Ansuya se está viniendo en pedazos —expuso Maglio. La preocupante noticia había llegado como una ráfaga, una oportunidad para sembrar el caos en el reino vecino. —Ashlam parece querer entregarle el reino a Julius, su hijo menor —añadió, dejando que el peso de sus palabras calara en los oídos de Zayd y Darius.
—¿Y qué deseas hacer al respecto? ¿No te bastó con acabar con la tribu? —bromeó el rey dalacio, con su risa resonando en la sala como un eco burlón.
—No lo sé —respondió Maglio, —No hay mucha diversión en el reino... Quizás deberíamos tocar algunos hilos y ver cómo se desenvuelven las cosas. Todo podría volverse a nuestro favor.
—Tuvimos éxito con Zuyé porque eran unos inverbes sin cultura y fáciles de manejar —dijo Darius, frunciendo el ceño—. Pero Ansuya es otra historia. Es un reino fuerte que no se va a doblegar ante una invasión por falta de un rey.
—El asedio no es el camino en esta situación —expuso Zayd —. Ashlam, por alguna razón, desea dejar el reino a su hijo Julius, dejando al rebelde Yakub por fuera. La reina probablemente no esté de acuerdo con esa decisión y querrá aliarse con alguien que defienda a su primogénito.
Mientras la conversación avanzaba, Zayd tomó un aire más estratégico, explicando su plan.
—Aquí es donde debemos actuar en pro del "bienestar" de Ansuya. El mejor camino es la benevolencia y generosidad, hasta que bajen la guardia y cuando menos lo esperen... atacar. Seremos meros espectadores, dejando que ellos mismos se despedacen.
Maglio sonrió, con una mueca que delataba su satisfacción ante el plan.
—Me gusta esa idea, es mejor solo prender el mechero de esa bomba que ellos mismos explotarán —dijo el rey aprobando las palabras del Zayd, quien ya visualizaba cómo su influencia empezaría a infiltrarse en Ansuya.
La intriga y el juego del poder se tejían como una tela de araña alrededor de ellos, y la ciudad resonaba con murmullos de caos inminente. Al final, todos eran conscientes de que el reino dependía de la sutil danza entre aliado y enemigo, y Maglio, Zayd y Darius sabían cómo jugar sus cartas en este peligroso juego.
Los engranajes de la conspiración empezaban a moverse, y mientras que Maglio y Zayd se preparaban para partir, sus mentes trabajaban con rapidez, vislumbrando las posibilidades que se abrirían. Con una mirada resuelta, se despidieron del consejo, listos para sembrar las semillas de la discordia en un reino al borde de la implosión.
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