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CAPÍTULO X

El sonido de la puerta despertó a Zayd. Con los párpados pesados y la mente aún nublada por el sueño, miró a su alrededor y se dio cuenta de que Olivia ya no estaba; probablemente se había retirado a su habitación durante la madrugada. Un nuevo golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos.

Con un poco de somnolencia, se levantó y abrió la puerta, encontrándose cara a cara con Maglio, el rey. La expresión del monarca era seria, casi inquietante.

—Señor —dijo Zayd, sintiéndose turbado—. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Necesito que hablemos... —respondió Maglio, su voz era tensa y directa, como si cada palabra estuviera cargada de una expectativa ominosa.

—Por supuesto, solo déjame cambiarme y salgo enseguida —dijo Zayd, tratando de ocultar su nerviosismo tras una actitud indiferente.

—Te espero en mi despacho —indicó Maglio, dejando claro que no había tiempo que perder.

Zayd se dirigió al despacho casi de inmediato, pero no podía evitar sentir un ligero caos de dudas revoloteando en su mente sobre el contenido de la conversación. Al llegar, Maglio le hizo una señal para que se sentara.

—Voy a ser muy directo contigo y espero que me digas la verdad —anunció el rey, mirándolo fijamente a los ojos—. ¿Qué hay entre mi hija y tú?

El rostro de Zayd se tensó, y supo que había llegado el momento temido. Olitte, la joven princesa, era caprichosa y se le daba llamar la atención de su padre, así que no era de extrañar que este tipo de interrogatorios ocurrieran.

—No hay absolutamente nada entre nosotros —respondió Zayd, tratando de sonar convincente.

—¿Seguro? —dijo Maglio, su tono se había vuelto mucho más agudo—. En el jardín se mostraba lo contrario. ¿Crees que no me he dado cuenta de la cercanía entre ustedes dos?

Las palabras del rey lo intimidaron más de lo que quería admitir. Con un esfuerzo, Zayd se mantuvo en pie.

—Su Majestad, no malinterprete esta situación. Tengo gran respeto por la princesa y jamás me atrevería a sobrepasarme con ella —expuso el joven, sintiendo que el silencio los acaparaba.

Maglio le habló con una sinceridad que no dejaba lugar a dudas.

—Eso espero, porque no quiero volverte a ver cerca de ella... debería bastarte con las esclavas que ya te llevas a la cama. ¿Cierto?

—Sí, señor. Procuraré que no vuelva a suceder. — respondió Zayd, manteniendo una fachada apacible, sin embargo, se sentía como un mar bravío en busca de una salida.

Zayd siempre supo que tenía en sus manos a Maglio, ya que sin él, su rey se sentía desprotegido y vulnerable, pero en cuanto a su familia y más que todo por su única hija, las cosas cambiaban. Maglio haría cualquier cosa por protegerla y Zayd no quería cruzar esa línea que podría traerle muchos problemas innecesarios.

Mientras el joven "huía" de la incómoda conversación que tuvo con Maglio, inesperadamente se topó con Amalia al cruzar el corredor.

— Comandante, me alegra encontrarlo —dijo ella, notando su expresión azorada—. ¿Le pasa algo?

—No, dígame en qué puedo servirle —respondió él, tratando de recuperar la calma.

—Me apremia hablar con usted... sobre Olitte —exclamó la reina, su gravedad reflejaba la importancia del asunto.

—Perdóneme, Su Majestad, realmente tengo que irme. Le aseguro que en cuanto me desocupe, me presentaré ante usted —dijo Zayd, queriendo poner fin a la conversación. Sabía muy bien que la insistencia de Amalia respondía al confuso interés de su hija.

—Mi hija me ha confesado que está atraída por usted y que está al tanto de ello. Así que quiero saber cuál es su posición ante esto —atajó la reina, congelando a Zayd en el lugar antes de que se fuera.

—Reina Amalia, el rey Maglio conversó conmigo sobre este tema y yo no estoy interesado en su hija. Ella es muy joven para mí y sé que, con el tiempo, encontrará a un hombre que la quiera como ella desea, pero ese no seré yo —dijo él, con un tono de respeto.

—Eso me tranquiliza... tiene toda la razón, ella es muy joven y esa atracción es pasajera — dijo Amalia y con un leve asentimiento, Zayd se despidió y se retiró rápidamente.

La tarde ya estaba por desaparecer cuando Azucena, amiga y confidente de Maglio, se encontraba en la habitación de huéspedes en el palacio.

—Ahora sí podemos hablar en confianza... ¿Qué noticias me traes de Ansuya? —preguntó el rey mientras se sentaba en el diván, su voz era grave como siempre.

—Una de las fuentes cercanas a la realeza ha mencionado que Ashlam quiere dejar el trono a su hijo menor, Julius, dejando por fuera al príncipe Yakub, su hijo mayor —explicó Azucena, sirviendo vino en copas de cristal.

—¿Y sabes el porqué de tan inesperada noticia? —indagó Maglio, recibiendo su copa con interés.

—No hay información concreta, pero lo vi un poco desganado. Tal vez esté enfermo, y se ha percatado de que el único que podría continuar la dinastía es Julius. Yakub es irresponsable, altanero y no controla sus deseos carnales. Él sería la perdición de Ansuya —reveló Azucena, mientras una sombra de preocupación se filtraba en sus ojos.

—¿Y cuál es la posición de la reina en todo esto? —preguntó de nuevo Maglio, ansioso por entender la situación.

—La reina está siempre detrás del príncipe Yakub, como su sombra protectora. Creo que hay una guerra entre ellos cuatro por quién puede marcar más territorio en el palacio —respondió ella, acercándose un poco más al rey.

Maglio frunció el ceño, consciente de los peligros que podían surgir de tales intrigas familiares.

—Quiero que vuelvas allá en unas semanas... necesito saber qué está pasando con Ashlam y sus hijos. Pero antes, hay una cuestión que debemos tratar primero. —dijo Maglio, acercándose a Azucena y besándola apasionadamente, dejando caer las copas de vino al suelo.

La historia de amor entre ellos había sido un secreto guardado con celos, pues tiempo atrás, los padres de Azucena la habían dejado a cargo de la familia de Maglio por cuestiones de trabajo, la visitaban de vez en cuando hasta que un día dejaron de hacerlo. Así se convirtió en la protegida de aquella familia. Maglio y Azucena eran amantes inseparables desde que eran muy jóvenes.

A pesar de su matrimonio con Amalia, el fuego entre ellos nunca se había apagado. Mientras Amalia enfrentaba su embarazo sola, el deseo que los unía era más fuerte que cualquier obstáculo. Azucena se quedó aún más cerca de la nueva familia haciéndose pasar por la hermana postiza de Maglio. Sin embargo, Amalia sabía que ambos eran amantes pero ella prefirió callar por el bienestar de su hija y el reino que tenía en sus hombros.

Esa noche lluviosa no podía terminar sin que Olitte decidiera hacer de las suyas. La joven princesa, llena de determinación, se escabulló por los pasillos del reino, alcanzando la habitación de Zayd, que aún estaba vacía.

Con un atrevimiento propio de su juventud, Olitte aprovechó de quitarse su batola y quedarse con una bata de tela vaporosa que dejaba ver su cuerpo desnudo a través de él.

No pasó mucho tiempo antes de que Zayd entrara...

—¿Qué haces aquí? —dijo alarmado, volviendo la mirada hacia otro lado—. Vístete, por favor, y vete de aquí. No quiero problemas.

—¡Cómo se atreve a hablarme así!... ¡soy Su Alteza! —dijo Olitte, acercándose sin haberle hecho caso a sus palabras. —Si mi padre se entera de que me está hablando de esta manera, no creo que le agrade —jugó ella, intentando hacer valer su estatus.

—Y si se entera de que usted se metió a mi habitación semidesnuda, tampoco creo que le agrade —respondió Zayd, sus ojos fijos en ella, apretando la mandíbula para no mostrar su agitación.

—Él... Él no le creerá —dijo la princesa, arrugando la frente con nerviosismo.

—Soy su mano derecha; confía más en mí que en su propia sombra —explicó Zayd, con una actitud de firmeza que intentaba aplacar la situación. Sin embargo, no podía evitar cuestionarse si realmente era así.

—Yo solo quería verte... —dijo Olitte, cambiando su actitud a pasiva, tomando su mano con delicadeza—. Quiero estar contigo —susurró, dándole un pequeño beso en la palma de la mano.

—¡Basta ya! —interrumpió él, retirando su mano bruscamente—. ¿Cuándo va a entender que esto puede traerte muchos problemas?

—¿Por qué me rechazas? ¿Acaso hay otra mejor que yo? Yo puedo ayudarte a obtener este reino y más... ¿y aún me rechazas? —dijo ella, con su voz teñida de nostalgia.

—Señorita... a veces lo que uno piensa que está bien, no es lo correcto —respondió Zayd, intentando ser amable en su rechazo.

—Está bien, como no quiere estar conmigo por las buenas, entonces va a ser por las malas. —Con eso, Olitte tomó su batola y salió de la habitación hecha una furia.

Zayd se mantuvo firme en su habitación a pesar del dividido deseo de seguirla, abrumado por el caos emocional que ella provocaba en él. Lo que sabía con certeza era que no quería ganarse de enemigo al rey por culpa de los caprichos de la princesa; Olitte se había convertido, sin quererlo, en su pesadilla andante. 

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