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CAPÍTULO IX

— Darius casi muere en las manos de una esclava zuyé — comentó Maglio a Zayd mientras entraban en el despacho del palacio.

— Es inaudito, no veo la hora en que desaparezcan uno a uno, terminarán siendo el polvo que pisamos —respondió el comandante, con un profundo rencor que coloraba su tono de voz.

Zayd era hijo de Ciro, un gran herrero que había servido al antiguo rey de Galantes, Livar. Desde la infancia, su padre había esquivado las preguntas de su hijo sobre su madre, limitándose a decirle que debía odiar a los zuyé, pues ellos habían asesinado a su amada.

Cuando la nube de la guerra se cernía sobre el reino, Zayd contaba apenas con doce años y la única presencia familiar que lo acompañaba era la de su padre. Ante la inminente contienda, Ciro le prometió que volvería a su lado, que lucharía no solo por honor, sino por su hijo, para que este no tuviera que vivir en la sombra de la tribu que había desgarrado su familia.

Después de días de lucha, teniendo en su mente el rostro de su esposa y la de su hijo, los zuyé lo interceptaron propinándole una herida mortal, dejándolo agonizando en el lugar, lejos de su hijo y de su hogar.

Finalmente, la guerra concluyó con una derrota devastadora para los galantinos. Zayd aguardaba en la plaza, con la esperanza de ver el rostro familiar de su padre, pero solo pasaban heridos y muertos, y nunca llegó a encontrarlo. Su corazón se llenó de odio hacia los zuyé, un rencor que pronto consumiría la inocencia que aún le quedaba. A partir de ese entonces, hizo una promesa a sí mismo: se vengaría de aquellos que habían asesinado a sus padres.

Después de la muerte de Ciro, se unió a la armada de su país, soportando numerosas humillaciones y el dolor de la soledad, hasta que con los años, ya siendo mayor de edad, fue digno de vestirse con el uniforme galantino.

— Y cuéntame, ¿cómo va la extracción en la mina? — consultó Maglio.

— Va muy bien. Los mineros están trabajando día y noche. Nos aseguramos de que ningún dalacio se entere de que estamos extrayendo toneladas de oro. No creo que a Darius le vaya a gustar — respondió Zayd, justo cuando el eco del toque de una puerta interrumpió la conversación.

— Adelante — ordenó Maglio.

— Padre... — dijo Olitte al entrar; luego, dirigiendo su mirada a Zayd, agregó —Comandante, ¡qué gusto verlo!

— ¿Qué deseas, hija? Estamos ocupados — dijo su padre, centrando su atención en ella.

— Vengo a invitarlos a tomar el té en el jardín. La tía Azucena acaba de regresar de Ansuya — explicó la princesa.

— Está bien, iremos luego —concluyó Maglio, mientras su hija hacía una reverencia antes de regresar al jardín.

— Vamos a ver qué buenas noticias traerá Azucena de Ansuya. Espero que no haya sido en vano el viaje — dijo Maglio mientras se levantaba para seguir a Zayd hacia allí.

El jardín estaba repleto de flores y exquisitos postres, todo preparado para recibir a la tía favorita de Olitte, Azucena. Al llegar, todos los presentes hicieron una reverencia al rey, antes de retornar a sus ocupaciones.

— Azucena querida — saludó Maglio, acercándose a ella para besar su delicada mano—. Espero que me hayas traído buenas noticias.

Maglio junto a su esposa y Azucena, conversaban animadamente, Zayd se apartó un poco del gentío.

— Comandante, no se vaya... — imploró Olitte, tomando su mano con gentileza.

— Señorita, por favor no haga eso — respondió él, retirando cuidadosamente su mano de la de ella.

— No es necesario que sea tímido conmigo — insistió ella, aferrándose de nuevo a su mano y llevándolo a sentarse. — Espere aquí, le traeré un postre que hice yo misma.

Zayd, perplejo, observó cómo Olitte se alejaba con su vestido esmeralda que dejaba al descubierto sus delgados hombros. Era, sin duda, una joven hermosa, y al mismo tiempo, inalcanzable para él.

Pocos momentos después, ella regresó con una tarta de ciruela, con sus ojos brillando de emoción.

— Aquí está, espero que le guste mucho — le extendió el dulce.

— Gracias, pero no quiero que me trate de esta manera. No quiero que su padre malinterprete las cosas — respondió él, mientras procuraba asegurarse de que Maglio aún estaba perdido en su conversación.

— Zayd, acaso no entiende que estoy enamorada de usted — confesó Olitte, haciendo que el joven se quedara congelado.

— Yo... yo quiero... — intentó decir, mas su frase quedó trunca al ser interrumpida por su madre.

— Disculpe, comandante, necesito llevármela un segundo — dijo Amalia, tomando a su hija por el brazo y alejándola de la vista de todos.

— ¿Qué estás haciendo? ¿Estás loca? —soltó Amalia con los ojos muy abiertos.

— Madre, quiero casarme con él — replicó Olitte con determinación.

— ¡No! Estás completamente loca. Tu padre no lo aceptará — contestó Amalia.

— ¿Por qué no? Él es su mano derecha... y además, yo lo amo — replicó la princesa.

— ¿Lo amas? ¿Qué estupidez es esa? Apenas tienes dieciséis, no sabes qué es el amor. Él es un hombre mayor para ti y no quiero que te haga daño — dijo Amalia, con preocupación en su voz. — Olitte, todo esto es un capricho. Espera a que seas mayor y veremos qué pasa. Por ahora, no quiero verte cerca de él — concluyó, dejándola sola en el lugar.

Amalia conocía a Zayd desde hacía más de diez años. Desde que él se convirtió en la sombra protectora de su esposo, había sentido una inquietante atracción hacia él. Ahora que su hija estaba enamorada de Zayd, sus celos se avivaban. Sabía que, si continuaba provocando al joven comandante, podría suceder algo más complejo que un simple coqueteo.

La noche calló rapidamente y todos en el palacio se encontraban en sus respectivas habitaciones, excepto la servidumbre que continuaba con sus deberes.

— Con su permiso, aquí su uniforme — dijo Olivia al entrar colocando el traje en un percherillo.

— Sírveme una copa —le ordenó Zayd mientras intentaba leer desde el asiento de su escritorio.

No podía sacudir de su mente la reciente confesión que había recibido de la princesa Olitte. La consideraba una joven hermosa, pero sabía que no estaban destinados el uno para el otro. Zayd continuaba aferrado a su soltería, esperando el momento adecuado para comprometerse. Sin embargo, eso no le impediría aprovechar las oportunidades para vivir las aventuras que deseaba.

— Te quedarás conmigo esta noche —le indicó a la sirvienta, parándose frente a ella, dejando un mínimo de espacio entre sus cuerpos.

La respiración de Olivia se hizo más intensa, la esbelta figura y los ojos azules de Zayd la intimidaban tanto que generó en ella una mezcla de nervios y excitación.

— No tengas miedo, seré bueno contigo — le susurró él, acercándose a su rostro y dejando un delicado beso en los labios de la joven.

Su mano comenzó a acariciar su suave cabello avellanado, mientras la otra se posaba en su pequeña cintura. Olivia se fue dejando llevar, posando su mano sobre el cuello de Zayd, sucumbiendo ante la calidez de sus besos, que se tornaron después con un agradable sabor a lujuria.

Zayd la levantó y la colocó sobre su escritorio, comenzando a desatar el vestido de la sirvienta, dejando al descubierto su piel. Con un fervor contenido, sus labios comenzaron a bajar desde el cuello de Olivia hasta sus senos, mientras sus manos exploraban audazmente su figura, antes de regresar a sus labios, donde la pasión erguía una conexión obliterante.

Los suaves gemidos de Olivia y la forma en que se entregaba a sus caricias lo llevaban a continuar, a olvidar momentáneamente el dilema que lo incomodaba. A cada contacto, el deseo se intensificaba, arrastrándolo hacia un abismo de sensaciones que parecía imposible resistir.

Con delicadeza, la llevó a su cama, dejándola tendida sobre las sábanas blancas. Zayd se despojó de su ropa, revelando su hermosa figura, y se abalanzó sobre ella, estando frente a frente con el delicado rostro de aquella joven sirvienta.

Olivia, era una de las tantas sirvientas del palacio, había estado sirviendo a la realeza, incluido a la joven Olitte, quien era muy cercana a ella.

A pesar de saber que la princesa estaba enamorada de Zayd, dejó que sus propios deseos la dominaran, entregándose al atractivo militar.

Zayd recorrió lentamente el cuerpo de Olivia con sus manos, llegando a sus piernas, donde dejó que la pasión fluyera entre ellos. Mientras la ferviente atracción los envolvía, Zayd terminó por entrar en ella, moviéndose con suavidad, al compás de sus respiraciones entrelazadas.

En ese instante, Olivia se convirtió en su refugio temporal, un sitio donde podía olvidar sus responsabilidades y la realidad que lo esperaba al amanecer.

Sus cuerpos se deseaban ardientemente mientras la noche se cerraba sobre ellos, ajenos al mundo que giraba fuera del palacio. Desplazándose en un vaivén frenético, la entrega entre ambos apenas comenzaba... 

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