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CAPÍTULO IV

Después de intercambiar varias cartas, el rey Maglio, acompañado por Zayd y un par de cuadrillas de sus tropas, se encaminó rumbo a Dalacia para reunirse con Darius y su ejército.

—Ya estamos por arribar al palacio de Dalacia, mi lord —informó un soldado encargado de la marcha. Zayd asintió y cabalgó lentamente hacia la ventanilla del carruaje del rey.

—Su Majestad, estamos a pocos kilómetros del palacio —le comunicó, mientras Maglio asentía y se ajustaba su traje real.

Al llegar a las afueras del palacio, Darius ordenó a los guardias que abrieran las puertas para dejar pasar el carruaje real de Maglio, seguido por Zayd.

—Bienvenidos —dijo Darius, recibiendo a Maglio con un abrazo.

—Lo prometido es deuda; aquí estoy para cumplir con lo acordado —respondió el monarca. Mientras Zayd descendía de su caballo para unirse a ellos.

—Su Majestad —dijo, haciendo una reverencia al rey Darius.

Los tres entraron al palacio y se dirigieron al despacho real. Maglio y Zayd tomaron asiento frente a Darius y dos consejeros militares.

—Mis hombres han ideado un plan de ataque contra la tribu —dijo Darius, desenrollando un mapa de Azur que mostraba Dalacia, Galantes y la tribu Zuyé, junto con los territorios de Leyal, Ansuya, Palmira y las Islas de Ennovy.

Maglio observó el mapa con atención, consciente de la importancia de cada movimiento en el tablero político y militar.

—Este es el plan: tomaríamos la mitad de nuestras tropas para ir a la frontera que compartimos con Zuyé. Tardaríamos dos días entre descansos para llegar. Al día siguiente, atacaríamos desde el suroeste de la frontera, avanzando en diagonal cerca de una parte del lago, para introducirnos en la selva y llegar a la frontera sur, donde limitan Ansuya y Zuyé. Embestiríamos una gran porción de tierra —explicó uno de los consejeros, señalando la representación en el mapa—. Solo faltaría que las demás tropas de Galantes atacaran la tierra restante, que va desde su frontera hasta los límites de Leyal y Ansuya.

Con un acuerdo tácito, los líderes se dispusieron a afinar los detalles del plan, conscientes de que el destino de sus reinos estaba en juego.

—Si queremos terminar con ellos en un día aproximadamente, necesitaremos un buen número de tropas, dado a que el territorio es pequeño, hay una espesa selva que ellos conocen mucho mejor que nosotros y podrían utilizarla en nuestra contra —opinó otro de los asesores.

—Me parece muy buena esta propuesta. Mis demás tropas están a un día de la frontera, será rápido enviar a un mensajero con las indicaciones. Apenas escuchen el primer cuerno de la mañana, atacarán por toda la frontera hasta llegar a divisar sus tropas —respondió Maglio.

—Pienso que sería un riesgo acampar cerca de la frontera; deberíamos atacar apenas lleguemos allí. Los zuyé son astutos y podrían atacarnos primero al descubrir nuestras intenciones. Es mejor tomarlos por sorpresa, cuando estén fatigados, poco antes del atardecer —añadió el comandante galantino.

Zayd, un hombre inteligente, gracias a su perspicacia había podido recopilar información valiosa para el ataque. Les explicó que había comprobado que los zuyé trabajaban desde temprano en la mina y en los ríos, y que al atardecer se encaminaban a sus viviendas llevando minerales, madera y comida. Sus defensas patrullaban por rondas toda la noche hasta el amanecer del día siguiente, y llevaban armas que, aunque sencillas, eran poderosas, capaces de aplastar el cráneo de cualquier amenaza.

Por ello, no podían bajar la guardia al llegar cerca de la frontera; los zuyé se darían cuenta del movimiento militar durante la noche, y tampoco podían atacar a las primeras horas de la mañana, porque estarían descansados y listos para defenderse.

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