CAPÍTULO III
El rocío acaparaba la mañana y el reino permanecía en silencio tras la agitada noche anterior. La servidumbre realizaba sus labores con delicadeza, cuidando de no perturbar la calma del ambiente; las cocineras se apresuraban por preparar un banquete que pudiera mitigar los estragos de la resaca de los residentes del reino. Sin embargo, el rey Maglio se encontraba en perfecto estado, salvo por un trasnocho debido a la inquietud que le generaba su ambicioso plan.
Mientras los demás aún permanecían en sus habitaciones, ordenó que convocaran a Zayd al despacho gubernamental. No podía permitirse perder ni un solo minuto sobre la oportunidad que representaba la estancia del rey Darius en su palacio.
—Su Majestad —dijo Zayd al presentarse ante el rey.
—Siéntate —ordenó Maglio, asegurándose de que no hubiera nadie en el pasillo que pudiera escuchar su conversación.
—Una vez que salgas de aquí, dirígete a la habitación de Darius. Necesito que lo convenzas de que apoye mi causa. Ofrécele pase libre por las tierras que conquistaremos —indicó el rey con su mirada fija en Zayd para transmitir la urgencia de sus palabras—.No le cobraré ni un centavo por utilizarlas en su comercio con Leyal. Ellos tienen más que perder. Sus comerciantes se han quejado constantemente de tener que recorrer largas distancias por Ansuya para alcanzar su línea comercial. Además, detestan pagar los altos impuestos que les imponemos...Si logramos proponer una solución a al menos a uno de sus problemas, podría terminar por convencerse —concluyó Maglio, aunque en su interior sentía una inquietud latente respecto al desenlace de este arriesgado plan.
Zayd sintió que el desafío aumentaba, pero continuó con su exposición.
—Entiendo sus reservas, Su Majestad. Sin embargo, permítame señalar que puede haber beneficios significativos en esta unión. El rey Maglio está dispuesto ofrecer a su pueblo un acceso libre comercial y militar si esas tierras son conquistadas, lo que simplificaría el cruce hacia Leyal y reduciría los días de travesía a través de la actual Galantes, evitando el territorio de Ansuya.
Darius lo observó con una mezcla de escepticismo y consideración, sabiendo que una oferta como la que le planteaba traía consigo tanto riesgos como oportunidades.
—Antes de tomar una decisión, necesito garantías claras —dijo Darius, con voz firme—. No estoy dispuesto a comprometer la estabilidad de mi reino sin tener plenas convenciones que aseguren el bienestar de mi pueblo.
Zayd asintió, reconociendo que la negociación no sería sencilla. Sin embargo, le plantearía una propuesta que no estaba en los planes del rey Maglio, pero que tal vez podía hacer realidad el propósito del rey galantino.
—Entiendo su posición y deseo presentar una propuesta adicional a lo que se ha planteado. Propongo que compartamos la tierra a conquistar, estableciendo como condición que el lago sea propiedad de Galantes. —expuso el comandante.
El lago pertenecía a la tribu zuyé, respaldado por un antiguo pergamino que documentaba el acuerdo. Esto se debía a que Galantes y Dalacia contaban con un extenso mar del cual podían obtener beneficios, a diferencia de la tribu zuyé, que solo disponía del lago como recurso vital.
Zayd había realizado una expedición cerca del lago antes de la llegada del rey Darius a la ciudad de Galantes. Durante su exploración, descubrió que los zuyé estaban extrayendo diariamente piedras preciosas de la mina para intercambiarlas con Leyal y Ansuya a cambio de alimentos, animales, armas sencillas y materiales para la construcción de sus hogares.
—Le agradecería que me hiciera llegar ese tratado. Solo así podré convocar a mi consejo y sopesar las implicaciones de esta propuesta.— concluyó Darius sintiéndose presionado por la necesidad de proteger a su reino, pero también entretenido por la posibilidad de un futuro más próspero.
Zayd se inclinó, satisfecho por la dirección que estaba tomando la conversación.
—Por supuesto, Su Majestad. Puedo asegurarle que el rey Maglio apreciará la seriedad de su posición y estará dispuesto a redactar un acuerdo formal que respalde nuestro compromiso mutuo. Con gusto le haré llegar la documentación que considere necesaria.
Al salir de la habitación, Zayd sintió un suspiro de alivio. Había dado un primer paso hacia la consolidación de una alianza que podría cambiar el destino de ambos reinos. Sin embargo, su tranquilidad se vio interrumpida por el rey Maglio.
— ¡Qué has hecho! —exclamó alterado.
—Señor, el rey Darius había desistido rotundamente ante su petición; era eso o nada —respondió Zayd, defendiéndose mientras el rey caminaba de un lado a otro con el rostro sonrojado—. Confíe en mí. De este convenio, más temprano que tarde, usted mismo verá los valiosos resultados —expresó con determinación.
—Está bien, pero si esto se nos sale de las manos, tú serás el responsable —declaró el rey, señalándolo antes de abandonar el despacho, consumido por la furia.
A medida que caía la tarde, el carruaje del rey Darius aguardaba en la entrada del palacio de Galantes. Los últimos rayos del sol teñían el cielo de un anaranjado profundo, proyectando sombras alargadas sobre los muros de piedra del palacio.
—Amigo mío, es hora de partir. Desearía quedarme un poco más, pero tengo asuntos que atender —indicó Darius en la puerta del carruaje. —No dudes en venir a mi reino; serán bien recibidos en mi palacio —comunicó finalmente.
—Con mucho gusto me presentaré pronto en su palacio. Estaré en contacto con usted —respondió Maglio mientras despedía a su colega dalacio. Sin embargo, mientras observaba el carruaje alejarse en el horizonte, su mente no pudo evitar reflexionar con inquietud: "Espero no arrepentirme de esto..."
El carruaje se desvaneció en la distancia y las palabras de Darius resonaban en su mente, y aunque la promesa de una alianza parecía beneficiosa, las implicaciones de tal acuerdo eran potencialmente peligrosas.
Con una última mirada hacia el horizonte, donde el carruaje de Darius había desaparecido, Maglio se adentró en la penumbra del palacio, decidido a enfrentar los desafíos que el destino le tenía preparado.
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