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CAPÍTULO II

Un mensajero proveniente de la frontera se dirigió hacia el reino para informar que el rey Darius arribaría al amanecer siguiente.

Inmediatamente tras recibir la noticia, el palacio inició con diligencia los preparativos para el festín. El aroma de la exquisita comida preparada por las cocineras del reino se podía percibir incluso en las afueras del palacio, mientras que las estancias se impregnaban con el dulce perfume de la lavanda. Cada rincón del lugar estaba meticulosamente organizado y los salones destinados a recibir al rey estaban adornados con elegantes decoraciones en tonos verde esmeralda, con el fin de que se sintiera como en su propio hogar. Aunque había sido un día arduo, el esfuerzo invertido en la velada prometía dar sus frutos.

Al amanecer, el sol se alzó acompañado del sonido de trompetas reales que anunciaban la llegada de Su Majestad Darius, el soberano de Dalacia. A medida que su carruaje dorado y decorado en esmeralda atravesaba las calles de la capital en dirección al palacio, el pueblo lo saludaba con alegría y reverencia.

—¡Bienvenido! —exclamó Maglio en la entrada del palacio, acercándose al rey para saludarlo con un afectuoso palmoteo en la espalda. —Me complace su presencia y la de sus acompañantes; me aseguraré de que su estadía en Galantes sea de lo más placentera.

 —Ha transcurrido un tiempo desde nuestra última reunión —respondió Darius con una sonrisa. —Estoy seguro de que será un verdadero placer estar aquí.

Maglio condujo al rey al recibidor del palacio, que estaba decorado con una línea de pequeñas velas amarillas encendidas, que iluminaban el camino desde la entrada del recibidor hasta la siguiente habitación. El suelo estaba cubierto por una hermosa alfombra azul, con pétalos de rosas blancas esparcidos a lo largo del pasillo. Al fondo, se apreciaban cortinas de un azul oscuro, sujetas con cordones dorados a ambos lados del arco que conducía a la estancia principal. Las cortinas estaban realzadas por un largo cortinaje de cadenillas de oro, que brillaban a la luz de las velas.

—Hace mucho que no me asomaba a este lugar; parece que el palacio ha cambiado —comentó Darius mientras admiraba el hermoso recibidor.

—Tiene toda la razón, hemos estado realizando mejoras en este lugar —respondió Maglio, acercándose al umbral de la estancia principal, donde se encontraban sus acompañantes.

—Tengo el honor de presentarle nuevamente a mi amada esposa, Amalia, y a mi hija, Olitte —anunció Maglio mientras Amalia y Olitte hacían una reverencia al rey invitado—. Permítame presentar también al mayordomo principal del reino, Enzo; él se encargará de su estadía y la de sus acompañantes. Asimismo, quiero presentar al Comandante de la Armada de Galantes, Zayd, quien es uno de mis mejores y más leales soldados.

Ambos, Enzo y Zayd, hicieron también una reverencia al rey Darius, quien estaba acompañado por su esposa Ruby, sus hijos mellizos Louis y Agatha, y cuatro nobles dalacios.

—Enzo, acompaña a Su Majestad y a su séquito a sus recámaras. Imagino que querrán tomar un breve descanso —indicó Maglio, dirigiéndose a Darius y a su comitiva—. Les veré al atardecer; Enzo estará a cargo de ustedes.

Una vez que los invitados se habían alejado, Maglio se dirigió a sus acompañantes.

—Ustedes dos, me avergüenzan. La esposa del rey Darius se ve más hermosa que ustedes —dijo Maglio a su hija y a su esposa, haciendo que las mejillas de Olitte se tiñeran de rojo por el comentario de su padre, especialmente en presencia de Zayd. —Tú, haz lo que desees por ahora; te veré en el festín —indicó el rey, recibiendo un gesto afirmativo de Zayd.

El atardecer comenzaba a ser espléndido, y la servidumbre daba los toques finales a la mesa del comedor principal, que se encontraba repleta de frutas, sopas, perniles, ensaladas, panes, postres y jarras de vino tinto. Mientras tanto, Maglio y sus acompañantes —Amalia, Olitte y Zayd— se acercaban a la estancia junto al rey Darius y su familia.

Enzo los guió hacia los asientos centrales de la sala. Darius se acomodó en la silla del rey como invitado de honor, mientras su esposa, Ruby, se sentó a su derecha, acompañada por sus jóvenes hijos, Louis y Agatha, de veinte años. Maglio ocupó el lugar a la izquierda de su homólogo, mientras que Zayd, Amalia y Olitte se sentaron al lado de su rey. En ese momento, los sirvientes comenzaron a distribuir la comida entrante.

El rey Maglio tomó una campanilla situada frente a él, resonándola para llamar la atención de todos los presentes en la estancia.

—¡Atención! Hoy, el Gran Rey Darius de Dalacia y su familia están en nuestra presencia para compartir este festín en honor a la amistad entre el reino de Dalacia y el nuestro, el reino de Galantes. Démosle una cálida bienvenida y un brindis en su honor —expresó el rey, permitiendo que un bullicio de copas y aplausos se levantara entre los asistentes al evento.

El rey Darius agradeció los cálidos gestos con signos de gratitud hacia todos desde su lugar.

A continuación, todos comenzaron a degustar la comida previamente preparada: una aromática sopa de verduras con carnes de res y pollo, sazonada con hierbas y especias, acompañada de abundantes hogazas de maíz y una copa de vino tinto.

—Ahora que estamos satisfechos, deseo tratar un asunto urgente —comentó Maglio después de tomar un sorbo de vino tinto.

—Soy todo oídos —respondió Darius, preparándose para escuchar.

—Se trata de una situación que me está carcomiendo por dentro. La tribu zuyé ha asesinado a mis soldados y ha robado nuestras armas en la frontera. Han causado numerosos inconvenientes, y como puede ver, este reino solo anhela vivir en paz —dijo Maglio, añadiendo un aire de teatralidad a su relato.

—¿Y qué propone hacer al respecto? —inquirió Darius mientras le servían el siguiente plato: delgadas hogazas con crema blanca, seguidas de una porción de pernil de cerdo horneado con especias y una fresca ensalada con semillas silvestres.

—Mi intención es tomar represalias contra ellos en busca de justicia, por el honor de mi nación. Por eso me dirijo a ustedes; necesito su apoyo militar y estratégico —explicó Maglio con firmeza.

Darius, tomando un sorbo de su vino, reflexionó. En su corazón, no deseaba verse envuelto en un conflicto bélico en pleno auge de su gobierno.

—No estoy seguro de que sea lo correcto. No quiero arriesgar a mi ejército por disputas entre su reino y la tribu. Estoy convencido de que debe haber una solución más pacífica a esta situación —emitió con cautela.

—He enviado mensajeros y obispos en un intento de diálogo pacífico, pero sus esfuerzos han sido vanos. Fueron asesinados sin piedad —expuso Maglio, esforzándose por mantener su compostura ante la complejidad de su mentira.

—Bueno, tendré que pensarlo. Consultaré con el consejo para asesorarme —evadió Darius, finalizando su comida y dirigiendo la mirada hacia el frente, donde unas bellas jóvenes se preparaban artísticamente para presentar la danza tradicional de Galantes.

—Le dejaré el tiempo necesario para que reflexione y se asesore. Tendré paciencia con su respuesta. Por ahora, espero que disfrute de este espectáculo que hemos preparado en su honor —dijo Maglio, dejando de lado de manera discreta el postre de frutos rojos que se encontraba servido en su plato—. En un momento regreso.

Después de pronunciar estas palabras, Maglio hizo una seña disimulada a Zayd para que lo acompañara a otra estancia, lejos de los oídos de Darius y su familia.

—Este decrépito no quiere dar su brazo a torcer —exclamó Maglio, indignado.

—¿Desea que intervenga en su favor? Tal vez logre convencerlo de que nos apoye —propuso Zayd al notar la preocupación de su rey.

—Sí, pero esta noche dejemos las cosas así. Mañana tendremos la mente más clara y más tiempo para persuadirlo de que nos brinde su apoyo. Esto debe suceder, cueste lo que cueste; de lo contrario, no lo lograremos.

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