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CAPÍTULO I

En los pasillos resonaban los pasos de Zayd, elegante e imponente, cruzaba los corredores dejando la admiración de cada jovencita que se paseaba por el palacio. Era un joven esbelto que vestía trajes negros, acompañados de una larga capa azul marina que engalanaba sus anchos hombros, asegurada por dos broches dorados, seguido de sus botines oscuros que combinaban con su cabello lacio azabache por lo lustrosas y limpias que se distinguían. Era todo un caballero.

—Su Majestad —dijo al llegar a la entrada del jardín central del palacio —Dalacia dio respuesta a su invitación.

Continuó, dándole en sus manos un sobre esmeralda con el sello del rey Darius.

"Estimado amigo y Gran Rey Maglio de Galantes:

Agradezco y aprecio profundamente su gesto. He estado abrumado durante estos días, pero deseo asegurarle que consideraré con atención mi presencia en su reino. Con gusto le envío una majestuosa tela de las extraordinarias Islas de Ennovy como muestra de mi gratitud. Me apresuraré a asistir al gran festín.

Rey Darius de Dalacia

Maglio pidió a su servidumbre que trajera más vino y comida para celebrar junto a su 'colección' de bellas doncellas y su confiable, ahora comandante de su armada, Zayd.

Mientras llegaba la orden, Maglio se sentó cerca de él, dejando a un lado a las jóvenes que lo acompañaban.

—¿Cómo ha estado el entrenamiento de los soldados? ¿Has podido ver algún potencial? —preguntó el rey.

Se hizo una pausa al llegar la servidumbre que les traía vino tinto, hogazas de pan, queso fresco y frutas recién cosechadas.

—He puesto mi mayor esfuerzo en el entrenamiento físico de los soldados; verá un progreso significativo en un par de semanas más. Y sí, hay unos cuantos que poseen una provechosa destreza con las armas. He encontrado unos posibles líderes de cuadrillas —comentó Zayd, mientras observaba la gran satisfacción de su rey con sus palabras.

—Espero que no me defraudes, eres el mejor guerrero que un rey puede tener... ¡Larga vida a Zayd! —exclamó mientras las copas de ambos resonaban.

El rey Maglio era un cobarde que había obtenido el reino a costa de sangre inocente. Su esposa era hija de Livar, antiguo rey de Galantes, que en su reinado solo contaba con su primogénita, Amalia, y su hijo menor, Augusto. Su esposa había muerto hacía tiempo a causa de una fiebre incesante que la consumió hasta sus últimos respiros.

Amalia se había enamorado de Maglio cuando ella contaba con diecisiete años; para ese entonces él tenía veinticuatro, siendo un soldado más de la armada de Galantes. La princesa le pidió a su padre que la dejara casarse con Maglio. Sin embargo, el rey se opuso a su petición, únicamente lo permitiría con la condición de vencer en la guerra territorial contra la tribu zuyé. Así, Maglio ganaría el honor de desposar a su hija.

Aconteció la escena entre los galantinos y los zuyé poco tiempo después, y Amalia solo deseaba que Maglio regresara sano y salvo, efecto contrario a las pretensiones del rey, quien no confiaba en las intenciones del joven Maglio hacia su hija.

Aun así, llegó el día en que las tropas volvieron a casa. Regresaron soldados con graves heridas, ensangrentados y moribundos, que fueron trasladados en carretas de madera hacia Galantes. Los demás quedaron en el territorio zuyé, perdiendo la oportunidad de ser sepultados por sus parientes. A pesar del doloroso hecho, Maglio y unos pocos regresaron ilesos, habiéndose ocultado en el espeso bosque que cubría el territorio de la tribu para no correr el riesgo de morir, teniendo razones más importantes que el reino. Maglio pretendía casarse con Amalia, no porque la amara, sino porque deseaba ser parte de la realeza, costara lo que costara.

El rey, hallándose en la derrota de su ejército contra la tribu, canceló la petición de su hija, dejándola desolada por su decisión. Sin embargo, Maglio la convenció de casarse furtivamente con él en una capilla de un campo lejano al reino, a lo que ella aceptó sin importar los riesgos que corría. Horas después de la ceremonia, Maglio cabalgó al reino para dejar a Amalia en la entrada del palacio procurando que no los vieran juntos, para luego pasar el atardecer en una taberna mientras esperaba la fría noche de aquellos días lluviosos. Maglio sabía que si el rey se enteraba de lo ocurrido, le arrancaría la cabeza con sus propias manos, así que se apresuró a realizar un plan que podría costarle la vida.

Esa noche, tormentosa por los relámpagos y el escandaloso aguacero, entró sigilosamente en la habitación del rey. Esquivando la seguridad, se acercó silenciosamente a su presa y, al verlo dormitando placenteramente, se atrevió a lanzarse sobre él y asfixiarlo con sus propias manos. El rey luchó somnoliento por su vida, pero los años habían consumido sus fuerzas, y Maglio, en plena juventud, tenía la balanza de su lado. A la mañana siguiente, el reino se llenó de lágrimas y clamores por el alma del rey y el destino de la realeza. El príncipe Augusto no podía heredar el trono porque solo era un niño de nueve años, y la princesa Amalia no estaba preparada para aquella pesada carga.

Así que ella hizo pública su unión matrimonial con Maglio, permitiendo que su consorte reinara hasta que su hermano cumpliera la edad suficiente para heredar el trono.

Con el tiempo, Augusto ya contaba con dieciséis años y la preparación adecuada para heredar el trono que su padre le había dejado. Era un experto en tácticas de caballería y le gustaba preparar contiendas entre él y sus hombres para hacerse más ágil en la esgrima. Hablaba con fluidez sobre temas políticos, económicos y sociales con sus iguales, y compartía una pasión por la caza de animales heredada de su padre. A pesar de su corta edad, todo lo que necesitaba saber sobre reinar era en honor a su padre Livar de Galantes. Hacía todo por él, aunque no estuviera presente físicamente.

Maglio no quería perder lo que había construido desde el asesinato del rey, por lo que encargó a un joven soldado vigilar al príncipe cuando iba de caza, con el propósito de asesinarlo con una flecha cuando estuviera distraído.

Acontecieron días que parecían interminables, pero la sed de Maglio por la sangre de su cuñado estaba a punto de ser saciada. Maglio dejó esa responsabilidad a un soldado con paciencia y precisión envidiables, un joven que, a pesar de su escasa edad, había demostrado fidelidad a la corona, madurez y competencia en muchas tareas de la armada galantina. Ese soldado era Zayd, quien cumplió su cometido sin dejar rastro cuando tenía diecinueve años en aquel tiempo.

Maglio quería comprar su silencio nombrándolo como caballero, pero él se negó, deseando ganar su puesto trabajando arduamente en la armada de su nación. Aun así, prometió a su rey que su secreto no sería revelado nunca. Sin embargo, Maglio siempre halagaba las acciones de Zayd por temor a que él utilizara ese crimen en su contra y lo acusara del asesinato del legítimo rey de Galantes, después de once años.

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