Capítulo N° 5
La vida en la tribu jhakae era sencilla y agradable, llena de paz. No existía cosa más hermosa que despertar con el sonido de los pájaros y el viento. No había vecinos con música a todo volumen, no estaba mi padre gritándole a mi madre porque no le planchó la camisa a tiempo. No había molestias, era todo paz.
Los jhakae eran un pueblo bastante amable, eran naturales y sonrientes, no tenían problema en ayudar a otro aunque tuvieran que darle parte de lo suyo. Estaban libres de maldad, o al menos eso parecía. El problema estaba en las mujeres de Irinnoa, en ellas ensuciando la pureza de esa gente, quienes los llenaban de odio y competencias insanas; ya que a pesar de la amabilidad del pueblo, el trato hacia los hombres era horrible, y la diferencia social entre casados y solteros era abismal. Era como si ser soltero fuera una vergüenza, algo que ameritara burlas y humillaciones por parte de los demás.
Perdí la cuenta de cuánto tiempo llevaba allí, creo que llegué a contar tres semanas, quizás un poco más, y al igual que siempre Jhëren no pasaba tanto tiempo conmigo debido a sus deberes como hombre: debía cazar, entrenar con los sabios de la guerra, entrenar a los más pequeños. Se dedicaba a jugar con sus sobrinos y buscar aumentar su masa muscular para que no siguieran burlándose de él.
Nos veíamos por la noche, cuando nos sentábamos uno al lado del otro a ver el cielo, esa era nuestra lengua, el cielo nocturno. Hablábamos poco, y aunque le estuve enseñando a hablar mi lengua y él había aprendido bastante rápido, siempre terminábamos por mantenernos en silencio. Solo admirábamos las estrellas, no necesitábamos palabras, solo verlas allí sobre nosotros.
Porque en aquella manta de oscuridad, esas lejanas luces eran las palabras que no éramos capaces de pronunciar.
Era increíble como una a una todas las mujeres iban cayendo, era casi como si fueran seducidas por alguna magia oscura que yo era incapaz de detectar. Pero una a una caían ante la seducción de ser mujeres con poder, solo faltaban cinco –contándome a mí– para que se casaran. Esos cinco uemanes solteros eran la burla del lugar por tardar un mes en conseguir formar un lazo con su omana. Era bastante molesto ver cómo los casados se burlaban de los solteros, como si estar casado fuera una especie de estatus más elevado.
También me dediqué a observar a Drach, siendo la única persona que en verdad me conocía en toda la tribu. Y a pesar de lo que me hizo, comencé a sentir la necesidad de estar cerca de él, no de una forma romántica, sino amistosa. Y solo sentía eso porque necesitaba poder hablar con alguien en mi lengua, alguien que no fuera Marla y que no se la pasara hablando de lo perfecto que era su esposo con ella.
Recordaba constantemente el consejo que me dio Jhëron sobre pedirle ayuda a Drach, y últimamente lo estaba pensando con seriedad. Mis únicos amigos con los que pocas veces podía hablar de forma decente eran Jhëron, mi futuro suegro y con quien debía tener cuidado, puesto que era el uemane de la líder blanca, y Yamila, adoraba hablar con ella. La kumena era simplemente una genialidad de persona y una gran consejera.
Aproveché que Jhëren estaba distraído oliendo una flor junto con Nundeh y Kohnn para poder ir hacia el bosque, traté de no preguntarme qué rayos hacían oliendo una flor.
Kalea ya no me acompañaba por los alrededores, me había enseñado perfectamente por dónde debía ir y por dónde no. Ahora todo dependía de mis recuerdos, puesto que al haber estado esas semanas con ellos y no haber buscado escapar en ningún momento ya me daban total libertad. Aunque, de vez en cuando, ella se acercaba a mí para caminar juntas. Creo que el mismo cariño que yo le tomé, ella lo tomó conmigo, quizá se debía también a que yo era la única persona, además de Jhëren, que sabía que a ella le gustaba Nundeh.
Crucé el bosque sin que Jhëren me viera, necesitaba ir hacia el arroyo del otro lado, sabía que por allí estaba Drach. Era el lugar donde le gustaba sentarse a fumar sin que lo molestaran, y bueno, claramente yo estaba yendo a molestarlo. Me gustaba caminar por el bosque, tocar las plantas que no eran nocivas, acariciar el pelaje de algún animal inofensivo, ver esos kujús corriendo por el bosque, a veces algún que otro venado que huía de mí. El espléndido verdor, la frescura del aire, todo era simplemente un paraíso, y yo lo adoraba. Adoraba cada tramo de ese bosque, de ese lugar, el que ahora era mi lugar.
Al cruzar por el bosque y llegar al arroyo, él se encontraba allí, sentado junto al agua con los pies dentro. Soplaba el humo de su cigarrillo mientras miraba la nada. Me pregunté qué estaría pensando, quizás él también llegaba a extrañar Irinnoa o a su familia.
—Drach... —murmuré, acercándome con lentitud.
Él apenas giró la cabeza para verme ahí, me miró de arriba hacia abajo para luego resoplar y menear la cabeza.
—Tú no aprendes, ¿eh? —se rió—. ¿Qué quieres, Lena? Sabes perfectamente que no puedes estar en privado con un uemane ajeno, salvo que quieras darme una prenda...
—Solo quiero hablar. —Me encogí de hombros y llegué hasta él, donde me puse de cuclillas a su lado—. Solo eso...
—Harás que me castiguen otra vez —escupió con asco—. Puedo soportar que Jhïle me golpee si cometo errores, pero no podría soportar que me golpee solo porque tú no cumples reglas.
—Dijiste que eras mi amigo, ¿sigues siéndolo? —susurré, mirándolo fijo a los ojos grises—. ¿Eh, Drach, sigues siendo mi amigo?
Él suspiró y se recostó en el suelo con sus brazos tras la cabeza, mirando el cielo, las nubes que iban y venían, las cuales comenzaban a oscurecerse de a poco en lo que sería una gran tormenta.
—Sí, sigo siéndolo. Te conozco desde que naciste, Lena, y te he querido desde ese momento.
—Si me has querido siempre, ¿por qué me entregaste a los jhakae?
—Técnicamente yo no te entregué —corrigió y dejó ir el humo de su cigarrillo, el cual mantenía a un lado de su boca. Nunca entendí cómo podía fumar sin usar sus manos, supuse que era algo que lograba el vicio—. Aunque yo no te hubiera llevado a Shume, tú habrías ido igual, con Gina o sola, y de igual manera Jhëren te habría visto desde los árboles y te habría elegido. De todas las formas posibles habrías acabado en este lugar. La única forma en que eso no sucediera era que dejaras tu fascinación por ver la alineación y decidieras no ir a Shume, pero eso nunca pasaría, ¿cierto?
Ahora que lo decía de esa forma... tenía razón. Yo habría ido igual, con él o con Gina, y probablemente Jhëren me habría elegido igual.
—Y tienes suerte, Lena —dijo con un resoplido—, porque cualquier otro te hubiese asesinado por ser pequeña, pero él te eligió, no desaproveches la segunda oportunidad de vivir que se te ha dado. En este momento podrías ser un cadáver putrefacto en la colina, tus padres estarían enterrándote entre lágrimas, sin embargo estás viva...
—Pero ellos deben estar preocupados...
Drach giró su cabeza para mirarme, con el ceño fruncido, como si me estuviera analizando por completo. Él me conocía muy bien, quizá demasiado bien.
—¿Qué quieres? No viniste solo a aclarar esos problemas entre nosotros.
—Bueno, en realidad quería volver a hablar contigo y... también quería que me hicieras un favor.
—Sin favores, no perderé mi cabeza por tus locuras.
—¡Dijiste que eras mi amigo! —chille, pero él se sentó y me empujó riéndose.
—Lo soy, pero eso no quiere decir que quiera morir tan rápido. Tengo hijos, Lena.
—Tú vas seguido a Irinnoa, solo... solo quisiera que le dijeras a mis padres que estoy bien, que estoy viva y soy feliz, solo eso. No quiero que se preocupen por mí, no quiero que piensen que morí en la colina.
Él me miró en silencio y yo clavé mi mirada en los suyos grises, suspiró y estiró su mano hacia mí, esperaba un rechazo que jamás llegó. Le permití acariciarme el rostro y luego de unos instantes él me dedicó una sonrisa.
—Está bien, ya quería volver para buscar caramelos para los niños, la casa de tus padres queda de paso.
—¿Por qué nunca hablaste de ellos? —inquirí con seriedad—. Ni siquiera a tus padres, no saben que son abuelos.
—¿Y para qué? ¿Para qué les diría, para que alcen gritos al cielo de lo inmoral que soy por casarme con una salvaje? —dijo con asco—. ¿Para que critiquen a mis hijos por ser mestizos, por ser de una comunidad salvaje? Lena, nunca lo olvides, en Irinnoa se dice que los jhakae son caníbales, que se comen a sus propios bebés y que hacen tratos con el diablo. ¿En serio piensas que le diría a mis padres que tengo tres hermosos niños jhakae?
—¿Y por qué nunca me lo dijiste a mí? Yo nunca juzgaría a unos niños y lo sabes.
—Supongo... que no quería meterte en este mundo —respondió al encogerse de hombros—. Pero luego fue imposible, tú estabas empecinada con ver la alineación y preferí que estuvieras a mi lado antes que el de otro. Traté de advertírtelo varias veces y no quisiste escucharme, además pensé que si los jhakae veían que estabas a mi lado quizás así tendrías más oportunidades que si estabas sola o con cualquier otro.
—¿Los quieres? —Giró para verme—. A tus hijos.
—¡Claro que sí! Son la luz de mis ojos, son mis pequeños. Temo demasiado que Jhënna crezca... —dijo en un susurro triste—. ¿Sabías que cuando una niña se vuelve mujer, su padre, sus hermanos y sus tíos no tienen derecho alguno a tocarla? Cuando sangran por primera vez y se vuelven mujeres... Cuando Jhënna se vuelva mujer... Yo ya no podré abrazarla, ya no podré besarla... —Parpadeó rápidamente, supe que sus ojos se estaban llenando de lágrimas pero él corrió la mirada para que no lo viera—. Puedo soportar cualquier castigo, puedo permitir que Jhïle me hiera, puedo aceptar que Jhïon y Jhün lleven vida de uemanes, pero... no podré aceptar que me alejen de Jhënna, no de mi pequeña Jhënna...
—Deberías permitirle a Jhëren que juegue con ellos —dije, y él giró enseguida para verme con el ceño fruncido—. Tú lo dijiste, cuando ella crezca ni su padre, ni sus tíos ni sus hermanos podrán tocarla, y sé cuánto la ama. Sé cuánto su tío la adora, quizás él no sea padre pero sé que la ama como si fuera su hija, y si tú y Jhïle no le permiten abrazarla ahora que puede, Jhëren sufrirá mucho más.
—La verdad es que no lo odio, pero Jhïle es dura con él y yo no puedo ir contra lo que ella diga. Jhëren no es un mal chico... Lo conozco desde niño y sé que él no les haría daño a mis pequeños.
—¿Lo conociste de niño? —Él se rio al ver mi rostro sorprendido—. ¿Cómo era?
—Claro que lo conocí de niño, Lena, te lo dije, me capturaron en la anterior alineación cuando yo tenía dieciséis años. En ese momento Jhëren tenía diez y era un niño muy curioso y travieso, pero muy pequeño en comparación a los demás. En esa época él se apegaba mucho a mí y me llamaba hermano... Supongo que al volverse un hombre todo cambió.
Nos quedamos en silencio un buen rato, mirando el cielo que comenzaba a oscurecerse por nubes de lluvia, hasta que una a una las gotas comenzaron a caer sobre nosotros. Me puse de pie para regresar a la aldea y él me siguió, pero me retuvo en medio del bosque sujetándome del brazo.
—Lo que te dije esa mañana aquí es cierto, Lena. Cuando un uemane elige a su omana, no la elige porque la ame, porque le atraiga o porque le guste, ellos eligen a sus omanas según su fuerza y carácter, según la capacidad que ella pueda tener para dominarlos. Jhëren te eligió a ti, y tú y yo sabemos perfectamente que no tienes fortaleza aunque finjas tenerla.
—¿Por qué me dices esto?
—Porque no quiero que te ilusiones con algo que quizá nunca llegue. ¿Crees que no sé que cuando deje de servirle a Jhïle ella me arrojará como si no valiera nada, tal y como su madre hizo con Jhëron? Jhëren es el más pequeño de los jhakae y el más despreciado, pudo haberse salvado de más burlas y críticas si hubiese elegido una omana digna, pero te eligió a ti y... ¿por qué te eligió?
—Él dijo que me eligió porque soy pequeña como él —me quejé al liberarme de su agarre.
—Te eligió porque eres pequeña y mucho más que él, a tu lado él se ve más fuerte. Por eso te eligió.
—¡¿Tú qué sabes?!
—Llevo diez años de conocerlo, Lena, tu apenas mes y medio, piénsalo. —Drach se acercó a mí y me tomó del rostro, para luego susurrar a mi oído—. Enójate lo que quieras, pero eres mi amiga y te quiero.
—¿Por qué debería creerte? Dijiste que te gustaba, te acostaste conmigo y luego me trataste como a basura.
—Y no mentí, me gustas, me atraes, me pareces la cosita más caliente en la tierra, y sí, me acosté contigo, lo disfruté y tú también. No seas hipócrita, Lena.
—Jhëren es una buena persona, a diferencia de ti, él no necesita engañar a nadie —respondí entre dientes y lo empujé—. Y sí, quizá no lo conozca tanto como tú, y sí, quizá no pase tanto tiempo con él como para conocerlo, pero pienso cambiar eso. Él será mi esposo y él me dará las mejores noches que tú nunca podrás darme, gracias por nada, Drach.
—¡Que conste que te lo dije!
Me fui corriendo de ahí para dejarlo atrás, lo más lejos posible de mí. Había sido una pésima idea hablar con él, ¿por qué seguí el consejo de Jhëron? Drach nunca cambiaría.
Corrí más rápido, quería llegar a la aldea y buscar a Jhëren. Quería conocerlo y quería creer que lo que Drach me decía eran mentiras, pero la verdad era que no estaba segura. Yo no conocía a Jhëren, apenas si hablábamos, no sabía qué le gustaba y qué no, y él no sabía tampoco nada de mí...
La lluvia era insoportable, hacía que la ropa se pegara a mi cuerpo y que mis pies se embarraran, pegoteándose con cada cosa que se cruzaba en mi camino. Y cuando llegué a la aldea, cuando comencé a buscar a Jhëren, no lo pude encontrar. Busqué a Nundeh y Kohnn que se mantenían a un costado con el rostro serio, sus cejas fruncidas al igual que sus labios. Sabía que no debía acercarme a ellos pero de igual forma lo hice, ellos estaban cubriéndose de la lluvia bajo el techo de la cabaña de Yamila.
—¿Y Jhëren? —les pregunté jadeantes, mientras me sujetaba de las rodillas por tanto correr.
—Jhëren no bien, omana Lena... —dijo Nundeh con su ceño fruncido—. Jhöne regresó de su gran cacería...
Los miré a ambos, el nombre de Jhöne me sonaba, así que traté de hacer memoria. Busqué y rebusqué en mis recuerdos, hasta que pude recordar a Jhëron nombrarlo entre sus hijos, significaba que era el hermano mayor de Jhëren, pero ni Nundeh ni Kohnn se veían felices por eso.
—¿Dónde está Jhëren?
Ninguno respondió, pero ambos se miraron entre sí y Nundeh dio un paso adelante, pero Kohnn lo sujetó del brazo diciéndole algo en jhakae, algo que no pude entender, pero el pelirrojo no pareció molestarse. Me pidió que caminara frente a él para poder seguir esa maldita tradición de estar un paso por delante del hombre.
—Jhëren va a golpear a Nundeh por esto —dijo él con un suspiro—. Jhöne va a golpear mucho más a Nundeh por esto...
Y diciendo eso se detuvo, giré para verlo y señaló con la mirada una parte del bosque, esa que se encontraba cerca de donde vivían los sabios de la guerra. Me adentré despacio, con la molesta lluvia que se metía en mis ojos, y a medida que avanzaba con Nundeh atrás de mí podía oír gritos en jhakae, las palabras «krasto» y «drazte» resonaban con desprecio. Comencé a correr al oír esas voces más cerca y Nundeh corrió tras de mí, como si quisiera evitar que me acercara de más.
Junto a la cabaña de los sabios de la guerra, entre unos arbustos, un hombre de piel cobriza y cabello blanco pateaba en el suelo y golpeaba con una vara a Jhëren. Estaba en medio del barro, soportando los golpes sin responder una palabra, sin mostrar gestos de dolor, sin hacer nada. No sé cómo hice pero corrí hacia ellos aun cuando Nundeh me gritó que no lo hiciera, y cuando ese hombre levantó su brazo para golpear a Jhëren otra vez, lo empujé y me coloqué en el suelo para cubrir a Jhëren con mi cuerpecito.
—¡Ya déjalo! —le grité.
—Lena...
Ignoré a Jhëren, quien intentaba hacerme a un lado, y me dediqué a observar a ese hombre. Aunque tenía rasgos muy similares a los de Jhëren eran muy diferentes, solo compartían tono de piel, ojos y cabello, y algún que otro rasgo, pero su cuerpo era inmenso y su mirada era cruel, llena de odio, de desdén. No dudó siquiera, a diferencia de otros uemanes, en sujetarme del rostro con fuerza y levantarme en el aire como si yo no pesara nada. Mi mandíbula dolía de sobremanera.
—¡Danka! —me dijo al mirarme con un desprecio inexplicable.
Pude ver a un costado que Nundeh dudaba si actuar o no, supuse que estaba prohibido que otro clan se inmiscuyera en asuntos de un clan diferente. Lo veía maldecir por lo bajo en jhakae, pero no fue hasta que Jhöne levantó su puño para golpearme que Nundeh no se lanzó contra su espalda para evitar que me hiciera daño.
—¡Omana Lena! —dijo Nundeh entre dientes—. ¡Vete! ¡Busca Jhëron!
Me alejé de ambos y me acerqué a Jhëren en el suelo. Su rostro estaba lleno de sangre y su cuerpo lleno de heridas y moretones, lo veía débil, así que le palmeé el rostro para que no se durmiera y lo incité a levantarse del suelo, pero Jhëren parecía estar en otro mundo, como perdido. Su mirada no estaba presente, era como si no estuviera vivo a pesar de que podía respirar y podía oír su corazón.
No tenía mucho tiempo para analizarlo, Nundeh me estaba apurando para que me fuera rápido, probablemente porque le era un poco difícil soportar la fuerza y los golpes de Jhöne, por más que Nundeh fuese de los jhakae más fuertes y enormes.
—¡Omana Lena! —volvió a gritar Nundeh, quien apretaba sus piernas en la cintura de Jhöne en el suelo, siendo golpeado por este para buscar liberarse.
—¡Se supone que él no debería hacerme daño! —le grité al señalar a Jhöne, quien forcejeaba en el suelo con él.
—¡Jhöne odia omana Lena por volver más débil a Jhëren! ¡Jhöne culpa a omana Lena de Jhëren ser peor uemane! ¡Jhöne lastimar a Lena!
Enseguida comprendí la situación, observé a Jhëren en el suelo, trataba de mantenerse consciente mientras que Nundeh seguía luchando y forcejeaba con Jhöne. Giré sobre mis talones y comencé a correr por el bosque para regresar a la aldea, en alguna parte de ese maldito lugar debería estar Jhëron. Él, como sabio de la guerra y como padre de ambos, podría frenar esa atrocidad. Y ahora podía entender perfectamente por qué lo prefería a Jhëren, era el único ser humano decente en esa familia.
Crucé el bosque hasta llegar a la aldea y busqué a Kohnn en la entrada de la cabaña de Yamila, si él estaba ahí era por algo, así que me acerqué enseguida y no dudé en preguntarle por Jhëron, y en modo de respuesta solo señaló con la cabeza hacia el interior.
—¡Omana Lena! —dijo y apenas giré para verlo—. Jhëron omana Nuria, omana Jhöne.
Me importó una mierda que Jhëron estuviera hablando con la esposa de Jhöne. Ingresé como la malaprendida que soy, sin pedir permiso, e interrumpí la conversación que estaba teniendo Jhëron con esa mujer y Yamila. Él levantó la vista para verme y frunció el ceño, estaba a punto de decir algo al levantar su mano pero lo interrumpí.
—¡Su hijo está a punto de asesinar a mi uemane! —le grité y giré para ver a la mujer a su lado, quien se veía algo triste—. ¡Y si mi uemane muere a manos de tu uemane, yo lo asesinaré a él y te asesinaré a ti! —le grité, pero ella apenas se encogió de hombros y no respondió nada.
—Estamos resolviendo esto, Lena —dijo Yamila con un suspiro.
—Ah, claro, ¡mientras ustedes resuelven esto tomando un té mi uemane está agonizando allí afuera! Pero tranquilos, no sucede nada —chillé y señalé a la mujer—. ¿Hace cuánto están casados? ¡Y no me pongas esa cara de perrito abandonado porque soy una maldita perra y me importa una mierda tu carita de sufrida!
—Diez años... —susurró.
—¿Tienen hijos?
—No...
—Eso era lo que quería escuchar.
Giré sobre mis talones otra vez y comencé a andar hacia la salida. Estaba segura de que solo Jhïle tenía hijos, porque Jhëren jamás me habló de otros sobrinos, y ese era un dato sumamente importante. Sin embargo, cuando avancé un poco más, la voz de Jhëron me retuvo.
—Lena, no te metas, estamos resolviéndolo.
—Mientras ustedes lo resuelven aquí muy cómodos cubiertos de la lluvia, yo lo resolveré allí afuera, gracias por nada.
Salí corriendo otra vez pero fuera de la cabaña me choqué contra alguien, era Drach, quien me sonrió, al menos hasta que pareció ver algo tras de mí que hizo que el muy maldito decidiera sujetarme.
—Hey, pulguita, ¿a dónde vas? —me dijo con una risa pícara.
—¡Suéltame! Si nadie va a hacer nada entonces lo haremos Nundeh y yo.
—¿Tú? ¿Ni siquiera puedes liberarte de mi agarre y piensas que puedes con Jhöne? Ni Jhëron puede con Jhöne, estúpida.
Sin pensarlo le lancé una patada en los testículos que lo hizo doblarse con dolor, aproveché para correr y lo oí insultarme con ese tono de voz adolorido. Eso iba por todo, por usarme, por querer aprovecharse de mí, por mentirme, por querer meterme ideas sobre Jhëren y por retenerme en la puerta. Por ser un maldito, en cortas palabras.
Esta vez Kohnn me acompañó, parecía decidido a hacer algo, supuse que le preocupaba perder a ambos amigos a la vez, o quizás le preocupaba que Jhöne pudiera dañarme, no podía saberlo con exactitud.
Regresamos juntos hacia la cabaña de los sabios de la guerra y vimos esa pelea en el barro entre Nundeh y Jhöne, puñetazos que iban y venían, sangre que salpicaba por todas partes. Pero no fuimos los únicos interesados, pude ver a Tonke que llegaba por el otro lado, ese hombre pálido y enorme de ojos azules que era el esposo de Marla. Kohnn le hizo una seña con las manos y Tonke asintió, puesto que Kohnn era más pequeño que Tonke se acercó a Jhëren y lo ayudó a levantarse, mientras que el otro inmenso hombre se acercaba a Nundeh y Jhöne.
Yo pensaba cómo ayudar, tenía un fuerte deseo de golpear a esa bestia que tenía la misma sangre de Jhëren, pero también quería ayudarlo a él, a mi pobre y pequeño uemane que había sido duramente golpeado.
—¡Danka! —gritó con desprecio Jhöne al verme y quiso correr hacia mí.
Nundeh volvió a lanzarse sobre él, solo que este lo golpeó en el rostro con el codo y lo hizo caer al suelo con la sangre que se hacía notar, entonces fue Tonke quien intentó retener a Jhöne, pero este corrió más rápido que él para acercarse a mí. Me corrí hacia atrás, viéndolo a los ojos verdes que buscaban asesinarme, y él se lanzó, me sujetó fuertemente de las piernas y me arrastró hacia él.
El escozor en mis piernas y espalda por rozar tan rápido el suelo fue casi insoportable, pero no tanto como el fuerte puñetazo que me dirigió al rostro, sentí que incluso me habría quebrado algún hueso y las lágrimas no tardaron en caer por mi rostro. Quiso volver a golpearme pero esta vez Tonke lo retuvo desde atrás con su brazo en una llave de sumisión al cuello.
—¡Danka! —volvió a gritarme. Me refregué el rostro con dolor, el muy maldito me había partido el labio y dolía demasiado—. ¡El inútil de Jhëren eligió a una mierdita inútil como tú! ¡Omana inútil! ¡Ni siquiera se te puede llamar omana! ¡Podría aplastar tu cabecita con una sola mano! —gritó en mi engua, queriendo soltarse del agarre de Tonke—. ¡Deshonra a los Jhümi! ¡Tú y él! ¡Maldita danka! ¡Cuarenta días y cuarenta noches y aún no formaron un lazo!
—¡Tú deshonras a tu propia familia, maldito perdedor! —le grité con lágrimas en los ojos por el dolor que sentía en mi rostro—. ¡Tú que en diez años no pudiste embarazar a tu esposa! ¡Tú eres el único inútil de los Jhümi! ¡Hasta Jhïle tuvo hijos! ¡Tú eres el krasto! —Sentí que alguien me sujetaba de atrás para alejarme de él—. ¡No te atrevas a llamar inútil a mi uemane, maldita bestia! ¡Krasto! ¡Drazte! ¡Krasto!
—Omana Lena, ya... —Oí la suave voz de Nundeh tras de mí, supuse que él era quien me estaba sosteniendo, pero estaba tan enojada que no podía parar, ni siquiera ante los dulces ruegos del pelirrojo.
—¡Jhëren y yo ni siquiera nos casamos todavía, él tiene excusa para no haberme dado hijos fuertes! ¡¿Cuál es tu maldita excusa, perdedor?! ¡Cuando Jhëren me dé hijos serán los más fuertes de los jhakae y les enseñaré lo mediocre que eres tú! —chillé, con mi voz quebrada por la angustia y roída por la ira—. ¡¿A quién mierda le importa que tengas músculos y una esposa si no sirves ni para engendrar?! ¡Perdedor! ¡Y seré pequeña pero esta pequeña te puede destrozar esos huevos duros que ni sé para qué tienes!
Oí risas y eso me hizo enfadar mucho más, quería golpear a Nundeh para que me dejara golpear a Jhöne en paz, quien parecía querer asesinarme con la mirada, pero Tonke era demasiado fuerte y lo mantenía bien sujeto.
—Cuidado, hay un kujú salvaje.
Giré enseguida la cabeza para insultar a quien se burlaba de mí, viendo a Jhëron ahí, que se acercaba a su hijo y con un movimiento de cabeza le pedía a Tonke que lo soltara. Este obedeció y Jhöne no se lanzó sobre mí como anteriormente. Se dedicó a gritarle a su padre en jhakae y este le respondió con tranquilidad, pero cuando Jhöne pareció haber dicho algo indebido, Jhëron le lanzó un fuerte puñetazo al rostro que terminó por hacerlo caer al suelo.
—Nadie te dijo nada cuando elegiste a esa mujer solo por tener senos bonitos —dijo Jhëron al tomarlo del rostro agachado frente a él—. No tienes derecho a juzgar la elección de Jhëren. —Jhöne respondió en jhakae pero su padre volvió a golpearlo—. ¡Habla en español para que las omanas te oigan!
—Ambos son débiles, ella es más débil que Jhëren, son una vergüenza —gruñó Jhöne con asco—. Pude vencerlo fácilmente.
—No, te aprovechaste de su estado debilitado por la flor de Nü —respondió Jhëron con asco—. Y esa niña será pequeña y débil, pero pudo humillarte como ninguno pudo antes, eso no habla bien de ti.
—Levantaste la mano a tu propia omana. —Giré para ver a la Líder Blanca tras de mí, con Jhïle y Drach a su lado—. Un uemane que golpea a su omana no merece ser llamado uemane, no eres un jhakae y no eres mi hijo.
Vi a la Líder Blanca asentir con la cabeza y Jhëron tomó en sus manos una daga, por un momento creí que lo asesinaría y me alteré por ello, pero al ver el rostro desesperado de Jhöne queriendo retroceder y a Jhëron sujetarlo del cabello me percaté de que era su castigo.
Le cortó el cabello hasta dejarlo corto como si del estilo Irinnoa se tratase, y gracias a él que me había dicho anteriormente sobre lo importante que era el cabello largo para los uemane, pude entender el significado de ese castigo.
Jhöne no era considerado por la tribu como digno de tener esposa.
Cuando todo se tranquilizó un poco y Jhöne fue entregado a los sabios de la guerra para su castigo por haber herido a su esposa, a su hermano y haberme golpeado; Nundeh, Tonke, Kohnn y yo nos encontrábamos en la cabaña de Yamila ante un nuevo juicio. Los tres, de diferentes clanes, se habían inmiscuido en los asuntos de otro clan, pero fueron perdonados cuando Nundeh explicó que solo se interpuso al ver que Jhöne pensaba herirme, y como uemanes no podían permitir que eso sucediera. Tuve el deseo de besar a ese pelirrojo de piel bronceada en ese mismo momento, si no fuera porque su prometida me asesinaría.
La Líder Blanca, quien no tenía problema alguno en demostrarme su desprecio, me otorgó un favor para compensar el daño recibido.
—Los actos de Jhöne no tienen perdón o excusa, no debía golpear a su esposa y mucho menos golpearte a ti —dijo, con el ceño fruncido—; pero eso no quita que tuviera razón, tú eres débil, no eres digna de ser una omana y mucho menos la de Jhëren. Llevan cuarenta días sin formar un lazo y están siendo la burla de los jhakae. Tú aumentas la vergüenza de los Jhümi.
—Con todo el respeto —interrumpí con el ceño fruncido—. Apenas si tengo tiempo de ver a Jhëren, ¿cómo espera que forme un lazo con él si nos vemos apenas unos minutos al día? El resto de los que formaron lazos tuvieron tiempo de establecerlos, ¿qué hay de nuestro tiempo?
—Jhëren tiene muchas ocupaciones como miembro del clan Jhümi —respondió escrutándome con sus ojos verdes—, eso no cambiará.
—¿Entonces cómo espera que nos casemos si no somos capaces de conocernos a falta de tiempo? ¿Cómo podremos formar un lazo?
—Ese no es nuestro problema.
—Me ha otorgado un favor para disculpar a Jhöne, bien. Usaré ese favor —Me quedé en silencio viéndola a los ojos, fijo—. Quiero que Jhëren viva conmigo, que deje la cabaña de los solteros y deje de ser la burla de los uemane. Quiero que duerma en mi cabaña.
—Imposible —se rio, como si acabara de decir una estupidez—. No están casados, no formaron un lazo. No tienen permitido dormir juntos.
—No tenemos tiempo para conocernos, el único tiempo en que podemos vernos es a la noche pero luego cada uno debe ir a su correspondiente lugar. Si él y yo compartiéramos un techo sería más sencillo poder conocernos y formar un lazo.
—Eso está prohibido.
—Ese no es nuestro problema.
La líder blanca frunció el ceño y miró a los costados, buscando apoyo en las otras líderes. Yamila hacía un gesto raro con la boca y luego las seis se pusieron a susurrar, discutiendo. Luego de un rato ella carraspeó, llamando mi atención. Me miraba con fiereza, pero luego suspiró y meneó la cabeza.
—Las líderes pensamos que tu pedido, aunque poco común, tiene sentido. Se les permite convivir bajo el mismo techo, siempre y cuando no rompan las leyes. No deben tener relaciones sexuales hasta el día en que formen su lazo, de romperse esta ley ambos serán castigados. Junto a su hogar se ubicarán dos guardianas, quienes estarán atentas a cualquier cambio o sonido extraño.
—Me parece bien —asentí con respeto—. Juro por mi nombre y por el de él que Jhëren y yo no tendremos sexo mientras convivamos, no hasta que la marca matrimonial esté en nuestro pecho.
Las líderes asintieron con la cabeza y yo me puse de pie, lista para salir de la cabaña junto a los amigos de Jhëren. Tonke se alejó enseguida a su choza con Marla, debía ser un buen uemane y rendirle disculpas por su tardanza, y aunque ella estaba cambiando mucho no la creía capaz de hacerle daño. Estaba segura de que Tonke sería muy querido y apreciado por su esposa.
Me dirigí hacia mi choza junto a Nundeh y Kohnn, quienes trasladaban a Jhëren ahora curado por Yamila hacia el que sería su nuevo hogar, y aun sabiendo que podrían inventar paparruchadas, permití que ambos ingresaran en la cabaña y recostaran a Jhëren sobre las pieles. Ambos se quedaron en silencio ahí, miraban a su amigo con pena. Parecían estar acostumbrados a esas peleas familiares, pero dolidos de todas formas. Luego levantaron la vista y clavaron sus ojos en mí, los verde musgo de Nundeh y los café de Kohnn.
—Omana Lena...
Se dieron dos golpecitos con el puño sobre el corazón y luego alejaron su índice y el dedo mayor de su pecho solo un poco, como si su mano se quedara en el camino antes de señalarme por completo. No supe qué significaba, no hasta que Nundeh me sonrió.
—Respeto. Lo que omana Lena hizo por Jhëren no lo haría ninguna omana, gracias.
—Gracias a ti, Nundeh, por defenderme en el bosque.
—Omana Lena... —Nundeh se puso de pie y me miró fijo—. No tarde mucho en formar lazos, vivir juntos traerá más problemas y burlas, Jhëren salir herido... Trate de querer a Jhëren
—Lo intentaré, gracias, chicos.
Me quedé en silencio un instante solo observándolos, Nundeh era más grandote y musculoso que Kohnn, pero este último no se quedaba atrás, sin embargo Jhëren a su lado se veía más pequeño, y estaba segura de que ver a sus amigos así le afectaba demasiado. Entonces dejé ir un suspiro y luego pregunté:
—¿Por qué fue derrotado tan rápido? Entiendo que sea más pequeño que su hermano, pero...
—Culpa de Nundeh. Lo siento, omana Lena... —dijo él al encogerse de hombros con culpa—. Nundeh darle flor de nü, Jhëren perder consciencia, perderlo a uno en fantasías. Flor de nü hace feliz a uno, flor de nü hace que uno olvide la vida triste que lleva, castigos o dolor. Flor de nü es la única libertad de los uemane...
Los miré en silencio, me dio pena que su única forma de ser libres fuera fantasear con una flor, con una droga. Lo único que podía hacerles olvidar el martirio que vivían, y me entí impotente por no poder ser de utilidad. Ser hombres jhakae no era sencillo y por lo visto era más doloroso de lo que ellos podían soportar.
—Pueden irse, o empezarán a decir que son mis amantes o algo.
Ambos se rieron, Nundeh tenía una risa divertida que enseñaba todos sus dientes, mientras que Kohnn tenía una risita corta, casi como un suspiro a boca cerrada. Ambos asintieron con la cabeza como señal de respeto, pero antes de salir volvieron a hacerme esa seña, para luego irse.
Suspiré y me acerqué a Jhëren, inconsciente en mi cama.
—Así que andas drogándote con una flor, ¿eh? —Le corrí un mechón de cabello del rostro golpeado y suspiré—. No puedo creer que Drach en serio diga esas cosas de ti, aun sabiendo que te lastimarían más me elegiste a mí, no creo que lo hayas hecho por autoestima, no te hubieras arriesgado tanto...
—Lena... —masculló, como si pudiera oírme, pero sabía que él no podía hacerlo—. Mei Khuri...
—Tranquilo, aquí estoy. En este lugar estás a salvo, ya no estarás en la cabaña de solteros, acá no eres inferior a nadie, acá tú y yo somos iguales.
—Mei Khuri...
Repitió, pero no supe qué significaba.
Me recosté a su lado para que no se sintiera solo, ambos habíamos tenido un pésimo día. Sabía que él necesitaba de mi compañía tanto como yo necesitaba de la suya. Y sabía que a él le dolía muchísimo más el cuerpo de lo que a mí me dolía el labio y el mentón, así que solo suspiré y cerré los ojos para poder descansar.
Dejo el dibujo de Nundeh que hizo Bel Windmills <3
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