
Capítulo N° 4
Había pasado al menos una semana desde que fui capturada, a pesar de que la vida en la tribu era bastante sencilla y cómoda, extrañaba demasiado mi hogar. Extrañaba mi habitación, mi cama, mi música. Extrañaba a mis padres y mis amigas, extrañaba a mi hermano mayor y a la idiota de su esposa... Extrañaba mi antigua vida. Extrañaba mi vida, mejor dicho. Porque allí en el bosque, por más tranquilidad y naturaleza, no era mi hogar ni estaba viviendo realmente: estaba raptada. Raptada. Alejada de mi hogar y de mi gente, y por más que ese muchacho llamado Jhëren parecía no querer hacerme daño –más bien lo notaba con la increíble necesidad de buscar protegerme– no podía evitar sentirme aterrada.
Durante la semana me mantuve alejada de los grandes grupos, me unía a ellos solo para almorzar y cenar en el centro, pero por el resto del día recorría los alrededores en compañía de una guardiana. Había aprendido a apreciar a esa muchacha que me había dado agua en el bosque, se llamaba Kalea. No era una mala persona pero siempre se mantenía seria, aunque debo admitir que era divertido hablarle aunque no me entendiera, solo para poder ver sus gestos. De vez en cuando la atrapaba sonriendo y ella volvía a poner su rostro ceñudo, como si fuera una ofensa que la viera reír.
Era muy delgada y alta, su piel era castaño oscuro y su piel aceitunada, y aunque se suponía que como guardiana no debía sentir atracción hacia los hombres ‒ya que ellos eran inferiores a ella‒, también la atrapé un par de veces viendo a los guerreros entrenar. Al principio pensé que solo se trataba de curiosidad por su entrenamiento, luego noté que observaba a un muchacho en especial, uno de los amigos de Jhëren, pelirrojo y sonriente.
Kalea me acompañaba todos los días a recorrer los alrededores, y con señas me explicaba los límites. Era sencillo entenderle a ella, solo con una mirada y apuntarme con su lanza conseguía que le entendiera fácilmente, porque era entenderla o... probablemente morir.
—Kalea, Kalea, Kalea... suena a jalea, ¿verdad? Pero la jalea es dulce y tú tan amargada siempre —le dije mientras caminábamos juntas.
Ella apenas si dirigió su mirada hacia mí con un gesto extrañado, dándome a entender que no entendía mi lengua.
—Lo siento, pero estoy súper aburrida y tú eres lo más entretenido en este momento —dije con un suspiro.
Luego la observé, sus rasgos eran mucho más marcados que el del resto de las guardianas, parecía más nativa que ellos y eso era realmente extraño. Miré la luna llena y blanca en su frente, decían que las guardianas nacían con esa marca por ser hijas de la luna y eso las hacía sagradas. Para mí eran puras mentiras, excusas para raptar mujeres de otras tierras.
Estiré mi mano hacia su frente y atrapó a gran velocidad y con fuerza mi pequeña muñeca. Frunció el ceño más de lo normal y torció sus labios en una mueca de desprecio, para instantáneamente apuntarme con su lanza y obligarme a seguir caminando.
Suspiré, la verdad me sorprendía mucho la extraña manera en que se manejaba la tribu. Los hombres se dividían en grupos, uno de ellos salía por la mañana a cazar, otros se dedicaban a entrenar o crear armas, otros se dedicaban a cuidar los animales y las plantaciones, y otro grupo se encargaba de los quehaceres de la tribu. Sin embargo, eso no era lo extraño, lo extraño era la forma en que los hombres y mujeres se comportaban. Los hombres siempre estaban un paso por detrás de sus acompañantes femeninas, siempre llevaban la mirada baja y los hombros encogidos, se disculpaban por todo e incluso los vi un par de veces competir entre sí por quién era más atractivo. Y en eso debo admitir que se lucían. Cada uno intentaba resaltar su propia belleza, algunos con maquillaje, otros con aretes, otros con su vestimenta, otros lucían bellos bordados hechos por ellos mismos, y vi uno solo que parecía no darle importancia alguna a su apariencia, y ese muchacho me causaba mucha curiosidad.
No pude ver mucho a Jhëren en la semana, salvo algunas veces cuando me asomaba por la puerta de mi choza y lo veía jugar en el suelo con un par de niños que, había aprendido, eran los hijos de Drach y Jhïle. Dos niños de entre cinco y siete años y una niña de como dos o tres años. Él parecía divertirse con esos niños, pero también parecía entristecerse cuando Drach llegaba a marcar los correspondientes límites como padre.
Jhëren era una buena persona, no necesitaba hablar con él, no necesitaba oírlo de él, solo podía notarlo por cómo actuaba. Ayudaba a todos en la tribu, a las mujeres, a los hombres y a los niños, mientras se ocupaba, a su vez, de sus propias cosas, e incluso siendo así con los demás no se cansaban de molestarlo. Se reían de él, lo insultaban e incluso los vi arrojarle cosas pequeñas en medio de risas. Me molestaba bastante, la verdad.
Las pocas veces que estaba libre venía a ver cómo me encontraba y se sentaba a mi lado en el suelo para observar las estrellas juntos. Era agradable encontrar a otra persona que compartiera ese gusto conmigo.
Esa era nuestra lengua, ver el cielo nocturno y lo hacíamos cada noche sentados en la puerta de mi choza.
Había muchas cosas que aún no llegaba a comprender, y a diferencia de las otras mujeres de Irinnoa parecía que yo era de las que más estaban tardando en adaptarse a ese ambiente, ya que incluso Marla se casaría por la noche. Había encontrado en su futuro esposo, Tonke, algo en común que los unía. Nunca me dijo qué era pero se los veía felices.
Era el primer casamiento de alguna mujer de Irinnoa en la tribu, para mí era algo acelerado, pero los hombres de la tribu se la pasaban felicitando a Tonke por ser capaz de tener todo lo necesario para complacer a su omana y, principalmente, lo felicitaban todos por su capacidad se seducción.
A lo lejos pude ver a uno de los sabios de la guerra, había aprendido que esos hombres eran quienes entrenaban a los guerreros y los guiaban durante su entrenamiento matrimonial y durante el mismo matrimonio. Eran sus guías, como lo era Yamila para las mujeres, incluso noté que ellos podían hablar sin pedir permiso ni estar con la mirada gacha frente a las mujeres de la tribu, excepto con las líderes. Parecían ser iguales a las otras mujeres, pero inferiores a las líderes, ya que solo podían aconsejar y esperar que ese consejo fuera aceptado.
Le pedí a Kalea que me acompañara y me acerqué a ese sabio, ese que tenía una rosa en su hombro al igual que Jhëren. Hablaba entretenidamente con otro hombre, quien le avisó que me estaba acercando hacia él. Giró para verme con un gesto sorprendido, como si no estuviese acostumbrado a que las «omanas» le hablaran o consultaran cosas. Sin embargo asintió con un movimiento de cabeza que hizo danzar su precioso cabello castaño que le llegaba más allá de su cadera.
—¿Puedo hablar con usted? —le pregunté mirándolo hacia arriba, puesto que era un hombre demasiado alto para mí.
—Por supuesto, pequeña omana.
Agachó la cabeza en señal de respeto, luego se irguió y echó con un movimiento de mano al hombre que estaba a su lado. También giró hacia Kalea y le dijo algo en jhakae, por un instante ella se mostró molesta, luego terminó por asentir y se retiró de ahí, manteniendo distancia entre nosotros.
—Quisiera hacerle unas preguntas que... creo que solo un hombre puede responderme, y Jhëren no sabe hablar mi lengua así que no nos entendemos —le dije al encogerme de hombros—. ¿Podemos ir a alguna parte para hablar en privado?
—Responderé tus dudas aquí, y te doy un aviso... Nunca te alejes de la vista pública con un uemane que no sea el tuyo, eso trae habladurías y crea guerra de omanas, no es algo agradable y dudo que desees tener más enemigas de las que ya tienes —dijo con un suspiro—. Sé hablar tu lengua gracias a mi antigua omana, tú deberás enseñarle a Jhëren para que puedan comunicarse. Es más sencillo para un jhakae aprender otras lenguas que para otra persona aprender jhakae.
—Entiendo, tiene un acento muy bonito...
Lo observé a los ojos, oscuros como la noche, su piel era aceitunada y su barba estaba bien recortada, era un hombre muy atractivo con su cabello trenzado a un costado de raíz, lo que resaltaba su oreja en punta llena de aretes.
—Bueno, primero lo primero... ¿Por qué tienen las orejas así? Estuve observando a las mujeres jhakae y no llevan así sus orejas, solo las llenan de aretes.
—Los hombres nos hacemos cambios corporales para ser del agrado de las mujeres, cambiamos nuestro aspecto para poder ser considerados atractivos —explicó y se agachó un poco para mostrarme sus orejas, donde pude ver cicatrices en sus bordes que los aretes se encargaban de cubrir—. Cuando obtenemos la edad adecuada para tener esposa nos cortan y cosen las orejas para que tengan esta forma, también se nos permite dejarnos el cabello crecer hasta tener la edad adecuada para la alineación. Tener el cabello largo y las orejas en punta es importante para nosotros, significa que estamos capacitados para complacer a una omana.
—Pero... eso es horrible —susurré, mirándolo con pena.
—Para nosotros es un honor, además es una competencia por quién luce mejor ante las omanas.
Lo observé, y no pude evitar notar su joyería que colgaba del cuello y en los brazos, lo que hacía resaltar esa rosa en su hombro y la serpiente en su pecho, sobre el corazón.
—¿Se hacen otros cambios corporales además de ese?
—Sí, algunos se colocan aretes en las orejas para resaltar su forma, otros usan joyería que ellos mismos elaboran, vestimentas más llamativas o seductoras, incluso muchos se preocupan de que su cabello luzca más brillante que el resto. Pero... también nos hacemos una nueva marca para seducir a nuestra omana —dijo con una sonrisa de lado.
—¿Un tatuaje? ¿Es ese en su pecho? —Señalé con la mirada la serpiente en él.
—No, pequeña omana, esa es la marca de unión matrimonial, cuando consigas algo en común entre Jhëren y tú sus lazos crearán una marca. Esta es la marca que me unió a Caty. —Frunció el ceño y se refregó la marca, como si esta le incomodara.
—¿Usted tiene ese tatuaje de seducción? ¿Puedo verlo?
Él comenzó a reírse, primero suave y luego a carcajadas, sin responderme la pregunta. Luego de que yo me quejara al respecto fue que respiró mejor y se decidió a responderme:
—Podría enseñárselo, pero eso sería una ofensa a una omana ajena, ¿entiendes?
Fruncí el ceño sin lograr comprenderlo, fui en busca de respuestas y me dio puros enigmas. Él suspiró pero no respondió ni aclaró nada más al respecto, así que preferí indagar otros temas que me interesaban.
—¿Usted conoce bien a Jhëren?
—Lo conozco mejor que nadie —respondió con una sonrisa cariñosa, luego señaló la rosa en su hombro—. Jhïle es la mayor, Jhöne es el primer varón y Jhëren es el menor. Los tres son los hijos que tuve con mi antigua omana, Caty, la Líder Blanca.
Parpadeé rápidamente, significaba que ese hombre sería mi suegro si llegaba a casarme con Jhëren, pero recordé que esa líder y Jhïle lo trataban horrible. No pude comprender cómo su propia madre y hermana podían tratarlo de esa forma tan degradante.
—¿Por qué su esposa y su hija tratan a Jhëren de esa forma? —gruñí con odio y él suspiró.
—Jhïle es fuerte, nació para ser líder y tener más de un uemane. Jhöne es fuerte, el más fuerte de los guerreros y consiguió complacer a su omana en menos de una semana, lo que es un gran logro para un uemane. Jhëren... Jhëren es el menor, es el más pequeño. De niño lloraba mucho por no poder jugar con su hermana mayor, de grande no pudo conseguir el mismo físico que su hermano mayor, no pudo opacar sus logros ni el de los demás. Jhëren es la decepción de Caty.
—¿Y usted qué piensa de eso? —inquirí con asco.
—Pienso que Jhëren es el mejor de los tres. No es el más fuerte pero es el más rápido, no es el mejor con las dagas pero lo es en el arco. No es el más frío y obediente uemane, pero es el más comprensivo y afectivo de ellos. Jhëren es igual a mí a su edad, me sorprende que Caty lo haya olvidado.
Vi el gesto asqueado que él hizo, me sorprendió que fuera tan expresivo al referirse a su omana, y más aún de esa forma.
—¿Usted la odia? —Él giró para verme e hizo un gesto extrañado, así que aclaré—. A su omana.
—No la odio. La amé y ella me amó, pero fue nombrada una de las cinco líderes y cambió. Yo envejecí, tengo cuatro alineaciones, ya no tengo dos como antes. Las cuarenta primaveras comienzan a notarse —dijo con un suspiro algo triste, luego agregó—: Ya no soy útil para mi omana, ahora pertenezco a los sabios de la guerra y convivo con mis hermanos guerreros en la cabaña de los hombres, en el bosque.
—Unas últimas preguntas y lo dejo de molestar —dije con una mueca torcida que lo hizo sonreír—. ¿Qué edad tiene Jhëren? Y ¿es cierto que nunca han tocado una mujer?
—Jhëren vivió dos alineaciones, la primera cuando era niño y la segunda cuando te conoció —explicó, sin embargo parpadeé tratando de entenderle y él suspiró—. Tiene veinte primaveras.
—¡Eso significa que soy un año más grande!
—Lo de la mujer... Es cierto, nuestra única mujer será siempre nuestra omana, hasta no casarnos y formar el lazo con ella no tenemos permitido ningún acercamiento íntimo. —Me miró fijo a los ojos y luego sonrió de lado—. Pero si lo que te preocupa es que no sea capaz de complacerte sexualmente, te explico que nosotros, los sabios de la guerra, nos encargamos de guiarlos en todos los aspectos posibles. Ellos saben perfectamente lo que deben hacer y cómo deben hacerlo, para evitar incomodarlas o herirlas. Jhëren está muy capacitado para hacerte gozar por las noches...
Sentí mis mejillas encenderse y él comenzó a reírse con fuerza, se cruzó de brazos para poder apoyarse en el árbol tras él mientras que yo esquivaba su mirada.
—¡No me refería a eso! Solo era curiosidad...
—Lena... —dijo de forma suave y me sorprendí al oír mi nombre, no recordaba habérselo dicho en algún momento—, intenta ser amable con él, intenta comprenderlo. Para él es difícil intentar conocerte si es que tú no se lo permites, y si tardan demasiado en casarse él seguirá siendo la burla de los jhakae. —Me miró fijo por unos instantes y, luego de cambiar su mirada dura en una amable, agregó—: Sé que no deseas estar con nosotros, lo sé porque no eres como las otras mujeres, eres curiosa y haces preguntas que nadie hace, pero intenta no hacerle daño. La vida de los hombres en la tribu es demasiado dolorosa como para producirle más dolor.
—No quiero hacerle daño, pero... No estoy lista para esto, extraño a mi familia...
—Mira, puedes hacer algo al respecto, pero nadie tiene que saberlo. Busca a Drach y pídele que te ayude, dijiste que eran amigos. Él podría darle un mensaje a tu familia, pero eso va contra las reglas. Lo entiendes, ¿cierto?
—¿Por qué me ayuda? —le pregunté, con algo de desconfianza.
—Te lo he dicho, Jhëren es igual a mí a su edad, por lo tanto yo soy igual a él. Si confías en Jhëren entonces confía en mí, y si necesitas ayuda acude a la kumena o a mí, pero hagas lo que hagas jamás consultes con las líderes, ¿de acuerdo?
Asentí lentamente, no me agradaba la idea de tener que acudir a Drach, sería algo que pensaría con tranquilidad dependiendo de mi estado de ánimo y la desesperación que sienta por saber algo de mi familia.
El sabio suspiró e hizo una seña con su cabeza para que me fuera, no de forma agresiva, sino como si quisiera evitarme algún problema.
—Ve, hoy habrá una boda y debes arreglarte, busca a Jhëren para que te ayude a prepararte, ¿de acuerdo?
Suspiré y le agradecí por la ayuda, así que regresé a recorrer la aldea al lado de Kalea. Como no podíamos comunicarnos y no tenía forma de que me diga dónde estaba Jhëren, solo me corrí un poco la falda de mi túnica para mostrar mi nalga con la rosa, le daba a entender que buscaba a mi «compañero». Ella asintió y comenzó a adentrarse en el bosque conmigo siguiéndola. Era algo incómodo de caminar por ahí con mis pies descalzos, las piedras y la tierra se clavaban en mis pies y me hacían doler, ni hablar del roce de las raíces. Aún no me habían dado mis mocasines debido a que mis pies eran pequeños, según las líderes aún estaban trabajando en ellos. Debía ir a pie a todas partes...
Caminamos un largo tramo hasta llegar a un arroyo que dividía el bosque, a veces iba hacia allí con Kalea, era un lugar bonito. Y allí, en el agua, había tres jóvenes lavando sus cuerpos y uno de ellos era Jhëren, sencillo de reconocer debido a su cabello y su cuerpo algo más pequeño que el de los otros dos. Mis mejillas se encendieron al igual que las de Kalea, la vi de reojo, era claro que le gustaba uno de los amigos de Jhëren. No estaban desnudos pero apenas cubrían su entrepierna con un taparrabos beige, y sus piernas, brazos y torso tonificados resaltaban con la humedad del agua. Se arrojaban agua mientras reían, como si fueran niños, parecía que su amistad era bastante grande.
—Me arrepentí... —le dije a Kalea dándome la vuelta para regresar al bosque, pero ella me sostuvo el brazo y me empujó hacia adelante para llamar la atención de los tres.
—¿Lena?
Jhëren me miró con sorpresa, luego giró hacia los otros dos que estaban con él, quienes retrocedieron un poco para alejarse de su amigo. Los observé a los tres antes de responder algo, los otros dos eran más musculosos que Jhëren y algo más altos, uno era de piel aceitunada y largo cabello castaño oscuro y lacio, con ojos café rasgados, sin embargo el otro tenía su cabello pelirrojo y en ondas, sus ojos eran verdes y apenas estaba bronceado, mas no era moreno como los otros.
Inconscientemente bajé un poco la mirada y pude notar unos tatuajes en los tres que sobresalían por sobre el taparrabos, en la pelvis. Sentí el calor en mis mejillas por haberle pedido al padre de Jhëren que me lo mostrara.
Jhëren salió del agua al igual que los otros dos y se colocaron en la cintura lo que parecía ser una falda que dejaba una de sus piernas al descubierto. Luego de mirarse entre sí, él le dio una palmada en la espalda a uno de sus amigos y este lo golpeó en el hombro riéndose, se acercaron a mí y agacharon la cabeza con respeto.
—Omana Lena —dijeron al saludarme.
Luego se alejaron y uno de ellos, el pelirrojo, se quedó un paso tras Kalea, incitándola a acompañarlos.
—Ve, Kalea, estaré bien, Jhëren no me dejará escapar —le dije, aunque ella no podía entenderme.
Miré al pelirrojo y luego la miré a ella, le guiñé un ojo con una sonrisa pícara que la hizo ponerse nerviosa, terminó por darse la vuelta enseguida para irse de allí y escoltar a los muchachos a quién sabe dónde. Giré para ver a Jhëren, que me miraba de forma extraña, parecía no entender qué hacía yo ahí y lo noté bastante nervioso, quizá por estar en pocas ropas.
—Lo siento, no era como si quisiera espiarte o algo, tu padre me pidió que te buscara para que me ayudaras a prepararme para la boda de Marla y Tonke... —dije con un suspiro.
—¿Jhëron? —inquirió al levantar las cejas con sorpresa—. ¿Lena entiende con Jhëron?
—Si estás preguntando si hablé con tu padre, sí, sí hablé con él. Me pidió que te buscara, ¿podrías ayudarme? No sé qué hacer.
Él me miró en silencio unos instantes como si buscara algo en mí, sentí que estaba esperando que dijera algo pero no supe qué, terminó por suspirar y extender su mano hacia mí, la cual sujeté con delicadeza. Me guió hacia el arroyo y señaló el agua para luego sentarse en el suelo, entre las rocas, donde corrió su ropa para no mojarla. Me instó a sentarme a su lado y yo obedecí, por un rato no dijo ni hizo nada, solo se quedó ahí sentado mirando el agua.
Volvió a señalar el agua y unió sus manos para poder tomar algo de ella, luego se acercó a mí pero lo alejé un poco con desconfianza, entonces él suspiró mientras me miraba fijo con algo de molestia, supuse que estaba cansado de que no confiara en él así que me acerqué de nuevo y lo dejé hacer. Me mojó el cabello por partes, llenando sus manos con un poco más de agua hasta dejarme el cabello húmedo y frío, luego tomó en sus manos un cuchillo y me miró, como si esperara que me quejara pero no le di el gusto, lo dejé hacer. Comenzó a cortar las puntas de mi cabello con ese cuchillo bien afilado, se acercó a la parte de mi oreja derecha y cortó un poco más de allí, mucho más corto, demasiado corto para mi gusto. Sentí un fuerte ardor en mi oreja y llevé, por instinto, mi mano hacia allí para luego ver un poco de sangre en mis dedos.
—Ay, me cortaste...
A pesar del ardor me reí, pero el rostro de Jhëren no mostraba diversión, mostraba desesperación total. Un pánico que me recordó cosas del pasado que no deseaba recordar...
Se puso enseguida de rodillas frente a mí y extendió ambas manos mientras bajaba la cabeza con sumisión.
—¿Qué haces?
Sacudió ambas manos, continuaba con la cabeza baja pero luego de un rato levantó la mirada con el ceño fruncido.
—¡Lena!
—¡¿Qué?!
—¡Castigo!
—¿Qué...? —Lo observé a los ojos, entonces lo sujeté de las manos para ver esas cicatrices que llevaba en sus palmas, largas cicatrices que le hicieron por cometer errores a lo largo de su vida—. ¿Cuántas veces te hicieron eso? —Él no respondió, se mantuvo en esa posición y luego masculló algo en jhakae, entonces sujetó el cuchillo y se cortó la palma—. ¡¿Pero qué...?! ¡¿Estás loco?!
—No, Lena —gruñó y negó con la cabeza—. ¡No! Jhëren castigo.
—¡¿Castigo por qué?! ¡¿Por cometer un error?! ¡¿Sabes cuántas veces las peluqueras me cortaron las orejas?! ¡Soy orejona, es imposible no cortarme las orejas! —chillé y le arrebaté el cuchillo para romper la parte posterior de mi túnica y con eso hacer una venda de presión en su herida—. No quiero que vuelvas a hacer eso, no importa lo que digan los demás, no es correcto.
—Es ley, Lena, ¡ley!
—¡Me importa una mierda la ley jhakae! Yo no te pienso hacer daño jamás.
—Lena estúpida —gruñó.
—¡¿Estúpida?! ¡¿Estúpida por no querer lastimarte?! ¡Ay, lo siento, señor masoquista! La próxima vez te torturaré un poco porque mi té estaba frío —le grité, luego humedecí la otra parte de la túnica que corté y le limpié la herida mientras suspiraba—. Estúpido tú, estúpido.
—Lena omana, Jhëren uemane —Me arrebató la mano y con ambas indicó distintas posiciones, la primera mucho más alta que la otra.
—Yo no soy superior a ti, tú y yo somos iguales, Jhëren.
—¡No!
—¡Grita lo que quieras, pero seguirá siendo así! —le volví a gritar—. ¡Y en todo caso por ser superior no deberías llamarme estúpida, estúpido!
Cuando dije eso él abrió los ojos con sorpresa y quiso tomar de nuevo el cuchillo, pero lo alejé de él y, con una voz suave, agregué:
—¿Tú quieres que sea tu esposa? Entonces tendrás que aceptar esta parte de mí, yo no te lastimaré jamás. Grita, patalea, pero no lo haré. Ahora cállate y déjame vendarte esa maldita mano.
—Lena no quiere ser esposo de Jhëren —susurró él al mirar el agua—. Lena odia jhakae, odia Jhëren...
—No, no te odio. Pero sí, no quiero casarme y no quiero ser tu esposa, no quiero estar en este lugar, quiero estar en mi hogar, allá en Irinnoa con mi familia y amigos. Lo siento, Jhëren, pero no te conozco, no sé nada de ti, ni siquiera podemos hablar bien. Tú entiendes la mitad de lo que te digo y yo no entiendo una palabra de lo que dices.
—No esposo, no Lena... —Suspiró y comenzó a reírse negando con la cabeza—. ¡Krasto! ¡Drazte!
—No tengo ni idea de lo que es «drazte», pero sí lo que es krasto, y no, no eres ningún inútil. —Llevé mi mano hacia su rostro y lo obligué a mirarme—. Si quieres que nos casemos tendrás que esperar a que me adapte, a que te conozca y a que te ame, porque no me casaré con alguien que no amo ni me ama, ¿está bien?
En realidad no pensaba casarme nunca, pero bueno. La idea era animarlo, no desanimarlo.
Nos quedamos en silencio unos cuantos minutos, allí sentados junto al arroyo. Mirábamos el agua o el paisaje a nuestro alrededor. Luego de un rato Jhëren me miró en silencio, acercó su mano hacia mi rostro y me corrió un mechón de cabello tras la oreja que sin querer me había cortado. Pude ver su gesto triste y supe que se estaba odiando por eso, quise decirle algo pero él suspiró y habló:
—Lena kujú —dijo, y con su mano formó un puño que comenzó a rebotar en su palma—. Mimi 'a jabebb.
—No te... —Él frunció el ceño y suspiré, tendría que intentar entender sí o sí—. A ver, vamos lento. Kujú es... ¿una pulga? —Él negó con una risita—. ¿Un sapo? —Volvió a negar—. ¿Un conejo? —Asintió y sonreí—. ¡Seh! Una tenía que adivinar. Entonces soy un conejo, pequeño y... ¿qué es jabebb?
—Tú.
Nos habíamos arreglado para la ocasión, al estilo jhakae, claro. Jhëren ayudó a arreglarme, peinó bien mi cabello que se encontraba más corto en un lado, lo que permitía que resaltara el resto cayendo a un costado con unas pequeñas trencitas recogidas arriba. Me había colocado un par de pequeñas florecitas blancas entre las uniones del recogido y me ayudó a ajustar la faja a mi cintura, en mi nuevo vestido porque volví a desperdiciar el anterior.
Él, luego de ayudarme, me pidió que lo ayudara a trenzar el costado de su cabello de raíz, colocando unas pequeñas piedritas cada algunos eslabones. Le ayudé a colocarse los aretes en sus orejas puntiagudas y luego me hizo pasar una cinta que parecía de macramé entre los aretes, como si los envolviera. Estas enfatizaban la forma de sus orejas, las hacían resaltar en colores realmente bellos.
Luego de arreglarnos tuvimos que separamos, él debía ir con el novio y yo con la novia. Según la tradición, las mujeres debíamos pintar el cuerpo de la novia de gris y rojo para recibir la bendición de la luna, así que entre risas la pintamos con nuestras manos. Marla llevaba un bonito vestido blanco que le había preparado el clan textil más importante de la aldea: El clan Uhmar.
—¿Estás segura de esto? —le susurré a Marla cuando le pintaba una cruz en el rostro, con una larga línea roja en sus mejillas y otra atravesando su frente, nariz y boca.
—Te lo dije, Lena, en Irinnoa no era nada, no podía ser libre, y mírame —dijo, mientras mostraba su cuerpo—. No soy bonita, pero Tonke me ve así, acá soy libre, ¿por qué no lo aprovecharía? Todas ustedes deberían aprovechar, ¿en serio quieren volver a Irinnoa? ¿Por qué, por familias que no nos valoran, que no nos permiten soñar o ser libres? Acá se nos valora, se nos mima, ¿no es lo que toda mujer desea, ser respetada?
Las otras mujeres estuvieron de acuerdo, salvo por algunas pocas que, al igual que yo, extrañaban sus hogares, sus familias y amigos, pero estaba segura de que ellas tarde o temprano también caerían ante la seducción del poder que les brindaba ser mujeres jhakae.
La kumena, quien vigilaba que todo estuviera en orden, tomó entonces la palabra y lo que dijo nos sorprendió a todas:
—En el caso de que Tonke no te satisfaga, siempre puedes acceder a amantes —dijo con seriedad—. Puedes elegir un muchacho uemane kauei, o puedes elegir a otro uemane de la tribu.
—¿Se puede hacer eso? —pregunté con sorpresa.
—Claro, aunque no está muy bien visto el escoger al esposo de otra, siempre se puede acceder a un uemane kauei.
—¿Por qué no nos dijeron eso cuando llegamos? —preguntó una chica con sus cejas alzadas.
—Porque no está bien visto por las líderes, pero mi deber como kumena es mantenerlas al tanto de esto. —Sonrió y, luego de un suspiro, agregó—: Si quieren algún día tener algún amante solo deben darle una prenda suya sin que nadie los vea. Todos los uemanes entienden lo que significa, pero como dije, no está bien visto y debe ser siempre secreto.
—¿Y qué hay de los uemane no sé qué cosa? —pregunté.
La kumena dirigió su mirada hacia mí, seria. Parecía dudar de darnos aquella explicación, así que luego de un silencio, añadió:
—Cuando un clan tiene demasiados herederos masculinos, se escoge al menor de ellos para ir a la casa del goce. Son entrenados para complacer mucho más que un uemane común, pero ustedes siendo recién llegadas no creo que estén muy cómodas entre ellos...
Entonces levantó su mano y una guardiana, muy cercana a nosotras, hizo ingresar a un grupo de muchachitos que vestían apenas una especie de taparrabos prácticamente transparente, como si fuera gasa. Llegaba hasta el suelo y tenía delicadas incrustaciones de piedras. Los muchachos llevaban maquillaje en sus ojos que los resaltaban, pulseras y brazaletes brillantes, incluso en sus tobillos. Estaban llenos de joyería que tintineaban al caminar.
El mal sabor de boca llegó cuando ellos levantaron la vista. Eran apenas unos niños, no pasaban de los dieciséis e incluso podía apostar a que la mayoría apenas si tenía catorce. Sus movimientos eran delicados, toda acción parecía ser seductora. Sus miradas eran intensas, sus cabellos brillaban más que los del resto, ni siquiera eran muy musculosos como los demás jhakae. Eran delgados y pequeños, incluso frágiles.
Sentí deseos de vomitar cuando la kumena añadió:
—Algunas mujeres los comparan con las prostitutas de Irinnoa, pero como no tengo idea qué son, solo puedo decirles que estos chicos estarán siempre disponibles para cualquiera de ustedes. Antes o después de casarse.
Hizo un movimiento para indicarles que podían retirarse, y ellos antes de irse hicieron danzar sus manos y muñecas antes de tocarse sus labios de una forma sexy que me causó repulsión. Solo luego de intentar seducirnos fue que se retiraron.
Nadie dijo nada luego de eso, yo no podía dejar de pensar en esos muchachitos que dedicaban sus vidas a complacer. Y no hubo un solo sonido en la habitación hasta que debimos ayudarle a Marla a colocarse un vestido ceremonial blanco. Yamila nos dijo que ese era el color de la luna, verse de esa forma traería su bendición.
Como lo pedía la tradición, entre todas las mujeres llevamos a Marla hacia el centro bajo la luz de la luna, donde se encontraba Tonke con su piel de igual color que Marla. Era un hombre que aparentaba la misma edad que Jhëren, moreno y enorme de cuerpo, estaba segura de que era el más inmenso y musculoso que había visto. Su cabello era negro y caía en una larguísima trenza sobre su espalda, llena de joyería al igual que su cuello y brazos. Llevaba un pantalón blanco para poder recibir la bendición de la luna, o eso supuse.
Algunos hombres comenzaron a tocar percusiones, mientras que Yamila cantaba en jhakae al pasar una antorcha alrededor de los cuerpos de ambos, como si los iluminara con el fuego y el humo. Luego hizo lo mismo con un sahumo en un cuenco de barro y sopló en sus rostros el humo de una flor quemándose, luego Tonke levantó su mano para tomar una daga que le brindaba un sabio de la guerra que era bastante inmenso como él.
Acto seguido cortó su mano y tomó la pequeña mano de Marla entre la suya, y juntas las apoyó en el pecho de ella.
—Mei omana, ne uemane —dijo, luego manchó con su sangre la mano de Marla e hizo que esta apoyara en el pecho de él la palma.
—Mei uemane, ne omana.
Se mantuvieron con la palma en el pecho del otro y luego quitaron las manos. La sangre comenzó a absorberse en la piel y fue formando una figura, tal y como había sucedido ese día en la alineación. Ambos tenían en ese momento una marca que los unía, lo que parecía ser las garras de un oso.
Miré a las otras mujeres y parecían esperar algo al igual que yo, pero Tonke tomó en sus brazos a Marla y la llevó hacia la que ahora era la choza de ambos. El silencio los siguió, nadie decía ni hacía nada, todos se mantenían en sus lugares en total silencio.
—¿Qué sucede? —le pregunté a una de las guardianas que tenía a mi lado, pero ella me indicó con el dedo que me callara.
Nos quedamos así unos diez o quince minutos, hasta que oímos a Marla gemir y sentí mis mejillas encenderse. Los gritos de alegría se alzaron en el aire y la música volvió a sonar, con algunos hombres danzando alrededor de una fogata junto a algunas parejas.
Pude ver a un costado a algunos hombres fumando una pipa y a otros bebiendo ese vino que hacían, pero oí una voz a mi lado y giré enseguida para ver a Jhëron, que me extendía con un movimiento de cabeza respetuoso un vaso con ese vino.
—¿Era necesario que todos oyéramos a Marla tener sexo? —le dije.
—Es parte de la tradición, necesitamos saber que el uemane complace correctamente a su omana, y lo hizo, tú la oíste —respondió, luego me señaló con la mirada a Jhëren, que se encontraba junto a su amigo pelirrojo y el moreno, bebiendo vino entre risas—. ¿Por qué no lo castigaste? Jhëren me lo dijo...
—Porque no quiero hacerle daño, usted es su padre, ¿en serio quiere que lastime a su hijo de esa forma?
—Pequeña, lo lastimarás mucho más si no lo haces, créeme, y no solo él saldrá herido de eso, tú también. Una omana que trata como un igual a un uemane recibe un fuerte castigo, uno mayor a los que un uemane podría llegar a recibir.
Me quedé en silencio un instante, con él cruzado de brazos a mi lado. Sus tradiciones eran extrañas y demasiado sexistas, pero no quería pensar mucho en ello así que decidí preguntarle sobre aquella frase que Jhëren me había dicho en el arroyo, esa que no llegué a entender.
—Jhëren dijo que soy un kujú, ¿cómo fue que dijo? Mimi... Jadé, creo, ¿qué significa?
—Kujú, mimi'a jabbeb —corrigió con una sonrisa, luego se rio y miró hacia donde estaba él con sus amigos—. Significa «un conejo, pequeño y hermoso». Jabbeb es algo muy precioso, algo perfecto.
—¿Por qué...?
—Porque tú le gustas.
—Pero no me conoce y no lo conozco, no podemos gustarnos así —dije, con un suspiro.
—Gustar no es amor, no es igual a enamorarse. No se necesita conocer perfectamente a alguien para que te guste... Llevas siete días y siete noches con nosotros, creo que es tiempo suficiente para que Jhëren pueda observarte y comiences a gustarle. —Me miró a los ojos, por alguna razón me intimidaba con su mirada, aunque sabía que no me haría daño o que no buscaba intimidarme—. Ve con él, intenta darle una oportunidad, ¿quién sabe? Quizá te termine gustando...
Suspiré y asentí con la cabeza, observé un poco a la gente a mi alrededor, la forma en que incluso se divertían a pesar del dolor. Incluso las más ariscas mujeres de Irinnoa, aquellas que se defendieron y gritaron, estaban bebiendo y riendo como si nada.
¿Acaso yo estaba exagerando...?
Capaz, luego de tanto, solo merecíamos algo de tranquilidad.
Decidí acercarme a Jhëren y sus amigos, no sin antes beber un poco de ese vino que me había llevado Jhëron. Cuando me senté junto a ellos los otros dos me miraron con sorpresa, supuse que no esperaban que una omana se sentara a su lado, pero no dijeron nada, asintieron con la cabeza como forma de respeto.
—¡Lena! —dijo Jhëren con alegría, me habló en jhakae aunque no pude entenderle en lo absoluto, luego señaló al pelirrojo—. Nundeh —Le palmeó el hombro y señaló al moreno—. Kohnn.
—Nundeh y Kohnn, espero no estén embriagando a mi uemane —les dije con el ceño fruncido, ellos se miraron entre sí y luego a mí, pero comencé a reír—. ¡Estoy bromeando! No se lo tomen tan en serio. —Ambos suspiraron con alivio, como si se hubieran librado de un castigo—. Es un placer conocerlos, muchachos.
—Placer mío —dijo Nundeh, el pelirrojo, en un mejor español que el de Jhëren, pero Kohnn no habló, parecía dificultársele entenderme—. Kohnn no habla español, pero entiende poco, Nundeh entiende más que Jhëren y Kohnn gracias a madre.
Me quedé junto a ellos tratando de mantenerme alejada de los otros dos uemanes para que sus futuras esposas no me declararan la guerra. Me mantuve junto a Jhëren, observándolo de reojo. Se lo veía feliz y divirtiéndose con la música, los bailes y la compañía de sus amigos. Su sonrisa era bonita, sus ojos se rasgaban aún más y parecían brillar cuando lo hacía. No sé si era debido al vino que estaba bebiendo pero lo notaba más suelto, más liberado, más feliz.
Noté que Kohnn no se veía tan feliz como los otros, sonreía y se reía, pero algo en su mirada era extraño, algo en él se veía triste, pero decidí no preguntar. No me pareció correcto indagar sin conocerlo, pero esa preocupación, esa tristeza, era en verdad muy notoria.
Jhëren y Nundeh se golpeaban en el pecho o el hombro entre risas, no sé si no notaban la actitud de su amigo o solo le daban espacio. Luego el pelirrojo me miró y se rió.
—Jhëren semental, te gustará, omana Lena —dijo con una risa pícara, pero Jhëren lo golpeó—. «Oh, Lena, Lena mimi'a jabbeb».
—¡Krasto! —le gritó Jhëren golpeándolo con el ceño fruncido, luego se puso de pie y me incitó a seguirlo—. Nundeh estúpido. «Oh, Kalea, Kalea jabbeb'a numé»
—Bueno, dejen de pelearse los dos —me reí, sin poder evitarlo, y sujeté a Jhëren para que fuéramos a otra parte.
—Nundeh estúpido —resopló.
Luego giró e hizo un gesto con su brazo. Se dio un golpecito en la frente y bajó la mano como puño, Nundeh le respondió de la misma forma pero Kohnn se rió y me miró, haciendo una seña diferente.
—¡Omana Lena! —Se dio dos golpecitos con el puño en el corazón y me señaló levemente con su dedo índice y el de en medio.
No sabía qué significaban esos gestos, pero supuse que la seña que se hicieron Jhëren y Nundeh era similar a mostrar el dedo corazón en Irinnoa, la única que no pude descifrar era la de Kohnn, y Jhëren estaba demasiado alcoholizado como para poder explicarme.
Lo miré de reojo mientras nos sentábamos contra el tronco de un árbol, alejado de todos. Jhëren perdía la timidez con el alcohol en él, siempre dudaba sus acciones o movimientos antes de realizarlos; pero en ese momento, apoyados en el árbol, no dudó ni pensó, solo me tomó de la mano y entrelazó sus dedos con los míos. Como si no le importara faltar el respeto a una omana, como si las leyes y las tradiciones no le importaran.
Fue extraño, pero agradable.
Me gustaba ese Jhëren libre, ese que no se comportaba de forma sumisa solo porque sus leyes lo indicaban así, porque yo no podría hacerle daño, no podría herirlo solo por cometer un error. No podría ver en él otra vez ese gesto de dolor por ser herido.
No podría golpearlo jamás.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro