Capítulo N° 23
Dormir fue todo un reto, tanto Jhëren como yo teníamos un mal presentimiento, y aunque intenté tranquilizarlo, sabía en mi interior que nada estaría bien.
Él había ido a entrenar con los otros hombres, aunque prometió mantenerse alejado de los tumultos para evitar problemas. Me dijo que era normal que los otros hombres atacaran a aquellos que rompían las reglas, lo consideraban un gran deshonor y ellos mismos se castigaban entre sí. Y mientras más grave fuera la ofensa, peor era el castigo que se daba. Podían ir desde un vacío, donde no le dirigían la palabra y fingían que no existías, a golpes con puños e incluso azotes.
Esperaba que Jhëren fuera la excepción.
Me dediqué a acomodar las pieles, las doblé bien y las ubiqué en la estantería que Jhëren había armado para nosotros con ayuda de Kohnn. Colgué en una pared una de las telas uobe, era tejida en rombos de colores y líneas horizontales, algo muy colorido y bonito. Me gustaría usarlo de manta pero las de Kohnn eran lo suficiente calentitas, prefería, entonces, utilizar esa manta uobe para decorar un poco las paredes tan básicas y aburridas.
Por alguna razón tenía ganas de mover cosas, arreglar otras, de dejar mi casa bonita. Quizás era parte de la adaptación, de encariñarme más con mi hogar y tener un mejor matrimonio, ¿quién sabe?
Luego me coloqué sobre los hombros la capa de piel de lobo blanco, debía ir con la kumena para mis clases de aprendiz. Aunque iba lento estaba aprendiendo bastante y tenía mucho tiempo para adquirir el conocimiento de todo lo que me faltaba. Me interesaba la parte mitológica, no creía en esos dioses y leyendas, pero eran historias entretenidas.
La gente me miraba al pasar, algunos se hacían a un lado como si yo fuera alguna clase de bruja o ente maldito, otros me miraban con desprecio y podía escuchar algún que otro «danka». Podía ser por no haber castigado a Jhëren, porque la malparida de Marla me denunció o por ambas a la vez.
Miré mis pies al caminar, pues me hundía en la nieve a cada paso, y me divertía un poco exhalar y ver el aliento frío en el aire, me recordaba mi niñez. No pude evitar sonreír.
Estaba cerca de la cabaña de la kumena cuando vi a Jhëren con otros hombres, parecían discutir, pero a su lado Nehué y Lottan –el hijo del sabio Lokkan– parecían defenderlo, o al menos eso era lo que supuse por la forma en que amenazaban con atacar a los otros.
Giré cuando sentí pasos tras de mí, allí estaba Marla, quien me sonreía de una forma cruel. A sus lados había otras omanas con las que no tenía trato. La única omana joven allí era ella, muy compañera y lame culos de la líder blanca. Todas las demás eran mujeres de generaciones anteriores a quienes no conocía. Giré enseguida otra vez para adelantarme, no quería discutir o pelear con nadie, pero evitándome el paso estaba la líder Lerona, algunas guardianas con sus lanzas y las otras líderes, incluso la líder blanca allí, con su asquerosa sonrisa en el rostro, pero no podía ver a Jhïle o a la kumena en la cercanía.
—¿Qué sucede? Déjenme pasar —dije con un temblar de voz.
No pude evitar tragar en seco y buscar alguna pequeña salida entre las mujeres, pero era imposible. Las guardianas enseguida me apuntaron con sus lanzas.
—Deshonra —dijo la líder Lerona, marcando mucho la erre.
—¡Deshonra! —corearon las otras.
Sentí mi corazón latir más rápido y mis piernas temblar, porque nada bueno podía traer esto. Traté de regresar por donde vine, pero tras de mí había una muralla de guardianas. Ni Kalea ni Rhona estaban entre ellas.
—Una aprendiz también puede ser castigada —La líder blanca me señaló con su lanza a la vez que me dirigía una sonrisa—. Vamos una, falta una.
De repente sentí que me sujetaban de los brazos, eran dos guardianas que me sostenían con fuerza para evitar que pudiera huir. Intenté sacudirme, incluso grité para que me soltaran, las llené de insultos y pataleé sin parar, pero todo intento por liberarme era en vano. Sentí mi corazón latir a demasiada velocidad, tanta que incluso creí que podría morir allí mismo de un infarto, con mi respiración acelerada a tal punto de casi no poder respirar.
Miré hacia todas partes, desesperada, en busca de una salida o de una mano amiga que me ayudara. Solo vi blanco por doquier, nieve y más nieve, y Caty que se perdía entre toda esa blancura, pero sus ojos, sus ojos verdes de mirada cruel resaltaban allí. Sentí como si estuviera vislumbrando el mismo infierno solo de verla a los ojos.
El sudor frío comenzó a recorrer mi espina dorsal en el mismo instante en que las mujeres coreaban «drazte», «danka», «vergüenza», «deshonra», «vergüenza» otra vez, «maldición», «bruja...», y de nuevo regresaban al «drazte», «danka», «vergüenza». Y por cada insulto –que salía como veneno de sus asquerosos labios– recibía una patada.
Quería defenderme pero cada intento era en vano. Fui arrojada al suelo helado, mis manos escocían por el frío y cada golpe se sentía mil veces peor. Traté de patear pero tampoco fue posible, y ni siquiera era capaz de verles los rostros porque todo se veía extrañamente borroso. Tal vez era el miedo, o la desesperación, tal vez era todo ese blanco que me mareaba.
Giré la cabeza para buscar a mi esposo, discutía casi a punto de llegar a los golpes con otros hombres. Grité para llamarlo y él giró la cabeza hacia mí, pude ver que abría los ojos y su rostro enfadado se transformaba en desesperación, pero una de las guardianas que me sujetaba me golpeó en las costillas para que me mantuviera en silencio. Entonces la líder Lerona cortó la palma de su mano, justo en la marca de la luna, y en medio de mi desesperación solo pude mirar el cielo. Estaba oscuro por la nevada pero la luna no estaba presente, nada de lo que hicieran debería funcionar, no sin ella sobre nosotros.
—Oh, cariño, hay magia lunar que funciona aunque ella no esté —se rio la Líder Blanca—. Eso era lo que mirabas en el cielo, ¿cierto? Lerona, hazlo.
—¡Dejénme! —chillé, con la voz temblorosa.
Y ella obedeció a la líder blanca al apoyar la palma de su mano en mi frente, sin soltarme. Un fuerte ardor comenzó a invadirme y este enseguida se volvió en dolor. Ese dolor se volvió un suplicio. Sentía mi piel quemarse y las sensaciones eran demasiado horribles. Quería rascarme hasta hacerme sangrar por la molestia que estaba sintiendo, por todo ese ardor y picazón que, a su vez, me guiaba hacia el mismo infierno. Mis ojos se llenaron de lágrimas y aunque no quería darles el gusto terminé por gritar y llorar al sacudirme, pero al hacerlo más dolor me invadía y sentí que incluso esa quemazón llegaba a mi cuerpo y que estaba ardiendo en llamas. Definitivamente mí cuerpo estaba en llamas, podía sentir el fuego recorrer mi piel. Sentí sangre resbalar de la frente hasta los ojos y mejillas, como gotas de aceite hirviendo que desgarraba todo a su paso. Era algo inhumano.
—¡Deshonra! —chilló Marla, podía reconocer su voz.
—¡Danka!
—¡Vergüenza!
—¡Bruja!
Y acto seguido me soltaron. Por instinto llevé mis temblorosas manos hacia la frente, sentía una rugosidad, una superficie en ella que me llenaba de dolor, no era cualquier marca de sangre. Grité con tanta fuerza, lloré con el dolor de mi cuerpo y alma, y deseé morir en ese momento. No era capaz de soportarlo, mi frente quemaba, me estaba quemando en vida y ni la nevada lograba apagar el fuego.
¿Había fuego, o solo así se sentía?
Las lágrimas en mis ojos no paraban de caer y comencé a llamar a mi amado Jhëren otra vez, la Líder Blanca se hizo a un costado con un ademán educado, como si disfrutara de la situación, como si todo solo fuera un macabro juego para ella. Y cuando se hizo a un lado pude ver que lo sostenían de los brazos, él forcejeaba con fuerza para poder liberarse, me miraba con pánico, con miedo a lo que podrían hacerme, con miedo a lo que ya me habían hecho. Lágrimas recorrían su rostro y entonces pudo liberar un brazo, golpeó al hombre que lo sujetaba y así fue como comenzaron a golpearlo a él en grupo, y aunque Nehué e incluso Lottan intentaban ayudarlo, otros hombres los mantenían a raya.
¿Dónde estaban Tonke, y Kohnn? ¿Nundeh? Alguien, ¡maldita sea alguien que ayude a Jhëren!
—¡Dejénlo! —grité, con mis extremidades temblorosas y la cortina de lágrimas que apenas me permitía ver—. ¡Dejénlo, por favor! ¡Me tienen a mí!
Bajé la mirada hacia la nieve entre mis manos heladas, pequeños círculos de sangre comenzaban a verse en ella, caían de mi frente y resaltaban en la fría y hermosa nieve. Entonces levanté la mirada para ver a la Líder Blanca, enfadada y aterrada. Mis extremidades temblaban de forma incontrolable y el sollozo que brotaba de mis labios no me permitía fingir fortaleza. Quería ponerme de pie y enfrentar a esa desgraciada. Sin embargo, cuando estaba a punto de decirle todo lo que pensaba de ella, me arrojaron al suelo y un fuerte dolor me invadió en la costilla. Comencé a sentir cientos de golpes, patadas grupales e incluso esas famosas varas de castigos siendo dirigidas hacia mí.
Era todo un grupo de mujeres que me rodeaba y me torturaba de esa forma. Y el dolor no se hacía de rogar, el dolor me invadía, la sangre me rodeaba y mis chillidos y lágrimas llenaban el aire. Mi boca se llenó de sangre, sentía el asqueroso sabor a hierro. No había una sola parte de mí que no doliera una infinidad.
Sentía sus pies en mi cuerpo, mi cabello ser jalado, la presión de ser aplastada contra la nieve que parecía quemar bajo mi cuerpo. Estaba jadeante y desesperada, y aunque grité por clemencia, por ayuda, nadie acudió a mí. Y nadie acudiría jamás a mi ayuda, después de todo era la omana malvada, la Ama maldita.
Era el virus que atentaba contra sus costumbres.
—¡Lena! —gritó Jhëren pero no podía verlo, no me dejaban levantar la cabeza.
—¡Jhëren! —Aunque intentaba decir más, simplemente no podía, no podía expresar palabras entre mis gemidos de dolor y mi llanto—. ¡Dejénlo, por favor!
Y los golpes seguían, llegué incluso a escupir sangre que empeoraba mi incapacidad de respirar. Respirar era un maldito martirio.
Sentía golpes en mi vientre, en mis costillas, en mis piernas, en mi espalda, en el rostro. Golpes en todo mi cuerpo que no me dejaban respirar o ver algo, que no me permitían sentir, pensar o ser. Que me llevarían prontamente hacia la muerte...
Y por un momento no estuve allí en la aldea, rodeada de mujeres que me pateaban y azotaban. Por un momento volví a ser esa muchachita acurrucada en un rincón, temblorosa y aterrada, mientras el hombre que amaba la pateaba. Y lloré, como esa muchacha hizo. Y grité, como aquellas otras veces, y también como aquellas otras veces nadie vino a mí. Nadie estaba allí para mí.
Como siempre estabas sola, y a nadie le importaba.
No podía respirar, cada intento hacía que aspirase sangre. El sabor a hierro invadía mi boca y sentí que perdería la consciencia muy pronto. Mi vista estaba nublada y poco a poco fui perdiendo las fuerzas. Tal vez estaba muriendo, porque ya no sentía nada, ni siquiera dolor. Tal vez ya había muerto y estaba en el infierno. Tal vez el infierno nunca se trató de paredes de llamas y calor inhumano, tal vez siempre fue hielo y nieve. Tal vez el infierno siempre fue blanco, como la blancura que me rodeaba, como la líder blanca, como el vacío y la nada misma.
Como me sentí en ese momento.
Estaban golpeando a Jhëren, lo estaban hiriendo por mi culpa. Este era nuestro castigo por romper las reglas, por amar de más, por buscar la igualdad entre nosotros.
¿Ese sería mi final? ¿Moriría así? ¿Había muerto así?
No quería morir. Con mis últimas fuerzas traté de abrir los ojos, de mirar a Jhëren, de ver algo.
Y ya no podía ver nada...
~ • ~
Me desperté con un dolor insoportable en todo mi cuerpo, apenas si abrí los ojos, hasta eso dolía pero conseguí hacerlo. Sentado a mi lado, cubriéndose el rostro, estaba Jhëren. Sus hombros se movían de arriba hacia abajo por el llanto. Miré a mi alrededor, estábamos en nuestro hogar, así que regresé a mirarlo a él. Su cuerpo lleno de heridas y moretones, de golpes por su castigo, y entonces mis ojos se abrieron más. El dolor regresó pero en mi garganta, y aunque dolía demasiado me senté o busqué hacerlo, pues apenas conseguía hacer movimientos.
—Jhëren... —susurré y él enseguida levantó la vista, heridas se veían en su rostro y un corte podía notarse en sus labios, lo cruzaba en vertical en el costado izquierdo.
—¡Lena! ¡Mei Lena! —dijo con tristeza.
Me abrazó enseguida y yo respondí ese abrazo, comencé a llorar igual que él, con desesperación. Con tanta desesperación que mi pecho pudo haberse desgarrado, y ni así me habría dado cuenta.
—Mei Lena, mei Khuri —sollozó en mi cuello.
—Tu cabello, Jhëren... —chillé al llevar mis manos temblorosas a su cabello ahora corto—. Tu hermoso cabello...
Jhëren me miró fijo a los ojos, lleno de dolor, entonces se agachó a mi lado y extendió sus manos hacia mí.
—Por favor, Lena, por favor, castígame...
—No lo haré.
—Por favor, Lena, te lo ruego.
—¡No lo haré! —lloriqueé—. ¡No lo haré, Jhëren! No quiero hacerte daño. ¡Mírate! ¡Estás malherido!
—¡Y yo no quiero verte así! ¡No quiero! ¡No quiero que hieran a Lena! ¡Por favor! Por favor, golpéame, por favor, Lena, te lo ruego...
Levantó la vista hacia mí y tomó mi mano en la suya, entonces se impulso para golpearse el rostro pero yo forcejeé con él, pues no quería herirlo. Tenía su bonito rostro inflamado, y supuse que yo no me veía mejor que él.
—¡Lena, por favor!
—¡No quiero hacerte daño! ¡No quiero, Jhëren!
Volvió a intentarlo pero hice lo mismo. Terminé por apoyar la palma de mi mano en su rostro con suavidad. Jhëren apretó mi mano en la suya y se encorvó para llorar con más fuerza, con desesperación.
—Jhëren es el esclavo de Lena —dijo en un sollozo—. Lena debe golpear a Jhëren, Lena debe castigar a Jhëren. Lena es superior, Jhëren es inferior... Jhëren merece castigos, por favor, Lena, te lo ruego, castígame.
—Escúchame —Lo sujeté del rostro para obligarlo a mirarme, sus ojos llenos de lágrimas, rodeados de moretones por los golpes que le dieron—. Escúchame, Jhëren, por favor. Quiero que entiendas algo.
—Lena debe entender...
—Yo no soy tu ama. Tú no eres inferior a mí, yo no soy superior a ti. Somos compañeros, y te amo —Lo besé con suavidad en los labios, los míos dolían y estaba segura de que los de él igual—. Te amo, Jhëren, entiéndelo, no voy a herirte, no pienso hacerlo...
—¡No quiero verte así! ¡No quiero, Lena! —lloriqueó y llevó su mano hacia mi frente, tocó mi piel y el dolor volvió a invadirme—. ¡Mira cómo te dejaron! ¡Lena! A Jhëren destroza verte así...
Oímos la puerta ser golpeada y Jhëren se puso de pie para ir a ver. Le costaba caminar un poco y cojeaba de una pierna, pero al menos podía movilizarse con mucho cuidado. Y aunque él estaba herido, verlo allí de pie se sintió como el paraíso. Se sintió como si todo lo anterior hubiera sido una mentira, un mal sueño. Porque él estaba bien, estaba vivo, y eso era lo único que importaba en verdad.
Se hizo a un lado para dejar entrar a la kumena, Clara y Drach.
Lo más extraño no era que Drach estuviera allí, sino que Jhëren no lo mirase de esa forma asesina y que le permitiera ingresar sin problemas.
—¿Cómo te encuentras, pequeña? —preguntó Yamila al acercarse, se sostenía de un bastón, era la primera vez que la veía visitar algún hogar.
—Siento que voy a morir.
Clara y ella sonrieron con tristeza, mientras que Drach solo caminaba de un lado a otro refregándose la nuca. Luego se acercó a Jhëren y apoyó su mano en el hombro de él, vi que le dirigió una leve sonrisa.
—¿Ustedes me sanaron? —pregunté e intenté volver a recostarme, costaba bastante.
—Sí —respondieron ambas y Clara bajó la mirada—. Estuviste cinco días inconsciente, Lena.
—¿Cinco días...? —Abrí los ojos con consternación y miré a Jhëren, él se mantenía con la cabeza gacha, con Drach susurrándole algo—. ¿Qué sucedió?
—Todos oyeron a Jhëren levantarte la voz en el festín y todos te vieron darle la mano en vez de castigarlo. Marla te denunció con la líder blanca por llamarlo «Khumé» y Rhona, aunque quiso evitarlo, fue su testigo, y lo que sigue ya lo sabes —dijo la kumena con un suspiro—. Iban a matarte, Lena, agradécele a Drach, él les salvó la vida a ambos.
—¿Cómo...?
—Digamos que... mentí sobre algo y evité que te mataran... —dijo Drach al encogerse de hombros, se rascó la nuca y mordió su labio para luego mirarme directo a los ojos con los suyos grises—. Me arriesgué a morir pero... sirvió.
—Drach se metió en medio de tu castigo diciendo que te dejaran, cuando la líder blanca quiso golpearlo... —Clara se aclaró la garganta y sus ojos se llenaron de lágrimas—. Él inventó algo...
—¿Qué inventaste? —le pregunté.
—Dije que estabas embarazada... Las omanas embarazadas son protegidas por toda la comunidad, no importa qué castigo merezca una omana embarazada esta debe ser perdonada y... Lo hice para que no te mataran a golpes, Lena...
Sentí mis ojos llenarse de lágrimas y estiré mi mano hacia él, Drach no dudó en acercarse pero en vez de tomar mi mano se sentó a mi lado y me abrazó, levantándome un poco de la cama. Me hacía doler muchísimo pero igual respondí, porque me sentía tan mal, tan vulnerable. Su espalda comenzó a temblar por el llanto.
—¡Por Dios, Lena! ¡Lo siento mucho, lo siento mucho de verdad! —chilló y me abrazó con más fuerza—. ¡Lo siento mucho! No debí llevarte a Shume, debí haberte advertido como quería, debí haber evitado que fueras... Por Dios, Lena, mi pequeña Lena, eres mi mejor amiga, si algo te pasa... Santo Dios, Lena, si te mueres yo me muero.
—Drach —La voz de la kumena lo obligó a hacerse a un lado—. Necesitamos hablar con ella.
—Lo sé, lo siento... —Me dio un beso en una mejilla y luego susurró en mi oído—. Te juro que ni Jhïle ni yo sabíamos algo, Jhïle está furiosa y... y está intentando resolver esto...
Luego de eso se puso de pie y me miró con tristeza.
—Sé que soy una basura, y que puedo ser el peor de los hijos de puta la mayor parte del tiempo —dijo y sus labios temblaron cuando su voz se cortó—, pero te quiero, Lena. Si te mueres... Dios mío, Lena, solo cuídate.
No quería oír sobre muerte. No quería que me dijeran que moriría, ni pensar en esa posibilidad. Había estado allí, a los pies de esas mujeres. Había visto el infierno con mis propios ojos, era como un bosque helado y vacío. Muerto. Había muerto y ahora estaba allí, con ellos, y aún así no me sentía viva del todo.
Jhëren apoyó la palma de su mano en el hombro de Drach y este devolvió la palmada. Por un pequeño instante se abrazaron y luego Drach salió de la habitación. Me dejé caer otra vez sobre las pieles. Me dolía todo. Dolían las costillas y respirar ya de por sí era un martirio, era un maldito martirio. Me percaté de que tenía todo el torso vendado y traté de controlarme para poder pensar y analizar los síntomas.
—¿Cuántas costillas se quebraron? —pregunté sin abrir los ojos.
—Dos... —respondió Clara—. Trata de no moverte mucho.
—Me duele respirar.
—Es normal, solo trata de no moverte ni toquetees mucho las vendas. Jhëren estuvo aplicando frío en la zona para desinflamar y todos los días vinimos a revisar que todo estuviera bien.
—¿Jhëren está bien? —pregunté con un suspiro.
—Está bien, los uemane están acostumbrados al dolor físico. Nos preocupas tú, pequeña... —dijo la kumena con una sonrisa triste. Se acercó un poco más a mí hasta sentarse a mi lado. Luego llevó su arrugada mano hacia mi cabello, lo corrió hacia atrás y el roce de su mano en mi frente me escoció la piel—. Te han hecho la marca de la vergüenza. Justo íbamos a hablar sobre ella en nuestra clase.
—Es la marca de Bájhe —acotó Clara con un extraño tono de voz—. Se lo considera una maldición. Se usa para marcar a las personas que se dirigen hacia la muerte y que son castigadas con rudeza. Se dice que tarde o temprano te llevará a los brazos de Bájhe, sin aviso.
—¿Qué tan feo se ve...? —pregunté en un susurro.
—Ocupa el centro de tu frente y el comienzo de tu nariz, rojo sangre, con relieve y... ruego que nunca tengas que verla.
—Quemaba como aceite hirviendo —dije, y mis labios temblaron al hacerlo.
—Jhëren, ¿puedes acercarte a Lena? —La kumena lo llamó con su mano y él se acercó, se sentó a su lado, junto a mí y tomó mi mano—. Pensábamos esperar pero... creo que necesitan saberlo.
—¿Saber qué? —preguntó Jhëren.
Hubo un silencio insoportable en todo el lugar, solo se oía el sonido del viento golpeando la puerta y el crepitar del fuego en nuestra casa que nos mantenía calentitos. Quería inspirar el aroma de las brasas, pero ni siquiera era capaz de eso. Miré a la kumena y a Clara, turnándome con cada una. Ambas corrían la mirada y solo miraban sus manos.
—Antes que todo, ustedes no son los primeros en saberlo. Los primeros fueron los demás del clan Jhümi, todos a la vez en una reunión que tuvimos para hablar de tu salud —dijo Yamila con una sonrisa triste.
—Sin preámbulos, ¿me voy a morir?
—No —Clara tomó la palabra y suspiró, luego levantó la vista y dirigió sus ojos verdes musgo hacia los míos—. Drach inventó que estabas embarazada para que dejaran de golpearte, sabía que eso te salvaría y que haría que las mujeres se sintieran culpables por haberte herido.
—Pero aunque lo inventó... No mintió en ningún momento —acotó la kumena y traté de erguirme pero ella me mantuvo quieta.
—¿Qué está diciendo...? —preguntó Jhëren con sus ojos abiertos llenos de sorpresa.
De qué carajo hablaban.
—Él no lo sabía, obviamente —dijo Clara y apoyó su mano en el hombro de Jhëren—, pero... Por la Luna, esto es tan difícil.
—Estabas embarazada, Lena —aclaró Yamila y yo comencé a sentir mi respiración aumentar, comencé a jadear y quise sentarme pero ella me mantenía quieta.
—¡¿Estaba?!
—Los golpes fueron tan fuertes y te golpearon tanto en el vientre que... Probablemente estabas solo de unas semanas, quizá cuatro o cinco y... El castigo hizo que lo perdieras, pequeña. Lo siento mucho, de haberlo sabido habríamos podido actuar mejor.
No podía respirar, comencé a hiperventilar. No conseguía que ninguna bocanada de aire llegara a mis pulmones.
—No puedo respirar —jadeé—. No puedo... No puedo respirar.
Estaba nevando. Otra vez estaba nevando, o tal vez había vuelto al infierno. Tal vez era un bote encallado en el hielo del ártico, rodeado de blanco. Tal vez estaba en ese bosque muerto. Estaba en el vacío otra vez. Estaba segura de que nevaba, porque sentí el aire más frío y mis extremidades congelarse.
—¿Por eso... Lena sangraba tanto...? —Jhëren apretó su mano en la mía, temblorosas las dos, sus ojos estaban llenos de lágrimas—. Oh, por La Luna... Por Khuri, por Shanny...
Nevaba, otra vez. ¿O los copos eran lágrimas? ¿Clara estaba llorando, o solo era yo? No conseguía respirar, mi garganta estaba cerrada y cada intento era como cuchillas que rasgaban por dentro.
—Lena, estás entrando en pánico. Respira conmigo —dijo Clara con voz suave, y con sus manos comenzó a guiarme para imitar a los pulmones—. Inspira profundo.
—No puedo respirar —insistí, desesperada y llevé mis temblorosas manos hacia mi cuello—. Me voy a morir, no puedo respirar. No puedo respirar. Me voy a morir, ¡Clara, no puedo respirar!
Todo giraba a mi alrededor, y cada intento por llevar aire a mis pulmones fallaba. Cada bocanada salía en el mismo instante en que ingresaba, y solo pude mirarme las manos temblorosas y los brazos vendados.
Estaba nevando. Otra vez estaba nevando. Estaba muriendo, o tal vez ya estaba muerta. Sola, como siempre. Otra vez.
Jhëren se aferró a mi mano con fuerza.
—Respira, mei Khuri —dijo con la voz quebrada por el llanto—. Jhëren está aquí, estoy contigo. Estamos juntos. Respira.
—¿Qué es esto? —balbuceé, mirando mi mano húmeda por lágrimas.
Mi pecho se levantaba una y otra vez, y no conseguía dejar de temblar. Hacía frío, tanto frío. Vi a los tres rostros y no vi nada, no había nadie allí, aún cuando podía oírlos. Y vi el rostro de la muerte, y ese bosque blanco.
—Un bebé... —dije con un hilo de voz.
Estaba mareada. Pudo ser la falta de aire, pudo ser porque todo daba vueltas, o quizá por el frío a mi alrededor, o solo por ese cristal empañado en mis ojos.
—Respira, Lena, por favor. Jhëren está contigo —oí a alguien decir. ¿Era Jhëren? Tal vez. Tal vez solo lo imaginé.
—No quería un bebé... no tan pronto... —susurré y mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas, por instinto llevé mis manos hacia mi vientre y las lágrimas comenzaron a caer una a una por mi rostro—. ¡Pero tampoco quería que me mataran uno! ¡Tampoco me hubiera quejado si tenía uno! Por Dios... iba a ser mamá, ¡iba a ser mamá!
Grité tan fuerte que mi garganta escoció mucho más. No era capaz de ver por las lágrimas, ni de oír lo que me decían. Solo sabía que no podía respirar, que todo me daba vueltas y que a mi lado estaba Jhëren. Solo sabía que estaba de nuevo en ese bosque blanco, arrojada sobre la nieve, en el mismo infierno. Solo sabía que era esa muchacha aterrada que pedía clemencia. Solo sabía que iba a tener un bebé, y me lo arrebataron.
No supe en qué momento se fueron las dos, grité y me sacudí con desesperación al llorar, con Jhëren intentando contenerme. Me abrazaba mientras se deshacía en lágrimas, hasta que ya no pude gritar, hasta que el dolor fue tanto que ni siquiera era capaz de pronunciar un sonido. Quizá me desmayé, o quizá no. No estaba segura de nada.
No quería ser madre tan pronto, no quería un bebé tan pronto, pero si hubiera venido... De haber tenido la oportunidad de saberlo, lo habría recibido con los brazos abiertos. Habría intentado con todas mis fuerzas darle una buena vida, pero me quitaron la posibilidad de elegir. Me arrebataron de las manos algo que ni siquiera sabía que necesitaba.
Me quitaron a mi hijo.
~ • ~
Recién al día siguiente pude estar algo más tranquila, Clara había preparado una infusión bastante fuerte de flor de nü, eso me mantuvo estable y quitaba tanto el dolor físico como el emocional. Era una tranquilidad falsa, porque mi alma seguía doliendo. No supe que el alma podía doler hasta ese momento.
Clara me hacía caricias, tratando de consolarme. Me hacía promesas sobre lo bien que estaría, decía que esto me haría fuerte, que ahora Jhëren y yo estaríamos más unidos, que la tribu cambiaría conmigo por lo que me hicieron. Pero yo no me sentía nada bien, no estaba feliz, sentía un dolor tan grande en mi pecho que no era por mis costillas, y que me mataría en cualquier instante.
Mi error, mi más grande error, había sido enamorarme de un jhakae, enamorarme de Jhëren e intentar darle libertad a mi lado. Tonta de mí, estúpida de mí... Creí que podría cambiar la tribu jhakae, creí que podría darles la libertad que se merecen y conseguir la igualdad, pero una tribu así jamás cambiaría, nunca cambiaría. No lo haría. Le prometí a Nundeh ayudarlo a conseguir su libertad, le juré y re juré a Jhëren que a mi lado él sería libre y que él y yo éramos iguales. Les mentí a ellos y me mentí a mi misma.
Tal vez jamás debí regresar.
Jhëren había tenido que irse, debía hablar con los sabios de la guerra. Ellos, a pesar de estar enfadados por el trato igualitario que yo le daba a mi esposo, le daban su apoyo y lo guiarían con mayor ímpetu.
Kohnn y Sara, Nundeh y Dorotea, incluso Tonke habían venido a verme. Según Jhëren habían ido mientras estuve inconsciente, Sara había lavado mi cuerpo con ayuda de Dorotea, los hombres habían ayudado a Jhëren con las tareas hogareñas, con la comida, el agua y todo lo que significara fuerza física que, debido a sus heridas, Jhëren no podía hacer.
Comencé a sudar demasiado y Clara me dijo que tenía fiebre, así que humedeció un trapo con agua fría para poder reposarla sobre mi frente. A pesar de que mi espalda estaba cubierta de cortes por la vara de castigos, debía estar boca arriba por culpa de mis costillas rotas, de lo contrario no podría respirar ni sanar correctamente.
La puerta se abrió despacio y aunque no podía mirar hacia allí sí pude reconocer la voz de Nuria, Clara le había dado el permiso de pasar. Ella se acercó a nosotras, se refregaba la tela de su túnica con bonitos bordados de mariposas, y aunque la vi mover los labios no se oyó una sola palabra.
—Gracias por venir, Nuria... —dije en un susurro y ella se mordió el labio, sus ojos se llenaron de lágrimas y se arrodilló junto a Clara, a mi lado.
—Lo siento...
—¿Por qué? No es tu culpa.
—No sé, solo... solo lo siento —dijo y bajó la mirada—. Jhöne me pidió que viniera a verte, yo no me animaba pero... pero él insistió.
—¿Jhöne? ¿Jhöne «eres una danka» Jhöne? ¿Ese Jhöne? —Abrí los ojos con sorpresa, sentía las gotas del trapo en mi frente resbalar por mis patillas, estaban frías y me hacía tiritar.
—Él podrá ser muchas cosas, Lena, pero no le desea el mal a nadie aunque te cueste creerlo —dijo en un susurro. Tomó mi mano y la apretó entre las suyas, bastante frías, eso me hacía doler la piel.
—Jhöne está sedado, se supone que no debería poder pedirte nada —se quejó Clara con el ceño fruncido—. ¿O acaso no le diste las dosis que te dije?
—Lo hice pero... pero él quería hablar así que me salteé una dosis y...
—¡Nuria, sabes que no puedes hacer eso! —gritó Clara—. ¡¿Sabes lo que podría pasar si decide actuar él solo?!
—¡Lo sé, lo siento! —chilló Nuria y luego me miró con sus ojos cafés—. Él está muy triste, Lena. Él está preocupado por ti.
—Creí que me odiaba.
—Técnicamente lo hace pero... —Se quedó en silencio un rato y apretó mi mano otra vez, para luego bajar la mirada—. Pero él y yo no podemos tener hijos, lo sabes, a él le hace feliz que otros tengan hijos, le gustan los niños y... en especial le gusta tener sobrinos, es muy unido a Jhïon y... y saber que perdiste un bebé...
—Nuria... —la regañó Clara.
—Lo siento, no quiero herirte de más, pero... solo quería que supieras que Jhöne está preocupado por ti.
—Tuvimos que sedarlo —dijo Clara con un suspiro—. Tuvimos que hacerlo, en la reunión de los Jhümi él comenzó a descontrolarse y amenazó con asesinar a Lerona y a cada una de las mujeres que te había golpeado, amenazó de esa forma frente a su madre y... Quiso golpearla, la insultó de mil formas y... Tú sabes cómo es ella, tuvimos que sedarlo para que no hiciera alguna locura y ella no le hiciera daño...
—Jhöne nunca te dirá nada, nunca vendrá a verte, pero me envió a mí para que te visitara. Prometo que vendré todos los días para hacerte compañía, me turnaré con Sara.
Nuria se quedó junto a mí un buen rato, aunque intentaba distraerme podía percibir su compasión hacia mí. Eso me hacía sentir peor, no quería la compasión de nadie, no quería que me dijeran que era fuerte, que era toda una guerrera. ¿Fuerte? No quería ser fuerte ni ser considerada una guerrera, solo quería vivir tranquila y ser feliz. ¿Es que acaso era demasiado pedir? Solo quería estar sola y llorar, solo eso, pero jamás me dejarían sola. Clara nunca permitiría que luego de lo vivido me quedara sola un solo instante.
Cuando llegó la noche Jhëren regresó, pero no solo. Estaba junto a Nundeh, Kohnn y Tonke. Ellos no estaban cuando todo pasó,ad líderes eligieron el momento justo.
Los cuatro me miraban con pena, y Jhëren entonces se acercó a mí.
—Lena... —Jhëren se acercó más y Nundeh cerró la puerta luego de verificar el exterior—. Tendrás que castigar a Jhëren por todos sus errores.
—Dije que no lo haré, no lo haré, Jhëren, ¡no lo haré! No quiero herirte.
—Tienes que hacerlo —insistió.
—¡No! No pienso hacerlo ni lo haré hoy o nunca.
—Entonces Lena no le deja opción a Jhëren...
Suspiró y se acercó a Kohnn y Tonke, enseguida Nundeh se acercó a mí y se sentó contra la pared, ubicando sus piernas alrededor de mi cabeza, me sorprendió que hiciera eso, pero entonces me sujetó de los hombros.
—¿Nundeh...?
Jhëren se puso de rodillas y entonces Tonke lo sujetó de ambos brazos, dejando libre su espalda, Kohnn levantó en su brazo una vara de castigos y la dirigió hacia su espalda con un gran impulso que hizo brotar sangre cuando tocó su preciosa piel.
—¡No! —chillé pero Nundeh cubrió mi boca enseguida, me apretaba contra él.
—Tranquila, omana Lena... —susurró.
Comencé a forcejear con él, me dolía el cuerpo pero quería ponerme de pie y frenar a Kohnn. Golpeaba la espalda de Jhëren con fuerza, lo veía sufrir ahí frente a mí, lanzaba fuertes alaridos de dolor mientras que Tonke lo mantenía firme y sujeto para evitar que se moviera. ¡¿Es que no veían que ya estaba herido, que esto solo podría empeorar sus heridas que ni siquiera cerraban?!
¿Acaso no bastó con todo lo que pasó? ¿No había sido suficiente?
Nundeh me apretaba con fuerza, me hacía doler en busca de dejarme quieta. Y lo odié tanto, lo odié con toda mi alma. Lo maldije con todas mis fuerzas por traicionarme de esa forma. Mis ojos se llenaron de lágrimas y una a una comenzaron a caer hasta empapar la mano de Nundeh que cubría mi boca. Mi respiración se aceleraba cada vez más y ese dolor en mi pecho se acrecentó con más fuerza.
—Lo siento —sollozó Nundeh y sentí una gota caer en mi hombro, que resbaló poco a poco por mi brazo—. Perdón, omana Lena, lo siento mucho. Por favor, perdone a Nundeh.
Y entonces dejé de forcejear, dejé de luchar contra él y solo me quedé gélida viendo cómo Kohnn, el sabio y tan tranquilo Kohnn, destrozaba la espalda de mi esposo. De su mejor amigo. Su brazo se levantaba una y otra y otra vez, hasta que Tonke soltó a Jhëren y él cayó al suelo. Pude ver su espalda llena de sangre, sus heridas largas y gruesas cubriéndola.
—Si Lena... no castiga a Jhëren, entonces Jhëren será castigado por sus propios medios... —dijo él con dolor, dirigió sus ojos verdes hacia mí, llenos de lágrimas—. ¡No quiero que maten a Lena y no quiero que maten otro hijo nuestro! Si Lena no castiga a Jhëren, entonces amigos lo harán con más fuerza.
—¡¿Cómo pueden ayudarlo en esto?! —chillé cuando Nundeh liberó mi boca.
—Porque no queremos que mueran, omana Lena... —Nundeh me abrazó con fuerza y apoyó su barbilla en mi hombro—. No quiero que muera, omana Lena, no quiero verla así otra vez, ninguno quiere. Ninguno quiere que sufran... Haremos lo necesario.
—Tonke encargar de imbéciles que golpear Jhëren —dijo Tonke al asentir con respeto—. Clan Tonge cumple promesas.
—Sara cuidará de omana Lena y sanará heridas —dijo Kohnn, también al asentir—. Clan Uhmar cumple promesas.
—Nundeh no es jefe de clan... —susurró el pelirrojo y me abrazó un poco más, luego me dio un cálido beso en la mejilla empapada de lágrimas—. Pero Nundeh dará todo por omana Lena y por Jhëren, lo juro por mei o'mae.
—Por favor —sollocé, y me sentí pequeña, como una niña indefensa—, ya no más, por favor. Ya no más.
Llevé mis manos hacia el rostro y me cubrí para que no me vieran llorar, desesperada. No estaba nada feliz. Eran buenos amigos y podía comprender sus buenas intenciones, pero eso no me hacía nada feliz. Si aún quedaba algo de vida en mí, si un atisbo de felicidad y esperanza habitaba mi cuerpo, acababa de perecer.
Lo había visto ser golpeado en grupo, me lo habían hecho a mí. Me habían arrebatado a mi hijo, y ahora... Ahora también me obligaban a ver, nuevamente, la tortura del hombre que amaba. Ya no tenía fuerza alguna, ya no.
No quería ver a Jhëren herido por otros y tampoco quería que lo estuviera por mi mano. Si lo hiriera no haría ningún cambio, sería la misma basura que siempre critiqué. Sería igual a Francis, igual a Marla, igual a la líder blanca, y yo no quería volverme un monstruo.
Si llegara a golpear a Jhëren sería el fin de mí como ser humano.
Bájhe: Dios de la muerte.
Danka: Sucia, pero el insulto es equivalente a puta.
Drazte: Vergüenza.
Khumé: Nombre del héroe guerrero que tocó la luna.
Khuri: Luna, diosa de la sabiduría, la belleza y la fuerza.
Kumena: Sabia.
O'mae: Mamá.
Omana: Mujer, pero como rol social, equivalente a una Ama.
Shanny: El sol, diosa del amor, la fertilidad y la felicidad.
Uemane: Hombre, pero como rol social, equivalente a esclavo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro