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Capítulo N° 2

Nos vendaron los ojos, ¡esos hijos de su madre nos vendaron los ojos! Nos llevaban casi a rastras, a trompicones, y el no poder ver por dónde caminaba hacía que me tropezara con todo lo que pudiera llegar a cruzarme en el camino. Mis rodillas terminaron adoloridas debido a las laceraciones por tanto tropezar, y el tener mi pantalón cayéndose gracias al corte de ese pervertido –que me marcó como a una vaca– solo complicaba mucho más mi caminata libre de accidentes.

Podía oír las voces de las otras mujeres sollozar, susurraban para callarse entre sí y evitar sus muertes, así como también oía las voces de esos hombres jhakae que hablaban en su extraño dialecto. A lo lejos incluso pude oír la voz de Drach.

Maldito infeliz, cuando me soltaran volvería a golpearlo con fuerza hasta desfigurarle su bonito rostro.

Sentí unas manos que me sujetaron con suavidad de la cintura y la parte de atrás de las rodillas, eso me llenó de furia e intenté golpear, aunque fuera con los codos o la cabeza, a la persona que me agarraba de esa forma.

—¡Suéltame de una vez, pervertido!

Acto seguido me levantó en sus brazos e ignoró mis gritos, pero pude oír el sonido del agua en compañía de chapoteos constantes. Supuse que cruzábamos el río a pie y esta persona me tomó en sus brazos por ello, quizá para que no me tropezara, quizá para evitar que pudiera mojarme. Quizá, simplemente, porque era un pervertido al que le gustaba romperle el pantalón a las chicas para toquetearlas por el camino.

No supe cuánto tiempo pasó desde que me habían capturado, en el camino de a poco mi ira se fue disipando y se convirtió en tristeza. Toda esa molestia que sentía en mi pecho se había transformado en angustia, la cual me atormentaba en la garganta y parecía crear un agujero negro en mi pecho que me carcomía por dentro.

Llegó un punto en donde ya no quería golpear a Drach si me soltaban, solo tirarme al suelo y llorar hecha un ovillo. No esperé mucho tampoco para hacerlo, traté de no hacer ruido como las demás, así que bajo las vendas comencé a llorar hasta humedecerla. Me sorprendí en el instante en que sentí una mano que me secaba una lágrima para luego volver a alzarme en los brazos, sin embargo esa vez no oí ningún chapoteo ni el sonido del agua correr. No estábamos cruzando ningún río, solo se oían los llantos y sollozos, las aves y voces masculinas, las risas de los jhakae y el lamento de las irinnitas.

El hombre me susurró algo en su lengua pero no pude entender nada de lo que dijo. Su voz no era para nada intimidante, era ronca y baja pero de una forma agradable, y al no poder ver solo podía guiarme por sonidos y, por alguna razón desconocida, me infundía algo de tranquilidad, quizá por la forma suave en la que me habló. Se me hizo extraño, pero me relajaba la forma en que su voz resonaba.

Traté de tranquilizarme y respirar hondo para no llorar, no gritar, no patalear y no buscar mi muerte de cualquier forma posible. Quería sobrevivir, ¿quién no? Nadie desea morir, así que buscaría una forma de sobrevivir, una forma de ganar su confianza y adaptarme. Quizá podría convencerlo de liberarme, quizá podría hacer algo para huir. Quizá, simplemente, podría evitar morir.

Menos aún supe cuánto pasó hasta que él me bajó y volví a tocar el suelo. Seguía atada de manos y piernas con mis ojos vendados, y no pasó mucho tiempo antes de que me quitaran las vendas de los ojos con delicadeza. Íbamos a descansar en una parte del bosque donde solo nos rodeaban los árboles y se oía el canto de las aves.

Nos permitieron sentarnos en las raíces de aquellos árboles, pero aunque todas habíamos sido capturadas ninguna tenía deseos de hablar con las otras. Las miré disimuladamente y busqué con mi vista alguna posible salida de escape, sin embargo todo era árboles, fango y musgos, y quizás algún arbusto. No tenía ni idea de dónde estábamos.

Vi a dos mujeres de piel aceitunada cerca de allí, hablaban con los hombres como si les dieran órdenes. Una de ellas era muy delgada y la otra mucho más voluptuosa, ambas llevaban una lanza en sus manos y su porte era imponente. Pude ver a Drach con la cabeza gacha frente a la muchacha delgada, quien parecía estar hablándole. Luego corrí la mirada cuando Drach volteó hacia nosotras, traté de concentrarme en ver a la chica que tenía a mi lado. Era esa tan charlatana que estaba cerca de mí en la colina, la de cabello negro y rasgos hermosos. No dejaba de llorar, así que le susurré que tratara de estar tranquila así no nos hacían daño. Ella apenas si giró para verme y clavó sus oscuros ojos azules en mí, pero no respondió, solo asintió.

—Descansarán aquí. Las guardianas se encargarán de su bienestar, así que traten de comportarse porque ellas no son muy pacientes que digamos —dijo Drach en lo alto para que todas pudiéramos oírlo.

Tragué en seco y bajé la mirada, observando mis manos atadas de las muñecas y la venda de mis ojos que colgaba en mi pecho como un collar. Traté de no hacer contacto visual con ninguna persona de allí, especialmente porque mi corazón parecía querer salir despedido de mi pecho y porque mis extremidades temblaban de forma incontrolable a causa del miedo.

Poco a poco esas dos mujeres comenzaron a darnos agua de beber, eran algo agresivas y ciertamente nada pacientes. A mí me extendió agua la chica delgada, con algo de agresividad y con sus cejas fruncidas con enfado. Era bonita y de su cabello –recogido en una colita llena de pequeñas trencitas– colgaba una pluma. Pude ver en su frente una luna blanca, era como un tatuaje que resaltaba en su piel aceitunada e incluso, dependiendo la luz, parecía brillar. La muchacha frunció más su ceño al notar que la observaba atentamente y se alejó de mí, apenas si llegué a beber algo de agua. Sin embargo, un rato después vi que hablaba con Drach y ella regresó para ofrecerme beber un poco más, aunque su mirada parecía enojada y no supe por qué.

Unas horas después regresamos a la larga caminata. Algunas llevaban vendas en sus ojos y otras no, pero por lo que pude ver, habían dejado los ojos desvendados a las que ya no lloraban ni intentaban escapar. Una de ellas era una mujer de abundante y largo cabello rizado, con su ceño fruncido y que, casi sin miedo, los insultaba si se acercaban a ella. Otra era una mujer algo regordeta que observaba todo con atención, había una mujer que solo estaba en silencio, no lloraba, no observaba nada. Era como si estuviera muerta sin estarlo, miraba la nada y podían pasar largos instantes antes de que parpadeara. Me preocupaba demasiado, y si mal no podía recordar, creo que era la mujer a la que le mataron su pareja frente a ella.

Nosotras éramos las únicas que parecíamos estar tranquilas, y digo parecíamos porque en realidad ninguna lo estaba. Yo temblaba con miedo mientras intentaba esconder mi respiración, la muchacha delgada y de rizos parecía estar a la defensiva, la regordeta solo curioseaba y la viuda estaba peor que todas nosotras. Ninguna estaba tranquila, cada una estaba viviendo y sintiendo el momento a su manera...

Pude ver la luz del amanecer poco a poco que se asomaba entre la copa de los árboles, y escupí mi desprecio al notar la alegría de los hombres asquerosos que nos habían raptado. Alcé mi vista para ver los grandes y frondosos árboles que hacían de muro por todo el lugar, era un espeso bosque desconocido, pero dejé de observar cuando noté que varias mujeres con lanzas estaban atentas a nuestros movimientos, si me intimidaban esas dos que viajaron con nosotros sin dudas me intimidaban mucho más todas esas mujeres de mirada fría y músculos trabados.

Nos guiaron hacia una cabaña algo rústica que se veía diferente a las otras de alrededor, sus paredes parecían ser de barro y ladrillos, y el techo era una mezcla de madera, paja y otras cosas que no pude reconocer.. Mis piernas temblaron más y me detuve en seco antes de entrar, tenía miedo, pensé que podrían matarme al ingresar, pero el saber que no era la única yendo hacia allí me reconfortaba un poco. Al menos no moriría sola...

En el interior pude divisar a una mujer mayor de cabello canoso que se encontraba sentada sobre unas pieles, esta hizo una seña con su mano y dijo algo en ese extraña lengua. Los hombres enseguida se encorvaron y agacharon la cabeza como muestra de respeto, para luego alejarse.

—Mi nombre es Yamila y en una época también fui de la ciudad al igual que ustedes —dijo la anciana en nuestra lengua, aunque de una forma algo trabada, como si no estuviese acostumbrada a hablarla.

Quejas, insultos y preguntas se arremolinaron en el lugar, pero la mujer levantó su mano al pedirnos paciencia. Nos pidió que una por una nos acercáramos a ella para examinarnos. Claramente ninguna de nosotras quería acercarse, no nos producía confianza y deseábamos explicaciones, pero una malparida me empujó para ser la primera, no sabía quién fue de lo contrario la hubiese matado.

—¿Cuál es tu nombre, niña? —dijo al mirarme fijo a los ojos.

—¡No soy una niña! —me quejé—. Y mi nombre es Lena, ¿qué hacemos acá? ¿Por qué nos raptaron de esa forma?

—Paciencia, niña. —Con su mano me pidió que me acercara más y me hizo girar, para luego bajarme un poco el pantalón y ver esa extraña marca—. Una rosa, interesante...

—¿Podría dejar de ver mi trasero y explicarme qué sucede?

La anciana se rio y me pidió que volteara otra vez, en esta ocasión para poder verme al rostro. Tomó una daga y, antes de acercarla a la cuerda que me aprisionaba, susurró:

—Si intentas algo loco las guardianas te matarán, ¿está claro? —diciendo esto señaló con la cabeza al grupo de muchachas que se encontraba tras ella, con lanzas en sus manos y preparadas para atacar.

Como apreciaba mucho mi vida no dije ni hice nada, solo permití que cortara las cuerdas y meneé mis muñecas para deshacerme de ese entumecimiento y dolor en ellas. Me había quedado una pequeña quemadura por el continuo roce, y digamos que mis forcejeos para soltarme en vano tampoco ayudaron mucho.

Una por una fue liberando a todas las chicas luego de que estas dijeran su nombre y ella viera sus marcas en la nalga. En ningún momento nos explicó algo, no hasta que todas fueron liberadas de aquellas cuerdas y nos instó a sentarnos en el suelo, frente a ella. Me ubiqué entonces sobre una especie de alfombra o manta tejida en tonos rojizos, me llamó la atención el bordado que tenía en ellas, o quizá era la misma tela –no estaba segura–, pero sus colores rojizos y amarillos eran preciosos en compañía de sus formas de cuadrados en espiral.

—Claramente están llenas de preguntas y sí, no se lo merecen, pero acá están. Ahora pertenecen a la tribu jhakae.

—¿Qué nos harán? —preguntó de forma hostil la delgada mujer de abundante cabello rizado que, al igual que yo, no había llevado venda la mitad del camino.

—Se volverán las esposas de los guerreros que las eligieron.

—¡Pero yo tenía un esposo y lo asesinaron frente a mí! —chilló otra.

—No lo comprenden, les costará entender pero les terminará gustando la idea... —Yamila se refregó las sienes con las manos, como si su cabeza doliera demasiado o estuviese cansada de explicar—. Ser esposas en la tribu jhakae no es igual a ser esposa en el «mundo ajeno». Allá una esposa equivale a una mujer manteniendo el orden en la casa, cocinando, limpiando y atendiendo a su esposo y sus hijos, no sé cómo será ahora pero hace sesenta años era así. Sin embargo, la tribu jhakae es liderada por mujeres.

Todas nos miramos entre sí algo confundidas e incluso dudosas, pero regresé a mirar a la anciana para poder concentrarme en sus palabras, y ella no dudó en proseguir:

—Las mujeres son el símbolo de poder y fuerza, puesto que son ellas quienes traen hijos al mundo, los hombres son símbolo de sumisión, así que no. No estarán encerradas lavando platos y pariendo hijos de hombres que quieran hacerles lo que deseen. Serán las estrategas de su familia, serán quienes manden y ordenen, serán quienes le digan a sus esposos cómo cazar, cuándo hacerlo, y serán quienes los castiguen si cometen errores. Ustedes, también, mandarán en el ámbito sexual. Cuando deseen, cómo deseen y serán satisfechas cuanto deseen, eso si es que sus uemane no desean ser castigados.

—Demasiado sexista para mi gusto... —susurré frunciendo la nariz, y por suerte ella no me escuchó.

—¿Qué hay de esas chicas allí atrás? —inquirió una mujer con el ceño fruncido y su voz cortada por la angustia—. Tienen mujeres en su tribu, ¿por qué raptarnos así?

—Las mujeres nacidas en la tribu son consideradas sagradas, puesto que tienen la bendición de la luna. ¿Ven la marca en sus frentes? Es el símbolo de la luna, nacen con ellas —dijo con un suspiro, así que instantáneamente dirigí mi mirada hacia esas mujeres con la luna llena blanca en su frente—. Tocar a una mujer de la tribu que ya ha sangrado equivale a un castigo severo que puede variar según la mujer afectada. Al ser sagradas, y para no extinguir la tribu, los hombres son enviados por las líderes a buscar esposas en otra parte. Este es un pueblo mixto, lleno de colores, sin embargo el tono de piel de los nacidos siempre será el mismo ya que la sangre de los jhakae es muy fuerte.

—A ver, a ver, ancianita, déjeme ver si entiendo —dije con un gesto ofuscado—. Somos mujeres y estamos en una tribu matriarcal, una tribu que respeta a las mujeres como líderes, sin embargo raptaron a mujeres y las están obligando a casarse con hombres que no conocen. Un poco hipócrita, ¿no le parece?

Mi comentario fue secundado por las demás, así que el lugar se volvió un caos de gritos y quejas, incluso esa mujer de cabello rizado y abultado se puso de pie amenazando a todos allí. Algunas comenzaron a llorar, yo estaba enfadada pero mis manos temblaban con temor y en mi garganta me molestaba esa angustia atorada. Todo se tranquilizó en el momento en que una bella mujer de piel aceitunada y cabello extrañamente blanco golpeó el suelo con su lanza y, seguido de eso, las otras mujeres nos apuntaron con sus lanzas.

El lugar se quedó en silencio en un solo instante.

Esa anciana, Yamila, aprovechó ese silencio temeroso entre nosotras para poder tomar la palabra otra vez.

—Ustedes se casarán cuando sientan que conocen a su hombre, cuando sientan que este las adora y valora como ustedes lo requieren. Cuando ustedes estén satisfechas con su hombre podrán casarse, mientras tanto solo deberán aprender nuestras costumbres y conocer a sus futuros esposos.

»Lamentablemente por un tiempo no podrán explorar los alrededores sin la compañía de una guardiana o un guerrero. Sé que muchas querrán escapar, pero los peligros en el bosque son demasiado grandes y dudo que alguna quiera ser comida de osos y lobos.

Todas nos paralizamos en el momento en que dijo eso, no pude evitar tragar en seco; mi plan de escapar quedó completamente en el olvido o, mejor dicho, cubierto por el miedo a morir.

—Créanme cuando les digo que tarde o temprano terminarán enamorándose de este lugar, es prácticamente inevitable.

—¿Y por qué nos marcaron como a vacas? —gruñí con odio, pero ella sonrió con un deje de ternura.

—Hay una pequeña confusión respecto a eso. Ustedes no fueron marcadas como pertenencia de nadie, ellos les dejaron la marca con su sangre al entregarles su alma, para demostrar que ellos les pertenecen a ustedes, no al revés.

Por un buen rato nos explicó algunas de sus tradiciones, en especial la de matrimonio. Debían pintarnos el cuerpo con gris y rojo para demostrar que dejábamos atrás nuestra vida, pero eso sucedería cuando nos adaptáramos mejor y formáramos un lazo con nuestros «prometidos», mientras tanto nos permitían descansar, beber agua y comer, incluso ver el paisaje en el exterior para poder admirar la belleza del lugar, o al menos eso dijo Yamila. Ella aseguró que sería lo primero de lo que nos enamoraríamos, pero yo tenía bastantes dudas al respecto.

Poco a poco las mujeres que nos acompañaban salieron de la cabaña, escoltadas por guardianas y en busca de sus futuros esposos para poder quejarse con ellos, quizá vengarse por el rapto, puesto que ellos no podían responder a golpes o insultos. Yo no estaba a favor de los golpes, pero sí que podía llegar a comprender si alguna decidiera golpear a esos hombres por la furia ante el rapto...

Cuando vi que solo quedábamos Yamila, dos guardianas y yo, me acerqué a ella y carraspeé para llamar su atención, y sin pedir permiso alguno solo me senté frente a ella, decidida a tener más respuestas que las que probablemente repitió a lo largo de su vida como protocolo.

—¿Qué deseas saber, niña?

—Primero, quién y qué es usted —dije con seguridad.

—Soy Yamila, antiguamente una granjera de Irinnoa como tú. Kumena de este lugar... —respondió, pero antes de que pudiera preguntar continuó—: Kumena es la palabra jhakae para «sabia» o «guía espiritual».

—O sea, un chamán.

—Una kumena —repitió, como si el término chamán le ofendiera—. Y ahora yo tengo una pregunta, ¿por qué estás viva? —Esa pregunta me tomó desprevenida, no supe qué responder, pero ella suspiró y meneó la cabeza—. Te ves frágil, no parece que impusieras poder más allá de tu mal carácter, pareces una niña, ¿qué edad tienes?

—Ni en una jodida tribu me salvo de los chistes... —murmuré al girar los ojos con fastidio—. Tengo veintiuno y no tengo ni idea de por qué me eligieron como esposa, ni por qué el estúpido de Drach me hizo esto ni por qué todavía no lo he asesinado.

—¿Drach? —Yamila abrió sus ojos grises algo opacos con sorpresa—. ¿Él te sacrificó?

—Sí, maldito infeliz.

—No te recomiendo decir eso muy fuerte por acá... —se rio—, puesto que Drach es el esposo de una de las cinco líderes. Puede que él no pueda ni deba hacerte daño alguno, pero a ella dudo que le agrade que una recién llegada insulte a su uemane.

—Espera, ¿qué? —Parpadeé rápidamente—. ¿Esposo? —Al ver que ella asentía no pude evitar llevar una mano hacia mi pecho, afectada por esa información—. Pero... ¿cómo? Él nació en Irinnoa, él fue siempre mi amigo y nunca dijo nada, él y yo... No importa.

—Debe ser más duro para ti que te haya sacrificado alguien especial, no diré que lo entiendo porque lo mío fue casualidad, haber estado en el peor lugar y el peor momento. —Yamila apoyó su avejentada mano en la mía, casi arañándome con sus larguísimas uñas en lo que intentaba ser una caricia—. Si tienes alguna duda puedes acudir a mí, ¿está claro? No vayas a las líderes, ven solo a mí. Ahora ve, tienes mucho que pensar y necesitas descansar.

—Una última pregunta... ¿Cómo sé quién me eligió? No llegué a verlo, o sí, pero todo fue tan rápido que no recuerdo mucho...

—Todos los clanes tienen un símbolo de familia. La rosa en tu nalga derecha es del clan Jhümi, será sencillo de reconocer, créeme. Además de una rosa en su hombro izquierdo tiene unas características físicas algo... diferentes.

Asentí y me alejé de ahí, pero ninguna guardiana me escoltó, Yamila no le ordenó a ninguna hacerlo. Mala decisión, muy mala decisión, debió haber pensado que era demasiado débil como para escapar, soy débil pero rápida. Soy como una especie de conejo, puedo ser débil y pequeña pero muy escurridiza.

Un frondoso bosque se podía ver rodeando los alrededores con su espléndido verdor, montañas se divisaban a lo lejos y el brillo del sol ascendente se reflejaba en un lago cercano a esas pequeñas cabañas en el lugar. El sonido de los pájaros y la frescura del viento, libre de smog, era simplemente indescriptible. Era un lugar lleno de hermosura, Yamila no le erró en su afirmación, sin dudas amaríamos el paisaje.

Pude ver a un grupo de hombres que hablaban entre sí mientras reían, vestían con pantalones negro o café con una especie de tela del mismo color en el medio que hacía como falda, tenía bordados en las puntas pero no llegué a distinguirlos, y muchos de ellos llevaban el torso desnudo o una camiseta desgarrada que mostraba sus hombros con tatuajes rojo sangre. Ninguno tenía una rosa en su hombro, así que ninguno de ellos era mi supuesto futuro esposo-pervertido.

En la lejanía, camino hacia los árboles, pude divisar a Drach. Aunque dije que no lo golpearía no pude evitar acercarme a él. Ninguno de los guerreros que estaban allí me prestó atención, quizá no me vieron o quizá pensaron que no era una amenaza para ellos, así que aproveché el pequeño beneficio que me brindaba mi cuerpo pequeño y me escabullí entre los árboles y arbustos para poder acercarme hacia Drach. Estaba apoyado en un árbol mientras observaba el cielo y soplaba el humo de su cigarrillo.

Me acerqué lentamente hacia él, pero me sorprendió con su voz hasta hacerme sobresaltar.

—¿Qué quieres, Lena? —murmuró, enfurruñado—. Sé que estás ahí, te vi seguirme.

—¿Por qué hiciste esto? —Quería evitar llorar frente a él, no le daría el gusto de verme llorar, pero podía sentir mis ojos con lágrimas que me delataban por completo—. ¡¿Por qué?!

—Te lo dije, es un favor a mi omana.

—¡¿Ella sabe que mientras está acá seduces a otras mujeres y te acuestas con ellas en Irinnoa?! —le grité, furiosa.

—Claro, ¿quién piensas que me ordenó hacerlo? —Drach se rio y yo solo pude mirarlo con sorpresa—. Es mi omana, lo que diga yo lo hago. Ella me pidió que sedujera a una mujer y la trajera para ser sacrificada o ser esposa. Te lo dije, había elegido a Gina, pensé que podría adaptarse fácilmente entre nosotros.

—¡Pero me trajiste a mí! —chillé, saltando en el lugar—. ¡Dijiste que te gustaba! ¡Tú me buscaste a mí! Yo estaba por irme con otro y tú te entrometiste, ¡¿por qué?!

—¿Cómo quieres que te tomen en serio y creamos que no eres una niña cuando te comportas como tal? —inquirió al chasquear la lengua—. Gustar es gustar, gustar no es amor, gustar es que alguien te atrae físicamente, quizás un poco de sentimentalmente, pero es pura atracción física y sexual. No te amo, eso es seguro, amo a mi omana, ¿tú? Tú eres solo una amiga a la que deseaba tener en mi cama.

—Tú lo dijiste, una amiga, años de amistad ¿y me haces esto? ¿Qué clase de amigo eres?

—¿No querías una vida de aventuras? ¿No te encantaba oír sobre mis aventuras? Ahora estás viviendo una, ¿no querías casarte? Ahí lo tienes, te casarás. —Drach sonrió y se acercó a mí para sujetarme del rostro en una actitud que antes hubiese sido seductora, pero en ese momento se me hizo intimidante y hasta agresiva—. ¿No ansiabas tenerme? Lo hiciste, me tuviste.

—Ni pienses que estoy loca por ti —dije entre dientes—. Tú lo has dicho, gustar es solo atracción, se necesita más que una actitud de rebelde para conquistarme, no soy Lauren.

—¿Entonces por qué haces esta escenita?

—¡No es por que hayas dicho si te gusto o no, es porque me entregaste a unos salvajes! —grité al empujarlo—. ¡Es porque eras mi amigo y aun así, aun conociéndome, aun habiendo pasado tanto juntos, solo me sacrificaste como si no valiera nada!

—Sigo siendo tu amigo, probablemente el único que vayas a tener en la tribu y el único que te conviene tener. —Drach me sujetó de los hombros con fuerza, me colocó contra un árbol para rodearme con sus brazos de una forma intimidante—. Hace diez años fui con las mismas ilusiones que tú a Shume para ver la alineación, sucedió exactamente lo mismo pero a diferencia de los otros fracasados yo luché por mi vida al igual que mis amigos. Tuve suerte de que mi omana estuviera presente y me considerara digno de ella, y ahora tú estás aquí y alguien te consideró digna de él. Míralo por el lado bueno, al menos no eres un cadáver desangrado en esa colina.

—¡Me sacrificaste! ¡Estabas esperando que me asesinaran, maldito!

—Uhm... No en realidad, no estaba seguro de si te matarían o te elegirían, no conozco los gustos ajenos, pero tenía la esperanza de que vivieras. Qué sorpresa que te hayan elegido, ¿quién fue? —se rio y me sujetó de la pierna, pero yo lo golpeé. Aun así él me sostuvo y me corrió el pantalón para ver la marca, luego comenzó a reírse—. ¿En serio? ¡Tan típico de ese krasto! Te advierto algo, no pienses que él te eligió porque le gustaste, siquiera porque te consideró fuerte. Te eligió porque te vio como una inútil, alguien más débil que él, alguien que lo hiciera sentir mejor consigo mismo al no ser el único pequeño e inútil de la tribu.

Comencé a golpearlo con fuerza mientras que él parecía divertirse, me llamaba inútil, enana, niña, frágil y fracasada, entre otras cosas que evité oír porque cada palabra era como un dardo venenoso que me llevaría a la agonía. Mis ojos estaban llenos de lágrimas y comencé a insultarlo mientras lo golpeaba con fuerza, pero él me sujetó de la pierna otra vez y apretó con fuerza mi nalga en su mano, como un acto de posesión.

—Él nunca te podrá hacer sentir lo mismo que yo, ni siquiera ha tocado una mujer en su vida —susurró contra mi cuello, el cual comenzó a besar aun cuando yo intentaba apartarlo con arañazos—. Me gustaría repetir lo de anoche, soy el único en este lugar que podrá hacerte sentir bien, ¿qué te parece? Una tregua entre nosotros por un beneficio mutuo... —Volvió a besar mi cuello y a acariciar mi cuerpo.

—¡Suéltame! ¡Basta, Drach!

Quise golpearlo pero me sentía agotada a causa del viaje, mis ojos se llenaron de lágrimas otra vez y aunque no quería darle el gusto de llorar frente a él, era algo inevitable, lo llené de insultos y gritos, esperando en mi dolor que alguno de esos malditos guerreros acudiera a ayudar a una de esas mujeres a las que, supuestamente, debían proteger.

Comenzó a acariciar uno de mis pequeños pechos para luego pegarse contra mí de una forma que me dio asco, podía sentir lo excitado que estaba y solo pude llorar mientras pedía ayuda. Sin embargo, él se quejó y se apartó mientras tocaba su brazo herido por una flecha.

—¡Maldito infeliz! —gruñó él y partió la flecha.

Giré hacia atrás para ver que a unos cuantos metros se encontraba un joven de piel aceitunada y cabello blanco que en sus manos tenía un arco de flechas, su rostro se veía serio y no dudó en lanzar otra flecha, pero esta no se impregnó en el cuerpo de Drach, solo le rozó el rostro hasta aferrarse en el árbol tras él. Aproveché ese momento para alejarme de él y el joven comenzó a correr hacia mí, se colocó a mi lado a la vez que me corría hacia atrás, supuse que para protegerme. Le dedicó una mirada despreciativa al que una vez había sido uno de mis mejores amigos.

Ambos comenzaron a discutir en un idioma desconocido para mí, Drach parecía estar insultando y el joven se mantenía algo más tranquilo, aunque de vez en cuando levantaba su voz y lo amenazaba con una daga que tomó de su cintura.

—Eres un inútil —dijo Drach con una sonrisa llena de maldad—. Ni siquiera comprendes el idioma de la que será tu esposa.

—Tan inútil que pudo matarte y eligió no hacerlo —añadí, aún algo asustada.

No era que estuviese a favor del salvaje, pero uno intentó lastimarme y el otro salvarme, mis prioridades eran obvias en ese momento.

Drach quiso acercarse nuevamente hacia mí, estiró su mano para buscar mi rostro en lo que intentó ser una caricia mientras me hablaba con suavidad, pero el joven a mi lado le dio una bofetada que lo mantuvo a raya.

—No creas que él salió en tu ayuda porque quisiera ayudarte, porque le gustes o simplemente porque te respete —escupió—, lo hace porque desde que nació le dijeron que debe proteger a las mujeres y a su posible omana, o él sería castigado. No lo hace por ti, lo hace por él, Lena, toma nota.

El joven lo golpeó en el rostro con un fuerte puñetazo que lo hizo caer al suelo, y enseguida aparecieron otros guerreros, quienes hablaban en ese idioma de una forma hostil al apuntarnos con sus armas. Él parecía explicarles con asco lo que estaba sucediendo, y aunque no entendía una palabra de lo que decían pude darme una idea con solo ver sus gestos. Él se mostraba furioso, casi queriendo volver a golpear a Drach, y los otros tres mostraban su mismo desprecio ante las palabras del joven que me salvó. Sin embargo, cuando un cuarto guerrero apareció y le gritó al joven con el tatuaje de rosa en el hombro, este se acercó a mí para correrme la ropa, lo que me tomó desprevenida. Les estaba mostrando la marca en mi nalga, y luego de hacerlo escupió en el suelo como muestra de desprecio hacia Drach.

El hombre que recién había llegado, algo más maduro que los otros, le lanzó un puñetazo al rostro y giró hacia mí, y en su pecho pude ver una marca de serpiente que llegaba hasta su hombro, rojo sangre.

—Nadie puede tocarte, no si no lo deseas —me dijo con un precioso acento que demostraba su habilidad para mi lengua pero su origen jhakae—. Tocar a una omana, sin su permiso, es un acto de guerra. Drach lo sabe.

—¿Qué le harán? —pregunté y miré de soslayo al rubio.

—Nuestros sabios de la guerra lo dirán, por ahora será llevado hacia ellos y las líderes para que decidan su castigo.

El hombre –que se veía mucho más grande que los demás– asintió con la cabeza hacia mí como muestra de respeto, luego giró hacia el joven de cabello blanco y apoyó la palma de su mano en el hombro de él, de esa forma pude ver que él también tenía una rosa en su hombro. Le sonrió y le habló en su lengua. Acto seguido el joven se acercó y estiró su mano hacia mí, pero se detuvo en el camino antes de tocarme con un gesto asustado, entonces asentí para darle a entender que no me molestaba, solo así él apoyó con delicadeza su mano en mi espalda y me guio en el camino hacia las cabañas.

Tras nosotros pude oír cómo se llevaban a Drach entre lo que parecían ser insultos.

En el camino, el joven le preguntó algo a una de esas guardianas en la entrada de la cabaña de Yamila, y ella señaló una pequeña choza que se encontraba en la lejanía, junto a otras más que estaban contra un muro de rocas. De nuevo, él me guio hacia allí y entró en una de las chozas, donde corrió una cortina de piedritas brillantes que reflejaban la luz para que yo pudiera pasar. El lugar era pequeño, el espacio de una habitación con un pequeño sub-piso de piedra y tierra donde había lo necesario para hacer una fogata. Un par de pieles se veían en un suelo algo más elevado que el resto en lo que pareció ser una cama rústica, y él me llevó hacia allí. Por instinto lo empujé al dirigirle un par de insultos, pero él me instó a sentarme y tomó en sus manos unas telas que estaban apoyadas en esa precaria cama, para luego extenderlas hacia mí mientras me hablaba en su lengua.

—Lo siento, no te entiendo —le dije con un suspiro.

Él se rascó la nuca y luego sonrió. Volvió a dejar esas telas en la cama y las señaló con su dedo, para luego señalarme a mí. Quise decirle, con algo de fastidio, que no le entendía en lo absoluto, pero se apresuró a salir de la choza para luego quedarse de espaldas del otro lado de la cortina de piedritas.

Suspiré y tomé en mis manos esas telas grisáceas, que parecían casi celestes, la extendí y sonreí al ver que se trataba de una túnica corta, como un vestido con bonitos bordados en el ruedo, en tonos anaranjados y amarillos.

Vigilé que en verdad él no volteara y luego me quité ese pantalón rasgado y la camiseta manchada con sangre y tierra. Miré mi cuerpo, mi nalga ahora marcada con esa rosa color sangre, mi ropa interior que debía cuidar más que nunca, puesto que sería la única que tendría, luego dejé ir un suspiro y me coloqué la túnica encima. Tenía un tajo al costado, del lado derecho, un tajo demasiado amplio para mi gusto, pero supuse que estaba hecho de esa forma para poder hacer notar la marca en la nalga.

Cuando me sentí preparada para enfrentar a ese hombre que me había marcado, ese hombre que me había raptado en Shume, lo llamé. No conocía su nombre, no hablábamos el mismo idioma, no sabía si quiera su edad o sus gustos, pero él me había salvado dos veces: en la colina y ante Drach, aun sin conocerme, porque aunque me había capturado, de no haberlo hecho estaría muerta en la colina. Y aunque podía ser cierto que él solo me eligió para sentirse bien consigo mismo, me sentía a gusto de saber que al menos él había optado por elegirme en vez de matarme.

Él entró despacio mientras se refregaba la nuca con cierto nerviosismo, evitaba hacer contacto visual y se mostraba tímido, hasta vergonzoso. Luego de caminar de un lado a otro por la choza se acercó y se colocó en cuclillas frente a mí, clavó en mis ojos los suyos verde claro. Sus ojos verdes y su cabello blanco y lacio hacían un gran contraste respecto a su tono de piel oscuro, aceitunado.

Me habló en su idioma y no comprendí nada, solo sé que repitió algo que Drach había dicho, algo sobre «omana».

—No te entiendo nada —dije con un suspiro fastidiado—. Ni siquiera entiendes lo que digo, Drach tenía razón... —Él frunció el ceño, como si hubiese entendido perfectamente lo que acababa de decir—. ¿Entiendes lo que digo? —Él asintió con la cabeza, así que sonreí y continué—. ¿Cómo te llamas? ¿Por qué me elegiste? ¿Por qué tu cabello es blanco? ¿Qué edad tienes? Insisto, ¿por qué me elegiste como esposa? ¡No es que prefiriese morir pero no soy fuerte!

Él parecía mareado, así que entrecerró los ojos.

—Tranquila... —dijo en mi lengua con una pésima pronunciación.

—Estoy extraña y milagrosamente tranquila.

—Tranquila —repitió.

Entonces me percaté de que quizás había hablado demasiado rápido y lo que él quería pedirme era que hablara más despacio.

—¿Sabes mi lengua? —le pregunté.

Él se rascó la nuca y luego negó con un movimiento de cabeza que hizo danzar su largo cabello blanco.

—No.

—Pero... entiendes lo que te digo, ¿cierto? —Él asintió y me quedé pensando cómo podíamos comunicarnos con esa barrera de idiomas entre nosotros—. ¿Cuál es tu nombre? Yo soy Lena —dije de forma lenta mientras me tocaba el pecho, luego lo señalé—. ¿Tu nombre es...?

—Jhëren. —Intenté pronunciarlo pero se me hizo difícil, así que él me ayudó—. Shé-ren. Shéren.

—Supongo que saber tu edad será más difícil, Jhëren... —suspiré—. ¿Por qué quieres que sea tu esposa? Tu... ¿cómo dicen? «Omana».

Mimi —dijo con una sonrisa, luego acomodó sus manos para demostrar algo pequeño.

—Ah, genial, porque soy pequeña... —escupí con odio—. Drach tenía razón entonces, es para sentirte bien contigo mismo.

—Drach estúpido —gruñó con asco.

Luego suspiró, me señaló y colocó su dedo en el cuello, indicando un degollamiento que, debo admitir, me asustó bastante.

—¿Me quiere matar? —pregunté, pero él negó con un suspiro—. ¿Tú me quieres matar...? —insistí al tragar saliva, pero él volvió a negar y yo suspiré, hastiada de no poder entendernos—. ¿Ellos querían matarme? —Lo miré y él asintió—. Ellos querían matarme porque soy pequeña y tú... ¿me salvaste? —Volvió a asentir—. ¿Por qué?

Mimi —volvió a decir al tocarse el pecho, luego me señaló y repitió—. Mimi.

—Porque... ¿tú eres pequeño y yo soy pequeña...? —pregunté con sorpresa y él sonrió al asentir—. Pero tú no eres pequeño, para nada. Aunque quizá lo eres en comparación a los demás...

Estiró su mano hacia mí para mostrarme su palma mientras agachaba la cabeza en un extraño gesto de sumisión, así pude ver en ella varias cicatrices muy feas y que parecían ser profundas, incluso con relieve en lo que seguro era una mala cicatrización o un mal cuidado de esas heridas.

No debía ser empática con él por lo que me había hecho, pero como enfermera no podía evitar preguntarme qué le había sucedido para tener esas heridas. También vi que tenía un círculo, era como un sello quemado en la palma que seguro debió dolerle demasiado.

Levantó la mirada y se quedó esperando algo de mí, así que por instinto apoyé suavemente mi mano en la suya, y él la apretó con suavidad.

Mei omana, ne uemane —dijo al agachar su cabeza.

Aún con la barrera del idioma, pude entender que estaba feliz de ser mi... «prometido». No parecía ser una mala persona, sus ojos verdes eran muy transparentes y expresivos, eran unos ojos inocentes que llevaba mucho tiempo sin ver, al menos en Irinnoa donde las miradas eran llenas de picardía y hasta malicia. Él entonces levantó la mirada y me sonrió, su sonrisa era bonita y sus ojos se iluminaban cuando lo hacía.

Por alguna razón, sentí que él no me haría daño, ni en ese momento ni nunca.

Le devolví la sonrisa y le susurré:

—Un gusto, Jhëren.


Krasto: Inútil, fracasado.

Kumena: Sabia.

Mimi: Algo pequeño.

Omana: Mujer, como rol social (no genéro), equivalente a una Ama.

Uemane: Hombre, pero como rol social (no género), equivalente a esclavo.

Mei: Mi, pronombre posesivo. "Mei omana" (Mi Ama/mujer).

Ne: Tu, pronombre posesivo. "Ne uemane" (Tu esclavo/hombre).

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