Capítulo N° 16
No olviden dejar sus comentarios
y opiniones <3
~ • ~
Partimos al amanecer con un par de provisiones, ya que se suponía que iríamos a una especie de luna de miel cerca de las montañas. Eso era lo que Jhïle le había dicho a la líder blanca. No era muy extraño que las parejas recién casadas buscaran estar a solas en un pequeño viaje, pero para ella, que tanto nos odiaba, sonaba bastante extraño. Así que con la excusa de poder fortalecer nuestros lazos y así buscar un primogénito pudimos partir sin guardianas siguiendo nuestros pasos.
Recorrimos largos tramos de bosques diferentes. Mis pies se hundían en el barro, me tropecé con raíces y oí extraños sonidos entre los árboles que me obligaba a aferrarme a Jhëren. A veces nos deteníamos a descansar, pues que con el frío y la ansiedad de ver a mi familia me costaba respirar. El aire húmedo era denso, pesado.
No sé si Jhëren buscaba perderme para que no pudiera conocer cómo llegar en verdad a Irinnoa o a la tribu, pero parecía que caminábamos en zigzag, en círculos y en extrañas formas. Íbamos y veníamos, supuse, entonces, que el camino sería un secreto que yo aún no me había ganado conocer.
Cuando llegamos al río sentí un vuelco en mi pecho y un gran nudo en la boca de mi estómago, mis manos habían comenzado a temblar y mi respiración se aceleró. Al igual que la primera vez, Jhëren me tomó en sus brazos para que no me mojara con el agua fría del río, así que me aferré a su pecho tal y como había hecho esa vez.
Debido al frío –y a que lo mejor era cubrirnos para pasar desapercibidos– llevábamos ambos una capa de lana fina color humo, ese tono intermedio entre el gris y el negro. De esa forma nos podíamos fundir con el bosque pelado a causa del invierno y pasar desapercibido ante enemigos.
Y entonces llegamos a Shume, donde enseguida me detuve allí en la colina. Supuse que estaríamos cerca del mediodía, aunque guiarse por la luz solar en invierno era bastante complicado. Las rejas estaban encadenadas al igual que siempre, y que solo se abrían en la alineación... ¿por qué el gobierno las abría si ya habían casos de desapariciones y matanzas? No tenía ni idea. Dudaba que Jhëren supiera algo al respecto.
—Aquí Jhëren vio a Lena por primera vez... —susurró Jhëren a mi lado. Señaló enseguida el punto en el cual yo había estado sentada junto a Drach, luego señaló hacia unos árboles a los costados—. Jhëren estaba allí...
—¿Estuviste mucho tiempo en el árbol? —pregunté al observar la copa de esos árboles.
—Vi llegar a todas las personas.
Me quedé en silencio, recordando todo lo sucedido, las muertes que hubieron a mi alrededor, las pobres familias que quizás nunca sabrían lo que había sucedido con sus seres queridos. Tragué saliva y giré para verlo con el ceño fruncido.
Esa noche uno de ellos había degollado a un hombre junto a mí, con su esposa gritando. Y aunque no conseguía recordar el rostro de ninguno de los jhakae que nos atacó, podía suponer que ese había sido Nehué, solo por el hecho de que la única mujer viuda de las que estuvo ese día era Verónica.
—¿Mataste a muchos? —La verdad era que temía oír su respuesta, no deseaba imaginar a Jhëren asesinando personas solo por una esposa.
—No —respondió con el ceño fruncido también—. No maté a nadie, cuando el sacrificio comenzó Jhëren fue en busca de Lena para protegerla de los otros. Fue difícil, Lena usaba ropa rara y tuve que romperla...
Lo tomé de la mano y bajé la capucha de mi capa. Quería verlo todo, quería sentir el aroma de mi ciudad en el aire, disfrutar de los colores, de mi hogar. Tomé con fuerza su mano y comencé a caminar en dirección a la entrada de Shume para poder recorrer mi ciudad hasta llegar a mi hogar. Tuvimos que saltar la reja, Jhëren lo hizo primero y con mucha agilidad, para poder ayudarme a trepar y recibirme del otro lado.
Para mí era como verlo todo por primera vez. El puesto de flores en la esquina con el mismo señor simpático atendiendo. Los granjeros paseando con sus camiones llenos de leche o verduras para comerciar con otras ciudades. Cerca de nosotros pasó una pareja de adolescentes que se dirigía a un café entre risas, sin miedo a castigos, solo sonreían con libertad. Sentí mis ojos llenarse de lágrimas al ver de nuevo todo mi hogar. Mi ciudad. Mi lugar.
Sentí a Jhëren apretarse a mí y su respiración acelerada cuando un auto pasó cerca de él. Comprendí que para él todo eso era nuevo, probablemente él jamás había visto un vehículo de ese tipo, lo notaba al ver su mirada asustada pero curiosa ante los camiones y automóviles. Observaba con la curiosidad de un niño pequeño las vitrinas de los negocios y todo a su alrededor, incluso fruncía el ceño al ver la carnicería del barrio.
—¿Qué es eso? —preguntó al ver la carnicería.
—Se podría decir que es donde se vende toda la carne para los demás —respondí y él frunció el ceño sin comprenderme bien—. Digamos que alguien «caza» animales para comer y los comercializa con otros para que no deban cazarlos, ¿entiendes así?
—¿Y por qué no comen juntos y comparten la caza? —parpadeó aún sin comprenderme.
—Así no funcionan las cosas acá, Jhëren. Acá no se comparte, acá se paga por la comida.
Jhëren siguió confundido un buen rato más. La tribu jhakae era más bien comunitaria, donde todos trabajaban por el bien común. Les gustaba compartir momentos con su gente, cazar en grupo y comer en grupo. Ellos no vendían nada, ellos hacían intercambios entre el mismo pueblo o con las otras tribus. El dinero, las joyas, todo eso era de poco valor para los jhakae. Su mayor joyería no se basaba en piedras preciosas como oro o diamantes, sino en piedritas blancas del mar, caracoles de las otras tribus o incluso maderas talladas.
Vi la forma en que Jhëren observaba a las parejas, cómo se comportaban los hombres. Eso lo hacía sentir incómodo. Observaba con molestia a los hombres que caminaban frente a las mujeres, y hasta chaqueó la lengua cuando vio a algunos hablar más alto que ellas. No estaba segura de lo que él pensaba, pero supuse que se sentía verdaderamente insultado, pues había tenido una crianza y una cultura muy distinta. Por eso recorrer todo el camino hasta mi casa fue difícil.
Cuando llegué a la esquina de mi casa sentí que me desmayaría. Tuve que apoyarme contra una pared y respirar hondo varias veces, incluso llegué a pensar que mi presión había bajado. Jhëren estaba preocupado y muy nervioso, no sabía si por el hecho de que conocería a mi familia o si acaso temía que yo decidiera quedarme con ellos. Pudo ser ambas cosas.
Con un gran temblar de manos –que parecía contagiarse en el resto de mi cuerpo– toqué la puerta. Respiré hondo varias veces otra vez mientras apretaba la mano de Jhëren en la mía. Estaba jadeante de nervios, de miedo y de ansiedad, y en el momento en que oí la voz de mi madre gritar «ya va» sentí mis ojos llenarse de lágrimas y mi corazón latir con más fuerza.
Jhëren me apretó la mano un poco más, y al sentir su calidez me sentí más segura. Me sentí a salvo.
Y entonces abrieron la puerta. Abrieron la puerta y allí estaba ella. Estaba mi madre con sus ojos cafés abiertos de par en par y la boca abierta en un gesto de sorpresa y emoción. No llegó a decir nada, no le di tiempo, pues enseguida me lancé sobre ella para aferrarme a su pecho, donde comencé a llorar con fuerza. La abracé tan fuerte que me sorprendí de que no se quejara al respecto, como siempre hacía.
Por fin había llegado a casa.
—¡Lena! Oh, mi Lena —susurró en mi oído al devolverme el abrazo—. ¡Leo! ¡Leo, ven aquí! ¡Mira quién ha vuelto!
Mi madre enseguida se alejó y me sujetó con fuerza de la mano mientras me obligaba a ingresar en la casa y yo, a la vez, hacía ingresar a Jhëren, quien parecía retener sus pies en el suelo para no entrar.
Mi casa estaba exactamente igual a la última vez que la había visto. Había pasado poco más de cuatro meses. Observé los sillones beige con rosas bordadas, con los muchos cojines redondeados y mullidos que tanto detestaba porque juntaban demasiado polvo. Allí cerca seguía estando el mueble con todas las chucherías de porcelana de mi madre, y cerca se veían los trofeos deportivos de mi padre. Todo estaba igual, exactamente igual.
Cuando oí la voz de mi padre sentí que las lágrimas volvían a resbalar por mi rostro, y entonces lo vi atravesar la puerta y correr hacia mí. Alejó enseguida a mi madre y me abrazó con fuerza a la vez que yo me colgaba de su cuello y lloraba en su hombro. Tenía el mismo aroma a colonia de hombre de siempre. Esa colonia que usaba para cubrir su aroma a cigarrillo creyendo que así mi madre no se daría cuenta que nunca había dejado de fumar.
—¿Quién es él? —preguntó mi madre al ver a Jhëren y entonces caí en que lo había olvidado por completo.
—Oh... Él es Jhëren... —susurré al encogerme de hombros. Giré hacia él y lo vi a los ojos verdes tan perdidos y asustados por toda la situación que parecía incluso querer escapar—. Él es... es... Tengo demasiado por contarles.
Primero intenté que ambos se sentaran para evitar alguna clase de desmayo, mientras caminaba de un lado a otro con muchos nervios al morder mis uñas, o lo poco que quedaba de ellas. Los vi al rostro a ambos, el hermoso rostro redondeado de mi padre, con sus ojos pequeños azules y su cabello rubio en ondas, bien peinado. Luego vi a mi madre, sus ojos cafés y grandes rodeados de pestañas tupidas, su cabello castaño también en ondas que se encontraba ahora sujeto en una trenza al costado, y aunque no era una mujer realmente hermosa, para mí siempre había sido la mejor y más perfecta de todas las mujeres.
Ambos, como no podía ser menos, eran bajitos y pequeños. Mi padre medía solo un metro sesenta y dos, y mi madre solo un metro cincuenta y cinco, por lo que Jhëren a su lado se veía inmenso.
Cuando consideré que ya estaba lista para hablarles de Jhëren, lo tomé de la mano y lo acerqué a ellos. Jhëren se veía aún más nervioso que yo, él sabía sobre los prejuicios que tenía la gente de Irinnoa sobre los jhakae, y esperaba que mis padres no fueran igual a todos los demás.
—Jhëren es... mi esposo... —dije en un susurro mientras entrelazaba mis dedos con los suyos, quien apretó mi mano con fuerza.
Abrieron los ojos de par en par, llenos de sorpresa.
—¡¿Qué?! —chilló mi padre—. ¡¿Cómo que esposo?!
—¿Y Drach? —preguntó mi madre.
—Bueno... en verdad tengo mucho por contarles, pero... Jhëren y yo nos casamos hace una semana.
—¿Cómo es eso de que te casaste? —repitió mi padre al sujetarse el pecho con un ojo más cerrado que el otro—. ¿Mi pequeña Lena casada? No, no, imposible, imposible...
—¿Y qué piensa Drach de esto? —repitió mi madre con el ceño fruncido.
—¿Drach? —Fruncí el ceño y oí el chasqueo de lengua de Jhëren, él aún no había superado del todo lo sucedido con Drach—. Con Drach no hay nada, él les mintió. No me importa lo que piense.
—Pero... hija, te veías tan bien con Drach, siempre creímos que terminarían juntos y... —Los ojos de mi madre se llenaron de lágrimas, por lo que llevó un pañuelo bordado hacia sus ojos para enjugar aquellas lágrimas rebeldes—, en verdad me alegraba que estuvieras con él, es un chico tan bueno, tan decente...
Jhëren se rio y volvió a chasquear la lengua mientras zapateaba en el suelo y me apretaba la mano.
Debía contarles todo lo sucedido, toda la verdad, pero Jhëren no debía estar presente, no cuando mi padre oyera que él me había raptado en Shume. Tal vez podría evitar algunos detalles, decorar la verdad. No podía decirle que Jhëren me llevó contra mi voluntad, tal vez... ¿decir que me salvó? Era cierto, pero también lo era todo lo demás.
Llevé a Jhëren hacia mi habitación, donde subimos corriendo por las escaleras. Supuse que podría entretenerse al ver las fotos en las paredes, luego bajé hacia el living, donde mis padres cuchicheaban sobre nosotros. Temía que no lo aceptaran, que no les agradara. Jhëren era el novio perfecto para cualquier mujer.
Antes de contarles todo me dediqué a preparar un poco de té de manzanilla para ambos, mientras le contaba sobre Jhëren, la forma en que me cuidaba siempre, lo cariñoso que era, lo mucho que yo lo amaba. En especial la parte en que yo lo amaba, pero el ceño fruncido en el rostro de mi padre no desapareció, así que no tuve más remedio que soltar toda la verdad, sin mucho preámbulo. Traté de arreglar la historia a mi conveniencia de la mejor forma posible, omitiendo la sangre, los muertos y la violencia. Me concentré en hablarles de Jhëren, de nuestra boda y de cómo me había salvado la vida en Shume.
Por un buen instante ambos se quedaron en silencio, pero pude notar que mi madre apretaba con fuerza la mano de mi padre, y que este corría la mirada hacia la ventana que daba al exterior, con su pecho levantándose una y otra vez por su fuerte respirar. Quise añadir algo más pero el grito de mi padre me retuvo.
—¡Te callas de una vez! —gritó, clavando en mí su mirada dura—. ¡¿Dices que lo amas, que amas a un hombre que te raptó?! ¡¿Dices que amas a un salvaje?! ¡Un salvaje, Lena, un maldito salvaje!
—¡No lo conoces! —chillé y pisé el suelo con fuerza—. ¡Y sí, sé que todo se oye horrible! Pero llevo cuatro meses con él, lo conozco y él me conoce, él me ha protegido de todo, él ha sacrificado mucho más que yo solo por estar juntos, si tan solo le dieras una oportunidad podría caerte bien...
—¿Una oportunidad? —Se puso de pie y yo retrocedí un paso, podía ser pequeño pero su presencia siempre imponía mucho respeto—. ¡¿Una oportunidad?! ¡¿Me pides que le dé una oportunidad a un secuestrador?! ¡Acepté que estuvieras con el inadaptado de Drach, podía comprenderlo inclusive! Pero ¿un salvaje? ¡¿Acaso estás loca?!
—¡Ellos se comen a sus propios hijos! —chilló mi madre con lágrimas recorriendo su rostro.
—¡Eso es mentira! ¡Es mentira! Los jhakae no son caníbales, comen carne y verduras como cualquier otra persona, ¡comen mucho pescado y muchas frutas pero nada de humanos!
—¡Es un salvaje! —chilló mi madre otra vez.
—¿Un salvaje? —Sentí mis ojos llenarse de lágrimas y la adrenalina recorrer mis venas, lo que me llevó a apretar mis puños y los dientes—. ¡¿Un salvaje?! ¡Jhëren es la mejor persona que he conocido en mi maldita vida! ¡Los jhakae son personas asombrosas! Son amables, respetuosos y muy afectuosos, ¡lo único salvaje en los jhakae son las mujeres de Irinnoa! ¡Ellas son las únicas salvajes! —chillé con odio—. ¡Ellas, que intoxican a esa gente pura! ¡Ellas, que hieren a hombres buenos por puro placer!
—¿Te das cuenta lo que estás diciendo? —se quejó mi padre.
—Sí, ¿tú te das cuenta que podría estar muerta de no ser por Jhëren? —respondí con firmeza. Clavé mis ojos azules en los de él, de igual color y forma—. ¿Crees que fue fácil para mí? ¿Crees que lo acepté con facilidad? ¿Crees que me levanté un día y dije «me enamoraré de él»? —Miré a mi madre, quien me corría la mirada—. ¡Pues no! ¡No busqué enamorarme, créeme! Pero Jhëren es amable, es vergonzoso y muy tímido, es romántico y afectivo, es comprensivo y respetuoso. —Las lágrimas que estaba reteniendo una a una comenzaron a resbalar por mis mejillas.
—Ya ha pasado una vez... —susurró mi madre—. Deberíamos hablarlo con el doctor Brustos.
—¿El doctor Brustos? —Abrí los ojos con sorpresa y fruncí el ceño—. ¿Crees que estoy loca?
—El Estocolmo no es sano, Lena —se quejó mi padre—, y tú ya has demostrado cierta ceguera ante los hechos...
—¿Qué? —Parpadeé, incrédula.
¿No estaban oyendo? ¿No oyeron que sería un cadáver putrefacto de no ser por Jhëren?
—Luego de lo de Francis creímos que... —Mi madre se cubrió la boca con la mano y parpadeó para poder deshacerse de sus lágrimas—, hija, luego de Francis no puedes venir y defender a este muchacho...
—¿Están comparando a mi Jhëren con Francis? —Sentí mi respiración acelerarse y retrocedí un paso mientras negaba con la cabeza—. No, ustedes no entienden...
—Lena, si te tranquilizas podremos resolverlo bien, no llevas anillo así que su casamiento no es válido —dijo mi padre.
—¡Este es mi anillo! —chillé al quitarme la capa y enseñar la marca en mi pecho, la luna y la rosa con la punta de flecha rojo sangre, sobre mi corazón—. ¡Este es mi maldito anillo! —El rostro de horror que ambos mostraron al ver mis tatuajes era simplemente indescriptible—. ¡Esta es una marca que crean los lazos! ¡Esto es una marca de por vida!
—Lena, siéntate, necesitas entender... —acotó mi madre al extender su mano hacia mí, pero yo la esquivé.
—¡Ustedes necesitan entender! —chillé otra vez—. ¡No pido que lo acepten, no pido que acepten nuestra relación! ¡Pero jamás se atrevan a comparar a Jhëren con Francis! ¡Jamás!
Ambos comenzaron a gritar pero yo no podía oírlos, solo escuchaba palabras sin sentido, y en mi mente giraron las imágenes de Francis. De él, creyéndose superior a mí. De él, que me consideraba inferior, su propiedad. De él que me trataba como a una posesión y desvaloraba mis logros, mis palabras, mi voz. Podía oír la voz de Francis al decirme la suerte que tenía al estar con él «¿quién más que yo podría quererte?». Su voz al gritarme o llamarme inútil. Incluso podía sentir mis brazos doler por su fuerte apretar, casi podía las marcas violáceas. Podía sentir el sabor a hierro en mi boca por sus golpes o el escozor en mis mejillas. Recordaba el dolor en mi cuerpo ante sus patadas, antes de que Lucio lo denunciara con la policía y le destrozara el rostro a golpes con ayuda de Drach.
Y entonces, con las lágrimas en mis ojos y los gritos de mis padres, con las imágenes de Francis y sus amenazas a mi vida, sentí la calidez de un abrazo y los suaves susurros de Jhëren en mi oído. Me sentía ebria de dolor, todo parecía girar ante mí así que me aferré al pecho de Jhëren.
—Está bien, Lena... —me susurró.
Parpadeé con rapidez y me alejé de Jhëren. Lo sujeté de las manos y lo acerqué a esas dos personas furiosas que le dedicaban miradas asesinas a Jhëren. Lo obligué a enseñar sus palmas llenas de cicatrices.
—¡¿Francis se veía así?! ¡¿Eh?! —chillé con odio—. ¡Jhëren ha vivido toda su vida oprimido por las mujeres! ¡Toda su vida! ¿Saben lo que les sucede a los hombres que miran de más a una mujer? ¿Tienen idea lo que les sucede a los hombres que levantan la vista sin permiso? ¿Acaso saben lo que podría pasar si Jhëren fuera como Francis?
—¿De qué rayos estás hablando? —se quejó mi padre.
—¡De lo que no les interesa oír! —me quejé—. ¡No permitiré que maltraten a Jhëren! ¡No luego de todo lo que ha sufrido en su vida y de los desprecios que debe vivir día a día!
—Ya está, Lena... —Jhëren apoyó su mano en mi hombro y me dirigió una sonrisa alegre, pero una mirada triste.
—¡Ya está nada! ¡Jhëren es mejor persona de lo que ustedes jamás serán! ¡A diferencia de tú, papá, Jhëren nunca me gritaría por no haberle planchado una camisa! ¡Jhëren jamás siquiera pensaría en gritarme si la cena no está lista! Así que no vengan a juzgarlo sin conocerlo, no se los permitiré.
—¡Cuando Lucio sepa...! —añadió mi madre.
—¡¿Cuando Lucio sepa qué?! ¡¿Qué harán?! ¡No harán nada! ¡Nada! Como siempre hicieron, ¡¿dónde estaban cuando lloraba en mi cama por culpa de Francis?! ¡¿Dónde estaban cuando pedía ayuda con mi mirada porque temía hablar?! ¡¿Dónde estaban?!
—Lena...
—¡Lena nada! ¡Lucio fue el único que se dio cuenta lo que estaba viviendo, ustedes, que son mis padres, no se dieron cuenta! «Oh, ¿Francis? Imposible, es un chico tan educado» ¿lo recuerdas, madre? —Clavé mi mirada en ella, mis ojos llenos de lágrimas y mi garganta ardiendo por la tristeza y mis gritos—. ¿Recuerdas lo que dijiste? «Cariño, solo son juegos de pareja, nada grave. El hombre dice y la mujer hace, de seguro lo hiciste enojar mucho», ¿lo recuerdas?
Ambos se quedaron en silencio, y aunque tuvieran algo para agregar no pensaba escucharlos. Tomé a Jhëren de la mano y me alejé de allí, pero antes de salir él se acercó a mi madre y agachó la cabeza ante ella. Extendió su mano hacia ella y una daga del bolsillo, eso hizo que mi padre enseguida se acercara, pero ambos se sorprendieron cuando Jhëren cortó la palma de su mano y guardó con rapidez la daga en su pantalón. Llevó su mano hacia el pecho y continuó con la mirada baja.
—Lamento si la ofendí con mi presencia, omana... —se quedó en silencio y me miró.
—Celia —dije en un susurro.
—Omana Celia... —Jhëren se irguió y la miró a los ojos—. Lo siento.
Se acercó a mí y sin explicar nada, sin mirarlos, solo me alejé de allí. Ni siquiera tenía deseos de recoger mis cosas, de recorrer la casa o de tomar algunas fotos. Lo único que quería hacer era huir de allí, era correr y llorar.
Jamás les había dicho lo desprotegida que me había sentido con ellos ante lo de Francis, siempre me lo había guardado. Eran mis padres, no quería herirlos, pero ya no podía seguir reteniendo más cosas en mi pecho hasta explotar otra vez. Pero... ¿qué carajo hacían mientras llegaba golpeada y les decía «me tropecé»? ¿Por qué cuando me animé a hablarlo me echaron la culpa por todo? Son mis padres, se supone que debían apoyarme.
Jhëren me abrazó con fuerza en la vereda de la casa y yo me hundí en su pecho. Secaba mis lágrimas y susurraba palabras bonitas y relajantes en mi oído. ¿Cómo podría alguien compararlo con el imbécil de Francis? No había punto de comparación, jamás lo habría.
Supe en ese mismo instante, llorando en su pecho, que todo había sido una mala idea. Que mis padres jamás aceptarían a Jhëren y que Lucio, probablemente, jamás me perdonaría.
No supe bien en qué momento fue que comencé a caminar otra vez, mucho menos el momento en que terminé por golpear una puerta frente a mí. No tenía dinero ni un lugar donde pasar la noche, y no podíamos regresar tan pronto a la tribu. No cuando hicimos que Jhïle y Jhëron mintieran por nosotros, solo por mi estúpida necesidad de ver a mis padres otra vez.
La puerta frente a nosotros se abrió y una muchacha de cabello rizado y piel café oscuro abrió enseguida, gritando con rapidez:
—¡Tu madre me llamó! ¡¿Cómo es eso de que te casaste con un salvaje?!
Gina se quedó atónita al ver a Jhëren a mi lado y yo fruncí el ceño, pero mi enfado por haberlo llamado de esa forma no duró mucho y enseguida me lancé sobre ella para abrazarla. Regresé a llorar mientras refregaba mi rostro contra ella. Susurré tantas veces su nombre que me sorprendía que no terminara por alejarme, siendo siempre tan arisca ante el cariño.
—Y tú, tú, jovenzuelo —Gina me alejó y picó su dedo índice en el pecho de Jhëren, ahora cubierto por la capa—, vas a tener que oírme, ¿está claro?
Nos hizo entrar en su casa, donde ella vivía sola con su hermano debido a que sus padres habían fallecido varios años atrás. Nos guió hacia el comedor donde siempre nos sentábamos a beber té y conversar de nuestros sueños.
Gina se veía diferente, como si le faltara algo aunque no sabía qué. La observé mientras nos sentábamos alrededor de esa mesa redonda cubierta por un mantel a cuadros rojos. Su piel oscura y sus hermosos rasgos, sus labios carnosos y su nariz torcida que le daba tanta gracia a su rostro, aunque ella la odiara. Su cabello ahora se encontraba corto por el mentón, era tan rizado que se crispaba en un afro que le sentaba muy bien. Mayormente ella solía llevarlo lacio gracias a buenos productos y estilistas, pero debía admitir que llevarlo al natural le quedaba bellísimo. No sabía si acaso la estaba viendo más hermosa que nunca porque realmente se veía así o si acaso era por lo mucho que la extrañaba.
Nos sirvió un poco de jugo en unos vasos y colocó unas galletas para que pudiéramos comer. Sentí mi estómago gruñir, ni Jhëren ni yo habíamos almorzado, así que no dudé en atacar esas galletas con chispitas.
—Ahora habla —dijo Gina con el ceño fruncido—. ¿Cómo es eso de que te casaste con un salvaje secuestrador? —Dirigió su mirada hacia Jhëren—. Sin ofender.
—¿Qué dijo mi madre?
—Celia suele ser bastante exagerada así que no le creí mucho cuando dijo que te casaste con un secuestrador caníbal. Incluso cuando te abrí esperaba que estuvieras sola y me encontré con la sorpresa de que este chico estaba a tu lado. —Miró fijo a Jhëren por unos instantes, luego suspiró y me tomó de las manos con cariño—. Tú eres mi mejor amiga y te golpearé tanto que te arrepentirás de ser tan idiota, pero por ahora explícame todo. Si llego a entenderlo no te golpearé, si creo que eres una estúpida y que ese tipo allí sentado es como Francis, te golpearé a ti y a él con un bate, ¿de acuerdo?
Suspiré y, otra vez, comencé a contar toda la historia, pero esta vez no omití detalle alguno, a Gina le conté sobre los sacrificios, la sangre a mi alrededor, lo que hizo Drach, lo que hizo Jhëren. Le conté con lujos y detalles cómo era la tribu jhakae, lo que los hombres debían vivir día a día, la forma en que las líderes me odiaban por no ser el ejemplo de fortaleza y por ir contra sus reglas. Le hablé de Nundeh y sus deseos de libertad, de Kohnn y sus miedos, de Jhëron y lo que debió sufrir al lado de la líder blanca. Le hablé de Clara y de Sara, de la kumena y de Nihuo, le hablé de todo.
Lloré, reí, volví a llorar y volví a sonreír. Gina se mantenía con el rostro serio y a veces sonreía, a veces volvía a fruncir el ceño y a veces chasqueaba la lengua, pero no decía palabra alguna. Me dediqué, entonces, a hablarle específicamente de Jhëren, de su timidez y cariño, de sus miedos y ambiciones, de la forma en que siempre me protegía de todo.
—Ah, deja esa mierda, por favor —se quejó Gina con un chasqueo de lengua—. No tengo mi repelente de cursilerías a mano como para soportar tanta miel...
Me reí a carcajadas y le apreté las manos con cariño. La había extrañado tanto. La necesité tanto todos esos meses. Tal vez de haber tenido su compañía no habría cometido tantas estupideces, ella siempre fue la más madura entre nosotras.
—¿Entonces qué piensas?
Recibí una bofetada en el rostro.
—Que eres una idiota —se quejó con el ceño fruncido—, pero que no creo que estés del todo equivocada. Entiendo a tus padres pero también te entiendo a ti. No es que me agrade que te hayas casado con un desconocido solo por capricho, pero no te veo mal y al menos por lo que me dices no creo que este chico sea como ese idiota de Francis.
—Jhëren se cortaría la mano antes de golpearme, literalmente hablando —dije mientras le mostraba la mano recién cortada de Jhëren—. ¿Tienes algo para curarlo?
Gina asintió y se puso de pie para tomar el botiquín que tenía contra la pared. Siempre se encontraba allí en la cocina debido a que, a pesar de que era una gran cocinera, siempre se quemaba o cortaba las manos al cocinar.
—Ahora habla tú, niño —dijo mientras miraba a Jhëren cuando comencé a curarle la mano cortada—. ¿Cómo dices que te llamas?
—Jhëren... —susurró él al encogerse de hombros.
—¿Shéren? —repitió y él asintió con una sonrisa porque lo había pronunciado bien al primer intento—. ¿Por qué no te quitas esa capa? No hace frío aquí. En realidad ambos deberían quitarse eso, con la calefacción encendida podrían enfermarse.
No quise pelear y decirle que el frío o el calor no enfermaban, sino que eran los virus y bacterias. Así que con un suspiro me quité la capa al igual que Jhëren, lo que hizo que Gina enseguida levantara una ceja al ver nuestras marcas en el pecho.
—Primero, ¿en esa tribu no saben lo que son las camisetas o solo les gusta alardear sus pectorales? —dijo al ver el pecho de Jhëren—. Y segundo, ¿en serio se tatuaron por amor? Qué idiotas.
—Nosotros mostrar marca de clan siempre —respondió Jhëren al asentir con respeto—. No cubrimos pecho para poder lucir bien ante omanas. Marca es importante para nosotros.
—¿Siempre habla así? —me preguntó y yo me reí al asentir—. De acuerdo, será cosa de acostumbrarme, supongo...
—Sé que no lo crees, Gina, pero estos tatuajes no se hacen de la forma convencional, se hacen con magia y sangre. No sé bien cómo funciona, pero sé que influye su diosa en eso.
—Khuri —asintió Jhëren—, Khuri nos brinda su poder.
—¿Cómo rayos puedes tener ese tono de piel y ese cabello blanco? —chilló Gina con una risa—. ¡En serio, va contra toda lógica!
—Los jhakae siempre son morenos, su piel siempre es cobriza —expliqué—. A lo sumo va variando sus cabellos y ojos, pero el tono de piel suele quedarse, salvo en determinadas excepciones, como Tonke que es caucásico, o Nundeh. Ese pelirrojo apenas si está algo bronceadito.
—A ver, a ver... ¿Los jhakae no son caníbales? —preguntó con su ceja levantada—. ¿En serio comes personas allí? Qué asco.
—Eso dhakaes —se quejó Jhëren con un chasqueo de lengua—. Malditos dhakaes...
—Como dice Jhëren, los dhakae son caníbales, son los enemigos de los jhakae. Los jhakae son un pueblo bastante tranquilo pese a su ortodoxa religión y su cultura de sumisión.
—Bueno, dijiste que era un matriarcado, suena a un lugar genial —sonrió hacia un costado y yo fruncí el ceño.
—Créeme, no es genial.
—Si la mujer puede ser lo que desee sin ser juzgada, a mí me parece un lugar genial.
—Jhëren... —Giré hacia él y lo miré con seriedad—. Dile a Gina lo que es ser un uemane.
— Uemane es inferior y omana es superior —dijo Jhëren al asentir—. Uemane no es inteligente como la omana, uemane solo es fuerte. Uemane no puede llorar porque eso es debilidad. Uemane debe caminar un paso tras la omana para no faltar el respeto. Uemane no puede opinar sin permiso. Uemane no puede levantar la vista sin permiso. Uemane debe complacer a omana siempre aunque no lo desee. Uemane debe ser castigado porque con los castigos el uemane mejora. Uemane no debe tener sexo hasta tener omana. Uemane solo da hijos y uemane solo da de comer. Uemane merece ser golpeado y la omana merece ser respetada.
—Demasiado uemane y omana —se quejó Gina con un chasquido de lengua—. ¿Qué rayos significa?
—Uemane es hombre-esclavo, omana es mujer-Ama —dijo Jhëren con un suspiro—. A mí no me molesta, esta es vida que llevamos, esta es vida que conozco. Solo a Lena molesta, Lena no entiende costumbres, Lena piensa que hombre y mujer son iguales, y hombre y mujer no son iguales...
—¿Ahora lo entiendes? —Miré a Gina y ella suspiró.
—Cuánta intensidad... ¿Te han golpeado alguna vez? —le preguntó y él asintió—. ¿Lena?
—Lena no castiga Jhëren —se quejó él—. Nunca. Lena prefiere ser castigada antes que castigar a Jhëren.
—Lena... —Gina me miró y me palmeó el rostro, para luego amenazarme con el dedo índice—. Conviértete en una de esas bestias extremistas y te golpearé, golpea a este muchacho y te golpearé, ¿entendido?
—Nunca lo golpearé —chasqueé la lengua con odio.
—Eso seguro dijeron las otras mujeres de Irinnoa que ahora golpean a sus esposos.
—Créeme, nunca lo golpearé, ni aunque me obliguen.
—Por tu bien espero que sea así, porque ese bate que no usé en Francis lo usaré en ti, ¿de acuerdo?
—¿Francis? —preguntó Jhëren.
Supuse que escuchó ese nombre demasiadas veces hoy. Ya le había hablado de él, solo un poco, pero nunca le dije su nombre ni le conté más allá. No me gustaba recordar esa época.
—El exnovio descerebrado de Lena —dijo Gina con asco—. ¿Te habló de él?
—¿Es el mismo de aquella noche? —me preguntó él con una mirada triste, por lo que me encogí de hombros y asentí—. ¿Tan malo era?
—Con decirte que le hizo tanto daño físico y psicológico que Lena terminó por creer que se merecía todo lo que le pasaba, te digo todo —se quejó con odio—. Y no usé mi bate ese último día porque Lena me rogó que no la soltara, pero Drach y Luchi se encargaron de hacerlo por mí.
—¿«Luchi»? —Levanté una ceja y ella comenzó a reírse.
—Lo siento, se me escapa el platónico —se rio al abanicarse el rostro.
—Gina, Lucio lleva diez años con la misma chica, ¿realmente piensas que...?
—Cállate, la esperanza es lo último que se pierde.
—Eres mi mejor amiga y es mi deber espabilarte, Lucio está asquerosamente enamorado de Cristina, aunque la deteste —suspiré—. Además de que va a ser padre y pues... Ya lo perdiste.
—Tengo la esperanza de que no sea suyo, ella termine por abandonarlo y lo deje en un mar de lágrimas, entonces yo apareceré como superheroína a consolarlo y Luchi se dará cuenta del profundo amor que siempre me ha tenido en secreto —dijo con una risita—. Bueno, déjame soñar en paz, no molesto a nadie con mi imaginación.
Jhëren solo nos observaba con una sonrisa en su rostro, con la cabeza descansando en su puño mientras nos dirigía una mirada alegre. Supuse que estaba feliz de por fin conocer a Gina.
Cuando el cielo oscureció un poco, Gina comenzó a cocinar. Le expliqué que por unos días no podría regresar a la tribu debido a la mentira de Jhïle y Jhëron, y ella no dudó en ofrecernos alojamiento. Me percaté de que aún no confiaba del todo en Jhëren, lo analizaba de soslayo como si buscara encontrarle algún defecto, pero al menos, a diferencia de mis padres, estaba intentando darle una oportunidad, y estaba segura de que terminaría por agradarle.
Jhëren enseguida se puso de pie para ayudarle. No importaba cuántas veces Gina lo echara él seguía allí a su lado, le pedía que se sentara porque él se encargaría de todo.
—Gina, en la tribu las mujeres no cocinan —le dije—. Lo hacen los hombres. En realidad, en la tribu las mujeres solo hacen sus trabajos de clan, algunos son bastante duros la verdad, y el resto lo hacen los hombres.
—¿No cocinan? —preguntó al llevar su mano hacia el pecho—. ¿Ni aunque les guste?
—Nop, no lo hacen. Si alguien llega a ver que es la mujer quien está atendiendo al hombre, podrían sufrir fuertes castigos.
—¡Qué horror! Con lo que me gusta cocinar —Giró hacia Jhëren y lo golpeó en un hombro—. ¡Y tú siéntate, que acá no eres ningún esclavo, eres mi invitado!
—Gina... —me reí—. ¿Viste cuánto te quejas de mi tozudez? Pues Jhëren es peor.
—¿Qué hago yo ante la gente testaruda? —Le dirigió una sonrisa a Jhëren y lo amenazó con un paño de cocina—. ¡Ve a sentarte, muchachito! Y no acepto quejas, ¡vamos, a la silla!
—Permíteme ayudar —se rio él.
—¡A la silla! ¡Ya, ya, ya! ¡Sin quejas! —Lo amenazó con el dedo índice, pero Jhëren se cruzó de brazos con una sonrisa, por lo que ella levantó una ceja hacia mí—. ¿Es masoquista o qué?
—Es un poco masoquista... —me reí—, y le encanta ganar.
—Oh, elegiste la equivocada, niño —se rio—. ¡A la silla y sin quejas! —Comenzó a espantarlo con el paño mientras le daba pequeños empujones—. ¡Ahora se sienta y atiende a su esposa si es que tanto desea hacer!
—Gina sería buena omana, es fuerte y con carácter —se rio Jhëren y asintió con respeto, para luego sentarse.
—¡Y no agache la mirada como perro regañado, se queda sentado y tranquilo! —Volvió a golpearlo con el trapo y continuó con su trabajo al cocinar—. Por Dios, qué trabajo da este hombre...
Me reí. Drach tenía razón, probablemente Gina se hubiera adaptado bien con los jhakae, tenía un carácter imponente y sabía cómo mantener el orden. Si hubiera estado en Shume probablemente varios jhakae se hubieran peleado por tenerla como omana.
Aunque claro, era más probable que ella le lanzara puñetazos a las otras mujeres al ver la discriminación en la tribu. Una omana con carácter fuerte, pero de las odiadas por las otras mujeres.
Cenamos unos espaguetis con salsa boloñesa, no era la especialidad de Gina —esta solía estar relacionada con el pollo— pero era realmente deliciosa. Bebimos un poco de vino mientras conversábamos, ella me contaba sobre Lauren y lo mucho que sufrió por mi desaparición, eso me hizo sentir algo culpable ya que yo casi ni pensé en ella. Gina se divertía dominando a Jhëren, o al menos intentándolo, Jhëren no era sencillo de dominar. Me pregunté cómo sería si Gina conociera a Nundeh, ese potro salvaje e inquieto que era todo un reto a domar. ¿Ella hubiera podido con él o se hubiera rendido pronto? No lo sabía pero era bastante divertido imaginarme la risa de Nundeh al burlarse de ella y los gritos de ella al intentar ponerlo en su lugar con un trapo o una cachetada.
Cuando finalizamos de comer, Gina no pudo evitar que Jhëren levantara los platos para luego colocarlos en el fregadero. No importaba cuánto se quejara ella, Jhëren tenía demasiado incorporado la idea de que solo el hombre debía esforzarse y hacer quehaceres.
Luego de un rato ella nos miró fijo a ambos y nos dirigió una sonrisa pícara poco común, al menos en ella.
—¿Cuánto llevan casados?
—Una semana —respondí con sorpresa y con algo de dudas.
—Y supongo que los jhakae no tienen la hermosa tradición de hacer despedida de solteros, ¿cierto?
Comencé a reírme al entender por dónde iba la mano. Gina siempre había sido, de mis amigas, la más centrada, madura, la amiga mamá, pero de vez en cuando la idea de festejar hacía brillar sus ojos.
—Eso no existe allá.
—Lo supuse —se rio y nos señaló con sus dedos índices—. Hoy tendrán su despedida de solteros atrasada, juntos, eso le quitará la gracia pero será divertido. ¡Así que báñense, arréglense, que los llevaré a bailar! Yo invito.
—Pero Gina, no tengo ropa y Jhëren tampoco, solo tenemos esto —Señalé mi ropa tejida y el pantalón de cuero café de Jhëren—. Además Jhëren no conoce la ciudad, no creo que le guste el bullicio de una disco. Los ruidos fuertes pueden asustarlo, las luces, el amontonamiento...
—Yo puedo prestarte ropa y puedo asaltar el armario de mi hermano, vamos. Primera vez que pienso en hacerte una fiesta en vez de darte con el bate por haberte casado, deberías aprovecharlo.
—¿Te gustaría conocer la noche en Irinnoa? —le pregunté a Jhëren al apretar un poco su mano, con cariño—. Puede asustarte un poco, es muy distinto a la aldea.
—Si Lena confía en Gina, entonces Jhëren también.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro