¡Nico!
Habían pasado varios días, él médico me preguntó varias veces sobre lo ocurrido, pero siempre le decía que no lo recordaba.
Además de que el traumatólogo, me recomendó que recorriera de vez en cuando la planta del hospital, para acostumbrarme a las muletas, de modo que todos los días recorría la tercera planta de arriba a abajo, apoyando a algunas personas que estaban peor que yo.
Al terminar mi ruta iba todos los días a la habitación de Darks, para hablarle y tan solo hacerle compañía, ya que, según los médicos y Will, podía oír lo que decía. Susurraba palabras de aliento en su oído, acariciaba su cabello e incluso me quedé varias noches a dormir junto a su camilla.
Aquello se volvió una costumbre, pasaban los días y seguía yendo a su habitación para "hablar con él". Algunas noches, me despertaba al oírle susurrar en sueños:
-No te vayas de mi lado, por favor.
Siempre que le escuchaba decir aquello, besaba su frente con cuidado y susurraba:
-Yo no lo haré, te lo prometo.
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Había pasado un mes desde que estábamos en el hospital, ambos habíamos recibido las visitas de nuestros amigos, Aina, Naila, Lauren, Sophie, Paula y Yuvia me habían visitado la segunda semana, me habían regalado un paquete de barritas Twix y una maceta con Euphorbia pulcherrima o Flores de Pascua, esas que se tienen en casa todas las Navidades.
Tenía algo más que hacer aparte de pasear por el hospital, cuidaba de mis flores mucho mejor de lo que podría haberlo hecho antes, con mis poderes, podía entender sus necesidades fácilmente.
Mi día a día consistía en cuidar de mis flores, pasear por el hospital y hablar con Nico. Puede que parezca aburrido, pero la verdad, era muy divertido.
Mis poderes de hija de diosa de la Naturaleza habían ampliado todos mis sentidos, podía percibir cualquier cosa, tenía mejores reflejos e incluso era ágil con mis muletas.
Pero, sin duda alguna, lo que mejor recuerdo fue la noche en la que todo ocurrió.
Estaba en la habitación número 678, es decir la de Nico. Esa noche, no podía dormir por culpa de las pesadillas típicas de semidioses, de modo que me levanté para poder hablar con él. Me senté junto a la cama como todas las noches, observé su cabello y como estaba mucho más delgado por no comer nada.
-Buenas noches-susurré-Espero que no te importe, pero he tenido una pesadilla.
Sonreí al ver como la luz plateada de la luna acariciaba su rostro cubierto por la mascarilla de oxígeno.
-Espero que tú no estés teniendo pesadillas, porque no quiero que sufras lo que yo he pasado esta noche.
Tomé su mano y acaricié su palma con las yemas de mis dedos. Imperceptiblemente, sus dedos se movieron unos milímetros. Sorprendida por su reacción, seguí acariciando su mano, sus dedos se movieron un poco más. Subí mis dedos por su antebrazo, haciendo pequeños círculos para ir más despacio.
-Puede que los médicos estuvieran equivocados-susurré-Puede que esto no sea un coma.
Subí mis dedos por su hombro hasta su cuello, donde comencé a insistir sabiendo que casi todos tenemos nuestro punto débil. Movió la cabeza hacia un lado, sonreí para mí misma.
-¿Tienes cosquillas?-susurré juguetona.
Subí hasta su rostro, acaricié sus mejillas con mis dos manos. Me senté junto a él en la camilla y le miré fijamente, tenía una leve sonrisa dibujada en los labios.
Comenzó a toser en sueños y a respirar mal, me asusté por ese hecho.
En aquel instante, supe lo que debía hacer.
Le quité la máscara de oxígeno lo más rápido que pude y, con todo el cuidado del mundo, le quité la vía de suero, temiendo que afectara de manera perjudicial a su sangre.
-Ya está. Ya ha pasado.
Seguí acariciando sus mejillas hasta que, poco a poco, comencé a acercar mi rostro al suyo. Quedamos nariz con nariz.
Estaba tan absorta mirando sus labios que ni siquiera me percaté del hecho de que había abierto los ojos.
-Hola.-susurró asustándome.
Antes de poder contestar, unió nuestros labios en un beso. Aquello destruyó completamente mi autocompasión, me derrumbé y le abracé lo más fuerte que pude, temiendo que su beso fuera el producto de un sueño. Pero sus labios no desaparecían, se volvían más tiernos a cada segundo que pasaba. Sentí como rodeaba mi cintura y me estrechaba con todas sus fuerzas (que no eran pocas). Quise creer que aquello no terminaría, que estaríamos allí besándonos hasta el fin de los tiempos, porque entre sus brazos me sentía segura, pero aquello terminó.
-Hola.-susurró de nuevo.
Observé sus orbes castaños oscuros, que podían confundirse fácilmente con el negro, su nariz, pequeña y adorable, sus labio, torcidos en una sonrisa.
Si poder evitar mi entusiasmo, grité a pleno pulmón:
-¡Nico!
Me abrazó de nuevo, esta vez riendo ante mi actitud poco madura, pero, yo nunca he sido madura.
-Hola Claire, adorable novia con aires de grandeza.
-¿Y eso por qué?-pregunté a la defensiva.
-Porque ahora sé lo que tú sabes, que eres una semidiosa, que llevamos saliendo dos años y que tu insoportable hermano mellizo es un idiota.
Ambos reímos ante la mención de Ethan, sentía que le conocía desde siempre. Pero en seguida me puse seria para preguntar:
-¿Cómo?
-La memoria es algo impredecible, incontrolable, al igual que el destino.
-¿Qué quieres decir?
-Lo sabremos muy pronto.
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