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9. Escondidos

Lunes.

7:53 A.M.

No había señales de Cayla aún. Era preocupante.

Caminé sigilosamente hacia el aula. Cuando menciono "sigilosamente" significa que iba dando pequeños pasos laterales, con la espalda pegada a la pared. Llamaba más la atención que desviarla de mi persona.

— ¿Qué estás haciendo?—preguntaron desde un lado (hacia donde yo no estaba viendo).

—Jesús—respondí, dando un pequeño saltito.

Peter lucía divertidamente confundido.

—No creo que eso sea una acción.

— ¿Por qué apareces en los momentos menos adecuados?—pregunté, ignorando su pequeña broma.

— ¿Este es un momento no adecuado?—quiso saber, aún sin tomárselo en serio.

—Este es literalmente el peor momento que podrías haber elegido para...

— ¿Para qué?—preguntó Cayla a mis espaldas.

Si yo hubiera sido una fogata, sus palabras fueron el aire frío que causó que me apagara.

—Seguro que para aparecer—completó Peter, sonriéndole a mi amiga.

—No lo entiendo—dijo ella, poniendo su cara de confundida. Oh, está por arruinarme, lo siento—. ¿Podrías explicarme?

Estoy acabada. Ahora todo depende de lo que Peter cree que sabe o lo que piensa que ella necesita escuchar.

—Es que ella está jugando a las escondidas—comentó, con esa sonrisita de sabelotodo.

¿Qué? Esa misma expresión estaba en el rostro de ambas.

—Jean, ¿por qué no me explicas tu?—me dijo, cambiando su expresión a "soy la petisa más tierna del mundo, dime o lloraré", que en realidad significaba "dime o te asesinaré y tiraré tu cadáver donde nadie lo encuentre".

Tragué saliva.

—Es que hice enojar a alguien el otro día y estaba intentando escabullirme, pero Peter me retuvo con su charla—lo arruiné. Lo confesé. Ella tiene un séptimo sentido; el sexto es presentir todo, igual que muchas mujeres en el mundo, y el séptimo era entender el 70% de mis indirectas.

—Ya veo—comentó. Me tomó de un brazo, asintió a Peter en despedida y me arrastró con ella luego de decir—. Vamos, tenemos historia.

—Nos vemos, Jean—exclamó Peter antes de que dobláramos en el siguiente pasillo. No pude responderle.

No quise decir nada hasta que ella hablara primero. El terror inundaba mi sangre. Realmente no entiendo por qué, pero hay algo acerca de la fidelidad en la amistad que me pone muy nerviosa. No me gusta romper corazones, y eso no se limita solo a chicos (que igual ni me miran), sino a corazones en el sentido de que ellos contienen todos los sentimientos, toda la confianza, toda la fe. Es un lugar muy sensible a cualquier tipo de estímulos. Y no quería dañar ninguno.

— ¿Cuáles fueron tus avances?—preguntó, una vez que entramos al aula y acomodamos las mochilas en bancos consecutivos. No le respondí— Oh, vamos. Yo te vi, tú me viste. Obviamente pensamos lo mismo acerca de ese evento, solo que tú me ganaste.

Me encogí de hombros, sonriendo. Me aliviaba advertir que no estaba tan enojada como yo hubiera esperado. También me preocupaba, significaba que iba a encontrar una forma de ponerse a la altura de mi supuesto progreso.

—Los presenté oficialmente—dije, sin darle mucha importancia.

— ¿Qué tu qué?—exclamó. Algunas personas se voltearon a vernos, pero parece que no les interesó lo suficiente, pues de inmediato volvieron a sus asuntos— ¿Con Samantha siendo como es?

—Eso ofende mi... eso me ofende de muchas maneras—recriminé. Cayla suspiró, intentando controlándose.

—Y cómo resulto tu gran idea—preguntó cínicamente.

—Primero que nada—comencé, con mi dedo índice extendido, como si le estuviera dando una lección—, no fue mi idea, no lo proyecté. Samantha apareció cuando ya planeaba quitarme a Peter de encima. Y segundo, fue sorprendentemente bien. No se odiaron—agregué, como para que no sonara como que fallé completamente.

— ¿No se odiaron? ¿Así de bien te fue?—se burló.

Saqué puchero.

—Hice más de lo que tú pudiste. Peter está al tanto de dónde vive Samantha y ahora sé que no está de luto o nada parecido como para vestirse siempre de negro, el color en sí solo la hace sentir cómoda.

Ella se cruzó de brazos con una sonrisita de suficiencia.

—Aún así, es tan nimio.

— ¿Ah, sí?—pregunté. No pensaba decirle esto, era mi gran ventaja, pero siendo Peter su protegido lo averiguaría tarde o temprano— Peter confesó cual es su tipo.

Cayla no pudo evitar que su boca se abriera un poco en sorpresa. Cuando se dio cuenta la cerró y me miró indiferente.

— ¿Y cuál es?

En serio, consideré en mentirle. En decirle exactamente lo opuesto. Pero no me gusta mentir, ni poner palabras en la boca de nadie más. No me gusta arruinar reputaciones, ni esparcir rumores que ni yo misma considero posibles.

—Tienen que ser más bajas que él—le expliqué. Su mirada de atención me dejó en claro que se lo estaba grabando a fuego en la mente—. Le gustan de tez pálida y con cabello claro—una luz de sorpresa se extendió por su mirada. Ella también entendió lo mucho que esto se aplicaba a Samantha, pero...—. Y tiene que tener un buen carácter, que pueda charlar con ella.

La luz se fue.

—Maldición—comentó.

—Exacto—acordé con ella.

— ¿Cómo haremos esto?—me preguntó, dejando de lado toda esa rivalidad que había demostrado antes.

Observé alrededor, como si la respuesta pudiera estar en alguna de las caras de nuestros compañeros, o en las paredes y afiches. No lo estaba.

—No tengo ni la más mínima idea—admití.

El profesor estaba tomando asistencia.

—No me lo había preguntado hasta ahora, pero ¿crees que lo lograremos?—había un pequeño temor detrás de sus ojos—. Presente—dijo, levantando su mano cundo el profesor dijo su nombre.

Me encogí de hombros.

—No lo sabremos hasta que realmente lo intentemos. Hasta ahora todo fue acerca de testear el terreno, es hora de entrar en acción.

Cayla asintió, para luego volver su vista a su cuaderno. Tenía algo escrito allí, pero no me importaba ahora mismo descubrir que era.

—Rogers.

—Aquí—exclamé. El profesor asintió en mi dirección.

Ahora es cuando la cosa se pone seria.

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Un lunes, un capítulo, una inesperada sorpre... mentira, me obligaron. 

Yamila este es para ti.

Voten, comenten (si quieren, claro), y por sobre todo: muchísimas gracias por leer.

Saludos

T.



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