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15. Algo épico

Martes. Plan número dos. Acción.

Este era un poco más peligroso, aunque había aceptado de todos modos. No porque me convenciera, no porque creyera que funcionaría, sino porque era una idea pura y originalmente de Cayla, quien había ignorado todas mis quejas.

Cayla, con su bandeja, estaban al otro lado del comedor, caminando en nuestra dirección con extrema lentitud. Yo estaba viéndola con este sentimiento que te da cuando en una película de terror la protagonista está por abrir la puerta del armario, y tú no puedes hacer nada más que advertirle que no lo haga y desear por lo mejor, aún cuando sabes que nada dará resultado, que no puede oírte.

Peter estaba a mi lado, hablándome de esta notita que recibió que lo citaba al cine, pero él o la responsable nunca apareció. En cambio, se encontró con Samantha y vieron una película, ahí fue que nos encontró.

Casi ni lo oía. Cuando volví a casa ese sábado, Peter seguía allí, hablando amigablemente con mi madre mientras la ayudaba a pegar tela al suelo, para una de sus futuras mantas. No había escapatoria a su pregunta. Así que le dije que simplemente huimos porque no queríamos romper la atmosfera. Negó rotundamente la existencia de esa atmosfera, pero no preguntó más. Mi mamá lo invitó a almorzar y ahora son mejores amigos. Si, así es la vida.

De todos modos, volviendo al plan.

Samantha acaba entrar al comedor, nos estaba buscando. Era mi momento de actuar. Con mi mente calculé el tiempo justo y le envié un mensaje (había conseguido su número la semana pasada, tuve que rogarle, por supuesto). Era algo tonto, solo decía: tercera mesa a la derecha.

Mientras ella sacaba su celular del bolsillo y comenzaba el proceso de desbloqueo del celular y lectura, Cayla se acercó con velocidad a la chica. Antes de que cualquiera pudiera preverlo (excepto yo, así iba el plan), ambas chicas chocaron, ambas cayeron al suelo, la bandeja llena de comida voló. Y, para variar, cayó sobre Samantha.

Ahora la chica no solo era el centro de atención y risas por estar manchada de pies a cabeza, sino que su cabeza sangraba, probablemente por el golpe de la bandeja. Cayla, que estaba sentada a su lado, se congeló ante la visión del rojo, ni siquiera hizo la dramatización que tenía planeada para ese momento.

Corrí hacia ellas. Me tiré de rodillas al lado de Samantha y tomé su cara. No parecía un corte muy profundo, pero era lo suficiente como para que no parara de sangrar. Estaba justo por sobre su ceja, por lo que el manchón rojo pronto se extendería hacia su ojo. Miré alrededor, buscando algo para parar la hemorragia. Al lado de Cayla encontré una servilleta y se la puse en la frente.

— ¿Estás bien?—le pregunté finalmente.

Ella me miró. Sus ojos estaban bien abiertos, como si estuviera asustada o confundida. Parecía perdida, a punto de llorar.

—Sammy—llamé su atención—, ¿estás bien?

Ella comenzó a asentir para luego negar. No creo que se haya dado cuenta de la incoherencia.

—Hay que llevarte a la enfermería—declaré. Me paré y la tomé de los codos. La rubia no se movió—. Sammy, necesito tu ayuda, no puedo sola.

Ella no parecía escucharme ni querer moverse. Suspiré, algo frustrada, y continué tirando de ella. Logré ponerla de pie, luego de un gran esfuerzo. Déjenme recordarles que seré alta, pero hasta un niño podría doblegarme, carezco de fuerza.

Imaginen mi indignación, todos alrededor seguían mirando la escena, algunos se habían acercado a asegurarse de que Cayla estuviera bien, pero si tenía alguna herida era emocional, no estaba físicamente lastimada. Otros estaban recogiendo las cosas del suelo, para que nadie tropezara con los cubiertos o restos de comida. Había un par de chicos que parecían querer auxiliarme, pero uno lucía inseguro de acercarse y el otro hacía amagues de tomar a Samantha y luego retrocedía, como si yo me fuera a sentir ofendida de que me ayudara.

Pasé el brazo de la rubia por sobre mis hombros y comencé a caminar con dificultad hacia la salida del comedor. Luego de unos segundos, el peso de su cuerpo dejó de ser tan considerable. Miré hacia el otro lado de Samantha, donde Peter había tomado su otro brazo de la misma forma que yo. Le sonreí en agradecimiento e hicimos nuestro camino hacia la enfermería.

La doctora/enfermera me tranquilizó, aclarándonos que no necesitaría puntos, pero que igual tenía que revisar con profundidad en caso de que hubiera habido algún efecto secundario al golpe, además del tajo.

Asentí, dispuesta a esperar a que terminara con todo el proceso, pero un mensaje interrumpió mi estadía. Cayla me había mandado un mensaje: "BET". Me disculpé con los presentes y caminé hacia el comedor. Al pasar delante del baño, la puerta se abrió, dándome un susto de aquellos, y Cayla me hizo señas de que entrara. Una vez adentro, ella cerró una vez más y puso papel entre la puerta y el piso, asegurándose de fuera difícil de abrir.

Cuando terminó se puso de pie, aún sin darme la cara. Repentinamente se volteó, sonriendo lo más feliz que la he visto desde... creo que desde nunca.

— ¿Y...? ¿Qué tal? ¡Mi plan funcionó! Te dije que iba a funcionar—exclamó. Dio un saltito y luego se cruzó de brazos, presumiendo.

— ¿Es en serio? Samantha pudo haber salido mucho más herida que un simple corte.

Ella bajó los brazos y miró al suelo.

— ¿Están juntos?—preguntó.

—Si—admití.

Ella sonrió. Sabía lo que le pasaba por la mente: "tienes razón, fue algo imprudente, pero igual funcionó". Algo así como que, ya que funcionó, ¿por qué pensar en lo que pudo haber salido mal?

—Lo que aún no entiendo—comenzó la pequeña— es: ¿por qué es tan difícil que se gusten? ¿No deberían sentir algo a estas alturas?

Me recliné sobre la mesada de los lavatorios.

—Bueno, no es como que solo con decidirlo dos personas ya deben gustarse. Tienen que entrar en confianza, abrirse al otro, y si les gusta lo que ven allí, entonces se enamoran. Creo—respondí.

—Sí, pero, ¿cómo es que no hay más confianza entre ellos?

Me encogí de hombros.

—Será que ellos no quieren confiar en el otro, o algo así.

— ¿Por qué?

Suspiré. El amor es complicado.

—No lo sé. No se agradarán, no les importará, ni idea.

Cayla se sobó la pera.

— ¿Crees que quizás les guste alguien más?—sugirió.

En realidad no lo había pensado. Pero si ese era el caso, esto había pasado de ser improbable a imposible.

— ¿Qué haremos ahora?—preguntó Cayla, mirándome con preocupación.

—Creo que este es el momento en que digo algo épico—le comenté. Me aclaré la garganta y proseguí—. Ahora tenemos que averiguar, investigar, crear estrategias y deshacernos de los obstáculos que pudiéramos encontrarnos—mi amiga levantó una ceja, cínica—. Es hora de dividir y vencer.

El silencio se expandió por el baño.

— ¿Esa es tu épica declaración?—preguntó, mientras se agachaba y sacaba el papel que trababa la puerta.

—Sí, no estaba muy inspirada. No te pongas exquisita, tú tampoco hiciste un gran trabajo—recriminé, un poco ofendida por su crítica.

Nos miramos fijamente.

—Es momento de enmendar errores y romper corazones—dijo con seriedad. Luego se volvió y salió del baño, dejándome mirando el lugar que antes había ocupado.

—Sí, creo que eso es mejor—mi voz resonó en los cerámicos de las paredes.

Salí detrás de ella.


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Escribo esto antes de la última cena en mi casa antes de la mudanza. Mañana nos vamos. Jeje, no, estoy nerviosa. Me están apurando para que ponga la mesa, así que creo que esto es todo. Mala, Cayla, mala.

Muchas gracias por leer, y nos vemos cuando... cuando pueda volver subir, supongo.

Nos vemos,

T.

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