1. Una pésima idea
¿Alguna vez haz sentido esa opresión en el pecho? Esa irremediable sensación de que te acercas a un problema que no puedes evitar, pero que tampoco quieres hacerlo.
Así me sentí cuando entré ese martes a la escuela. Una emoción desconocida avasallaba mi estómago a medida que me acercaba a mi casillero, a veces haciéndome sentir enferma y de a ratos deseando que esa adrenalina nunca dejara de crecer.
Luego tropecé con mis cordones y se fue.
Lo triste es que la vida no es como en las películas, o como en las novelas actuales, donde chocas con alguien y te enamoras, o donde odias a tu vecino pero al final terminan juntos. En la realidad, cuando chocas con alguien nunca caes al suelo porque, seamos honestos, eso simplemente no pasa, y en el improbable caso de que termines en el piso, nadie se detendrá a ayudarte. Y los vecinos, bueno, mis vecinos son todos mayores (abuelos), si tuvieron hijos, ellos ya están muy lejos de aquí y, además de mi familia, los otros niños que hay en la calle van desde los cinco hasta los doce, así que no cuentan.
—Típico—oí que decían desde mi lado—. Deberías empezar a considerar el doble nudo—comentó Cayla, analizando reprobatoriamente cómo ataba mis cordones.
Soplé con resignación antes de volver a pararme. Comenzamos a caminar.
—Me hice doble nudo cuando salí de casa esta mañana, pero parece que ni eso sirve—Ella miró alrededor ansiosa, sin escucharme—. ¿Qué sucede?
Ella se volvió sorprendida. A veces no podía determinar si era muy mala actriz o demasiado exagerada.
—Nada.
Bien, cuando analizo estas escenas retrospectivamente me doy cuenta que la mejor manera de responder hubiera sido no interesarme por el asunto, pero en ese momento mi mente no estaba lista para proseguir de manera brillante por lo que solo insistí para que soltara lo que quería decirme.
—Otro chico se agregó a mi lista—comentó, con una expresión extraña en su rostro. Cayla tiene este extraño poder que es difícil y fácil de explicar a la vez. Ella es físicamente pequeña, tierna y linda. Todo eso sumado causa que los humanos del sexo opuesto caigan rendidos ante ella, como si llevara a Cupido de una correa al cuello con la orden de disparar a quien quiera que la viera acercarse. Cuando habla de su lista se refiera a la "lista de chicos que me confesaron (directa o indirectamente) que les gusto, pero que no les correspondo". Era tanto un orgullo como una vergüenza cada vez que alguien se agregaba, pero necesitaba contárselo a alguien y para eso estoy yo aquí. Aunque todo esto hace aún más frustrante oírla cuando se queja de que no encuentra al chico ideal.
Ya saben, mujeres.
Si, yo también tengo mis defectos, pero pospongamos esa charla.
Con Cayla nos ocurrió tener el mismo horario, por lo que estamos juntas todo el día. A medida que caminamos a nuestra clase, ella continuó hablando acerca de este pobre chico que no sería correspondido. Esto podría considerarse cruel, pero somos adolescentes, estamos en la edad de crear ilusiones y romper corazones. Al menos ella lo aprovecha.
Hay algo que si puede ocurrir en la vida real que ocurre en las películas (o quizás solo se deba a que yo veo demasiadas). En la vida real podemos influenciar en otras personas. Eso es peligroso como podrán imaginar.
Y por más que hubiera visto Clueless tantas veces que ya ni recuerdo el número exacto, obviamente no recibí el mensaje, no lo procesé moralmente.
Todo el problema comenzó porque siempre pienso en películas. Permítanme graficarles mi pensamiento. ¿Alguna vez, caminado por la calle, levantaron la vista al cielo y fueron capaces de encontrar que el firmamento lucía como lo haría una fotografía profesional? Con todos los elementos necesarios para pertenecer a una galería de renombre, los colores brillantes, nítidos, y una calidad superior, únicamente asociada a un ojo humano sano.
Bien, a mí me sucede lo mismo, pero con películas. Cuando una puerta se cierra, cuando alguien entra a una habitación. Cuando cierro los ojos e imagino que las personas me miran y aprecian mi belleza (inexistente).
Estoy tan acostumbrada a encontrar hasta el más mínimo detalle "de película" que ya está incorporado a mi sistema. Es por eso que, a veces, me sorprendo a mí misma. Fue una de estas veces la que originó todo.
Ese martes, en algún momento entre el final de la clase y el almuerzo, me escabullí de al lado de Cayla para ir al baño. Detesto cuando las chicas entran al baño y están eternidades mirándose en el espejo, evitando el acceso a los lavatorios a quienes lo requieren. Por suerte, para el momento en que necesité lavarme las manos no había nadie que me estorbara.
Me acerqué, lavé mis manos con agua helada, y mientras las sacudía para quitar el exceso, miré mi reflejo. Sé que no soy linda. Mis ojos pequeños y mi nariz extraña causan que, aún a mis diecisiete años, tenga cara de niña, lo cual resulta contradictorio respecto a mi altura. Ojeras y cachetes notorios, cabello oscuro y sin brillo. El maquillaje ayuda. A veces.
Fue cuando salí que ocurrió. Abrí la puerta y di un paso afuera, sin darme cuenta que me estaba metiendo en el camino de un chico. Levanté mi mirada y el tiempo se congeló. Una escena de película de aquellas, en que dos personas quedan colgadas del color de los irises del otro. Sus ojos eran celeste claro, unos orbes tan intensos que sentí que me ahogaba en las aguas del Caribe. Luego, él me rodeó y siguió su camino.
La escena no duró ni diez segundos, pero se sintió como varios minutos. Me quedé parada, bloqueando la entrada a los sanitarios, intentando memorizar todos los detalles posibles de lo que acababa de suceder. Logré recordar de manera fugaz algunos detalles de su rostro, suficientes como para determinar que era guapo, quizás demasiado.
Una chica me empujó, más por descuido que con intención, aunque no se volvió para disculparse. Volví a la cafetería sintiéndome flotar, nada podía bajarme de mi nube. Me lancé al lado de Cayla, que estaba hablando con una chica, cuyo nombre creo que era Lisa o algo así, y le conté la situación, sin detenerme a pensar cómo podrían tomarlo.
—Y, ¿te gusta?—preguntó, una vez que terminé de describirle con pelos y señales la escena.
Mi silencio le respondió. La verdad, no lo había pensado. Me fascinaba la claridad de la escena, el drama que había actuado, el modo de cámara lenta, pero no había pensado en el joven. Me parecía lindo, y probablemente hace unos años me hubiera sentido atraída hacia él, pero este no era el caso. Apreciaba la estética de la situación, pero eso era todo.
—No—dije con seguridad suficiente como para dejar en claro que no estaba mintiendo.
Ellas asintieron y, luego de unos minutos de silencio, continuaron con su conversación.
Una chica, de contextura diminuta y que caminaba extraño, pasó delante de nuestra mesa. Inconscientemente me quedé observándola, hasta que salió del comedor habiendo comprado solo una botella de gaseosa.
Mi imaginación voló a esas películas noventosas, en donde era lo más probable que ella fuera la protagonista de un amor legendario con el chico más popular y menos esperado, debido a la incongruencia de sus dos imágenes ante la sociedad.
Allí. En ese maldito momento algo hizo "click" en mi cabeza.
—Hay que juntarlos—exclamé, mientras me paraba en mi entusiasmo, golpeando mi puño derecho en la palma de mi mano izquierda.
Cayla y la otra chica me miraron confundidas mientras yo intentaba encontrar una manera de explicárselos sin parecer demasiado exaltada.
—Esa chica—comencé, señalando hacia la puerta de la cafetería. Ellas lucían dudosas—, tenemos que juntarla con el chico lindo de antes.
Ambas parecían estar llevando a cabo un gran esfuerzo mental para entender a lo que me estaba refiriendo.
—Es nuestro deber moral otorgarles la posibilidad de amar, nuestra última gran acción antes de graduarnos—para entonces ya había extendido mis brazos, mi pierna derecha sobre el asiento, la bandera nacional ondeando a mis espaldas. O así me lo imaginé. Probablemente solo lucía como una loca gritando al vacio con voz inspiradora. Ahora me arrepiento.
—Algo así como—Cayla dudó un poco al continuar, como si de repente advirtiera la inconveniente presencia de Lisa (¿o era Lina?)—, ¿una apuesta?
En un principio no era lo que yo pretendía. En mi mente todo se llevaba a cabo como un gran acto de buena voluntad, casi de caridad (no me gusta usar esa palabra). Pero tenían que hacerle cosquillas a mi espíritu competitivo, claro, ¿qué les costaba dejarlo en paz?
Me volví a sentar en la mesa, con aire negociador.
— ¿Establezcamos las reglas?—pregunté sombríamente.
Cayla sonrió, ahora sí luciendo interesada.
—Por supuesto.
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Bien. Creo que conviene comenzar con: "esta historia está basada en hechos reales", o algo así, lo cual es parcialmente cierto.
Debo admitir que desde hace un tiempo que acoso (lamentablemente no hay mejor manera de decirlo) a un par de adolescentes, que son compañeros pero no se dan ni la hora. Son completamente opuestos. En ellos están basados dos de los personajes mencionados en este capítulo.
Tuve por unos meses la inocente idea de lograr que se hablaran, por lo menos, pero solo para no arruinar la trama, no les diré como terminó mi plan.
El personaje de Cayla está basado levemente en alguien que conozco en la vida real. YamiMaza, ¿ves que el "levemente" está resaltado? Bien, es para que no lo pases por alto. Cayla corresponde a tu descripción física y (a veces) psicológica, pero la manera en la que se comporta o cuando hace cosas con las que no te ves identificada, quiero que recuerdes que esto es ficción, escrita por alguien que no vive en tu cabeza, alguien que no sabe cómo funciona tu mente. Este personaje no sos vos. Simplemente es alguien que nació de la idea de tu persona.
Y por último llegamos a mí (de quien verdaderamente no hay mucho que decir, así que mejor salteemos esta parte).
Quisiera recordarles a todos los lectores que esta no es una anécdota, es una historia de ficción adolescente nacida de una idea que alguna vez tuve. Eso era, ya me extendí demasiado.
Si les gustó, por favor voten; si tienen dudas, críticas o algo que decirme, comenten o mándenme un mensaje privado.
Por cierto, Jean en multimedia.
Gracias por leer.
T.
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